Osqui:
Yo no soy activista, no pertenezco a ningún movimiento, no respondo a ninguna agenda, ni siquiera escribo para ningún medio —ya sea oficial o independiente—. Simplemente soy una persona que, a veces, piensa, y, sobre todo, siente. Así te escribo, desde una pura emoción.
Recuerdo cuando te conocí, en casa de Ka, hace ya muchos años. ¿Cuántos teníamos entonces: 17, 18? Éramos aún unos adolescentes en transición hacia la universidad, con preocupaciones que no eran para nada políticas. Mataperreamos, reímos, lloramos, hicimos catarsis de novios(as) juntos.
Miro en retrospectiva y veo siempre al mismo Oscar: ese que estaba ahí cuando uno lo necesitaba; ese que siempre traía alegrías; ese que siempre ponía esfuerzo en todo lo que hacía; ese que más pacifista no podía ser; ese con un corazón generoso y un compartir lo bueno y lo malo siempre a la mano. Por más que trate, no logro ver otro Oscar; mucho menos el que se empeñan en mostrar aquellos que no te conocen.
La vida, lo sabes bien, fue muy cabrona con nosotros. Durante un tiempo nos hizo andar juntos y luego nos separó. A ti te puso en circunstancias que te llevaron por un camino recto a donde estás; a mí, me hizo dar un rodeo muy largo. Pero esa misma vida nos ha vuelto a juntar. Por eso, cuando te pienso, te pienso como un espejo en el cual verme. Si no nos hubiéramos bifurcado, quién sabe, estaría yo sentada en tu lugar y tú, aquí, escribiéndome esta carta; o tal vez, estaríamos uno al lado del otro, compartiendo lo bueno y lo malo, como tantas veces hicimos. Sin embargo, nos hemos vuelto a cruzar. Y hoy, mi cuerpo está en casa; pero el resto de mí, está contigo en San Isidro.
Llevo días siguiéndolos, viendo las directas, cada publicación. Apenas duermo por temor a perderme algo; a que entren en la madrugada, mientras descansan, y se los lleven. No logro siquiera imaginar la tensión que deben estar viviendo. Y cuando te pienso, los pienso a todos. A ti, que te conozco; a ellos, que se van volviendo conocidos. Alguien, que también te conoce, me decía: “Yo, de verdad, lo admiro mucho”; alguien, que fue alumno de Omara: “Es una mujer con dos cojones”; alguien, que fue profesor de Anamely: “Era una buena alumna”… Y así, todos se van volviendo círculos que se intersecan en un punto común: el deseo de una Cuba mejor.
Decirte si estoy de acuerdo o no con todas sus ideas y con su actuar, carece de importancia. Solo me importa tu vida, sus vidas. Pienso en tu bebé, en esas niñas que vi violentadas ayer, y no alcanzo a arañar el grado de desespero cuando ni siquiera, espantados de todo, pueden refugiarse en sus hijos.
“Morir por la Patria es vivir”.
Es una frase que aprendemos desde muy pequeños. Pero ¿cuántos, realmente, estamos dispuestos a sacrificar nuestras vidas por lo que consideramos un bien mayor? Y ustedes, de golpe, se vuelven himno y bandera en el pensamiento de muchos. Nos hemos vuelto, todos, sus hijos, por quienes dan la vida.
Pienso también en los demás que están con ustedes sin hacer huelga. Creo que a ellos les ha tocado la tarea más difícil. Ustedes ya han hecho su elección. Ellos, aún deberán elegir, llegado el momento, si respetar ese “morir por la Patria” o salvar la vida de aquellos que aman.
Solo quienes hemos pasado por momentos así podemos saber que es un peso que se carga luego por el resto de la vida. ¡El Universo no permita nunca que les llegue ese momento!
Hoy he defendido tu vida, sus vidas, en un post en Facebook. Por primera vez me he visto agredida, así, de la nada, por alguien que no conozco y con quien no tengo, siquiera, amigos en común. Los han acusado de delincuentes faltos de coeficiente intelectual; a mí, de ser pagada por el enemigo.
Hoy, mejor que cualquier otro día, he comprendido ese grito que sale del alma: “En San Isidro estamos todos”. Les toca a ustedes la escalada de violencia en una expresión muy alta; a mí, en mucha menor medida. Lo peor es que mañana le puede tocar a cualquiera. No es necesario alzar la voz para ser acusado; basta, tan solo, tratar de asomar la cabeza fuera del guion.
Muchos, la mayoría, no saben lo que está pasando en San Isidro, a pesar de las directas. Otra parte, no quiere darse por enterada. Y no dejo de preguntarme si alguna vez vamos a contestar: “Fuenteovejuna, señor”, o si seguiremos asistiendo eternamente a Un enemigo del pueblo.
Mi mente vuela de Lope de Vega a Ibsen.
Temo, temo mucho, que, como al pobre doctor, los nieguen hasta el cansancio, los nieguen, incluso, más allá de la muerte. La vida de cada individuo debería ser prioridad en una sociedad justa, sin importar credo, género, edad, color de la piel, porque la pluralidad es lo que construye, enriquece, desarrolla esa necesaria exogamia.
Insilio es una palabra que no deja de rondarme. Es un término que siempre se me hace difícil explicar a alguien. Nosotros, los comunes, vivimos en un insilio permanente. Ustedes hoy lo sufren triple: el que ellos han decido que nos toque porque sí; el que ustedes mismos se han impuesto; y el que, encima, les han obligado. No siempre ver los barrotes es un ejercicio fácil. Y si mi mente vuela de Lope de Vega a Ibsen, tratando de aletear, la de ustedes ya ha superado esa barrera y vuela libre, en pos de lo que creen correcto.
Los que sentimos su fe, nos unimos en un solo pensamiento. Nos preguntamos dónde están los grupos que luchan por otros derechos civiles; nos preguntamos dónde está la prensa extranjera, que prefiere cronicar la muerte de una turista en Varadero antes que reportar lo que está pasando en San Isidro; nos preguntamos dónde está la Iglesia, a la que han pedido interceda; pero, sobre todo, nos preguntamos dónde está la voluntad de diálogo del resto de las partes involucradas.
Las respuestas siguen, tristemente, sin llegar.
No sé si lo recuerdas. La última vez que te abracé fue hace cinco años ya. Yo iba caminando con mi madre y tú estabas visitando a alguien cerca de casa. Entre todo el miedo, y la angustia, y la desazón, tengo la esperanza de volverte a abrazar. Estoy segura que me echaré a llorar y te pediré perdón.
Te pediré perdón por los años de silencio.
Te pediré perdón porque esta carta es de lo único que soy capaz.
Te pediré perdón por no saber ni tener el valor de estar contigo, con ustedes.
Y luego de pedirte perdón, te daré, les daré, las gracias.
Imagen de portada: © Katherine Bisquet Rodríguez
Rodilla en tierra
No meterse en política no es una opción. Lo apolítico es político. Uno postea: en la Calle Damas, entre San Isidro y la Avenida del Puerto, hay una decena de personas acuarteladas en la casa #955, sede del Movimiento San Isidro y vivienda del artista Luis Manuel Otero Alcántara. La gente prefiere mirar hacia otro lado.