De catástrofe en catástrofe

Uno inventa seguir viviendo a pesar de todo. Se relame las heridas del cerebro e intenta sobrevivir. Si se es humorista, pareciera que todo es llano: “él se la pasa jodiendo y no es su rollo lo demás”.

Mucho se habla en estos días de donaciones y de las malas experiencias (continuadas, repetidas, haya desastre natural o solo el social, que ya es sempiterno) sobre la falta de transparencia con la que el gobierno gestiona estas donaciones, que luego aparecen en venta (en el mejor de los casos). 

Tengo que agregar, también, que se dan casos de particulares que hacen exactamente lo mismo, en circunstancias bastante poco dignas. 

La selva no se comporta de esa manera. La naturaleza (a pesar de la ley del más fuerte por la que las especies logran sobrevivir) da sobrados ejemplos de ¿empatía, puede decirse? No sólo entre animales y plantas de la misma especie, sino incluso de especies diferentes. Y no hablo de la rémora y el tiburón, que viven en perfecta simbiosis alimentaria. 

Esta mañana tuve una sesión de mambí, machete en mano para limpiar patio y jardín. Y pude curiosear cómo una trepadora asciende por el tallo de un arbusto y este, a su vez, le suministra agua de sus hojas. Armonía. 

Las plantas de la misma especie se ayudan, se “agrupan”, se consolidan mejor en grupos. Las manadas de animales son un ejemplo de colectivo en el que funciones y liderazgos hacen que todos sobrevivan. 

Lo cierto es que estamos en un punto de catástrofe sin precedentes. A la catástrofe de una sociedad que “vulnerabiliza” (uy, menos chocante que “empobrece”) cada día a más capas de la población, se suma la catástrofe de la naturaleza y, finalmente, esta otra catástrofe que ni salvaje puede llamarse. 

Y luego están “el Coco” y “la Bruja de la Escoba”, que vienen a ser los Estados Unidos y “los que pretenden poner de rodillas a esta Revolución”. De los que no hay nada que aceptar. Y, luego, un orgullo malsano que, como contradice las bondades del “socialismo”, impide declarar el país en zona de desastre (pero no publicar números de cuentas bancarias para aceptar dinero). 

Al final, están los pobres. Los miserables, incluso. Porque las que se caen no son las casas de mampostería, perfectamente ancladas y construidas. Las que se caen, de más modestas en adelante, son las que con más baratos recursos pudieron levantarse sus moradores, los que de miserables solo se van quedando con la piel. Y de pobres pasan a miserables. 

Esto se fue a la mierda. Orgánica, estructural, coherentemente.