El manotazo (poema en un solo acto)

En 2019, cuando me pidieron que presentara una antología de poetas chinos y cubanos (entre ellos Alpidio Alonso, Ministro de Cultura) me vi en un dilema ético. Yo era colaboradora en Cubapoesía y aquello podía interpretarse como un examen de aceptación para contratarme (o no). Que el libro que debía presentar contuviera poemas del ministro de Cultura lo complicaba todo, aunque fuera solo en mi cabeza. Dos años después, lo que leo de ese poeta-ministro es un manotazo, viral en redes sociales. Si esto se contara fuera del contexto cubano, sería realmente complicado de explicar: ¿Quién ha visto a un Ministro de Cultura dando manotazos a un joven al que se debe?


—Nosotros, los cubanos.

—¿Cuándo?

—El 27 de enero de 2021.

—¿Y quién ha visto a ese ministro, después de todo, ser reivindicado por un sistema de prensa estatal que presume de pública?

—Nosotros, los cubanos, que nos merecemos un mejor ministro que ese que pega un manotazo y queda impune.


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Ya había escuchado de La Noria y de los desencuentros del “poeta” —antes de convertirse en ministro— con los incómodos del rap; ya amigos poetas me habían contado chistes de los que abundan en el espacio  (extra) literario cubano. Entonces leí cada uno de esos poemas y decidí echar mano del viejo recurso de la crítica que enfatiza lo que le interesa y le parece atendible a quien la ejerce, mientras nubla lo que en sí ya encontraba opaco.

No sé si le dediqué, por tanto, más de una línea al poeta-ministro. Lo que sé es que me concentré en los poetas chinos, en especial en la única mujer que había sido seleccionada para la antología. Ante lo demás hice un poco la vista gorda, hablé de los puntos de contacto entre la cultura china y la cubana. Y hasta recibí aplausos por aquella letanía que me parecía el colmo del sociolismo (para un libro así había recursos. Para traerles poesía belga, griega, whatever a los lectores cubanos había recursos. Para publicar a los jóvenes, no tanto. Y así, con este guiño a la “obra” de un ministro, una editorial se ganaba el favor político y económico).

A mí me desequilibró sentirme indirectamente  oportunista al hacer aquella presentación de un libro en el que por alguna razón no creía. Me desequilibró la tensión entre el periodismo urgente que quería (necesitaba) hacer, y la poesía reposada que aspira a descontextualizar(se), a ser cada vez menos circunstanciada. Me dolía no saber qué hacer, no atreverme a romper del todo con las instituciones culturales de la meritocracia estridente, del jefe pasamanos, del cuadro político que te “sigue” en redes sociales.

Podría creer que el país me hizo oportunista, pero en realidad me faltó coraje para deslindarme de la bufonería. Me hice creer que la poesía necesitaba de tranquilidad y por tanto era incompatible con esa parte de mí tan proclive a la denuncia, a disparar contra todo, a odiar el manejo del país, a padecer la tristeza del país con un grito entre los dedos y la lengua.

Pero yo no quería arrastrar conmigo a más nadie, mucho menos llevar angustia a una familia que solía creer, a ciegas, en el Noticiero (allí donde no falta nada, no hace falta dinero, allí donde “todo el mundo quiere estar”). Por eso temía que para “complacerlos” terminara oscilando, convertida en péndulo, sin aliarme a los indios y acabar siendo cómplice de los cowboys.


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Ya había pasado la Feria del libro de La Habana en la que yo presentaba mi libro sobre la política cultural de la Revolución Cubana, contada a través de la biografía de Eduardo Heras León. Sentía que le debía respeto (a él) por haberme abierto las puertas de su casa y de su vida, (a su generación) por ser la de mis abuelos. Yo creía que eso significaba ser acrítica con un país que me extorsionaba cada día, me sacaba la bilis desde el momento en que ponía un pie en la calle falsamente asfaltada de mi barrio, donde un bache me echaba a perder algún zapato, el transporte era una odisea y, caerle atrás a la comida, lo cotidiano.

Yo le temía a la palabra dictadura, tanto como a que me interrogaran, me desnudaran para revisar mi vagina [como les ha pasado a colegas periodistas y artistas independientes] o me invalidaran el título de Licenciada en Periodismo que me había costado años de universidad, padeciendo lo cotidiano. Yo temía que rebelarme fuerte, alto y claro, me arrebatara la confianza de Eduardo, quebrara el homenaje que pretendía hacerle con mi tesis. Temía que mi diatriba con los directivos del Granma, la cual condujo a mi expulsión del periódico del que ya había pedido la baja, sepultara mi nombre sin que mi trabajo apenas hubiera florecido. Temía a la verdad, a ser sincera conmigo y con les otres. Podría culpar a la juventud incontinente que se desboca ante la mínima posibilidad de éxito que no traspasa, sin embargo, la frontera de la mediocridad.


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En esa misma feria (2019) yo compartía una mención en el premio Calendario de Poesía con la poeta Katherine Bisquet y con Rubiel G. Labarta. Ninguno de los tres pudimos recogerlas en el escenario. Una orientación había bajado (de la AHS y presumiblemente del Ministerio de Cultura). En apariencia, para no ralentizar la premiación, pero lo cierto es que el día antes, Bisquet había leído —dándonos a muchos una lección de coraje— en la sede de la AHS a “camisa quitada”, exhibiendo un letrero en su pulóver blanco: “Yo voto no [a la Constitución cubana]”.

En aquel momento se habló de “provocación” delante de los invitados internacionales que no sabían de la disidencia ni del artivismo en Cuba, pero vieron los golpes volando de un brazo a una cabeza, a un cuerpo otro. Anonadada y en shock, callé, me comí el arroz con pollo, vi a dos amigas llorar, cada una por el lado de la Historia en que se colocaron, me tomé el refresco de lata del evento y me fui a dormir, meditando en qué lugar estaba yo, dónde me correspondía en verdad posicionarme. Sobre todo porque a la larga, por más que pueda señalarse a los que estuvieron del lado opresor, el responsable último es el sistema. Que dos amigas se caigan a golpes, que cada una hale por un lado la bandera, el destrozo, tiene que ser responsabilidad del sistema. Un sistema totalitario, con una gerontocracia que cree en los tiros y simpatizantes que creen en los golpes… porque en un sistema democrático, la ideología no pone contra las cuerdas la amistad.


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Lo mismo que aquel febrero donde se suponía fueran los poemas los protagonistas, este 27 de enero, a quienes leían poesía frente a la sede del Ministerio de Cultura, les salió al encuentro el manotazo. La diferencia es que esta vez los golpes no estaban atravesados por la amistad, sino por una asimetría de poder. El primer golpe, el manotazo, salió del puño del poeta-ministro incluido en la antología que en 2019 yo accedí a presentar, pese a que me cuestione por qué a mí, una principiante, sin trayectoria, me confiaban aquella presentación. ¿Por qué yo, 25 años, con la única experiencia editorial de haber escrito y publicado un libro sobre Eduardo Heras León? De muchas respuestas posibles, podría elegir esta: no había nadie más dispuesto a hacerlo; me emplearon como conejillo de Indias. Y me debato en si yo tenía plena conciencia de ello y me valió madre… si a propósito me puse los zapatos de acólita del sistema. Me debato hoy, más que nunca, porque quizás le haya dedicado una línea a un poeta-ministro propinador de manotazos. Tal vez debí haberme ahorrado esa línea o esa presentación. En cambio, si presentar ese libro pudiera verse como “premio” de la institución que me contrataba, ¿por qué me premiaban? ¿Acaso por mi silencio? ¿Por no gritar desde antes contra los manotazos sistemáticos del Ministerio de Cultura sobre las cabezas de los artistas e intelectuales a los que se debe? ¿Por el manotazo que fue impedirle a una poeta agraviada llegar a recibir su reconocimiento en el 2019? ¿Por el manotazo que otra poeta, Lina de Feria, recibió durante años al negársele el Premio Nacional de Literatura después de haber sido sometida a prisión? ¿O se trata de los manotazos que Eduardo Heras recibió cuando —expulsado de la Universidad— lo enviaron de castigo a la fábrica de acero Vanguardia Socialista? ¿O antes, el manotazo sobre Padilla, otro poeta; el manotazo de un Leopoldo Avila, un fantasma cuyas críticas nunca necesitaron los intelectuales cubanos? ¿El manotazo del Pavonato; el manotazo de la parametración? ¿El manotazo a Arenas, a los que nunca pudieron volver, a los que simbólicamente fusilaron? ¿El manotazo al hombre (nuevo) al que le pidieron sus manos? ¿Manotazos en San Isidro (26 de noviembre, 2020: desalojo forzoso)?

De alguna forma, el manotazo —ahora físico— es la caricatura que mejor identifica a la institución cultural cubana ¿Por qué, a pesar de todo, una termina trabajando en ella, para ella? Quizás porque es una etapa, una formalidad, un efecto colateral del adoctrinamiento sistemático. Hasta que te plantan el manotazo que te recorre el cuerpo, como una ráfaga que reverbera a modo de verso, en los ojos. Y ya no se va nunca.




Yo, puta (ve a hacerte tu paja en otra parte) - Darcy Borrero Batista

Yo, puta (ve a hacerte tu paja en otra parte)

Darcy Borrero

Todavía hay quienes emplean los mismos trucos para hacerse pajas mentales. Cuando le conté esto a mi amigo, me reprochó que no hubiera “leche” en toda la historia. Quería detalles de mis relaciones y de mi vida privada. Ahora, varios años después, puedo reconocer sin tapujos la violencia que ejercí y la que ejercieron sobre mí.