¿Estamos vacunados contra el intervencionismo?

Los agentes de influencia castrista en los Estados Unidos han recibido aviso de la Casa Blanca: “¡Lo bueno de la cosa es lo mala que se está poniendo!”. Es oficial: la incompetencia y la crueldad del régimen cubano obran a favor de los que apoyan, desde el exilio, la reanudación de relaciones y el levantamiento del embargo. 

Juan González, el asesor para Latinoamérica del presidente Joe Biden, provee a los nuevos dialogueros con un falso argumento y un tópico de disuasión: “Hemos visto el deterioro de los derechos humanos en Cuba… y queda muy claro que obra en interés nuestro quitar los límites sobre las remesas y viabilizar que los cubanoamericanos puedan viajar a Cuba, además de restaurar el servicio consular. Es nuestro interés unilateral hacerlo, tenemos un fuerte argumento humanitario al respecto”.

Traducida al lenguaje común, la declaración de González deja ver sus costuras: “Si se recrudecen los abusos, tendremos una excelente excusa para buscar el compromiso. No requerimos de un pretexto para apretarle los tornillos al castrismo, sino para aflojárselos. Mientras más disidentes presos, más artistas desaparecidos, más casos mortales de Covid-19 en las provincias y menos circulación de remesas, más grave se volverá la situación y más inevitable parecerá nuestro proceder”.

Los grupos procastristas no han perdido tiempo en apropiarse, para sus fines, de la consigna “SOS Cuba” que lanzaron hace meses los exiliados miamenses. Los testaferros del régimen cubano le recuerdan a Biden que cumpla sus promesas electorales, como si Bruno Rodríguez y Josefina Vidal hubieran votado en los últimos comicios estadounidenses y tuvieran derecho a exigir coherencia de su representante. 

Los académicos de universidades Ivy League reclaman la normalización inmediata y sin condiciones; pero en el caso particular del profesor Arturo López-Levy, a la administración Biden no parece inquietarle el aparente conflicto de intereses que representa el cercano parentesco del catedrático con el hombre que controla el 80 % de la economía de la Isla: Luis Alberto Rodríguez López-Callejas. 

Que el régimen castrista desvía cuantiosos recursos económicos hacia el sector turístico no es un secreto para nadie, ni siquiera para el asesor González. Tampoco es secreto que esos recursos han sido asignados a la construcción de 27 campos de golf, múltiples marinas y miles de habitaciones de lujo en los momentos peores de la pandemia de Covid-19. 

De hecho, los planes de construcción no han mermado. Por el contrario, se han acelerado durante el período más crítico de infecciones y muertes. Contra un trasfondo de miseria y depauperación, el complejo empresarial Gaesa ha llegado a ocupar el tercer lugar entre las empresas hoteleras latinoamericanas.

Por su parte, el Grupo Empresarial Palco, en manos del mayor Raúl Guillermo Rodríguez Castro (otro López-Callejas, conocido como el Cangrejo) controla el tráfico de paquetería y la avalancha de dólares de los exiliados, esas mulas de carga que la vocera Jen Psaki designó, hipócritamente, como “embajadores de la democracia”. 

No es casualidad que la madre de Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, tía de López-Levy y abuela del Cangrejo, sea Cristina López-Callejas Hiort-Lorenzen, autora de importantes estudios sobre la inmigración cubana y encargada de la estrategia de acercamiento a grupos escogidos de exiliados.

Obra en interés de las políticas económicas de la dictadura que la crisis de salubridad se agrave. Matanzas y Guantánamo van a la vanguardia en el sobrecumplimiento de casos mortales, y la crisis sirve de palanca a los cubanólogos que lanzan su versión del “SOS Cuba” entre emigrados iracundos y partidarios de la concertación política. 

En su estudio sobre “Las migraciones internacionales potenciales y efectivas en Cuba”, de 2008, la profesora López-Callejas Hiort-Lorenzen expone claramente que “La emigración cubana es manipulada por los enemigos de la Revolución Cubana, por lo que constituye un problema de seguridad nacional”. Falta añadir que cuando la emigración es manipulada por los amigos de la dictadura castrista en los Estados Unidos, el exilio se convierte en un problema de seguridad nacional para el país que le da asilo.   

La mala administración de la crisis de sanidad no debe achacarse a la torpeza de los tecnócratas, esos curtidos administradores estatales capaces de evadir sanciones, violar leyes internacionales y manejar con suprema eficacia consorcios navieros y fiduciarios. No se funda un imperio de la categoría de Gaesa, provisto de hospitales-boutique para la atención especializada a millonarios, si no se dominan los rudimentos de la administración de empresas médicas y biotecnológicas a gran escala. Como instrumento idóneo de presión sobre los exiliados, que suplirán las carencias y permitirán a los generales dedicarse tranquilamente a su juego de Monopolio, la negligencia endémica debe ser política de Estado.

La detención de disidentes y el acoso indiscriminado a los artistas responde a la misma estratagema: profundizar la crisis para provocar la tan esperada intervención unilateral norteamericana. Que no se le llame “intervención”, sino “SOS” o “interés humanitario”, es irrelevante. El régimen cubano, asesorado por Cristina López-Callejas, reconoce la importancia de las crisis migratorias y el valor de canje de los opositores a la hora de forzar otra intervención norteamericana en los asuntos cubanos. 

La crisis del Mariel es el ejemplo clásico de cómo la represión esconde su propia válvula de escape. En 1980, 125 000 cubanos, sirvieron de rehenes al régimen. En 1978, más de 8 000 presos políticos eran canjeados por la bien cotizada Sección de Intereses que aseguró el flujo inagotable de remesas. Fue el presidente Jimmy Carter quien inventó el concepto de “embajadores de la democracia”, cuando, en realidad, los exiliados pasaban a ser vasallos de la dictadura. 

No serán el profesor López-Levy y su grupo CAFE quienes reclamen para los exiliados unos derechos ciudadanos conmensurables con sus aportaciones económicas a las arcas del primo Luis Alberto. La “tributación con representación”, esa piedra angular de la democracia norteamericana, no entra en el zapato del catedrático. 

Ante tamaña crisis, quizás ha llegado el momento de expandir nuestro horizonte epistemológico y consultar a otros profesores cubanos —tal vez venidos a menos, precisamente por estar menos comprometidos con la ideología imperante. Quién duda que sean ellos los que tengan la solución auténticamente revolucionaria al dilema cubano. 


Habla Rafael Fornés, arquitecto y filósofo:

La idea de una crisis humanitaria que requiera la intervención norteamericana tiene un doble filo. La veo como una oportunidad. Porque la crisis actual solo puede compararse a la etapa final de la colonia en el año 1897. 

La intervención norteamericana de 1898 respondió a una crisis de gobernabilidad en Cuba. El régimen de Valeriano Weyler era inhumano, con una población reconcentrada, hambreada, diezmada por la fiebre amarilla, no muy diferente de la de hoy. Los revolucionarios habían devastado la economía, quemado centrales y arrasado las plantaciones. 

Se necesita la llegada a los puertos de Cuba de los barcos hospitales USNS Mercy y USNS Confort llenos de vacunas, con los cascos azules sueltos por las calles. Porque, si se trata de una crisis humanitaria, entonces es una tarea para la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias (FEMA), que es la única que puede vacunar a 12 millones de cubanos en un mes. 

El escocés-cubano Carlos J. Finlay descubrió, en 1881, que el mosquito Aedes aegypti era el vector de propagación de la fiebre amarilla. Su alma mater fue el Jefferson Medical College, de Filadelfia, y su compañero de investigaciones, el médico militar estadounidense Walter Reed. Desde entonces Cuba era una potencia médica.

El gobernador de Cuba entre 1899 y 1901 fue un doctor en medicina, el mayor general cubanoamericano Leonard Wood, que introdujo importantes medidas sanitarias en la isla. Acueductos, alcantarillados, saneamiento de marasmos y construcción del Malecón habanero. Cuba es cubanoamericana, la idea de la soberanía es jingoísta, y la campaña “SOS Cuba” lo demuestra. Un tipo de colaboración a gran escala entre las dos naciones es lo que se necesita en la actualidad. Pero hay que quitar del medio al régimen usurpador. Si quieren intervencionismo, entonces, que lleven la idea hasta el final. 

A eso se llama ayuda humanitaria de reconstrucción total, la reparación de cada área de la vida nacional. Los americanos estuvieron cuatro años y se fueron pala pinga, y es un proyecto que me parece viable ahora también. Los pollos que se comen en Cuba son de aquí, y el dinero con que funcionan es de aquí. Qué más da, ¡métanle los barcos hospitales! Operación Warp Speed en La Habana. A vacunar a todo el mundo con la Pfizer, qué cojones Soberana ni que pinga. ¡Se está muriendo la gente!

Si hay comuñangas abogando por la cosa humanitaria, es porque detrás de todo eso está la campaña para quitar el embargo. Pero la parte buena es que la crisis ofrece la oportunidad de una intervención de saneamiento. La idea de la intervención es buena, pero los comuñangas se quedan cortos. Compran pescado y les cogen miedo a los ojos.


© Imagen de portada: Reuters.




Luis Manuel Otero

Luisma museable

Néstor Díaz de Villegas

Frente a Kcho, Castro fue el creador de la balsa; frente a Martiel, el inventor del negrismo. Encarado a Luisma, Castro es el administrador del destierro como arma biológica: el Calixto García es su Hialeah a menos de noventa millas, con rancho en bandeja y remedo de Medicare.