Como cada primer día del séptimo mes del año, las redes amanecieron llenas de memes sobre Julios famosos. Unos pocos y más culteranos, basados en el escritor Cortázar o en el gran romano César. Pero la mayoría sobre Iglesias, el cantante español de melosa voz.
Me llamó en especial la atención uno, que lo representaba con profusa melena y atavíos de cuero negro y tachuelas de cantante rockero. Pero, además, con la tez hipermelánica, como si hubiera nacido en África. Debajo, la inscripción: JULIO VIENE HEAVY Y OSCURO.
Sólo que, tras la sonrisa, lo confieso, mi primer pensamiento fue que el meme seguramente lo había hecho un cubano. Sobre todo, por lo de oscuro.
Porque ya no se trata solamente de que en julio, según pronósticos meteorológicos, le regale a nuestro sufrido Caribe un calor feroz, acompañado por una insólita profusión de tormentas tropicales, difícil de saber si por culpa de El Niño en el Pacífico Sur o por el calentamiento global. ¡Y para lo que importa!
Al menos en términos electroenergéticos, el futuro, ¡y hasta el presente!, para la mayor de las Antillas pinta color hormiga. Literalmente, muy oscuro.
No vamos ni a tocar el tema de las deportaciones masivas de Trump, que han conseguido que muchos cubanos, que ya se sentían ciudadanos estadounidenses con plenos derechos, estén considerando seriamente dejar el país. Aunque, claro, ni hablar de volver a Cuba.
No obstante, ya empieza a subir de nuevo, bien que aun tímidamente, el precio de los inmuebles en la Isla, en franco desplome desde hace un par de años, por culpa de las masivas ventas de tantos que se iban.
Impensable: el flujo migratorio hacia EUA, tradicional válvula de alivio para la situación económica y sociopolítica cubana, ya desde los tempranos 1960, por primera vez se ha reducido casi hasta desaparecer. Y, si América ya no nos acepta como inmigrantes, ¿qué opción nos queda, a los pobres cubanos?
Por supuesto, enfilar a otros países. Como Brasil o Uruguay. Lo malo es que están más lejos, los pasajes cuestan más, y en el gigante latinoamericano ni siquiera se habla español.
Los miles y miles de descendientes de inmigrantes españoles miran con ojos colmados de esperanza a la Península Ibérica. Pero tampoco es tan fácil, ni para todos: la ley de biznietos funcionará sólo hasta octubre de este año, y el papeleo para lograr el ansiado pasaporte rojo es largo y caro, siempre.
Sin contar con que tampoco es cosa de llegar a la Madre Patria, aunque sea huyendo de esta patria que ya está de madre, con una mano alante y otra atrás: además del dinero para el pasaje, también conviene aterrizar con algo en el bolsillo, para que los primeros meses de adaptación al capitalismo puro y duro no sean tan brutales.
Así que los cubanos seguimos vendiendo las casas, los carros, lo que sea que valga algo.
La gran paradoja es que, por otro lado, esa reducida minoría que dispone de dinero ahora en Cuba, ya sea porque montó una mypime, trabaja con el cada vez más escaso turismo, o recibe remesas de familia en el exterior (o sea, los que podrían permitirse emigrar sin grandes sacrificios), en su mayoría no quieren hacerlo.
Claro: dicen que este es un gran momento, lleno de oportunidades para levantar negocios en la Isla. Ignoran tercamente la incontestable verdad de que, en un país donde no existe separación de poderes, donde el Partido Comunista es el Gobierno y el Gobierno dicta las leyes, lo que hoy está permitido y hasta se aplaude, mañana mismo puede volverse ilegal y punible. Y el más limpio y exitoso negocio de importación, puede ser limpiamente confiscado, bajo la vaga acusación de “enriquecimiento ilícito”, si a alguien de la cúpula gobernante le molesta su competencia.
Pero tampoco vamos a hablar hoy de esa capa privilegiada. Bueno, de ninguna de las dos; ni gobernantes ni emprendedores. Porque, para ambos, el calor no es tan preocupante: ellos tienen sus aires acondicionados en casa y autos. Y, mientras unos suelen vivir en zonas especiales, que no se ven apenas, ¡o en absoluto!, afectadas por los sempiternos apagones, los otros disponen de medios económicos para comprar generadores o paneles solares, powerbanks de acumuladores que duran muchas horas.
O, al menos, cuentan con varios de esos compactos ventiladores impulsados por baterías recargables que, en países normales, sólo se usan cuando se va a acampar lejos de la civilización. Pero ahora mismo, en Cuba, son el objeto del deseo tecnológico de casi todas las familias.
Mi esposa y yo, por ejemplo, habiendo echado mano a buena parte de nuestros raquíticos ahorros, estamos comprando uno, ahora mismo, aunque no hemos sufrido precisamente demasiados apagones en esta zona del Vedado. Pero, solo por si acaso… Porque las cosas en Cuba, en los últimos años, siempre han ido de mal en peor. Mejor estar preparados para cualquier crisis.
El hecho innegable es que los apagones programados cada vez son más largos y frecuentes. Lejos de mejorar, se espera que la tendencia se mantenga y hasta se incremente en los próximos meses. La retirada de las patanas turcas alquiladas, por falta de pago, y la falta de fuel oil para las demás vetustas centrales termoeléctricas que todavía suministran la mayor parte de la electricidad en la Isla, es la causa fundamental del déficit en la capacidad generadora nacional, que hay días en que llega incluso a la mitad de la demanda. ¡Uy…!
Primero eran 3-4 horas diarias sin fluido eléctrico. Ahora, también afectan las madrugadas, lo que, con los calores del julio caribeño, ya roza francamente el sadismo.
Por ¿suerte?, la Unión Eléctrica nos ha acostumbrado a anunciar de antemano, con gran gentileza, cuando desconectará cada circuito. Y no hay cubano que ignore si su zona es B1 o B5, porque ese ciclo se ha vuelto incluso más decisivo, a la hora de organizar las actividades hogareñas, que el del día y la noche.
Ya hay quienes se despiertan a las 4 am, porque a esa hora es que ponen la luz, para poder cocinar y hacerlo todo antes de que se las vuelvan a quitar, a las 8 am. ¡Pobrecito del que se gane los pesos o los USD haciendo teletrabajo; diseñando, o en cualquier otra actividad que necesite electricidad y/o conexión a internet! Sus horarios tienden a volverse tan caprichosos que rozan lo kafkiano.
Por dura que sea la situación en la capital, para los cubanos del resto de la Isla es incluso peor: en varias provincias, apenas si disponen de 4 horas de electricidad cada día: ¡esos ya son más bien alumbrones!
Tampoco son excepcionales los lugares que han tenido que afrontar apagones continuos de 36 horas o hasta más, ¡y eso, sin que ningún ciclón haya aun afectado el tendido eléctrico! Que, cuando llegue el primero… ¿Qué nos espera, entonces? ¿El regreso irreversible a la Era Preindustrial?
Meses atrás, el descontento general estaba concentrado en el “tarifazo” de ETECSA, que tanto ha afectado a la conectividad general de los cubanos. Razón tenían los que estaban seguros de que, cuando otra medida draconiana llegase, a nadie ya iba a preocuparle si le quedaban o no datos móviles. Porque, por terrible que suene decirlo, se puede vivir sin internet, incluso en este siglo XXI, pero no sin electricidad. ¿O sí…?
Aquel fantasma con el que amenazaba el difunto Fidel en los años 90, ¡que, igual, no fueron tan duros como este presente!, ¿o solo me lo parece a mí?, la Opción 0 (cero transporte, cero electricidad, cero gas de la calle, cero comida) vuelve a sacudirse en su tumba. Algunos dirigentes hablan ya, y con toda seriedad, de grandes sacrificios necesarios. De que (siempre por culpa el bloqueo, claro) habrá que conformarse con mantener electrificadas solo a La Habana y, si acaso, a Santiago de Cuba.
Pero… ¡resistir y vencer de todos modos!, es obvio. Porque sí se puede.
Ah… ¿y el resto de la Isla, que suma las dos terceras partes de la población nacional? ¿Hasta cuándo podrán aguantar? Se me ocurre que podrían convertirse hasta en un país distinto: República No Democrática Impopular de Apagonia, pudiera llamarse, por ejemplo.
Porque, si algo está claro, es que no habrá protestas generales organizadas, ni espontáneos levantamientos populares. Ya la reacción al tarifazo de ETECSA demostró que, a quienes levanten demasiado la cabeza, se la pueden meter entre rejas, acusados de incitación al “desorden” o “desacato”. Dos maneras muy peyorativas y deslegitimadoras de llamar al humanísimo derecho a protestar, a no estar de acuerdo con algo que otros decidieron en tu nombre y sin consultarte.
Resulta que nadie quiere poner el muerto. No, señor. Ni hablar. Participa, pero no te destaques: en esa frase podría resumirse toda la Psicología de las multitudes de Gustave Le Bon. A estas alturas del partido, todo cubano piensa que no sirve de nada hacerse el héroe, para acabar siendo mártir y que, luego, si triunfa la causa, (¿cuál?, ¡porque no basta con luchar contra algo; hay que luchar por algo!) le pongan su nombre a una escuelita o un círculo infantil.
Así que queda aguantar. Porque uno tiene familia. Comprarse ventiladores de baterías, si alcanza el dinero. Irse a dormir al muro del malecón, como hacían algunos cuando aquellos apagones 8 por 8 de 1993, si se vive relativamente cerca.
Y si no, simplemente hay que pasar el mal rato callado y rechinando los dientes. Abierto de piernas y brazos como una estrella de mar, empapando de sudor las sábanas, en los hornos que se vuelven tantos cuartos cubanos por la noche, sin electricidad para aires acondicionados y ventiladores.
Aunque sea insoportable, no queda más remedio que resistirlo. Y tenemos práctica. Además, más calor se pasa en la cárcel, seguro. Eso sí; uno podrá siempre quejarse. Y hacer chistes de humor negro… orales, no memes, que por eso se puede ir a prisión. Habrá que soñar con que otros, ¿quiénes?, protagonicen la indispensable revuelta final.
Como en aquel chiste de los 1990 en el que, en un futuro relativamente lejano, ¿quizás esta misma tercera década del siglo XXI?, un avión espía norteamericano decide pasar por encima de Cuba, para ver qué sucede en la Isla, de la que no llegaban noticias desde hacía años.
Para sorpresa del piloto y de los analistas del Pentágono, que estudian en tiempo real las imágenes que captan las cámaras del sofisticado aparato, encuentran a la mayor de las Antillas completamente cubierta de bosques, como en los tiempos antes de Colón. Así que, cuando al fin dan con un claro en el que se ven a quienes deben ser dos autóctonos, deciden descender, para ver mejor qué hacen y de paso escuchar lo que dicen, gracias a los súper micrófonos del avión.
Resulta que uno, acuclillado, frota dos tozos de madera uno contra el otro, enérgicamente, como si intentara encender fuego por fricción. Hasta que desanimado, se yergue, los arroja lejos y exclama, furioso: “¡Qué va, asere! ¡Esto de los tronquitos no funciona!” A lo que el otro repone, casi alegre: “Bueno, bróder, pues si el mes que viene no reparten las piedras para encender la candela, ¡ahora sí que se cae esto!”
Y, aunque no puedo evitar reírme, también me pregunto si tendremos que llegar a tanto en este tiempo tan heavy y oscuro como Julio (y el resto de los meses).
Sea como sea, pronto tendré mi ventilador de baterías. O al menos eso creo creer…

¿Tiene futuro el modelo Bukele?
Por Beatriz Magaloni & Alberto Diaz-Cayeros
¿Ha convertido Bukele a El Salvador en el país más seguro de América Latina o en un laboratorio autoritario donde la seguridad avanza a costa de la democracia?