Martí, Rembrandt y la búsqueda de ‘El Dorador’

En víspera de marchar a la guerra, en la carta-testamento a Gonzalo de Quesada, José Martí le propone a su albacea salvar sus textos más queridos sobre arte: 

“Andará V. apurado para no hacer más que un volumen del material del 6to. El Dorador pudiera ser uno de sus artículos, y otro Vereshagin y una reseña de los pintores Impresionistas, y el Cristo de Munckaczy” (José Martí: Carta de Montecristi, 1 de abril de 1895, en Obras completas, Ed. Ciencias Sociales, 1975, t. 1, p. 26).

Curiosamente, el primer artículo de sus recuerdos continúa siendo un misterio: ni Quesada, ni los editores posteriores a él, han podido rescatar ese escrito que Martí quiso dejar para la posteridad.

Investigo. La primera pista relacionada con ese deseo del 1r de abril de 1895 nos la brinda el propio escritor. Al inicio de una de sus cartas a La Nación de Buenos Aires, en febrero de 1887, Martí expresa: 

“Todo ha sido debates, diferencias y cóleras en este mes de enero. Acaso los únicos sucesos amables fueron la sesión pública de la excelente escuela de indios de Carlyle […], y la exhibición de El Dorador de Rembrandt, un burgués de verdad majestuoso” (José Martí: Obras completas, Ob. cit., t. 11, p. 153). 

Estas líneas revelan que el artículo perdido guarda relación con la muestra en Nueva York del mencionado cuadro. Pero, revisando el listado de las obras de Rembrandt, el único título medianamente parecido que encontré es El hombre con yelmo dorado. En caso de que El Dorador fuera ese militar de aspecto español, cobraría sentido la teoría de Fina García Marruz sobre un episodio de la vida de Miguel de Cervantes conocido por Martí:

“El dato (referido al intento de fuga de Argel) aparece también contado en el prólogo de una nueva edición española de las obras de Cervantes, que Martí tuvo ocasión de leer, donde se consignaba el nombre del espía que delató a los cautivos, llamado ʻEl Doradorʼ, a quien dedicaría una crónica a la que dio alguna importancia, pues en las instrucciones que daría a su futuro editor y amigo, Gonzalo de Quesada, le dice que no dejara de recogerla, cuando no menciona otras importantes suyas, y ni siquiera nombra su novela” (Fina García Marruz: “La canción del camino”, en: María Teresa León: Cervantes el soldado que nos enseñó a hablar, La Habana, Editorial Gente Nueva, 2005, p. 184).

Pero hay dos problemas. En cuanto a la autoría, la obra de Rembrandt es polémica: actualmente ese retrato es atribuido a uno de los discípulos del maestro holandés; además, nunca fue exhibido en Nueva York: pasó de Holanda a Londres; durante la Segunda Guerra Mundial despertó el interés de Adolf Hitler, por lo que hoy se encuentra en un museo de Berlín. 

Reacomodé la búsqueda. En vez de la palabra Dorador utilicé sus equivalentes en francés (Doreur) e inglés (Gilder), y entonces sí aparecieron resultados más concretos y confiables. 

En un artículo del New York Times (19 de febrero de 1885) titulado “Rembrandt’s Gilder”, se da noticia de la venta a un misterioso “banquero americano” de un famoso cuadro de Rembrandt llamado “Le Doreur”, que pertenecía al Duque de Morny, en París. Fue la obra mejor pagada en Estados Unidos ese año, y se trataba del primer gran cuadro del artista holandés que llegaba a Nueva York. 

Los pasados de Leonardo Padura. David Leyva González.

El viaje más largo

David Leyva González

Los pasados de Leonardo Padura.

En el periódico The Sun (marzo de 1886) se cuenta que la obra fue adquirida finalmente por el marchante de arte William Schaus, quien pagó por ella 60.000 dólares. En el periódico de Filadelfia The Carbon Advocate (19 de junio de 1886), el corresponsal escribe que a la vuelta de la esquina del restaurante Delmonicoʼs se encuentra la Galería de Arte Shaus, donde se exhiben algunas de las piezas más raras y costosas que se hayan visto en los Estados Unidos, y advierte que para finales de año la gran sorpresa será la exhibición al público de El Dorador de Rembrandt. 

En su artículo “Holiday Arts Show” (17 de diciembre de 1886) el New York Times anuncia que el cuadro se podrá ver el 28 de diciembre; ese día, en el mismo periódico, se puede leer “A painted masterpiece”, la nota que reseña la inauguración y las personalidades que acudieron. El corresponsal de The Carbon Advocate no fue a ver la pintura hasta el mes siguiente; el 22 de enero escribe que, a pesar de las pequeñas dimensiones, el cuadro de Rembrandt es cautivador, la perfección absoluta del retrato humano, y el rostro que refleja es la personificación de la honestidad. 

El articulista cuenta que uno de los efectos más notables de la obra es que, si caminas por la habitación, los ojos del retratado te siguen con una mirada bondadosa y, a medida que la atención se fija, parece como si el señor holandés pudiera salir del lienzo para darnos los buenos días.

Martí, como el corresponsal de The Carbon Advocate, observa la pintura en el mes de enero y su impresión es tal que prepara un artículo. 

Revisando entonces los catálogos del Museo Metropolitano de Nueva York, descubrimos que la obra de Rembrandt identificada en el siglo XIX como Le Doreur o The Gilder es el Retrato de Herman Doomer, título con que se conoce en la actualidad. Fue realizado a inicios de 1640 en óleo sobre madera, con dimensiones de 75,2 cm × 55,2 cm (29.6 in × 21.7 in). 

El marchante Schaus vendió posteriormente el cuadro al millonario H. O. Havemeyer, y a la muerte de este pasó a la colección del Museo Metropolitano, donde se exhibe en la Galería 618. Herman Doomer (1595-1650) fue el más reconocido inventor de marcos, dorador y tallista de ébano de la época de Rembrandt. Entre ellos existió una relación de amistad y trabajo. 

Tanto Doomer como sus hijos laboraban no solo en la fabricación de marcos sino también de armarios y gabinetes de ébano que todavía hoy se cotizan y subastan. No es de dudar que muchas de las obras de la etapa creativa más importante de Rembrandt en Ámsterdam fuesen enmarcadas en ese taller familiar. 

Según la Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa-Calpe, uno de los hijos de Herman, Lamberto Doomer, abandonó el obrador paterno para dedicarse a la pintura, fue acogido como discípulo de Rembrandt y alcanzó mérito y prestigio bajo la égida del maestro. 

Existen tres teorías sobre por qué llamaban El Dorador a esta pintura en el siglo XIX. La primera es que, en París, la grafía del apellido Doomer fue corrompido a Doreur; las otras dos, más verosímiles, son que el título es una alusión directa al oficio de dorador (que Doomer dominaba a la perfección) o a la hermosa luz dorada que contiene el retrato y que atrapa la atención del espectador. 

¿Pudo haber hablado Martí de estas cosas? Los articulistas de aquellos años mostraron poco conocimiento histórico del retratado y centraron su interés en el acabado formal y los detalles del mercado del arte que propiciaron el arribo de ese óleo a Nueva York.

Gracias a la labor del minucioso investigador Ricardo Luis Hernández Otero, se conoce ya que el artículo de Martí sobre El Dorador de Rembrandt fue publicado en marzo de 1887 en La América de Nueva York, en un número que hasta ahora no ha sido encontrado en bibliotecas cubanas. 

El dato lo descubre Hernández Otero en el periódico cubano El País, en la sección “Bibliografía” del 28 de abril de 1887. Un dato interesante es que El País, un diario autonomista contrario a la visión política martiana, al anunciar el sumario de la revista La América coloca entre paréntesis, al lado del título “El Dorador de Rembrandt”, el calificativo: “bellísimo artículo de José Martí”.

Y un dato curioso: el retrato de Herman Doomer no se mostraba en el siglo XVII solo, sino acompañado. Rembrandt pintó a su amigo dorador, pero no solo sentía afecto por Herman, sino también por su esposa Baertjen Martens, a la que también retrató. Ese fue el regalo que les hizo a ambos para la posteridad. 

Al morir Doomer, la viuda le pidió a su hijo Lamberto, por su conocimiento del estilo de Rembrandt, que hiciera copia de ambos retratos para sus hermanos; hoy en día esas copias pueden verse en museos de Alemania y Holanda. Pero los originales, lamentablemente, se separaron. El Dorador fue a dar a Nueva York, donde fue admirado por Martí, mientras que el retrato de Baertjen Martens terminó en el museo Hermitage, en San Petersburgo. 

Tanto Martí como Fina García Marruz, en épocas y momentos diferentes, se sintieron atraídos por esos retratos que debían estar juntos. En Nueva York, Martí le dedica un texto, aún desaparecido, al rostro de Herman con sombrero y capa; García Marruz, al visitar el Hermitage, contempla a la esposa de El Dorador y escribe un pequeño poema con la voz de ella, como si fuese ella quien hablase con Rembrandt:

“—Pues sí, si quiere,
si se empeña, posaré
para usted, pero solo
por una hora, que no tengo
demasiado tiempo, solo
por una hora!”
dijo plegando
los labios hacendosos
por toda la eternidad
esa buena señora Baertjen
Martens Doomer.

Será difícil que este matrimonio, los Doomer, vuelvan a estar juntos en una sala de museo. Habría que franquear rivalidades de todo tipo entre Estados Unidos y Rusia. Tal vez algún millonario holandés, enamorado de la historia del arte, se proponga esta empresa. 

Lo que sí está en nuestras manos es localizar en hemerotecas públicas, privadas o digitales aquella revista La América de marzo de 1887 y sacar del olvido “El Dorador de Rembrandt”. De aparecer ese “bellísimo artículo de José Martí”, según el periódico El País, podremos sentir que encontramos un tesoro perdido: un Dorado más sencillo y realista que aquel que buscaron en vano los marinos españoles.


Crítica de la razón populista. Ideología y literatura. Duanel Diaz Infante

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