“¿Embargo? ¿Qué embargo?”

El resultado de la votación de esta semana en la ONU sobre el embargo no está en duda, como tampoco lo está el tenor de la conversación que seguirá. Como siempre, el debate sobre los profundos retos económicos, políticos y sociales de Cuba se reducirá a una propuesta entre una cosa o la otra. 

“¡Dejad vivir a Cuba!”, aclamarán los círculos de solidaridad, presentando las sanciones como la raíz de los males de la isla, restringiéndolos generalmente al ámbito económico. 

“¿Embargo? ¿Qué embargo?”, alegarán muchos opositores al gobierno cubano. “Eso” no es un factor, y ciertamente no es el problema, desde su punto de vista; “ellos” lo son, es decir, los líderes y las políticas del Estado cubano.

Curiosamente, negar que las sanciones generales de Estados Unidos tengan alguna incidencia sobre la economía cubana —señalando, por ejemplo, la ostensible capacidad de Cuba para comerciar con el resto del mundo, o las lagunas en la ley que permiten las ventas agrícolas desde Estados Unidos— parecería negar que tengan una razón de ser. ¿Qué sentido tienen las sanciones, en principio, si no privan realmente a un país/gobierno/líder de los recursos económicos suficientes como para inducir cambios políticos? 

Por otra parte, sostener que las sanciones de Estados Unidos son “el principal obstáculo para el desarrollo económico de Cuba”, un argumento frecuente de La Habana, es ignorar la evidencia obvia de la necesidad de una mayor liberalización económica, como los principales economistas —¡y ciudadanos!— de la Isla han argumentado incesantemente.

El mundo debería tener un debate más sólido sobre las contribuciones relativas de los factores internos y externos a la profunda crisis actual de Cuba, incluyendo el trato del gobierno a los opositores internos. 

Pero esta no es la discusión que escucharemos. Porque lo que hace la votación de la ONU es obligar a los Estados y a la opinión pública internacional a adoptar una postura sobre el “problema de Cuba” presentado en términos binarios, como un asunto solo de relaciones exteriores —nunca de política interna cubana—, en un foro que acapara una mayor atención global que cualquier otro en el que se discuta sobre Cuba a nivel internacional. 

La Habana lo sabe, lo ha cultivado y continuará utilizándolo con gran efecto para perpetuar un teatro de lealtades al estilo de la Guerra Fría: “estás con nosotros o contra nosotros”. Mientras tanto, los que profesan su fe en la eficacia de las sanciones unilaterales como herramienta o símbolo —a pesar de seis décadas de pruebas en contra—, o en su total irrelevancia para los problemas de la Isla, suelen hacer lo mismo, negándose a aceptar que pueda haber algún debate, o algún punto más allá del cual imponer más dificultades requiera un precio demasiado alto desde el punto de vista ético y humanitario.

El historiador Louis A. Pérez Jr. tenía razón al referirse recientemente al embargo como una política a la deriva “en un bucle recurrente de la historia […], vacía de resultados”. La inercia, la circularidad y la previsibilidad definen también el debate en torno a su futuro. 

“Reconocer las consecuencias nocivas de las sanciones de Estados Unidos no es desconocer o desestimar los fracasos del gobierno cubano”, escribe. Lamentablemente, esa falsa opción, y su inversa, sigue siendo la forma en que se enmarca el debate.


Michael Bustamante, Universidad de Miami.




In English:

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“Embargo? What embargo?”

Michael Bustamante

“Let Cuba Live!” solidarity circles will cheer. “Embargo? What embargo?” many Cuban government opponents will allege.