De pequeño, yo quería ser el niño al que Fidel besaba en televisión. Todos los días, antes de las aventuras, ponían esa imagen. Solían ser niños de diferentes razas, tamaños, lugares de Cuba. Tuve ese deseo hasta sexto grado, hasta que me quité la pañoleta para siempre.
Luego vinieron las escuelas al campo, las escuelas de conducta, las escuelas para la defensa, el servicio militar. Cambiar el lápiz por el fusil. Estar cagado de miedo todo el día, con un nudo en el estómago, sin ganas de comerse la harina con chícharo, el cerelac y el huevo hervido. Tener la sensación de ser cada vez menos niño, menos humano, menos persona.
Mi deseo no era muy diferente al de los niños de mi edad; no me sentía raro por eso. Era común salir gritando “¡Adiós, Fidelǃ”, cuando un helicóptero sobrevolaba la escuela. La imagen militar sobre la imagen del niño, como en una postal bélica. Solo que en lugar de lágrimas había sonrisas, y al lado de cada sonrisa un AKM, esperando para sustituir al lápiz.
Todavía es común ver niños desfilando, llevando flores a los héroes caídos, haciendo un saludo militar cuando alguien vota en las urnas, gritando o leyendo discursos en las tribunas, regurgitando las consignas “¡Seremos como el Che!” o “¡Pioneros por el comunismo!”, marchando y creciendo así, rotos.
Nada ha cambiado: aquí los niños siguen siendo por el comunismo, están indisolublemente ligados a la ideología y a las organizaciones políticas, como una religión congénita.
La mayoría de las veces no percibimos retorcimiento en acciones donde se utilizan a los niños para fines ideológicos. La violencia y el abuso en estas prácticas son tan sutiles, casi imperceptibles para nuestro ojo acrítico, que muchas veces pasamos por alto un fenómeno político recientemente reconocido como “pedofrastia”.
Al igual que la pederastia, la pedofrastia es considerada un abuso, solo que no de índole sexual. Según Fundéu RAE, es un neologismo válido en español para hacer referencia a “la estrategia de recurrir a niños en un discurso o debate con el fin de conmover a la audiencia, de modo que se deje llevar más por las emociones que por la razón”.
El término fue popularizado en las redes sociales en 2019, a raíz del escándalo mundial que generó Greta Thunberg, la niña ecologista. Lo acuñó el ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb, que lo define como “la argumentación en la que se recurre a niños para dejar en evidencia al oponente, ya que, ante niños que sufren, todo el mundo se queda indefenso y desaparece el escepticismo: nadie es capaz de dudar de la autenticidad del argumento o de la fuente de información”.
La retórica comunista cubana también ha usado la imagen de los niños para afirmar la obra de la Revolución a través de discursos demagógicos. El demagogo es hipócrita en su decir y en su actuar, crea una degeneración de la democracia y gobierna en nombre del pueblo. En ese sentido, la pedofrastia es demagógica, ya que al pedofrasta no le interesa el niño como persona, sino como símbolo: la conmoción que puede generar en las masas la “imagen niño”.
En el archivo de los discursos presidenciales existe más de una referencia a la niñez. Solo queda comparar las promesas de aquellos primeros años revolucionarios con la realidad que vivimos hoy:
“Que podamos decirles al pueblo y al mundo, que como un esfuerzo más de nuestra Revolución, como un esfuerzo más de nuestro pueblo, no quedará un solo niño sin escuela, y esto significa el desarrollo de la inteligencia de todos nuestros niños”. (Fidel Castro Ruz. Discurso en el acto de apertura del Primer Congreso Nacional de maestros rurales. La Habana, 27 de agosto de 1959).
“Y en eso es en lo que más debemos pensar: en los niños de hoy, que son el pueblo de mañana. Hay que cuidarlos y velar por ellos como los pilares con que se funda una obra verdaderamente hermosa y verdaderamente útil”. (Fidel Castro Ruz. Discurso pronunciado al hacer entrega de la fortaleza militar al Ministerio de Educación. La Habana, 24 de febrero de 1960).
“Yo creo que para darles el ingreso a los pioneros, a cualquiera de ustedes, vamos a tener que poner un requisito, y es el requisito de que se sepan callar la boca (…). Nosotros queremos que la organización de pioneros cubanos sea una gran organización; nosotros queremos que nuestros niños sean los niños más estudiosos, los niños que mejor se porten; nosotros queremos que nuestros niños sean los más organizados; nosotros queremos que nuestros niños sean los más felices; nosotros queremos sentirnos siempre orgullosos de los niños, ver que los niños comprenden, y ver que los niños están ayudando a hacer la Revolución, y que de verdad los niños son revolucionarios”. (Fidel Castro Ruz. Discurso pronunciado en el Acto de Inauguración del Palacio de los Pioneros. La Habana, 6 de enero de 1962).
Hoy no queda más que un pueblo altamente envejecido; casi toda la población joven emigra, dejando fracturas familiares generaciones huecas. Los niños del mañana seguramente emigrarán también, y en las casas cubanas la historia se repetirá.
Un niño no se cría a base de leche, yogur y pan, con un trozo de pollo al mes. No es justo que los padres no puedan comprarle a sus hijos un paquete de chucherías, porque este se vende en una moneda a la que no tienen acceso, una moneda que no es para el trabajador promedio de este país.
Pero, proletarios del mundo, ¡uníos! Marchen y griten en los desfiles del Primero de Mayo, lleguen a su casa sin nada para sus hijos.
La generación de mis padres, la recordaré siempre como la generación del miedo.
Es un comportamiento pedofrástico: niños cantando sus apologías a los héroes, integrando las filas obligatorias de la OPJM, repitiendo lemas en actos políticos bajo el sol, custodiando las urnas de votaciones (como si algún “sesudo” quisiera coaccionar el voto). Niños-eslóganes, niños moldeados, niños intervenidos por el adoctrinamiento, del cual es muy difícil zafarse.
Es un comportamiento pedofrástico, tanto en Cuba como en Estados Unidos, mediatizar el suceso de Elián González cuando tan solo tenía seis años.
Es un comportamiento pedofrástico entregar a cada CDR álbumes de fotos para que otros niños se preguntaran qué había hecho realmente Elián, por qué la mamá de Elián era mala, por qué quería llevárselo de su patria, por qué el presidente iba a los cumpleaños de Elián, qué tenía Elián que no tuvieran otros niños…
La respuesta es: nada. El niño podía ser cualquier otro niño, podía cambiar de rostro o de nombre. Lo importante era la circunstancia política que lo rodeaba y que venía como anillo al dedo para culpar al enemigo de los males de nuestro pueblo.
¿Qué enemigo? ¿Qué pueblo?
Es un comportamiento pedofrástico que los ministros escondan las estafas de nuestros alimentos y nuestros servicios de telecomunicación tras un trampantojo: los altos precios son para la leche de los niños, dicen.
Es un comportamiento pedofrástico exportar la supuesta felicidad de la infancia cubana como ejemplo para el mundo, cuando sabemos que este no es el futuro que queremos para nuestros hijos, que aquí le tenemos que dedicar más tiempo a la supervivencia que a la felicidad.
Hay dulces y juguetes en tiendas que no están hechas para nuestros niños. Hay hoteles y atracciones a los que sería impensable llevar a nuestros niños. No hay ropas, zapatos, mochilas para nuestros niños.
No es que sea difícil explicarles el porqué (como escribía una madre, solicitando al periódico Venceremos que escondieran las golosinas en MLC que hacían llorar a los niños); es que resulta tan doloroso, tan absurdamente doloroso, habernos creído todas las mentiras y aprender ahora a vivir sin nada, en un circo donde todos somos los bufones, los animales, la mierda. Pero aquí seguimos, esperando a los yumas. Les ofrecemos a los niños como mendigos, porque eso conmueve, y uno no sabe con cuántas monedas vuelvan a casa.
¡Viva el 10 de octubre!
El pasado 10 de octubre el gobierno organizó ridículos actos de repudio contra intelectuales, periodistas y artivistas. El día que se celebra la independencia de Cuba. Carlos Manuel de Céspedes libera a sus esclavos y, 152 años después, la policía política cubana pone cepos al que piensa diferente, al que se rebela o alza la voz.