Cierta vez, reconocido por uno de mis perjudicados, tuve que escabullirme entre el gentío del Downtown de Miami huyéndole a las voces y gestos que me acusaban de embaucador. Hubo quienes, como es natural en estos casos, se me quedaron mirando; pero yo, sin aminorar el paso, miraba hacia el cielo para confundirlos.