Cuando en 2016, Néstor Díaz de Villegas (NDDV) decidió tomar un avión con destino a La Habana, después de treinta y siete años en Estados Unidos, recibió críticas enconadas. Lo acusaron de inconsecuente, de agente infiltrado, incluso, de soplón. El viaje, su regreso a Ítaca, fue leído por muchos como un acto de traición no solo al exilio, sino, también, a sí mismo, a su propia biografía de “gusano”.