Lloro porque hay un futuro en el que podremos regresar al arroz desgranado de nuestras madres, a los mambises descamisados y negros, a la Cuba judía y musulmana, a la conga donde no manda el CENESEX, sino la latica y el palo de mis primos más pequeños, mientras los mayores pueden, al fin, vivir de su salario. Lloro porque, en tierra orisha, se está arrimando un día de sol.
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Trump no es el culpable
Solamente a Manolo, revendedor de periódicos en el agromercado de 19 y 42, le he escuchado plantar cara a tal imaginario: “La cosa en Cuba no está mala por culpa de Trump, él llegó a esta película hace poquito y cuando se vaya la cosa seguirá igual de jodida”.