Manejando taxis Uber hay sólo una cosa que ya nunca hago, esté viviendo o de paso en la ciudad en que esté de paso o viviendo. Y eso que nunca hago, eso que ya no podría hacer aunque quisiera, ni aunque me pagaran una millonada, es la cosa más natural en el mundo moderno: atravesar un túnel.
No es superstición de catastrofismo. Ni mucho menos claustrofobia. Es algo mucho más íntimo e inexplicable.
Empezó cuando una vez tuve una visión. De pánico, de locura. Era tarde como carajo en Nueva York. Tal vez me quedé dormido al volante. No sé. Da igual.
Metí el carro en el túnel bajo el río Hudson, saliendo como para New Jersey, y entonces sucedió.
Todos esos malditos túneles de aquella compañía francesa de excavación en los inconcebibles cincuentas. Todos cortados con los mismos buldóceres, todos emparedados con azulejos blancos y azules bajo las indistinguibles luces frías de blanco neón. Todos idénticos, como espejos. Como espejismos. Con su doble vía y su caminito con baranda dorada para los peatones invisibles. Todos, por supuesto, conectando Casablanca o Manhattan con la única ciudad que habita el corazón cubano y que alguna vez fue llamada La Habana.
Cuando salí al Turnpike de Nueva Jersey, estaba en la curvita de La Punta en pleno Malecón. No tengo que añadir nada más. Pensé que me había dado una embolia. Casi se me sale de la carretera y me vi dando varias vueltas de campana más allá de la cuneta.
Recé al cielo. Recé a su vacío inverosímil de Dios. Cerré los ojos. Me despedí de todas las personas que, sin saberlo, a veces sin quererlo, yo había amado para siempre sobre la faz de La Tierra.
Abrí los ojos. No quedaban trazas de mi visión. La Habana nunca había existido a la salida del túnel. Pero, a partir de esa experiencia límite, todos los túneles son inevitablemente el túnel de La Habana.
No es estrés postraumático. Ni mucho menos una obsesión compulsiva. Es, creo que ya lo dije antes, algo mucho más inexplicable e intimidante.
Por eso manejando taxis Uber (de hecho, manejando o incluso viajando de pasajero dentro de cualquier carro) nunca he vuelto a atravesar un túnel en mi vida. No quiero arriesgarme a saber la verdad.
No podría sobrevivir a verme de vuelta en La Habana de manera tan súbita. No podría sobrevivir tras darme cuenta de que La Habana se ha ido de manera tan súbita de mí.
Uber Cuba 0096
Ese mismo miércoles, de madrugada, Santiaguito Feliú se acababa de morir de manera repentina en la Isla. A sus cincuentiuno o cincuentidos años.