Personajes planos, parrafitos raquíticos, anécdotas huecas. Acción desmotivada, diálogos sin función. Cero descripciones o atmósferas. Esta mierda no parece ni literatura cubana. Es decir, no parece ni literatura. Y así es imposible impresionar con estas cagarrutias de Uber a un Duanel Díaz, por ejemplo, o a un Rafael Rojas (en cualquier orden de relevancia, por favor: no se mátense).
Es la hora de parar esta sección sin sentido. A la patada. Me está arruinando mi carrera literaria, que ya era antes de empezar una ruina, pero perdonable por la bobería de los arrestos en Cuba y la contrarrevolución digital.
Es la hora de desinstalar la aplicación de Uber de mi móvil viejito. De hecho, lo conservo desde que salí de Cuba el martes 5 de marzo del 2013, como un regalo del presidente Obama que me llegó a través de los millonarios pro-Castro de la mafia amorosa de Miami.
Miren, cubanos que me escuchan, si ya cerré mi Facebook y mi Twitter, también me puedo ir al carajo de aquí. Esto se está acabando, compañeros y compañeras. A la hora de recoger los bates. El exilio, exhausta. Cuba te reclama el culo y las calles cochinas de La Habana comienzan a quedarme cada día un poco más cerca del corazón. Por si acaso yo regreso.
Prepárense, taxistas de la Seguridad del Estado.