El entendimiento es el mismo en todos los animales y hombres. Y tiene siempre la misma forma simple: es conocimiento de la causalidad, del tránsito del efecto a la causa y de la causa al efecto. Nada más. El resto es retórica dogmática e ideologizada para darle un viso de necesidad histórica a ese crimen de lesa humanidad llamado la Revolución.
Yo pensaba en Schopenhauer mientras manejaba de Missouri a Indiana a Kentucky, a participar en un evento de la comunidad cubana que reside allí, donde incluso imprimen una revista llamada El Kentubano (https://www.elkentubano.com).
Todo conocimiento es simplemente una manifestación, diferente solo en el grado, de la misma y única función del entendimiento, mediante la cual incluso un animal intuye que la causa que actúa sobre su cuerpo es un objeto en el espacio.
Cruzando los ríos y puentes del medio-oeste norteamericano, me preguntaba si Schopenhauer hablaba de los cubanos en El mundo como voluntad y representación. Y aún más, si alguna mencionó algo ni siquiera remotamente relacionado con los asuntos cubanos. Y, llegado el caso, si su cerebro de germano genial reparó en vida, aunque fuera de soslayo, en la existencia de una islita llamada Cuba, si bien por esos años (1788-1860) nuestro país no estaba habitado ni por un solo cubano.
Son cosas que me vienen así como así de pronto a la cabeza. Sin causa ni consecuencia. Mientras envejezco al timón de mi taxi Uber, un objeto rodante sin sujeto identificado (es decir, yo), dentro del cual voy matando las horas del exilio, a la par que intento ganarme unos pesitos de más por encima de mi estipendio estudiantil universitario.
La única mención de Cuba que recuerdo de Schopenhauer está colada, casi de contrabando, en su ensayo sobre la religión. Y es para referirse a la naturaleza genocida de nuestros orígenes, para horror de los origenistas cubanos como Lezama Lima, los que apostaron hasta el culo a la idea de un idilio cubano como inicio e inspiración para nuestra civilitud.
Ah, pero el filósofo alemán no cree ni en su madre y nos suelta sin ningún tapujo que en Cuba desde el comienzo todo ha sido una especie de acabose: para empezar, los aborígenes fueron sin ninguna contemplación “completamente exterminados”.
Manejando, el paisaje de los Estados Unidos puede llegar a ser devastador de tan feo y estéril. Yerto, yermo. Vacío, baldío.
La otra sensación que tengo al manejar es que la nación se ha convertido en un Museo Nacional de los Estados Unidos. Aquí ya todo pasó, todo ya ocurrió en un pasado glorioso, épico, ido. Las grandes hazañas del capitalismo civilizatorio fueron realizadas por héroes de los que hoy no queda ya ni rastro, ni el recuerdo. La nación ha sido sustituida por su representación sin voluntad de acción en las redes sociales, así como por una economía fantasma de clientela digital.
Incluida la empresa Uber, por supuesto.
Incluido este humilde Ur-chofer Orlando Luis Pardo Lazo, ex-cubano ex-escritor que está ya muy exhausto de ser un triste testigo sin contemporáneos: un conductor cansadito de la cabeza al culo de seguir siendo el amante acéfalo de una cubanidad que nunca existió en la acción física, sino sólo en esta o aquella estafa escritural.
Espantado de todo me refugio en Trump
El libro más reciente de Orlando Luis Pardo Lazo.
“El escritor cubano más audaz, el más incorrecto, el más sincero. Un libro que no te puedes perder”.