Uber Cuba 0061

· Uber Cuba 0060


Era la primavera otra vez. Y el mundo era otra vez hermoso. Al menos para la mayoría del mundo. Para mí, no tanto. La primavera me aburre. Y es un augurio pésimo del verano.

Colgaban recuerdos de cada uno de los árboles del barrio. Había sido un invierno incisivamente largo. 

Central West End se iluminaba de pronto con todo tipo de flores y frutos, con todo tipo de pájaros y bicharraquitos volantes. Era la apoteosis simultánea de la ornitología y la entomología norteamericanas. Pero a mí el odio se me hacía coágulos dentro de la sangre.

Fotofobia. Músicafobia. Vidafobia.

Manejaba y manejaba como un loco por las calles recalentadas de Saint Louis. De día y de noche, al volante de mi taxi. En cualquier caso, nunca conseguía dormir. Ni calmarme el sistema nervioso central. Ninguna droga funcionaba ni de casualidad. 

Era un tormento estar vivo. Era un tormento hacer más y más dinero en mi Uber de alquiler. Ahora entendía plenamente al norteamericano promedio, con su carga de desprecio antidemocrático por Norteamérica. Me estaba convirtiendo en uno de ellos. 

Toda mi excepcionalidad de guerrero luminoso de las letras cubanas se me estaba yendo a la mierda. La tierra prometida era un erial. Sólo me faltaba ahora la humillación legal de acatar el juramento de los inmigrantes sin patria pero con amo. La mano derecha crispada sobre el corazón con que vivo, para hacerme por fin “ciudadano”. Y, por supuesto, no hay que especificar aquí ciudadano de dónde: sólo es posible ser ciudadano de los Estados Unidos.

“Entrenamiento de primavera”, diría el viejo John Fante en su novela de juventud Espera la primavera, Bandini. Exhaustivo, exhaustante. En mi caso es quisquillosamente al revés. Espera el invierno, OLPL: espera los cielos grises del exilio y el frío atmosférico que acaricie el frío fidelista debajo de tu esternón.

Parqueé el carro a lo comoquiera en el sótano aéreo de mi universidad. Parece una contradicción. Y lo es. Por eso mismo lo repito en todo su carácter contradictorio, de tan real: Parqueé el carro a lo comoquiera en el sótano aéreo de mi universidad.

Busqué en la guantera. La extraje, la olí. Perfume de plomo, promiscuidad de personajes perdidos. No hice nada. Sabía que no iba a hacer nada. Al contrario, que es otra contradicción. Recordé que ya esto me había pasado en un taxi Uber, pero jugando yo el rol del pasajero y no el simulacro de ser un chofer.

La guardé de nuevo y cerré la guantera. Me olí las manos. Ni perfume ni peste, ni nada. Pura piel. Puro personaje. Pura perdición.

De pinga el caso, Bandini. 

De pinga el caso, John Fante. 

De pinga tu casito, Orlando Luis Pardo Lazo.

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