Uber Cuba 0125

Yo vivía convencido de que el tipo era de Kazajistán, pero resulta que se trata de un simple inglés. Para colmo, londinense. 

Estoy hablando, por supuesto, de Sacha Baron Cohen. Un nombre que, por lo demás, siempre creí que era el más falso de sus innumerables seudónimos, que acaso hayan sido solo tres a lo largo de su carrera como actor: Ali G, Borat Sagdiyev y Brüno Gehard.

Yo manejaba Broadway abajo en Nueva York cuando se me montó en mi taxi.

Sacha Baron Cohen no venía solo, sino con un brazo pasado por encima de los hombros de Rudy Giuliani, el antiguo alcalde de la ciudad. Y, entre ambos, retozaba una rubita mitad rusa y mitad enana, que no parecía hablar ni pizca de inglés. La llamaban María. Así, María, en español. Y lo cierto es que iban muertos de risa los tres. Ahítos de sus propias travesuras.

Se acercaban las fiestas de Halloween.

Se acercaban las elecciones presidenciales del martes 3 de noviembre del 2020.

Se acercaba mi primera década como exiliado, y yo todavía seguía fuera de Cuba. Como si fuera la cosa más natural del mundo.

Sacha Baron Cohen nació el mismo año que yo, en el otoño de 1971.

Rudy Giuliani, con su sonrisita de ratoncito Pérez mafioso, andaba ya por los 76.

Y la rusita loca María no pude saber bien si dijeron que tenía 15 o 25, pero obviamente a todos les daba igual. Porque la rubita estaba muy borracha o era muy infantil. O muy ambas cosas a la vez, bajo su vestidito corto a medio poner o medio quitar, casi acostada sobre sus amigos en el asiento trasero del Uber.

Al parecer, venían de una especie de orgía a trío, en alguno de los 59 pisos de la Torre Trump. Últimamente esa cifra me sale hasta en la sopa. 59, 59, 59. Para los cubanos y los tibetanos de la prehistoria, como yo, es un año bien difícil de desdibujar. 1959. Y lo bonita que se ve esa cifra, con ese uno y ese cinco y ese par de nueves tan art decó.

En verdad, no entendí los detalles del engranaje erótico. Pero al parecer el septuagenario había sido el héroe de las acciones posesivas, repartiendo a diestra y siniestra su vigor vital a base de Viagra. Su sabiduría seminal de diablo que más sabe por viejo que por diablo. Y que más saborea también.

En cualquier caso, alardeaban en un inglés con acento acérrimo sobre lo divertido que había sido filmar aquella sesión trumpista de placer, deleitándose ante una vista aérea de Manhattan.

Los dejé a cada uno en su dirección particular, como escolares disciplinados, y me quedé con una rara impresión del viaje.

Quiero decir, con una pésima premonición de todo lo que había oído mientras manejaba. Y todo lo que a ratos me había robado visualmente a través del espejo retrovisor.

Conociendo como conocía al desconocido Sacha Baron Cohen, y sabiendo que a Rudy Giuliani la izquierda norteamericana lo está cazando hace rato, para hacerlo talco por su apoyo sin pena a Donald Trump, la bacanal me olía a podrido. Mucho más con una inmigrante poscomunista metida en el medio.

Pero después pensé que acaso ninguno de ellos debía ser en realidad ninguno de ellos. Perfectamente los tres estuvieran disfrazados por Halloween. Por eso sobreactuaban tanto sus gestos y parlamentos. O tal vez así se divertían esperpénticamente en Nueva York para esperar, en son de un aquelarre más alcohólico que espermático, los radicales resultados de las elecciones presidenciales del martes 3 de noviembre.

Había sido un 2020 desolador.

Nueve millones de corona-casos y un cuarto de millón de cadáveres con ciudadanía norteamericana concedida.

Además, con una cuarentena castrista de costa a costa de la Unión y de norte a sur de la Confederación. 

Mejor, ni respirar.

Y así, como echado sobre el timón y con ideas tristísimas, enfilé mi Honda rumbo a la casa donde me estaba quedando, al otro lado del Hudson undoso. Como un Martí al volante de mi inverosímil verbo y volátil imaginación.

Era tarde hasta para arrepentirse de todo. La madrugada era magnífica. Según el GPS, llegaría sobre las 5. 

Crucé el puente sobre el hondón del Hudson. Luego, las lomitas de New Jersey, con sus colinas súbitas de asfalto batistiano. Y yo pensando y pensando, para que no se me desdibujaran de la memoria: 

―Lola, yaya, jolongo, balcón, cupey, majagua. 

 Nos embarcamos.




Cuban American Deepfake - Orlando Luis Pardo Lazo

Uber Cuba 0124

Orlando Luis Pardo Lazo

Este es el novelista cubano que se le escapó al lazo corredizo de la crítica de los Rojas, los Duaneles y los Fornet. Este sujeto huyuyo se le escapó incluso a la mafia de Miami. Estoy hablando de un tipo capaz de salir indemne de la corrección política, en una Norteamérica que nunca fue tan poco great como lo es ahora.