El 20 de agosto de 2020, durante un vuelo de la ciudad siberiana de Tomsk a Moscú, el líder de la oposición rusa y activista anticorrupción Alexei Navalny pensó que se moría: estaba desorientado y sentía que su cuerpo se apagaba. El avión aterrizó de emergencia en Omsk y Navalny fue hospitalizado. Dos días después, gracias a la insistencia de su esposa, Yulia Navalnaya, y a la presión internacional, las autoridades rusas permitieron que un avión alemán lo trasladara a Berlín para recibir tratamiento.
Navalny salió del coma el 7 de septiembre. Una semana después, anunció su intención de regresar pronto a Rusia, a pesar del evidente peligro. Los médicos concluyeron que Navalny había sido envenenado con un agente nervioso mortal llamado Novichok. Mientras se recuperaba en la campiña alemana, empezó a escribir sus memorias, “Patriota”, y a investigar el atentado contra su vida. No tenía ninguna duda de que había sido decisión de Vladimir Putin y obra del F.S.B., los servicios de seguridad rusos, pero estaba decidido a descubrir los detalles. Durante una inolvidable llamada telefónica, que fue filmada para un documental sobre su vida, Navalny engañó a un agente del F.S.B. para que le describiera cómo los agentes habían irrumpido en su habitación de hotel en Tomsk y habían dosificado su ropa con el veneno.
El 17 de enero de 2021, Alexei y Yulia volaron de regreso a Moscú. Navalny fue detenido en el aeropuerto. A pesar de las protestas internacionales en su favor, Navalny entró inmediatamente en un inframundo de cargos penales inventados (malversación, fraude, “extremismo”, etc.), celdas de prisión y confinamiento solitario. A finales de 2023, aterrizó en la colonia de “régimen especial” conocida como Lobo Polar, al norte del Círculo Polar Ártico. En cautiverio, se las arregló para llevar un diario e, incluso, hizo que su equipo publicara algunas entradas en las redes sociales. En un post de Facebook, explicó por qué se negaba a vivir su vida en la seguridad del exilio: “Tengo mi país y mis convicciones. No quiero renunciar a mi país ni traicionarlo. Si tus convicciones significan algo, debes estar preparado para defenderlas y hacer sacrificios si es necesario”.
2022
17 de enero
Hoy hace exactamente un año que volví a casa, a Rusia.
No conseguí dar un solo paso en el suelo de mi país como hombre libre: Me detuvieron incluso antes del control fronterizo.
El héroe de uno de mis libros favoritos, “Resurrección”, de León Tolstoi, dice: “Sí, el único lugar adecuado para un hombre honesto en Rusia en la actualidad es la cárcel”.
Suena bien, pero estaba mal entonces, y está aún más mal ahora.
En Rusia hay mucha gente honrada: decenas de millones. Hay mucha más de la que se cree.
Sin embargo, las autoridades, que eran repugnantes entonces y lo son aún más ahora, no tienen miedo de la gente honrada, sino de quienes no les tienen miedo. O permítanme ser más preciso: aquellos que pueden tener miedo pero superan su miedo.
También hay muchos. Nos los encontramos todo el tiempo, en todo tipo de lugares, desde mítines a medios de comunicación, gente que sigue siendo independiente. Incluso aquí, en Instagram. Hace poco leí que el Ministerio del Interior estaba despidiendo a personal al que le habían “gustado” mis publicaciones. Así que en Rusia, en 2022, hasta un “me gusta” puede ser valiente.
En todas las épocas, la esencia de la política ha sido que un zar de pacotilla que quiere arrogarse el derecho a un poder personal e irresponsable necesita intimidar a la gente honrada que no le tiene miedo. Y ellos, a su vez, necesitan convencer a todos los que les rodean de que no deben tener miedo, de que hay, por un orden de magnitud, más gente honesta que los malvados guardias de seguridad del pequeño zar. ¿Por qué vivir toda la vida con miedo, incluso siendo robado en el proceso, si todo se puede arreglar de otra manera y con más justicia?
El péndulo oscila sin cesar. O el tira y afloja. Hoy eres valiente. Mañana parece que te han asustado un poco. Y pasado mañana te han asustado tanto que te desesperas y vuelves a ser valiente.
No tengo ni idea de cuándo terminará mi viaje al espacio, si es que termina alguna vez, pero el viernes me informaron de que se ha abierto otra causa penal contra mí y que va a ir a los tribunales. Y hay otra más en camino, en la que supuestamente soy un extremista y un terrorista. Así que soy uno de esos cosmonautas que no cuentan los días hasta el final de su mandato. ¿Qué hay que contar? Hay gente que ha estado en la cárcel hasta veintisiete años.
Pero me encuentro en esta compañía de cosmonautas, precisamente, porque hice todo lo posible por tirar de mi extremo de la cuerda. Atraje hacia este lado a aquellos de entre la gente honesta que no querían o no podían soportar más el miedo.
Eso es lo que hice. No me arrepiento ni por un segundo. Y seguiré haciéndolo.
Después de haber pasado mi primer año en la cárcel, quiero decirles a todos exactamente lo mismo que grité a los que se reunieron fuera del tribunal, cuando los guardias me llevaban al camión de la policía: No tengáis miedo de nada. Este es nuestro país y es el único que tenemos.
Lo único que debemos temer es que entreguemos nuestra patria para que la saquee una banda de mentirosos, ladrones e hipócritas. Que entreguemos sin luchar, voluntariamente, nuestro propio futuro y el de nuestros hijos.
Muchas gracias a todos por vuestro apoyo. Puedo sentirlo.
Sólo me gustaría añadir: Este año ha pasado increíblemente rápido. Parece que fue ayer cuando me subía al avión rumbo a Moscú, y ahora ya he cumplido un año en prisión. Es cierto lo que dicen los libros de ciencia: el tiempo en la Tierra y en el espacio transcurre a velocidades diferentes.
Os quiero a todos. Abrazos a todos.
22 de marzo
Nueve años de régimen estricto. Hoy, 22 de marzo, se anunció una nueva sentencia. Antes de eso, hice un sorteo con mis abogados. Los perdedores tendrían que invitar a una copa a quien ganara. Olga calculó entre once y quince años. Vadim sorprendió a todos con su predicción de exactamente doce años y seis meses. Yo acerté entre siete y ocho años y fui el ganador.
Decidí grabar mis sentimientos de inmediato, porque durante todo el año me había estado entrenando para situaciones como la de hoy, desarrollando lo que yo llamo mi “Zen carcelario”.
Se mire como se mire, nueve años, especialmente en condiciones “estrictas”, es una condena extremadamente larga. En Rusia, la pena media por asesinato es de siete años.
Un preso condenado a una pena adicional de nueve años va a estar, como mínimo, disgustado. Cuando volví a la prisión, todo el mundo —que, por supuesto, ya sabía lo de la condena— me dirigió una mirada especial. ¿Cómo me lo estaba tomando? ¿Cuál era la expresión de mi cara? Al fin y al cabo, es intrigante ver la reacción de alguien cuando le acaban de decir que va a cumplir la condena más larga de todo el complejo penitenciario. Y que va a ser enviado a un lugar especialmente lúgubre y normalmente reservado para asesinos. Nadie va a venir a preguntarme cómo me siento, pero todo el mundo tiene curiosidad por ver cómo acaba esto. Es una ocasión en la que una persona podría ahorcarse o cortarse las venas.
Pero estoy completamente bien. Incluso “mi” carcelero me dijo en el transcurso de un cacheo al desnudo realmente molesto: “No me parece que estés tan alterado”. Estoy muy bien. Escribo esto no porque quiera aparentar despreocupación o indiferencia, sino porque mi Zen carcelario ha entrado en acción.
Desde el principio supe que me encarcelarían de por vida, ya fuera por el resto de mi vida o hasta el final de la vida de este régimen.
Los regímenes como éste son resistentes, y lo más tonto que podría hacer es prestar atención a la gente que dice: “Lyosha, claro, el régimen va a durar al menos un año más, pero el año siguiente, dos como mucho, se desmoronará y serás un hombre libre”. Y todo por el estilo. La gente me escribe eso con frecuencia.
La URSS duró setenta años. Los regímenes represivos de Corea del Norte y Cuba sobreviven hasta nuestros días. China, con un montón de presos políticos, ha durado tanto que esos presos envejecen y mueren en la cárcel. El régimen chino no cede. No libera a nadie, a pesar de toda la presión internacional. La verdad es que subestimamos la resistencia de las autocracias en el mundo moderno. Con muy, muy raras excepciones, están protegidas de la invasión exterior por la ONU, por el derecho internacional, por los derechos de soberanía. Rusia, que ahora mismo está librando una clásica guerra de agresión contra Ucrania (que ha multiplicado por diez las predicciones sobre el inminente colapso del régimen), está protegida además por su pertenencia al Consejo de Seguridad de la ONU y por sus armas nucleares.
Lo más probable es que nos esperen el colapso económico y el empobrecimiento. Pero está lejos de ser obvio que el régimen se derrumbe de tal manera que los escombros que caigan abran las puertas de sus prisiones.
Mi enfoque de la situación no es, desde luego, de pasividad contemplativa. Desde aquí intento hacer todo lo posible para acabar con el autoritarismo (o, más modestamente, para contribuir a acabar con él). Cada día reflexiono sobre cómo actuar más eficazmente, qué consejos constructivos dar a mis colegas que aún están en libertad, dónde residen las mayores vulnerabilidades del régimen.
Como ya he dicho, ceder a las ilusiones (sobre cuándo se derrumbará el régimen y quedaré en libertad) sería lo peor que podría hacer. ¿Y si no estoy libre dentro de un año? ¿O en tres años? ¿Caería en la depresión? ¿Culparía a los demás por no esforzarse lo suficiente para conseguir mi liberación? ¿Maldeciría a los líderes mundiales y a la opinión pública por haberme olvidado?
Confiar en que me liberen pronto, esperar a que ocurra, es sólo una forma de atormentarme.
Decidí desde el principio que si iba a ser liberado como resultado de presiones o de un escenario político, ocurriría en los seis meses siguientes a mi detención, “mientras el hierro estaba caliente”. Y, si no ocurría, me quedaba en la estacada en un futuro previsible. Tenía que ajustar mi forma de pensar para que, cuando me prorrogaran la condena, estuviera aún más seguro de que estaba haciendo lo correcto cuando me subiera al avión de regreso a Moscú.
He aquí las técnicas que he elaborado. Quizá a otros les resulten útiles en el futuro (pero esperemos que no las necesiten).
La primera se encuentra con frecuencia en los libros de autoayuda: Imagina lo peor que puede pasar y acéptalo. Esto funciona, aunque sea un ejercicio masoquista. Me imagino que no es adecuado para las personas que sufren depresión clínica. Podrían hacerlo con tanto éxito que acabarían ahorcándose.
Es un ejercicio bastante fácil, porque implica una habilidad que todo el mundo desarrolló en la infancia. Tal vez recuerdes haber llorado a lágrima viva en la cama y haber imaginado que te ibas a morir allí mismo para fastidiar a todo el mundo. Imagínate la cara de tus padres. Cómo llorarán cuando por fin se den cuenta de a quién han perdido. Ahogados en lágrimas, te rogarán, mientras yaces quieto y callado en tu pequeño ataúd, que te levantes y vengas a ver la tele, no sólo hasta las diez, sino hasta las once, si al menos estuvieras vivo. Pero es demasiado tarde, estás muerto, lo que significa que eres implacable y sordo a sus súplicas.
Bueno, la mía es más o menos la misma idea.
Métete en tu litera de la prisión y espera a oír “Luces apagadas”. Las luces se apagan. Te invitas a imaginar, de la forma más realista posible, lo peor que podría ocurrir. Y luego, como ya he dicho, acéptalo (saltándote las etapas de negación, ira y regateo).
Pasaré el resto de mi vida en prisión y moriré aquí. No tendré a nadie de quien despedirme. O, mientras siga en prisión, morirá gente que conozco de fuera y no podré despedirme de ellos. Me perderé las graduaciones de la escuela y la universidad. Los birretes con borlas se lanzarán al aire en mi ausencia. Todos los aniversarios se celebrarán sin mí. Nunca veré a mis nietos. No seré el tema de ninguna historia familiar. Estaré ausente de todas las fotos.
Tienes que pensar seriamente en ello, y tu cruel imaginación te llevará a través de tus miedos tan rápidamente que llegarás a tu destino de “ojos llenos de lágrimas” en un abrir y cerrar de ojos. Lo importante no es atormentarse con ira, odio o fantasías de venganza, sino pasar instantáneamente a la aceptación. Eso puede ser difícil.
Recuerdo que tuve que interrumpir una de mis primeras sesiones ante la idea de que moriré aquí, olvidado por todos, y seré enterrado en una tumba sin nombre. Mi familia será informada de que “de acuerdo con la ley, el lugar de enterramiento no puede ser revelado”. Me costó resistir el impulso de empezar a destrozar furiosamente todo lo que me rodeaba, volcando literas y mesillas de noche y gritando: “¡Cabrones! No tenéis derecho a enterrarme en una tumba sin nombre. Va contra la ley. No es justo”. Realmente quería gritar eso.
En lugar de gritar, tienes que pensar en la situación con calma. ¿Y qué pasa si eso ocurre? Ocurren cosas peores.
Tengo cuarenta y cinco años. Tengo familia e hijos. He tenido una vida, he trabajado en cosas interesantes, he hecho cosas útiles. Pero ahora mismo hay una guerra. Supongamos que un joven de diecinueve años va en un vehículo blindado, recibe un trozo de metralla en la cabeza y se acabó. No ha tenido familia, ni hijos, ni vida. Ahora mismo, hay civiles muertos en las calles de Mariupol, con sus cuerpos roídos por los perros, y muchos de ellos tendrán suerte si acaban aunque sea en una fosa común, sin culpa alguna por su parte. Yo tomé mis decisiones, pero esta gente simplemente vivía su vida. Tenían trabajo. Eran el sostén de sus familias. Entonces, una buena noche, un enano vengativo de la televisión, el presidente de un país vecino, anuncia que todos ustedes son “nazis” y tienen que morir, porque Ucrania fue inventada por Lenin. Al día siguiente, un obús entra por la ventana y ya no tienes mujer, ni marido, ni hijos… y puede que tú tampoco estés vivo.
¡Y cuántos prisioneros sin culpa hay aquí! Mientras tú estás sentado con tu bolsa llena de cartas, otros presos nunca han recibido una carta o un paquete de nadie. Algunos de ellos enfermarán y morirán en el hospital de la prisión. Solos.
¿Los disidentes soviéticos? Anatoly Marchenko murió de una huelga de hambre en 1986, y un par de años después la satánica Unión Soviética se vino abajo. Así que incluso el peor escenario posible no es en realidad tan malo. Me resigno y lo acepto.
Yulia ha sido de gran ayuda en esto. No quería que se sintiera atormentada por todo eso de “quizá le dejen salir al cabo de un mes”. Y lo que es más importante, quería que supiera que yo no estaba sufriendo aquí. En su primera visita prolongada, recorrimos un pasillo y hablamos en un lugar lo más alejado posible de las cámaras con micrófono que hay por todas partes. Le susurré al oído: “Escucha, no quiero parecer dramático, pero creo que hay muchas probabilidades de que nunca salga de aquí. Aunque todo empiece a desmoronarse, me liquidarán a la primera señal de que el régimen se derrumba. Me envenenarán”.
“Lo sé”, dijo asintiendo con voz tranquila y firme. “Eso mismo pensaba yo”.
En ese momento quise estrecharla entre mis brazos y abrazarla alegremente, tan fuerte como pude. ¡Eso fue genial! ¡Sin lágrimas! Fue uno de esos momentos en los que te das cuenta de que has encontrado a la persona adecuada. O quizás ella te encontró a ti.
“Decidamos por nosotros mismos que esto es lo más probable que ocurra. Aceptémoslo como el escenario base y organicemos nuestras vidas sobre esa base. Si las cosas salen mejor, será maravilloso, pero no contaremos con ello ni tendremos esperanzas infundadas”.
“Sí. Hagámoslo”.
Como de costumbre, su voz parecía la de un personaje de dibujos animados, pero hablaba muy en serio. Me miró y movió las pestañas, momento en el que la estreché entre mis brazos y la abracé encantado. ¿En qué otro lugar podría haber encontrado a alguien capaz de hablar conmigo de los temas más difíciles sin dramatismos ni aspavientos? Lo entendía perfectamente y, como yo, esperaba lo mejor, pero esperaba y se preparaba para lo peor.
Yulia se rio y se soltó. La besé en la nariz y me sentí mucho mejor.
Por supuesto, hay algo de engaño y autoengaño en todo esto. Has aceptado el peor de los escenarios, pero hay una voz interior que no puedes reprimir: Vamos, que lo peor nunca va a ocurrir. Incluso mientras te dices a ti mismo que tu peor destino es inevitable, esperas contra toda esperanza que alguien cambie de opinión por ti.
El proceso que se desarrolla en tu cabeza no es en absoluto sencillo, pero si te encuentras en una mala situación, deberías intentarlo. Funciona, siempre que lo pienses todo seriamente.
La segunda técnica es tan antigua que puede que pongas los ojos en blanco cuando la oigas. Se trata de la religión. Sólo es factible para los creyentes, pero no exige rezar con celo y fervor junto a la ventana del barracón de la prisión tres veces al día (un fenómeno muy común en las cárceles).
Siempre he pensado, y lo he dicho abiertamente, que ser creyente facilita la vida y, en mayor medida, la política de oposición. La fe simplifica la vida.
La posición inicial para este ejercicio es la misma que para el anterior. Te tumbas en tu litera mirando al de arriba y te preguntas si eres cristiano en el fondo de tu corazón. No es esencial que creas que unos viejos del desierto vivieron una vez ochocientos años, o que el mar se partió literalmente delante de alguien. Pero, ¿eres discípulo de la religión cuyo fundador se sacrificó por los demás, pagando el precio de sus pecados? ¿Crees en la inmortalidad del alma y en el resto de esas cosas tan chulas? Si puede responder sinceramente que sí, ¿de qué tienes que preocuparte? ¿Por qué, en voz baja, murmurarías cien veces algo que leíste en un pesado tomo que guardas en tu mesilla de noche? No te preocupes por el mañana, porque el mañana es perfectamente capaz de ocuparse de sí mismo.
Mi trabajo consiste en buscar el Reino de Dios y su justicia, y dejar que el bueno de Jesús y el resto de su familia se ocupen de todo lo demás. Ellos no me defraudarán y solucionarán todos mis quebraderos de cabeza. Como dicen aquí en la cárcel: ellos se encargarán de mis golpes por mí.
26 de marzo
Los días más espantosos en la cárcel son los cumpleaños de los familiares cercanos, sobre todo de los niños.
¿Qué clase de patética felicitación es enviar una carta a tu hijo el día de su decimocuarto cumpleaños? ¿Qué clase de recuerdo será ese de estar cerca de su padre?
“Para mi cumpleaños mi padre me llevó de excursión”.
“Bueno, en mi cumpleaños, mi padre me enseñó a conducir un coche”.
“Para mi cumpleaños, mi padre me envió una carta desde la cárcel en un trozo de papel de carta. Prometió que cuando salga me enseñará a hervir agua en una bolsa de plástico”.
Seamos realistas, no puedes elegir a tus padres. Algunos niños se quedan con presos.
Pero es en los cumpleaños de mis hijos cuando soy especialmente consciente de por qué estoy en la cárcel. Tenemos que construir la Bella Rusia del Futuro para que vivan en ella.
Zakhar, ¡feliz cumpleaños!
¡Te echo mucho de menos y te quiero mucho!
3 de abril
Es un auténtico día de primavera ruso. Es decir, los ventisqueros me llegan a la cintura y ha estado nevando todo el fin de semana. La nieve es algo que los prisioneros odian, porque ¿qué hacen cuando nieva y después de nevar? Eso es, quitan la nieve. Argumentar que, al fin y al cabo, estamos en abril y que, como mucho, en diez días se derretirá, no sólo no funciona, sino que provoca la indignación de la administración de la prisión. Si hay algo tirado en cualquier sitio, en violación de las normas y de la rutina normal de hacer las cosas, hay que quitarlo con pala, rascarlo y retirarlo. Dicho esto, quitar la nieve es en realidad una de las actividades más significativas de la vida en prisión, porque la mayoría de las demás son una respuesta inane a la necesidad de generar trabajo a toda costa. Los presos tienen un dicho: “No importa dónde se tire lo que se tire, mientras el convicto se sienta completamente jodido”.
Así me siento todos los fines de semana, porque, aunque en abril se puede encontrar al menos un atisbo de sentido común en quitar la nieve, el trabajo es realmente agotador. Como estoy clasificado como prisionero de no confianza, no me permiten quitar la nieve como a los demás ni romper el hielo en la “línea principal”, la calle principal del campo, por la que pasea el comandante. Sin embargo, en mi área local y con mi propio escuadrón, tengo que palear.
Todos tenemos ese aspecto clásico de los campos de trabajo que pertenece a una película sobre el Gulag. Las pesadas chaquetas, los gorros de piel y las manoplas, las enormes palas de madera, cada una de las cuales pesa tanto que se diría que está hecha de hierro fundido, sobre todo después de que se sature de agua, que se congele. Son las mismas palas que utilizaban los soldados que limpiaban las calles de mi ciudad natal cuando yo era niño. Se podría haber pensado que en los treinta años que han pasado desde entonces la tecnología de las palas habría progresado hacia la producción de palas más ligeras, pero en Rusia, como con tantas otras cosas, no la pirateamos. Nos trajeron un par de palas ligeras que se rompieron inmediatamente. La respuesta fue la habitual: “Bueno, qué más da, que usen las palas de madera. Las hemos usado para quitar la nieve toda la vida. Son fiables”. Como diciendo: “Nuestros abuelos inventaron estas palas y lejos de nosotros dudar de su sabiduría intentando mejorar algo que ya es ideal”.
Así que allí estaba yo, con el ceño fruncido, una pesada chaqueta de invierno y una pala de madera con nieve congelada. Lo único que me divertía, y al menos en parte me permitía aceptar esta realidad, es que en estas ocasiones me siento como el héroe de mi chiste favorito de todos los tiempos. Es un chiste soviético, pero tiene cierta actualidad.
Un chico sale a pasear por el patio de su bloque de apartamentos. Unos chicos que juegan allí al fútbol le invitan a unirse a ellos. El chico es un poco casero, pero se interesa y corre a jugar con ellos. Al final consigue chutar el balón, con mucha fuerza, pero por desgracia se estrella contra la ventana de la habitación del sótano donde vive el conserje. Como era de esperar, aparece el conserje. No está afeitado, lleva un gorro de piel y una chaqueta acolchada, y está claro que tiene resaca. Enfurecido, el conserje mira fijamente al chico antes de abalanzarse sobre él.
El chico huye tan rápido como puede y piensa: ¿Para qué necesito esto? Después de todo, soy un chico tranquilo y hogareño. Me gusta leer. ¿Por qué jugar al fútbol con los otros chicos? ¿Por qué estoy huyendo ahora mismo de este temible conserje cuando podría estar tumbado en casa en el sofá leyendo un libro de mi escritor americano favorito, Hemingway?
Mientras tanto, Hemingway está recostado en una chaise longue en Cuba, con un vaso de ron en la mano, y pensando: Dios, estoy tan cansado de este ron y de Cuba. Todo este baile, y gritos, y el mar. Maldita sea, soy un tipo listo. ¿Por qué estoy aquí en vez de estar en París discutiendo sobre existencialismo con mi colega Jean-Paul Sartre tomando una copa de Calvados?
Mientras tanto, Jean-Paul Sartre, sorbiendo Calvados, contempla la escena que tiene delante y piensa: “Cómo odio París. No soporto ver estos bulevares. Estoy harto de todos estos estudiantes extasiados y de sus revoluciones. ¿Por qué tengo que estar aquí, cuando anhelo estar en Moscú, entablando un diálogo fascinante con mi amigo Andrei Platonov, el gran escritor ruso?
Mientras tanto, en Moscú, Platonov corre por un patio cubierto de nieve y piensa: “Si pillo a ese cabroncete, lo mato, joder”.
Aunque, por supuesto, no soy Andrei Platonov, tengo la chaqueta acolchada y el gorro de piel, y yo también estoy escribiendo un libro. A continuación, terminaré el capítulo sobre cómo conocí a Yulia.
1 de julio
Vivo como Putin y Medvédev.
Al menos eso creo cuando miro la valla que rodea mi barracón. Todo el mundo tiene la valla habitual, y dentro hay barras para secar la ropa. Pero yo tengo una valla de seis metros de altura, de esas que solo he visto en nuestras investigaciones de los palacios de Putin y Medvédev.
Putin vive y trabaja en un lugar así, en Novo-Ogaryovo o Sochi. Y yo vivo en un lugar parecido. Putin deja que los ministros se sienten en la sala de espera durante seis horas, y mis abogados tienen que esperar cinco o seis horas para verme. Tengo un altavoz en mi cuartel que toca canciones como “Glory to the F.S.B.”, y creo que Putin también tiene uno.
Pero ahí acaban las similitudes.
Putin, como sabes, duerme hasta las 10 de la mañana, luego nada en la piscina y come requesón con miel.
Pero, para mí, las 10 de la mañana es la hora de comer, porque el trabajo empieza a las 6:40.
6:00-Despertarme. Diez minutos para hacer la cama, lavarme, afeitarme, etc.
6:10-Ejercicio.
6:20-Salimos a desayunar.
6:40-Buscado y escoltado al trabajo.
En el trabajo, pasas siete horas sentado a la máquina de coser en un taburete por debajo de la altura de la rodilla.
10:20-Descanso de quince minutos para comer.
Después del trabajo, sigues sentado unas horas en un banco de madera bajo un retrato de Putin. Esto se llama “actividad disciplinaria”.
El sábado, trabajas cinco horas y vuelves a sentarte en el banco bajo el retrato.
El domingo, en teoría, es un día libre. Pero en la administración Putin, o dondequiera que se haya establecido mi singular rutina, son expertos en relajación. El domingo, nos sentamos en una habitación en un banco de madera durante diez horas.
No sé quién puede “disciplinarse” con esas actividades, salvo un lisiado con problemas de espalda. Pero quizá ese sea su objetivo. Pero ya me conoces, soy optimista y busco el lado bueno incluso en mi oscura existencia. Me divierto todo lo que puedo.
Mientras cosía, he memorizado el soliloquio de Hamlet en inglés.
Sin embargo, los internos de mi turno dicen que cuando cierro los ojos y murmuro algo en inglés de Shakespeare, como “en tus oraciones sean recordados todos mis pecados”, parece como si estuviera invocando a un demonio.
Pero no tengo esos pensamientos: invocar a un demonio sería una violación del reglamento de la prisión.
2023
12 de enero
En mis dos años entre rejas, mi única historia verdaderamente original es la del psicópata. Todo lo demás se ha contado y descrito numerosas veces. Si abres cualquier libro de un disidente soviético, habrá infinitas historias de celdas de castigo, huelgas de hambre, violencia, provocaciones, falta de atención médica. Nada nuevo. Pero mi historia sobre el psicópata es nueva; al menos, nunca he visto ni oído nada parecido.
Permítanme darles una idea sobre el SHIZO, el lugar donde me siento todo el tiempo. Es un pasillo estrecho con celdas a ambos lados. Las puertas metálicas ofrecen poca o ninguna insonorización, además hay agujeros de ventilación encima de las puertas, por lo que dos personas sentadas en celdas opuestas pueden mantener una conversación sin ni siquiera levantar la voz. Esta es la razón principal por la que nunca ha habido nadie en la celda opuesta a la mía, ni en toda mi sección de ocho celdas. Soy el único allí, y nunca he visto a ningún otro convicto castigado en todo el tiempo.
Y luego, hace un mes, pusieron a un psicópata en la celda frente a la mía. Al principio, pensé que estaba fingiendo. Era muy activo. Si le dices a un chico que actúe como un loco, eso es lo que hará. Grita, gruñe, pega, ladra, discute consigo mismo con tres voces diferentes. Pero, en el caso de mi psicópata, el setenta por ciento de las palabras son obscenas. Hay muchos vídeos en Internet de gente que cree haber sido poseída por demonios. Esto es muy parecido: el aullido gruñón (mi favorito de sus tres personajes) aparece periódicamente y no cesa durante horas. Por eso dejé de pensar que era un farsante; ninguna persona normal puede gritar durante catorce horas cada día y tres horas por la noche durante un mes. Y, cuando digo “gritar”, me refiero al tipo de gritos que hacen que se te hinchen las venas del cuello.
Durante el último mes, he estado volviéndome loco y comenzando cada revisión exigiendo que transfieran a este lunático a otro lugar. Es imposible dormir por la noche o leer durante el día. No lo trasladan y se empeñan en recalcar que es un convicto igual que yo.
Y entonces me entero de un detalle maravilloso: este chiflado estaba encarcelado (le cayeron veinticuatro años por matar a alguien) en otro sitio, y hace un mes lo trasladaron aquí, y ahora lo tienen en una celda de castigo para que, por así decirlo, me mantenga entretenido.
Tengo que admitir que este plan está funcionando: nunca me aburro, ni tampoco consigo dormir bien por las noches. Estar enfermo aquí es otra cosa: durante el día sufres con fiebre en una celda y esperas con ansias que llegue la noche, cuando bajan la litera y te dan un colchón; pero por la noche escuchas los alegres ladridos de tu vecino. Como sabes, la privación del sueño es una de las torturas más efectivas, pero formalmente no puedo quejarme: es un recluso como yo, también lo pusieron en una celda de castigo, y la administración decide quién va en cada celda.
Pero, como es habitual en estas situaciones, me asombro de otra cosa.
Todo esto estaba previsto. Alguien lo pensó y lo puso en práctica a nivel regional o federal. No se puede trasladar a un preso sin ninguna razón; hay una norma sobre cumplir toda la condena en un mismo campo. Así que hubo una orden desde arriba: Presionadle. Y los generales y coroneles de los niveles inferiores celebraron una reunión: ¿Cómo lo presionamos? Y alguien que quería distinguirse dijo: Tenemos a un loco en tal o cual prisión; grita día y noche. Llevémoslo donde Navalny.
Qué gran idea, compañeros. Camarada coronel, proceda e informe al respecto.
No me sorprendería que resultara que sacaron a un loco de atar de un hospital penitenciario y lo declararon cuerdo, sólo para tenerlo en una celda frente a la mía.
La moraleja de esta historia es sencilla: El sistema penitenciario ruso, el Servicio Penitenciario Federal, está dirigido por una colección de pervertidos. Todo en su sistema tiene un toque enfermizo: las infames violaciones con fregonas, meter cosas en el ano de la gente, etcétera. A una persona mala, pero cuerda, no se le ocurriría hacer algo así. Todo lo que se lee sobre los horrores y crímenes fascistas de nuestro sistema penitenciario es cierto. Sólo hace falta una corrección: la realidad es aún peor.
17 de enero
Hace exactamente dos años que regresé a Rusia. He pasado estos dos años en la cárcel. Cuando escribes un post como este, tienes que preguntarte: ¿Cuántos más posts de aniversario como éste tendrás que escribir?
La vida y los eventos que nos rodean nos dan la respuesta: los que sean necesarios. Nuestra miserable y agotada patria necesita ser salvada. Ha sido saqueada, herida, arrastrada a una guerra agresiva y convertida en una prisión dirigida por los sinvergüenzas más inescrupulosos y engañosos. Cualquier oposición a esta pandilla —incluso si solo es simbólica dentro de mi capacidad limitada actual— es importante.
Lo dije hace dos años y lo volveré a decir: Rusia es mi país. Aquí nací y crecí, aquí están mis padres y aquí formé una familia; encontré a alguien a quien quería y tuve hijos con ella. Soy un ciudadano de pleno derecho, y tengo derecho a unirme a personas con ideas afines y ser políticamente activo. Somos muchos, desde luego más que jueces corruptos, propagandistas mentirosos y estafadores del Kremlin.
No voy a entregar mi país a ellos, y creo que la oscuridad acabará cediendo. Pero mientras persista, haré todo lo que pueda, intentaré hacer lo correcto e instaré a todos a que no abandonen la esperanza.
¡Rusia estará contenta!
4 de junio
Hoy es mi cumpleaños. Cuando me desperté, bromeé conmigo mismo diciéndome que ya puedo añadir el SHIZO a la lista de lugares donde lo he celebrado a lo largo de los años. Y luego, como muchas otras personas que llegan a cierta edad (hoy he cumplido cuarenta y siete, vaya), he pensado en mis logros del año pasado y en mis planes para el siguiente.
No he conseguido mucho, y esto lo resumió mejor el otro día el psicólogo de nuestra colonia penal. El procedimiento exige que antes de que te envíen al SHIZO te examinen un oficial médico (para comprobar si serás capaz de soportarlo) y un psicólogo (para asegurarse de que no te ahorcas). Pues bien, después de nuestro encuentro, el psicólogo dijo: “Es la decimosexta vez que te metemos en el SHIZO, pero sigues contando chistes y tu humor es mucho mejor que el de los miembros de la comisión”. Es cierto, pero la mañana de tu cumpleaños tienes que ser sincero contigo mismo, así que me hago la pregunta: ¿estoy realmente de buen humor o me fuerzo a sentirme así?
Mi respuesta es que sí. Reconozcámoslo, claro que me gustaría no tener que despertarme en este infierno y poder, en cambio, desayunar con mi familia, recibir besos en la mejilla de mis hijos, desenvolver regalos y decir: “¡Vaya, esto es exactamente lo que había soñado!”. Pero la vida funciona de tal manera que el progreso social y un futuro mejor sólo pueden lograrse si un cierto número de personas están dispuestas a pagar el precio de su derecho a tener sus propias creencias. Cuantos más sean, menos tendrán que pagar todos. Y llegará el día en que decir la verdad y abogar por la justicia sea algo habitual y no peligroso en Rusia.
Pero, hasta que llegue ese día, no veo mi situación como una pesada carga o un yugo, sino como un trabajo que hay que hacer. Todo trabajo tiene sus aspectos desagradables, ¿verdad? Así que ahora mismo estoy pasando por la parte desagradable de mi trabajo favorito.
Mi plan para el año anterior no era embrutecerme y amargarme y perder mi conducta relajada; eso significaría el principio de mi derrota. Y todo mi éxito en esto fue posible sólo gracias a vuestro apoyo.
Como siempre, en el día de mi cumpleaños, quiero dar las gracias a todas las personas que he conocido en mi vida. A las buenas, por haberme ayudado y seguir ayudándome. A las malas, por el hecho de que mi experiencia con ellas me haya enseñado algo. Gracias a mi familia por estar siempre a mi lado.
Pero el mayor agradecimiento y el mayor saludo que quiero dar hoy va dirigido a todos los presos políticos de Rusia, Bielorrusia y otros países. La mayoría de ellos lo tienen mucho más difícil que yo. Pienso en ellos todo el tiempo. Su resistencia me inspira cada día.
19 de junio
Hay quien colecciona sellos. Otros coleccionan monedas. Y yo tengo una colección cada vez mayor de juicios increíbles. Me juzgaron en la comisaría de Khimki, donde estaba sentado bajo el retrato de Genrikh Yagoda. Me juzgaron en una colonia penal del régimen estándar, y lo llamaron “juicio abierto”.
Y ahora me juzgan en un juicio a puerta cerrada en una colonia penal de máxima seguridad.
En cierto sentido, ésta es la nueva sinceridad. Ahora dicen abiertamente: “Te tenemos miedo. Tenemos miedo de lo que dirás. Tenemos miedo de la verdad.
Es una confesión importante. Y tiene sentido práctico para todos nosotros. Debemos hacer lo que ellos temen: decir la verdad, difundir la verdad. Es el arma más poderosa contra este régimen de mentirosos, ladrones e hipócritas. Todo el mundo tiene esta arma. Así que usadla.
4 de agosto
Diecinueve años en una colonia penal de máxima seguridad. El número de años no importa. Comprendo perfectamente que, como muchos presos políticos, cumplo cadena perpetua. Donde “vida” se define por la duración de mi vida o por la duración de la vida de este régimen.
La cifra de la sentencia no es para mí. Es para ti. A ti, no a mí, te están atemorizando y privando de la voluntad de resistir. Te están obligando a entregar tu país sin luchar contra la banda de traidores, ladrones y sinvergüenzas que se ha hecho con el poder. Putin no debe lograr su objetivo. No perdáis la voluntad de resistir.
13 de noviembre
Cuando busques esposa, asegúrate de verificar si tu potencial pareja ha sido registrada como delincuente juvenil. Yo no lo hice, y aquí estoy.
A diario, la administración me informa que no pueden entregarme otra carta de Navalnaya Y. B. La correspondencia fue retenida por el censor, porque contenía pruebas de preparación para un delito. Esto se aplica a toda la correspondencia reciente.
Le escribí diciéndole: “Yulia, ¡deja de preparar delitos! En lugar de eso, haz un poco de borscht para los niños”.
Sin embargo, ella no puede parar. Sigue inventando nuevos crímenes y continúa escribiéndome sobre ellos en sus cartas.
Hace mucho tiempo, como hace cien años, me contó que en sus días de escuela, junto con sus amigas, conspiró para robarle el maletín a un compañero y estudiar la trayectoria de un objeto que volaba desde una ventana del segundo piso. Solo para aclarar, el objeto volador era el maletín, no el compañero. Aunque, en realidad, ahora ya no estoy tan seguro.
Incluso en aquel entonces, sus inclinaciones criminales eran evidentes. No es una esposa, más bien parece una especie de forajida.
1 de diciembre
No tengo ni idea de qué palabra utilizar para describir mis últimas noticias. ¿Es triste, divertida o absurda?
Me traen cartas y comienza la conversación:
“¿Alguna carta de mi esposa?”
“Censurado”.
“¿Algún papel de mi abogado?”
“Censurado”.
“¿Qué tienes?”
“Hay uno del investigador”.
Abro la carta del Comité Estatal de Investigación: “Le informamos de que se ha abierto una causa penal contra usted por un delito tipificado en la parte 2 del artículo 214 del Código Penal de la Federación Rusa. Dos episodios”.
Cada tres meses inician una nueva causa penal contra mí. Rara vez un recluso en régimen de aislamiento durante más de un año ha tenido una vida social y política tan vibrante.
No tengo ni idea de lo que es el artículo 214, y no hay dónde buscar. Lo sabrás antes que yo.
No obstante, parece tratarse de un caso de retroalimentación positiva, como dirían los científicos. Si a esta banda de corruptores, traidores y ocupantes del Kremlin no le gusta lo que hago (hacemos), debemos estar en el buen camino.
26 de diciembre
Soy tu nuevo Papá Noel.
Bueno, ahora tengo un abrigo de piel de oveja y un gorro de piel tipo ushanka, y pronto tendré botas de fieltro. Me ha crecido la barba durante los veinte días de viaje con escolta. Por desgracia, no hay renos, pero sí pastores alemanes enormes, esponjosos y muy hermosos.
Y lo más importante: ahora vivo por encima del Círculo Polar Ártico, en el pueblo de Kharp, en la península de Yamal. La ciudad más cercana tiene el encantador nombre de Labytnangi.
No digo “jo, jo, jo”, pero sí digo “oh, oh, oh” cuando miro por la ventana, donde puedo ver la noche, luego la tarde y luego la noche otra vez.
Los veinte días de mi viaje fueron bastante agotadores, pero estoy de buen humor, como corresponde a un Papá Noel.
Me trajeron aquí el sábado por la noche. Me transportaron con tantas precauciones y por una ruta tan extraña (Vladimir-Moscú-Chelyabinsk-Yekaterinburgo-Kirov-Vorkuta-Kharp) que no esperaba que nadie me encontrara aquí antes de mediados de enero.
Así que me sorprendí mucho cuando ayer se abrió la puerta de la celda con las palabras “Ha venido a verte un abogado”. El abogado me dijo que me habíais perdido la pista, y que algunos de vosotros estabais bastante preocupados. Muchas gracias por vuestro apoyo.
Aún no puedo contarte historias sobre la exótica polar, porque sólo puedo ver la valla, que está muy cerca.
También he ido a dar un paseo. El patio de “ejercicio” es una celda vecina, un poco más grande, con nieve en el suelo. Y vi guardias, no como en el centro de Rusia, sino como en las películas, con ametralladoras, mitones calientes y botas de fieltro. Y con los mismos hermosos y esponjosos pastores alemanes.
De todos modos, no te preocupes por mí. Estoy bien. Estoy totalmente aliviado de haber llegado aquí por fin.
Gracias de nuevo a todos por vuestro apoyo. ¡Y felices fiestas!
Como soy Papá Noel, seguramente te estarás preguntando por los regalos. Pero soy un Papá Noel de régimen especial, así que solo reciben regalos los que se han portado realmente mal.
31 de diciembre
Esta es la tercera Nochevieja. He hecho la tradicional foto familiar de Nochevieja con Photoshop. Intento mantenerme al día, y en esta ocasión he pedido que me dibuje la inteligencia artificial. Espero que haya quedado fantástico; yo mismo no veré la foto hasta que la carta llegue a Yamal.
“Te extraño terriblemente” es algo incorrecto desde el punto de vista de la sintaxis rusa. Es mejor decir “Te extraño mucho” o “Te echo tanto de menos”.
Pero, desde mi punto de vista, es más preciso y correcto. Echo terriblemente de menos a mi familia. A Yulia, a mis hijos, a mis padres, a mi hermano. Echo terriblemente de menos a mis amigos, a mis colegas, nuestras oficinas y mi trabajo. Os echo terriblemente de menos a todos.
No tengo sentimientos de soledad, abandono o aislamiento. Mi estado de ánimo es estupendo y bastante navideño. Pero no hay sustituto para la comunicación humana normal en todas sus formas: desde las bromas en la fiesta de Año Nuevo hasta la correspondencia en Telegram y los comentarios en Instagram y Twitter.
Extraño poder discutir con la gente que envía felicitaciones y fotos estúpidas e idénticas a través de su lista de WhatsApp en Nochevieja. Antes me molestaba, pero ahora me parece simpático. Imagínate a alguien que se sienta y envía a todo el mundo un par de gatitos con gorros bajo un árbol de Navidad.
¡Feliz Año Nuevo a todos!
No eches de menos a nadie. Ni terriblemente, ni mucho, ni muchísimo. No eches de menos a tus seres queridos, y no dejes que tus seres queridos te echen de menos a ti. Sigue siendo una persona buena y honesta, e intenta ser un poco mejor y más honesto en el próximo año. Eso es más o menos lo que deseo para mí. No te pongas enfermo y cuídate.
Abrazos árticos y saludos polares. Os quiero a todos.
2024
9 de enero
La idea que tenía de que Putin se contentaría ahora con el simple hecho de tenerme en una celda en el lejano norte en lugar de mantenerme en el SHIZO, no sólo era demasiado optimista, sino también ingenua.
Acababa de salir de la cuarentena, cuando se informó de que “el condenado Navalny se negó a presentarse según las normas, no respondió a la labor educativa y no sacó conclusiones adecuadas para sí mismo”. Estuve siete días en un SHIZO.
Un detalle maravilloso: en una celda de castigo, la rutina diaria es ligeramente diferente. En una celda normal, el “ejercicio” tiene lugar por la tarde. Aunque sea una noche polar, por la tarde hace unos grados más de calor. En el SHIZO, sin embargo, el “ejercicio” comienza a las seis y media de la mañana. Pero ya me he prometido que intentaré salir a pasear haga el tiempo que haga.
Mi patio de “ejercicio” está a once pasos de una pared y a tres de la otra; no es un gran paseo, pero al menos hay algo, así que salgo.
No ha hecho más frío que -32 °C. Incluso, a esa temperatura, puedes caminar durante más de media hora, pero solo si estás seguro de que te pueden crecer una nariz, unas orejas y unos dedos nuevos.
Pocas cosas son tan refrescantes como un paseo por Yamal a las seis y media de la mañana. Y qué brisa tan maravillosa sopla en el patio a pesar de la valla de hormigón, ¡es simplemente increíble!
Hoy he salido a pasear, me he quedado helado y he pensado en Leonardo DiCaprio y el truco del caballo muerto de su personaje en The Revenant. No creo que funcionara aquí. Un caballo muerto se congelaría en unos quince minutos.
Aquí se necesita un elefante. Un elefante caliente o incluso asado. Si abres la barriga de un elefante recién asado y te metes dentro, puedes mantenerte caliente durante un rato. Pero, ¿dónde voy a conseguir un elefante caliente y asado en Yamal, especialmente a las seis y media de la mañana? Así que seguiré congelándome.
17 de enero
Hace exactamente tres años, regresé a Rusia tras recibir tratamiento por mi envenenamiento. Me detuvieron en el aeropuerto. Y durante tres años he estado en prisión.
Y durante tres años he respondido a la misma pregunta.
Los presos lo piden simple y directamente.
Los funcionarios de prisiones preguntan con cautela, con los dispositivos de grabación apagados.
“¿Por qué has vuelto?”
Al responder a esta pregunta, me siento frustrado en dos sentidos. En primer lugar, una insatisfacción conmigo mismo por no haber sabido encontrar las palabras adecuadas para que todo el mundo lo entendiera y poner fin a este incesante cuestionamiento.
En segundo lugar, me frustra el panorama político de las últimas décadas en Rusia. Este panorama ha implantado el cinismo y las teorías de la conspiración tan profundamente en la sociedad que la gente desconfía intrínsecamente de los motivos directos. Parecen creer que, si volvieron, debió de haber algún trato. Simplemente no funcionó. O no lo ha hecho todavía. Hay un plan oculto que involucra a las torres del Kremlin. Debe haber un secreto acechando bajo la superficie. Porque, en política, nada es tan sencillo como parece.
Pero no hay secretos ni significados retorcidos. Todo es así de sencillo.
Tengo mi país y mis convicciones. No quiero renunciar a mi país ni traicionarlo. Si tus convicciones significan algo, debes estar dispuesto a defenderlas y hacer sacrificios si es necesario.
Y, si no estás preparado para hacerlo, es que no tienes convicciones. Sólo crees que las tienes. Pero eso no son convicciones ni principios; son sólo pensamientos en tu cabeza.
Por supuesto, esto no significa que todos los que no están actualmente en prisión carezcan de condenas. Todo el mundo paga su precio. Para muchas personas, el precio es alto incluso sin estar encarceladas.
Participé en elecciones y competí por puestos de liderazgo. La llamada para mí es diferente. Viajé a lo largo y ancho del país, declarando en todas partes desde el escenario: “Prometo que no os defraudaré, no os engañaré y no os abandonaré”. Al volver a Rusia, cumplí mi promesa a los votantes. En Rusia tiene que haber gente que no les mienta.
Resulta que, en Rusia, para defender el derecho a tener y no ocultar tus creencias, tienes que pagar sentándote en una celda solitaria. Por supuesto, no me gusta estar aquí. Pero no renunciaré ni a mis ideas ni a mi patria.
Mis convicciones no son exóticas, sectarias ni radicales. Al contrario, todo en lo que creo se basa en la ciencia y la experiencia histórica.
Los que están en el poder deben cambiar. La mejor manera de elegir líderes es mediante elecciones honestas y libres. Todo el mundo necesita un sistema judicial justo. La corrupción destruye el Estado. No debe haber censura.
El futuro reside en estos principios.
Pero, por el momento, los sectarios y los marginales están en el poder. No tienen absolutamente ninguna idea. Su único objetivo es aferrarse al poder. La hipocresía total les permite envolverse en cualquier tapadera. Así, los polígamos se han convertido en conservadores. Los miembros del Partido Comunista de la Unión Soviética se han convertido en ortodoxos. Los propietarios de “pasaportes dorados” y cuentas en paraísos fiscales son patriotas agresivos.
Mentiras, y nada más que mentiras.
Se desmoronará y colapsará. El Estado putinista no es sostenible.
Un día, lo miraremos y no estará ahí. La victoria es inevitable.
Pero, por ahora, no debemos rendirnos y debemos mantener nuestras convicciones.
Alexei Navalny murió el 16 de febrero de 2024.
Esto se ha extraído de Patriot: A Memoir.
* Artículo original: Alexei Navalny’s Prison Diaries. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.
La recepción de Igor Stravinsky en Cuba (1924-1946)
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