El compromiso histórico con América Latina
Desde su creación el 2 de diciembre de 1823, la Doctrina Monroe ha representado el compromiso de Estados Unidos con la independencia y soberanía de las naciones latinoamericanas. Arraigada en la comprensión estratégica de las amenazas potenciales que podrían surgir de esta región, ha sido la piedra angular de la política estadounidense hacia sus vecinos del sur. Pero, en un contexto moderno de creciente populismo regional y pasos en falso por parte de Washington, la influencia de esta doctrina está disminuyendo, dejando espacio para que adversarios como China hagan incursiones significativas.
La creciente presencia de China
El más temible de estos adversarios es el Partido Comunista Chino (PCCh). A través de iniciativas como la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI), lanzada hace una década, China ha ido ampliando metódicamente su influencia ofreciendo créditos a naciones vulnerables. Este enfoque, denominado “diplomacia de la deuda trampa”, suele endeudar a las naciones, reduciendo su autonomía geopolítica. Las consecuencias de esta estrategia pueden verse en países como Sri Lanka, que se enfrentó a graves consecuencias económicas tras no pagar los préstamos chinos. La actual susceptibilidad del hemisferio occidental a esta estrategia de endeudamiento, unida a la tibia respuesta de Washington, es un recordatorio de hasta qué punto ha retrocedido la influencia de Estados Unidos.
La súplica latinoamericana de inversión y alianza
A medida que la dinámica del poder mundial se desplaza hacia un mundo multipolar, los países se muestran más contenidos en sus alianzas. Así lo pone de manifiesto el marco de No Alineamiento Activo de Jorge Heine en América Latina. Pero surge una tendencia preocupante cuando la mayoría de las naciones latinoamericanas encuentran ofertas principalmente de entidades no democráticas, como es el caso de China.
Su anhelo de inversión es palpable. Aunque la mayoría de los países de la región se han alineado históricamente con Estados Unidos, sus llamamientos a la inversión y la asociación económica parecen caer en saco roto en Washington. Los persistentes pero inútiles intentos de Uruguay por conseguir un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos son un buen ejemplo. Desairados en repetidas ocasiones, se han visto obligados, como muchos otros, a recurrir a Pekín.
El caso de Ecuador subraya aún más esta dinámica. Agobiado por la deuda china, en gran parte legado de su anterior administración, el país se encuentra ahora en una situación precaria, especialmente con sus contratos petroleros. Estos acuerdos desfavorables hacen que Ecuador venda petróleo a China a precios sustancialmente bajos, lo que, combinado con su inestabilidad política, aumenta su dependencia de China.
Es fundamental tener en cuenta que, aunque el capital chino puede ofrecer el atractivo inmediato del desarrollo de infraestructuras, a menudo lleva aparejadas condiciones ocultas. Estos acuerdos pueden desestabilizar a las naciones, tanto económica como políticamente, poniendo en peligro el tejido mismo de la democracia.
El poder del comercio
La mayor baza de Estados Unidos en este juego geopolítico reside en el comercio. Fomentando lazos económicos sólidos entre las naciones latinoamericanas y Estados Unidos y sus aliados, puede contrarrestar la creciente dependencia de la región del crédito chino.
Sin embargo, es crucial encontrar el equilibrio adecuado en las políticas comerciales. Mientras que la autarquía total y el libre comercio sin restricciones son considerados extremos por algunos expertos, quizá el enfoque ideal se encuentra en algún punto intermedio. Los acuerdos comerciales bien calibrados, centrados en sectores específicos, pueden resultar beneficiosos.
El papel de organizaciones como la Corporación Financiera de Desarrollo (CFD) también es fundamental. La estrategia de la DFC no debería ser aislada, dando prioridad únicamente a las empresas estadounidenses. Por el contrario, debería centrarse en atender realmente las necesidades de desarrollo de los países receptores. Al fomentar y fortalecer a líderes regionales potenciales como la República Dominicana, Paraguay, Chile y Guatemala, Estados Unidos puede crear un efecto dominó regional positivo.
Sin embargo, es primordial asegurarse de que las políticas estadounidenses hacia América Latina no sean meramente reactivas a las estrategias de China. América Latina no es sólo un tablero de ajedrez para la competencia entre grandes potencias. Sus líderes y sus pueblos valoran su autonomía y no desean ser meros peones.
Una estrategia de compromiso renovada
Para recuperar su fortaleza en América Latina, Estados Unidos podría inspirarse en iniciativas anteriores que han tenido éxito, como el Plan Colombia. Haciendo más hincapié en la seguridad y la estabilidad a través de estrategias bien diseñadas, Estados Unidos puede garantizar una situación beneficiosa tanto para él como para sus vecinos del sur.
Además, la adopción de medidas sencillas pero eficaces, como la intervención contra amenazas medioambientales como la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada, puede cambiar las reglas del juego. Por ejemplo, apoyar a Ecuador durante la debacle de la pesca ilegal de 2020 cerca de las islas Galápagos habría mejorado significativamente la posición de Estados Unidos en la región.
Para que Estados Unidos mantenga y aumente su influencia en América Latina, urge recalibrar sus estrategias regionales. Esto implica fomentar una interdependencia económica más profunda, contrarrestar los sentimientos populistas y frenar estratégicamente una mayor penetración del Partido Comunista Chino. El camino por recorrer puede ser difícil, pero con las medidas adecuadas, Estados Unidos puede reforzar sus lazos históricos con América Latina.
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