Luego de los ridículos e infames titubeos del presidente Trump sobre el conflicto ruso-ucraniano, cuando hizo suyos los argumentos del Kremlin e intentó —sin lograrlo realmente— humillar al presidente Zelensky en su visita a la Casa Blanca, el gobierno de Estados Unidos se ha dado cuenta del alcance de la agresión rusa y de la necesidad de contenerla.
Vladimir Putin sobreestimó el deseo de Trump de alcanzar la paz en Ucrania a toda costa, una paz que le podría aportar al presidente norteamericano incluso el Premio Nobel y, lejos de complacerlo con un alto al fuego, arreció su ofensiva para exigir mayores reclamos, llegado el momento de cualquier armisticio.
Afortunadamente para Ucrania, para Europa y para el sistema democrático, Putin erró: Trump no podría permitir, sin serias consecuencias políticas, que Rusia saliera victoriosa. El autócrata ruso, por su parte, perdió la oportunidad del arreglo ventajoso que se le ofrecía. Ahora sólo le queda por delante una larga guerra de desgaste que nunca podrá ganar.
Ucrania, como Gran Bretaña frente al asalto nazi, está decidida a resistir, y sus aliados han entendido que de esa resistencia depende el equilibrio de fuerzas en el mundo y el poder mismo de la Alianza Atlántica. De ahí que la mayoría de los países de la OTAN, aquellos comprometidos con el orden liberal que rige en las sociedades más adelantadas del mundo, estén ahora mismo empeñados en reaprovisionar a Ucrania de armas, municiones y otros recursos, por saber que cualquier victoria de Rusia en ese escenario sería una catástrofe para todo el orden europeo y el prólogo de un conflicto mayor.
Hay que batir a las fuerzas rusas en Ucrania para evitar una guerra posterior en Polonia, en Finlandia y en otros territorios.
Yo espero que la ayuda militar de la OTAN a Ucrania no se limite al armamento defensivo. El país agredido deberá contar con poderosas armas convencionales —que existen en los arsenales norteamericanos— y que pueden aniquilar grandes segmentos de las fuerzas de infantería del agresor. Cuando el precio en vidas de sus soldados resulte incosteable, la dirigencia rusa se verá obligada a cesar la guerra y retirar sus efectivos. Esa es la derrota que los demócratas del mundo esperamos, aunque aún pueda demorarse unos años.
Más allá de la guerra real que se libra en Ucrania, existe otra contienda de opinión que tiene lugar en el seno de nuestras sociedades donde, al amparo de las libertades que disfrutamos, los simpatizantes de la autocracia rusa, que odian y conspiran contra la democracia liberal en la que medran, hacen la apología del putinismo y se empeñan en socavar la voluntad de Occidente de defender a Ucrania.
En muchos casos, estos propagadores del derrotismo se justifican en la política aislacionista que el propio Trump ha vendido entre sus seguidores, como si fuera posible que Estados Unidos —y menos aún sus socios europeos— pudiera sustraerse, sin grave perjuicio, del conflicto que los rusos inmotivadamente comenzaron hace más de tres años.
Esa gentuza —que consciente o inconscientemente funciona como quinta columna de un orden tiránico— debe ser denunciada y, de ser posible, perseguida de oficio por el Estado. En un momento en que Occidente se enfrenta a la amenaza de la barbarie rusa, los apologistas de Putin bien podrían ser internados —como lo fueron japoneses y alemanes durante la Segunda Guerra Mundial— o, en el caso de que se trate de extranjeros, privados de los derechos de residencia y ciudadanía que puedan haber adquirido.
Occidente está en guerra con Rusia, aunque sea por tercero interpuesto, y debe ser consecuente con esa determinación. Esta guerra es nuestra, nos concierne, aunque las bombas caigan lejos de nuestras ciudades, y los muertos y heridos no sean nuestros vecinos.
Se trata —una vez más— de una lucha entre el bien y el mal, de la civilización contra la barbarie. Y, desde luego, los bárbaros son ellos, los soldados rusos y sus mercenarios que se han empeñado en someter a un pueblo libre.
De nuestra parte, queda la militante solidaridad que respalde la acción de nuestros gobiernos y robustezca su decisión de enfrentar a los enemigos del orden en que edificamos nuestras vidas.

“Sentimos que el mundo se ha olvidado de nosotros”, una conversación con Luis Manuel Otero Alcántara
Por Coco Fusco
“Entonces, digamos que mañana salimos de la cárcel. ¿A dónde vamos? ¿A la misma Cuba o a un exilio obligatorio?”.