Siberización: el futuro distópico de la Rusia de Putin

Una nueva idea gana terreno en la Rusia de Putin: provocar el auge económico y social de las periferias para consumar el destino imperial de una expansión hacia la «Gran Eurasia».
Este extraño sueño ya tiene nombre:
Siberización —incluso cuenta con su propio think tank.
Prueba de su importancia es que el principal ideólogo de Putin, Serguéi Karagánov, se ha apropiado de él.
Del «segundo giro hacia el Este» al «espacio vital climático», traducimos y comentamos su inquietante teoría de la felicidad para Rusia.
Guillaume Lancereau.



Omsk, Siberia.


Guillaume Lancereau: Serguéi Karagánov es el principal artífice de la nueva doctrina geopolítica del régimen de Putin. En calidad de tal, se ha distinguido especialmente por las amenazas explícitas dirigidas a diversos países de Occidente, por sus llamados a un reajuste de los equilibrios globales y por su aspiración a la resurrección del sueño euroasiático de Rusia.

Mucho menos conocida es, sin embargo, su propuesta relativa a la propia Rusia: su desarrollo económico, cultural y espiritual. Esta visión puede resumirse en una sola palabra: siberización.

Para volver a ser ella misma —es decir, para reconectar con el ideal de grandeza supuestamente inscrito en lo más profundo de su ser transhistórico— Rusia no tendría más que un único futuro posible: dar nuevo impulso a las regiones orientales y meridionales del país, concebidas tanto como una ventana hacia Asia en el marco de una nueva confrontación entre grandes potencias, como la fuente misma de la identidad rusa.

El texto que traducimos a continuación expone esta visión en un tono que oscila entre lo exaltado y lo agresivo, según evoque la epopeya de Aleksandr Nevski y la conquista del Lejano Oriente ruso, o, bien, subraye la necesidad vital de alcanzar la victoria hoy en el frente ucraniano —mediante ataques nucleares si fuese necesario.

Estas ideas están en pleno auge. Fueron objeto de una presentación solemne en Tobolsk, el pasado mes de abril, en el marco de las «Lecturas de Tobolsk», un nuevo think tank dedicado íntegramente a la promoción de la siberización como «idea nacional del siglo XXI».

Ahora bien, es evidente que aún no se ha alcanzado ese horizonte. La Siberia actual se encuentra desgarrada entre polos de extracción de hidrocarburos, sobre los cuales el autor prefiere guardar silencio, subrayando así que su visión pretende ir más allá de esas ciudades sombrías desde donde regresan, en ataúdes, los jóvenes enviados al frente ucraniano, o de las aldeas que sobreviven con dificultad o agonizan.

Karagánov acierta al señalar que nada de eso le resta potencial a la región —un potencial ampliamente desaprovechado— ni limita las perspectivas de apertura hacia Irán, India, China, Asia Central o el Sudeste Asiático. Sin embargo, resulta dudoso que jóvenes moscovitas o petersburgueses, perfectamente occidentalizados en sus hábitos culturales, alimentarios, profesionales, deportivos o religiosos —pese a los lamentos de este apóstol de la identidad rusa eterna— sueñen dentro de diez años con irse a vivir a Novokuznetsk, Omsk u Ulán-Udé.

Porque toda resistencia comienza por el conocimiento, y para remontar hasta las fuentes de los proyectos imperiales que amenazan a Europa, Le Grand Continent traduce, presenta, contextualiza y comenta línea por línea los textos doctrinales de la Rusia de Putin, la China de Xi Jinping y la América de Trump. Este texto debe leerse en paralelo con una entrevista exclusiva con Serguéi Karagánov que se publicará en los próximos días.

(Los comentarios entre paréntesis en el texto de Serguéi Karagánov, corresponden a las opiniones de Guillaume Lancereau).



Serguéi Karagánov: A finales de los años 2000, emprendí junto a un grupo de jóvenes colegas la defensa del interés —y hasta de la necesidad— de un giro de Rusia hacia el Este, al mismo tiempo que el actual ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, llevaba a cabo un proyecto similar con sus propios colaboradores. En aquel momento, dicho “giro” comprendía, en sus conceptos fundamentales y perspectivas, el conjunto de Siberia y la región occidental de los Urales: una unidad indivisible en términos históricos, económicos y humanos.

Sin embargo, fue otro proyecto el que acabó viendo la luz: lo que aquí llamaré el “Primer Giro” hacia Asia y sus mercados. Desde el punto de vista administrativo, este priorizó la expansión hacia la Siberia pacífica y, posteriormente, hacia el Ártico. Este giro oriental iniciado en la década de 2010 obtuvo ciertos éxitos, pero fueron éxitos parciales. Esta parcialidad se explica en parte por la separación artificial del Extremo Oriente respecto de las Siberias oriental y occidental, dos regiones mucho más potentes en cuanto a recursos humanos, industriales y naturales, que seguían, no obstante, padeciendo la “maldición continental”: su alejamiento de los mercados.

La nueva configuración geoestratégica que se perfila hoy exige un retorno a la idea original: un giro oriental de toda Rusia centrado en el desarrollo integral de Siberia, incluida la región occidental de los Urales.

Lo que necesitamos hoy es una siberización del país entero.



El adiós de Rusia a Europa

Europa se ha replegado sobre sí misma para los próximos años. No podrá —ni deberá— volver a ser un socio prioritario. Asia, en cambio, vive un desarrollo vigoroso.

La guerra provocada y emprendida por Occidente en Ucrania no debe hacernos perder de vista este movimiento esencial hacia el Sur y el Este, hacia aquellos espacios donde se está desplazando actualmente el epicentro del desarrollo de la humanidad.

(Como etapa obligada en la propaganda putiniana, la inversión acusatoria según la cual “Occidente” habría desencadenado la guerra en Ucrania reaparece aquí con fuerza. Por si hiciera falta recordarlo: lo que el Kremlin denomina “operación militar especial” fue iniciada por la Rusia de Putin el 24 de febrero de 2022, tras más de ocho años de preparativos para una invasión a gran escala de un país soberano mediante actos hostiles y bélicos).

Esta nueva situación, que se venía anunciando desde hace tiempo, nos impone deberes y nos exhorta a “volver a casa”. Ha llegado la hora de poner fin a la aventura europea, esa aventura de más de tres siglos que tanto nos ha aportado, pero cuyo rendimiento lleva agotado un siglo. Sin duda, sin esa aventura —ese viaje iniciado por Pedro el Grande—, Rusia se habría perdido muchos logros. El más precioso de todos es probablemente nuestra literatura, la más grande del mundo, fruto del encuentro entre la cultura, la religión y la moral rusas con la cultura europea. Dostoievski, Tolstói, Pushkin, Gógol, y luego Blok, Pasternak, Solzhenitsin y otros colosos del espíritu que forjaron nuestra identidad moderna, probablemente no habrían existido sin ese “injerto europeo”.

(Sin entrar en la cuestión misma de los “rankings” de literaturas nacionales, es imposible no subrayar lo absurdo de esencializar por un lado una “cultura rusa” y por otro una “cultura europea”. Basta observar que la cultura danesa, si la hay, no es en absoluto la misma que la portuguesa, si también la hay. En cambio, es un hecho que Europa y Rusia se han enriquecido mutuamente a lo largo de siglos de intercambios culturales, y que la ruptura con Europa que propone Karagánov difícilmente convencerá al conjunto de la población rusa actual, que —por mantenernos en el ámbito cultural— lee más a Erich Maria Remarque y George Orwell que a Sadegh Hedayat o Lokenath Bhattacharya).



La conquista del Este

A lo largo de estos tres siglos, casi hemos llegado a olvidar las raíces orientales de nuestro Estado y de nuestro pueblo. Es cierto que los mongoles nos saquearon, pero también contribuyeron a nuestro desarrollo.

(La historiografía considera que la Rusia medieval vivió bajo el “yugo mongol” o “tártaro-mongol” del siglo XIII al XV, desde que la Horda de Oro impuso un tributo a los príncipes rusos a cambio de una carta de legitimidad —evocada más adelante en el texto—, hasta el enfrentamiento entre Iván III de Moscú y Ajmat Khan, que terminó con la retirada de los mongoles en 1480).

En efecto, tanto en el enfrentamiento como en la colaboración, asimilamos numerosos elementos de su estructura estatal, lo que nos permitió dar origen a un poderoso Estado centralizado y a un pensamiento de escala continental. Al imperio de Gengis Kan le debemos nuestra apertura cultural, nacional y religiosa: una apertura sin igual en el mundo. Los mongoles no imponían ni su cultura ni su fe; eran perfectamente abiertos en el plano religioso. Por ello fue precisamente con ellos con quienes el santo y noble príncipe Aleksandr Nevski consideró oportuno aliarse para preservar Rusia.

La Gran Rusia no habría nacido —probablemente nunca habría salido de la llanura rusa, cercada por adversarios y enemigos al oeste y al sur— si los rusos del siglo XVI no se hubiesen lanzado masivamente “más allá de la Roca”, más allá de los Urales, “al encuentro del Sol”. No se puede explicar ese impulso repentino sin invocar la voluntad divina. En sesenta años, los cosacos llegaron al Gran Océano.

La conquista de Siberia marcó la ruptura con la antigua Rusia —el reino de Rusia— para dar paso a la Gran Rusia. Antes incluso de la proclamación del Imperio, los recursos de Siberia —primero el “oro suave” de las pieles, luego la plata, el oro y otros minerales— hicieron posible la creación y mantenimiento de un poderoso ejército y una armada. Las caravanas de la Ruta de la Seda del Norte también cumplieron su papel, trayendo a Rusia, vía Kiakhta, mercancías chinas a cambio de pieles. Fue asimismo en Siberia donde los rusos comenzaron, mediante la competencia y el intercambio, a interactuar con los pueblos de Asia Central —los llamados bujaranos.

Siberia consolidó lo mejor del carácter ruso: la apertura cultural y nacional, la sed de libertad, el valor sin límites. La conquista de Siberia fue obra de una decena de nacionalidades que se mezclaron con las poblaciones locales. De ahí, naturalmente, el sentido de lo colectivo: sin ayuda mutua, nadie podía sobrevivir, ni vencer las inmensidades ni los elementos. Así nació el siberiano: una síntesis de lo mejor del hombre ruso —ya fuera ruso ruso, ruso tártaro, ruso buriato, ruso yakuto, ruso checheno o de muchas otras procedencias. El célebre periodista y escritor Anatoli Omeltchuk, de Tiumén, tiene toda la razón al ver en Siberia “la esencia del carácter ruso”.

Pronto siguió una hazaña sin igual, impulsada por las élites (Witte, Stolypin y sus colaboradores) y por el propio pueblo: la construcción del Transiberiano en tiempo récord. Parecían animados por el antiguo lema: “partamos al encuentro del sol”, al que se unía una nueva consigna: “¡Adelante, el Gran Océano nos espera!”.

Ha llegado la hora de lanzar un nuevo lema: “¡Adelante, hacia la Gran Eurasia!”.



El tiempo de los grandes proyectos

Todos los que trabajaron en esta gran misión con esfuerzo y abnegación merecen nuestro reconocimiento, incluidos aquellos que llegaron a Siberia contra su voluntad. No debe subestimarse la contribución de los forzados y de los detenidos del Gulag al desarrollo del país, aunque esta siga siendo insuficientemente reconocida.

Fue allí donde tomó forma un proyecto exaltante: la conquista soviética del Ártico; y también allí donde surgieron las grandes obras del Komsomol, donde familias de todos los pueblos de la Unión Soviética entablaban amistad y trabajaban codo con codo. La mantequilla, los cereales, las pieles de Siberia, los caballos de Mongolia, Buriatia y Tuvá, y por supuesto las tropas siberianas: todos estos elementos fueron determinantes para la victoria, para la salvación de Moscú durante la Gran Guerra Patriótica.

La era del petróleo y del gas siberianos no se abrió sino en una etapa posterior.

La principal aportación de Siberia al tesoro común de toda Rusia sigue siendo su población: una población audaz, perseverante, fuerte, emprendedora; en una palabra: la encarnación del espíritu ruso. Hoy, no solo hay que fomentar la migración de ciudadanos rusos desde el centro del país (incluidos los territorios reunificados) hacia Siberia, sino también llamar a los siberianos, con su rica experiencia, su horizonte propio, su sentido de proximidad con Asia, a participar en la gestión del país.

Las generaciones de ciudadanos rusos que contribuyeron al auge de Siberia —y hasta los más visionarios entre ellos— no siempre percibieron con claridad que, al conectar Rusia con los mercados asiáticos, estaban convirtiéndola en una gran potencia euroasiática. Ese futuro se ha realizado.



A la sombra de la Tercera Guerra Mundial

La confrontación desencadenada por Occidente, la descomposición de sus sociedades, alimentada por sus propias élites, así como el estancamiento duradero del desarrollo europeo: todos estos elementos confirman que el porvenir de Rusia está en el Este y en el Sur, allí donde se está desplazando el verdadero centro del mundo.

Rusia, con su cultura y su apertura únicas, está indiscutiblemente llamada a convertirse en parte fundamental de ese cambio, en uno de sus buques insignia. Está llamada a convertirse en lo que el destino, Dios y los esfuerzos constantes de nuestros antepasados le han asignado: la Eurasia del Norte. Debe ser su punto de equilibrio, su pilar militar y estratégico, la garante de un renacimiento liberado de toda dominación, de toda opresión como la que antaño sufrieron tantas culturas, países y civilizaciones.

Estamos presenciando el nacimiento de un nuevo mundo. Desde este punto de vista, hemos actuado en cierto modo como parteros, al socavar el principal fundamento de la dominación de Europa, de Occidente, una dominación de más de cinco siglos: su superioridad militar.

Hoy estamos rechazando la que será, esperemos, la última ofensiva de un Occidente en declive, que intenta arrastrar por la fuerza a la historia hacia atrás infligiéndonos una derrota estratégica en los campos de batalla de Ucrania. Debemos salir victoriosos de esta lucha. No debemos temer, si es necesario, amenazar e incluso utilizar los medios más drásticos. Es una condición indispensable no solo para asegurar la victoria de nuestro país, sino también para impedir la irrupción de una Tercera Guerra Mundial.



Un nuevo impulso oriental

Lo repito: el enfrentamiento con Occidente no debe apartarnos de nuestras tareas constructivas más esenciales, entre las cuales destaca, en primer lugar, la nueva conquista y recuperación de toda la parte oriental del país. Los desafíos geoeconómicos y geopolíticos, así como el inevitable cambio climático de las próximas décadas, hacen necesaria, y confirman, tanto la viabilidad como la pertinencia de un nuevo giro siberiano de Rusia, de un desplazamiento hacia el Este de su centro de desarrollo espiritual, humano y económico.

Los recursos minerales de Rusia, sus tierras fértiles, sus bosques, su abundante agua dulce están destinados a convertirse, gracias a las tecnologías modernas y, sobre todo, a los propios siberianos, en uno de los pilares del desarrollo de Eurasia. La tarea que se nos impone es aferrarnos firmemente a Siberia y desarrollarla lo mejor posible, en beneficio de nuestros ciudadanos, de nuestro país y de toda la humanidad.

Por ahora, extraemos sobre todo recursos escasamente transformados. El reto consiste en crear, bajo la dirección del Estado, complejos industriales de escala nacional. La industria mecánica siberiana debe ser reconstruida desde cero y apoyarse en un flujo continuo de encargos de las empresas de defensa. Del mismo modo, es imperativo trasladar hacia el Este una serie de centros administrativos de nivel nacional, desde ministerios hasta órganos legislativos y sedes de grandes empresas, y con ellos a una juventud ambiciosa y patriótica, en el mejor sentido del término. Si Pedro el Grande viviera hoy, no dejaría de fundar una nueva capital en Siberia y de abrir así una inmensa ventana hacia Asia.

Sé que muchos habitantes de los Urales y de más allá de los Urales llevan en sí el ardiente espíritu de sus antepasados, aquellos eminentes pioneros. Sé que muchos desean el renacimiento y la prosperidad de Rusia, y que consideran que esa renovación debe pasar, ante todo, por el resurgir de la propia Siberia. Por desgracia, una parte significativa de ellos, al no ver perspectivas de futuro ni oportunidades para realizar sus sueños y poner en práctica sus talentos, elige trasladarse a las regiones centrales más desarrolladas o resignarse a marchitarse en silencio en las pequeñas ciudades y aldeas del Este del país.

(Como ya señalamos, existe una creciente fractura entre la Rusia central —más visible en lo mediático, cultural, económico— y las Rusias periféricas, cada vez más alejadas de todo desde el inicio de la invasión de Ucrania).

Está en nuestras manos, y en nuestro interés, hacer fructificar ese capital humano considerable, derribar las barreras indeseables entre las regiones más remotas de Siberia, los grandes polos administrativos del centro y el resto de Rusia, y reconstruir el gran eje geográfico y civilizacional que estructura nuestra historia. La reorientación de la conciencia nacional y del modo de pensar de todos nuestros conciudadanos, la reunificación con el conjunto del pasado, del presente y del futuro glorioso de Siberia, está en interés de todo el país. Estas ideas no dejarán de encontrar eco en el corazón mismo de los siberianos. Lo repito: no solo las regiones de los Urales, de Siberia o del Extremo Oriente necesitan una estrategia siberiana, sino la Rusia entera.



Una estrategia cultural y económica

Esa estrategia no debe basarse únicamente en fríos cálculos económicos, aunque estos existen ya y resultan perfectamente convincentes, como han demostrado los estudios de los investigadores de Novosibirsk y de sus colegas de Moscú. Lo esencial reside en el retorno espiritual y cultural al centro mismo de la conciencia nacional rusa, al espíritu grandioso y conmovedor de la conquista de la Rusia asiática. Cada ciudadano patriota de nuestro país debe poder apropiarse de esta historia siberiana llena de aventuras, de victorias y de giros inesperados. La conquista del Oeste americano, que todos conocen, no es más que un pálido reflejo si se compara con las hazañas en serie de nuestros antepasados, máxime cuando estos no cometieron genocidios, sino que literalmente se fundieron con las poblaciones locales.

(Karagánov contradice aquí todo lo que se sabe sobre la historia de la conquista del Este por parte de los rusos que, si bien fue menos devastadora en cifras que la del Oeste de Estados Unidos, no fue menos violenta. La conquista de Siberia fue acompañada, entre los siglos XVI y XVIII, por una serie de masacres, como la perpetrada contra los chukchis por Dmitri Pavlutski, uno de los episodios más conocidos. Más allá del avance hacia el Este, la expansión rusa hacia el Sur también provocó violencias masivas, como la limpieza étnica de los circasianos. La supuesta “apertura” rusa tiene, por tanto, las manos tan manchadas de sangre como cualquier otra potencia colonial de la época moderna o contemporánea).

Y sin embargo, la mayoría de los rusos, incluida la mayor parte de la intelligentsia, no sabe prácticamente nada de esta historia. ¿Quién conoce la expedición que emprendió Aleksandr Nevski durante casi año y medio a finales de la década de 1240, atravesando toda Asia Central y el sur de Siberia hasta llegar a Karakorum, la capital del Imperio mongol, para obtener una carta patente? Fue allí donde residía, en la misma época, Kublai Khan —conocido gracias a los relatos de Marco Polo—, que estaba a punto de convertirse en emperador, fundar la dinastía Yuan y unificar China. Es casi seguro que se encontraron. Por tanto, es con la expedición de Aleksandr Nevski que debe comenzar la historia de la conquista de Siberia y de las relaciones entre Rusia y China, hoy aliadas y llamadas a convertirse en el pilar del nuevo orden mundial.

También es necesario construir nuevos corredores meridionales para conectar el sur de Siberia con la ruta marítima del Norte, que conduce a China y, a través de ella, al Sudeste Asiático. Por su parte, los Urales y Siberia occidental deben obtener acceso a la India, a los países del sur de Asia y al Oriente Medio. En este sentido, no puede sino celebrarse que haya comenzado por fin —aunque con cierto retraso— la puesta en marcha de la línea ferroviaria que conecta Rusia, incluidas sus regiones siberianas, con el océano Índico a través de Irán.

El desarrollo de Siberia, con sus considerables recursos hídricos, debe integrarse también con los países amigos de Asia Central, que sufren a la vez una escasez de agua y un exceso de mano de obra. Esta iniciativa no debe traducirse en proyectos aberrantes de desvío de ríos, sino en la creación colectiva de una industria en sectores de alto consumo de agua; se trataría, en suma, de una exportación de “agua virtual” destinada a la producción de bienes alimentarios y otros productos. Esta simbiosis de desarrollo entre Siberia y Asia Central representará un beneficio gigantesco para todos los actores que se impliquen en ella.

Por último, el déficit de mano de obra debe compensarse en parte mediante la contratación masiva de trabajadores norcoreanos: trabajadores y disciplinados.

(Una vez más, queda claro el verdadero valor de esa “apertura” rusa que celebra Karagánov, y el carácter puramente interesado de esta mano tendida a un “país amigo”, que en realidad se reduce a aportar carne de cañón y brazos para las fábricas, sin la menor perspectiva de intercambio en pie de igualdad).

Hemos acabado por romper con la estúpida imitación de la línea occidental respecto a Corea del Norte, para restablecer con ella unas relaciones amistosas. Sé, además, que la India y Pakistán han manifestado su interés por este proyecto de suministro de mano de obra, incluso estacional.



El segundo giro hacia el Este

Hoy inauguramos el proyecto “Giro hacia el Este n.º 2”, hacia la siberización de Rusia, en el seno de la Escuela Superior de Estudios de Economía y en colaboración con el Instituto de Economía y Organización de la Producción Industrial de la División Siberiana de la Academia de Ciencias de Rusia, así como con otros institutos de las divisiones siberiana y del Extremo Oriente de la Academia, y en asociación, por último, con las universidades de Tomsk, Barnaúl, Jabárovsk y Krasnoyarsk.

El Estado debe implementar una política ambiciosa en el ámbito de los estudios orientales, el aprendizaje de lenguas, el conocimiento de los pueblos y culturas del Oriente, y hacerlo desde una edad temprana. Rusia, con su apertura cultural y religiosa única, posee en este terreno una ventaja comparativa inconmensurable. La heredó de sus antepasados, que, al migrar hacia el Este, no esclavizaron ni destruyeron, como hicieron los europeos, sino que integraron a los pueblos y culturas que encontraban en su camino.

Sun Tzu, Confucio, Kautilia (o Vishnugupta), Rabindranath Tagore, Ferdousí, el rey Darío, Tamerlán, al-Juarismi —fundador del álgebra—, Ibn Sina o Avicena —padre de la medicina moderna—, Fátima al-Fihriya —fundadora de la primera universidad del mundo—: todas estas figuras deben ser tan familiares para un ruso culto como lo son Alejandro Magno, Galileo, Dante, Maquiavelo o Goethe. Debemos incorporar no solo la esencia del cristianismo ortodoxo, sino también la del islam y el budismo. Todas estas religiones, todas estas corrientes espirituales están ya inscritas en lo más profundo de nuestra memoria espiritual. Solo nos queda conservarlas y cultivarlas allí.

Por otra parte, y dado el cambio climático inevitable de las próximas décadas, Siberia ampliará considerablemente la zona habitable confortable para los seres humanos. La propia naturaleza nos está invitando a este nuevo giro siberiano hacia el Este.

(Aquí reaparece la idea de un Lebensraum necesario para la Rusia de Vladímir Putin, esta vez inscrita en el largo plazo del cambio climático por venir).

Una vez más: el lanzamiento y la puesta en marcha de este programa no representa únicamente un retorno a las fuentes de nuestra potencia y grandeza, sino una apertura a nuevos horizontes —horizontes inéditos para nosotros y para las generaciones venideras—, un alumbramiento del antiguo sueño-idea ruso, de contornos siempre renovados: la aspiración a la grandeza del país, a la prosperidad y la libertad, a la libertad rusa, que encarnan lo mejor de nosotros: el Espíritu de los Rusos.



* Artículo original: “Sibérisation: Le futur dystopique de la Russie de Poutine selon Karaganov”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.






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