Muchos estadounidenses se escandalizaron cuando se enteraron de que barcos de guerra rusos habían sido avistados frente a la costa de Miami camino de Cuba.
A muchos les trajo recuerdos de la crisis de los misiles cubanos de 1962. En aquel momento, la Unión Soviética intentó contrarrestar la presencia de misiles balísticos nucleares estadounidenses en Turquía colocando misiles balísticos nucleares similares en Cuba.
El presidente Kennedy consideró que los misiles nucleares soviéticos situados a 90 millas de Cayo Hueso eran una amenaza directa para Estados Unidos. Los misiles tendrían un corto tiempo de vuelo. Los sistemas de defensa aérea canadienses y estadounidenses se centraron en el norte para detectar posibles bombarderos o misiles soviéticos que atravesaran el Polo Norte. Intentar contener una amenaza del sur habría sido una empresa increíblemente cara y complicada.
Kennedy decidió convertir la apuesta soviética en una crisis mayor, llegando incluso a amenazar con una guerra nuclear si no retrocedían. En una tensa confrontación de 13 días, la guerra nuclear parecía aterradoramente posible.
Yo era entonces estudiante en la Universidad de Emory. Recuerdo que una tarde entré en la biblioteca para trabajar y me pregunté si sobreviviría a la noche o si volvería a ver la luz del día. La crisis era así de real.
Al parecer, la tensión y la presión estaban afectando más al primer ministro Jrushchov que a Kennedy. Jrushchov envió dos cartas entregadas en mano. La primera era conciliadora, y la segunda amenazaba con llevar a EE.UU. y a los soviéticos al borde de la guerra.
El hermano del presidente, el fiscal general, Robert Kennedy, sugirió la “estratagema Trollope”. Era una referencia a una serie de novelas del siglo XIX de Anthony Trollope. En la historia, a una joven en una cena formal se le cae el pañuelo. Cuando un joven codiciado —y rico— que está a su lado recoge su servilleta, ella le coge la mano y le dice: “sí, acepto tu proposición de matrimonio”. No queriendo avergonzar a la joven, el caballero le sigue la corriente y acepta el matrimonio.
Siguiendo esa tradición, Robert Kennedy sugirió a su hermano y al grupo de trabajo que el presidente ignorara la segunda carta de Jrushchov y se limitara a responder a la primera, más conciliadora y positiva. La táctica funcionó. Se llegó a un acuerdo por el que los soviéticos retirarían públicamente sus armas de Cuba. Unos meses después, Estados Unidos retiró discretamente sus misiles más obsoletos de Turquía. Se evitó la guerra nuclear.
¿Qué persona razonable puede imaginar que el presidente Biden tenga la energía o la capacidad cognitiva para dirigir un grupo estratégico durante 13 días en una tensa confrontación con el presidente Putin, o con Xi Jinping, Ali Jamenei o Kim Jong-un? Los verdaderos peligros del aparente declive cognitivo del señor Biden salen a la luz cuando contemplas cómo funcionaría como comandante en jefe en una crisis real.
Afortunadamente, los buques de guerra rusos salieron recientemente de La Habana y no representan una amenaza real para Estados Unidos. No requieren el tipo de crisis sostenida al borde del abismo que tuvimos en 1962.
Como señaló un antiguo asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, “para Putin, ahora es el momento de hacer alarde del sofisticado armamento ruso y de su alcance geopolítico, a 90 millas de los Cayos de Florida”. Añadió que “la exhibición de músculo del Kremlin pretendía recordar a los occidentales, sobre todo a Washington (e incluso a los dirigentes de Pekín, todavía escasos de activos navales de alta mar) el alcance global de Moscú”.
Ese alcance global estaba representado por el submarino nuclear Kazán —que al parecer se está cayendo a pedazos— y la fragata Almirante Gorshkov. Eran el corazón de una pequeña flotilla que el señor Putin envió al Caribe. Ambos barcos tienen capacidad para llevar misiles nucleares, aunque Moscú dijo que no llevaban ninguno en ese momento. La Gorshkov es la primera de una nueva serie de fragatas que se han descrito como de clase mundial y pueden ser las fragatas armadas más pesadas jamás construidas.
Es probable que el señor Putin enviara estos barcos a Cuba durante la reunión del G-7 para recordar a los líderes de las democracias que Rusia sigue siendo una potencia mundial. Quería que supieran que tiene la riqueza y la fuerza para continuar la guerra en Ucrania, y que Moscú debe ser tratado con cuidado porque tiene el poder de golpear en cualquier parte del mundo.
Los barcos rusos en La Habana serán un útil recordatorio de que el mundo sigue siendo peligroso, Estados Unidos sigue siendo vulnerable y que el señor Biden no es Jack Kennedy.
* Artículo original: “Russians Visit Cuba, as Russ Warships Scout Our Coast – and Biden Is Out to Lunch”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.
Carta abierta de Herta Müller
Por Herta Müller
“Hay un horror arcaico en esta sed de sangre que ya no creía posible en estos tiempos. Esta masacre tiene el patrón de la aniquilación mediante pogromos, un patrón que los judíos conocen desde hace siglos”.