Así ha sido durante décadas. Los políticos profesionales de Estados Unidos están cansados de las majaderías de la inmigración (ex exilio) cubana. El anticastrismo a distancia está pasado de moda, casi desde que nació.
En Washington, anhelan negociar con los Castros o con su continuidad en La Habana. Meter las manos en Cuba sin lidiar con el avispero de Miami y su machaconería con los derechos humanos.
Las tesis son transparentes. El régimen de Cuba es un gobierno legítimamente reconocido por todas las naciones del mundo. Estados Unidos no debe aplicar sanciones que no han democratizado ni democratizarán a Cuba (mientras matan de hambre al pueblo cubano). En particular, el embargo financiero a quien aísla de los mercados insulares es a los propios Estados Unidos. Además de alienarlos de los países simpatizantes con Cuba, que son todos en el traspatio latinoamericano.
Sólo dos detalles han impedido que el presidente cubano Miguel Díaz-Canel sea un invitado de honor en el Congreso estadounidense, esté controlado por demócratas o republicanos. Uno, la ley que el dinero de la Florida ató y bien atada a mediados de los 1990. Dos, la virulencia del votante de dicho estado.
Por eso es vox populi en Washington que la política exterior norteamericana respecto a Cuba está secuestrada por las minorías mediáticas de Miami. Por eso en la capital del ex imperio actúan como en puntillas de pie, tarde en la madrugada de cada administración, sin hacer ruido (para lograr sus pocas nueces) y puntualmente de espaldas a los cubanos que escaparon de Cuba.
Nadie quiere tener nada que ver (ni oír) con los renegados de la Revolución. En esto también coinciden el burro y el elefante y la tiñosa del Partido Comunista de Cuba: a los cubanos sin Castro en su corazón no los queremos, no los necesitamos.
La guerra de esos cubanos no es sólo contra los tres ejércitos y la inteligencia y contrainteligencia cubanas que los mantienen infiltrados hasta los tuétanos.
Esos cubanos han reconstruido en sus cabezas otra patria, pero en el país equivocado. Metieron la pata hasta el fondo, cuando la historia los obligó a refugiarse en otra Cuba libre, pero en una nación que desde el inicio fue la enemiga número 1 de la libertad cubana.
El castrismo y su continuidad están colimados por una crisis poblacional equivalente a un golpe demográfico.