Esperar la espera

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Resulta evidente que las últimas medidas de la saliente administración norteamericana buscan dar un respiro a la dictadura cubana, que en su desesperación vuelve a echar mano al viejo chantaje de la liberación de prisioneros a cambio de un oxígeno muy necesario para un régimen que asiste, como uno más, a su propia descomposición.

Sería muy sangrón no reír con eso de que, en los últimos seis meses, una buena conducta bastante cuestionable ha sido suficiente para salir de la lista de países que patrocinan el terrorismo en lo internacional. Porque, ¿qué otra cosa si no terrorismo es aquello que mantiene en la cárcel a los 553 presos políticos que serán liberados, así como a otros muchos?

La mediación la ha hecho El Vaticano, ministerio de la mano blanda y la vista gorda. No es para menos y sí para más que a último momento se abran las puertas cerradas hace ya tiempo. ¿Por qué ahora?

Asombra lo errabundo de la máquina oficial norteña, que de salida parece buscar dejar el patio trasero lo más desordenado posible para quien en menos de una semana deberá hacerse cargo de este y de muchos otros entuertos, en los que el gobierno demócrata ha metido de manera conjunta a burro y elefante sin mucha delicadeza.

Donald Trump recibirá mucho para resolver y demasiado para conseguir. El panorama interno de ese gigante bobo que se extiende de la Florida hacia arriba se deja ver bastante complejo. No sólo tendrá que cumplir con las expectativas de los millones que le votaron, si no también de aquellos otros millones que a la larga dependen del policía del barrio para resolver sus cuitas domésticas.

El que llega a la Casa Blanca promete enfrentar, detener, deportar, limitar e impedir, con el mismo ímpetu que jura defender, cambiar, liberar, distender y restituir. Para unos, promesas. Para otros, esperanzas, ya que resulta fácil suponer que el vecino nos salvará el pellejo otra vez, mientras se recuerda con nostalgia las glorias pasadas y se rememoran las sabrosas anécdotas de Granada y Panamá, en aquellos tiempos en que a los norteamericanos se les respetaba bastante más que en estos días.

Entretanto, lo que le queda a más de alguno es esperar que a partir del 20 de enero las aguas vuelvan a su nivel y que, en lo adelante, la retórica de perros ladrándose con un patio de por medio vuelva a ser lo corriente.

Tener paciencia y esperar, como esperaron tantas veces antes, a que esta vez, sí, por fin pase algo. Mientras eso llega, se despliegan vigías en las costas puertorriqueñas a otear el horizonte. Va y en una de esas Nicolás Maduro cumple y nos da una sorpresa y se bailará zamba en Borinquén, porque hasta ahora Lula da Silva no ha desmentido lo dicho en Caracas. Y el que calla, otorga.

Va y en otra de esas asistimos al nacimiento de una nueva fuerza en el Caribe que, a base de chantaje y zapa, consiga cambiar, para mal, lo que hace tiempo se cambió para más o menos y mejorcito. Es que nadie se ha hecho la pregunta “¿a quién le importa más el destino de nuestros pueblos que a esos que, prometiendo y metiendo, nos llevarán al disfrute pleno de las mismas condiciones sociopolíticas que se gozaban a mediados del XIX, con los adelantos de la economía de plantación administrada mediante IA?”

Habrá que esperar a que se juramente el nuevo presidente allí donde pueda, a que los honestos de la Guardia Nacional Bolivariana se decidan a dar el paso al frente y caigan de cabeza de algún lado de la historia.

Esperar a que el Biranato cubano lamente con lágrimas de cocodrilo el cerrar de persianas por venir, y que GAESA entre de nuevo en la lista de las empresas prohibidas.

Esperar a que Marco Rubio haga por fin lo que siempre ha prometido.

Y encima esperar a que bajen el pollo y el aceite, que el dinero valga algo, que manden más los cubanos de afuera, y que dentro haya turismo y no se vaya la luz a diario y el huevo sea más barato y alcance el salario…

¿Qué más nos queda a los cubanos que esperar, esperar, esperar?







Cuba no es una pelota de ping-pong, señor Biden

Por Jack DeVry Riordan

Una movida hueca, que sólo refuerza el trágico ciclo de las relaciones EUA-Cuba.