Fue el momento con el que había fantaseado durante cuatro años. A las 2:24 a.m. del 6 de noviembre, Donald Trump se subió al escenario en un salón de baile en Florida, rodeado de asesores, líderes del partido, familiares y amigos. La Associated Press aún no había declarado al ganador de la contienda, pero para entonces estaba claro que los votantes lo habían devuelto al poder. Mirando hacia un mar de seguidores con gorras rojas de MAGA, Trump se deleitaba en el triunfo casi seguro. “Hemos logrado lo más increíble en política”, dijo Trump. “América nos ha dado un mandato sin precedentes y poderoso”.
Cómo Trump, a sus 78 años, ganó la reelección será tema de libros de Historia, y la elección de América ya puede atribuirse a algunas decisiones clave. Para los principales asesores de Trump, la tesis de la campaña se resumía en un eslogan simple: “Maximizar a los hombres y mantener a las mujeres”. Esto significaba enfatizar la economía y la inmigración, algo que Trump hizo sin descanso. También significaba desviar la atención del caos de su primer mandato, de las prohibiciones al aborto que promovió y de su ataque a la democracia estadounidense hace cuatro años. Significaba una campaña que cabalgaba sobre el resentimiento de votantes desencantados y capitalizaba las fracturas culturales y la política tribal que Trump ha explotado durante mucho tiempo.
Sobre todo, el resultado puede atribuirse a una figura singular cuyo regreso a la Casa Blanca siguió un arco político sin igual en 250 años de historia estadounidense. Trump dejó el cargo en 2021 como un paria tras incitar a una turba de seguidores a saquear el Capitolio de EE.UU. en un intento fallido de revertir su derrota electoral. Tres años después, logró un regreso político sin precedentes. Trump despachó sin esfuerzo a sus rivales del Partido Republicano, obligó al presidente Joe Biden a retirarse de la contienda y venció a la vicepresidenta Kamala Harris en una victoria dominante que superó prácticamente todas las expectativas. En el camino, Trump hizo caso omiso a una condena por 34 cargos de delitos graves y una serie de otras acusaciones penales.
La magnitud de su éxito fue asombrosa. Trump se llevó Carolina del Norte, recuperó Georgia y rompió la llamada “Muralla Azul”. Su campaña superó el objetivo de atraer a los hombres y mantener a las mujeres. Las encuestas a la salida de las urnas mostraron a Trump ganando gran cantidad de hombres latinos en Estados clave, mejorando sus números con este grupo en Pensilvania del 27% al 42%. A nivel nacional, el apoyo a Trump entre los hombres latinos saltó del 36% al 54%. Trump también aumentó su porcentaje entre los votantes sin título universitario, ganó terreno entre los votantes afroamericanos en Pensilvania y Wisconsin, y se mantuvo constante a nivel nacional entre las mujeres blancas, sorprendiendo a los demócratas que esperaban una reacción masiva tras el fallo Dobbs. Entre los votantes primerizos, Trump elevó su apoyo del 32% hace cuatro años a una mayoría del 54%.
Tuvo su cuota de golpes de suerte. Cuando Trump lanzó esta campaña tras una tercera derrota consecutiva en elecciones nacionales, los líderes republicanos intentaron ignorarlo. Sus rivales en las primarias fueron demasiado tímidos para enfrentarse a él. Una combinación de jueces afines y aplazamientos legales postergaron sus juicios penales más comprometedores hasta después de las elecciones. Hasta julio, el oponente de Trump en las elecciones generales era un presidente en funciones impopular, visto por muchos como demasiado mayor para continuar en el cargo. Biden solo confirmó esas sospechas cuando cometió errores en su primer, y único, debate. La apresurada sustitución del presidente de un mandato por Harris privó a los demócratas de un candidato mejor preparado que potencialmente podría haber reunido un apoyo más amplio. Los votantes asumieron con calma tanto la avanzada edad de Trump como su retórica cada vez más incoherente en campaña. Gran parte del país interpretó los problemas legales de Trump como parte de una conspiración corrupta más amplia para negarle a él, y a ellos, el poder. Y se benefició de una inquietud global a raíz de la pandemia de COVID-19, que ha desplazado a líderes en funciones en todo el mundo.
Las consecuencias podrían ser históricas. Trump ha dominado la política estadounidense durante nueve años, y tras cuatro años de su tumultuosa presidencia, marcada por una insurrección, el país eligió reinstalarlo. Trump hizo campaña con una agenda autoritaria que trastocaría las normas democráticas de Estados Unidos, y ya está preparándose para cumplirla: detención y deportación masiva de migrantes; venganza contra enemigos políticos mediante el sistema de justicia; despliegue del ejército contra sus propios civiles. Hasta qué punto decida ir con el poder que el público le ha entregado es una cuestión que definirá el destino del país.
Para los fieles de MAGA, la victoria de Trump es una visión emocionante que se hace realidad. Para los seguidores menos fervientes que ayudaron a llevarlo al triunfo, su retórica es en gran medida una bravata al servicio de reformar un gobierno desconectado de las necesidades económicas y sociales de Estados Unidos. Para el resto del país y gran parte del mundo, un segundo mandato de Trump se presenta como un golpe a la democracia en Estados Unidos y más allá. Esa pantalla dividida animará el discurso estadounidense durante los próximos cuatro años. La nación está más polarizada que en cualquier otro momento desde la Guerra Civil. Pero pronto, habrá al menos una cosa que nos unirá a todos: el 20 de enero, todos viviremos en la América de Trump. Este relato de cómo lo hizo Trump, basado en más de 20 entrevistas realizadas en los últimos ocho meses, ofrece un vistazo de cómo podría ser ese futuro.
Es fácil olvidar cuán inciertas parecían las perspectivas de Trump al comienzo de su campaña. Anunció su tercera candidatura a la Casa Blanca en noviembre de 2022, pocos días después de que los republicanos sufrieran una derrota en las elecciones de medio mandato, la tercera elección nacional consecutiva en la que el expresidente fue visto como un lastre para su partido. Los candidatos elegidos por Trump abrazaron su mentira de que la elección de 2020 fue robada y perdieron carreras críticas en todo el país. Los republicanos electos lo tomaron como una señal de que Estados Unidos había terminado con Trump, y casi todos ignoraron su discurso de inicio lleno de agravios, en Mar-a-Lago. Solo esperaban que desapareciera.
Pero el temprano lanzamiento de la campaña resultó ser una jugada astuta, posicionando a Trump para presentar sus inminentes procesamientos penales como motivados políticamente. Con cada acusación, ganó terreno entre la base del Partido Republicano y recaudó millones en efectivo. Sus rivales en las primarias pasaron más tiempo atacándose entre sí que enfrentándose al hombre que se interponía en su camino. El gobernador de Florida, Ron DeSantis, posiblemente el oponente más formidable de Trump, se retiró después de los caucus en Iowa. Para marzo, Trump ya había asegurado suficientes delegados para ser el presunto nominado republicano. Fue la primaria presidencial disputada más rápida en la historia moderna de Estados Unidos.
La victoria arrasadora de Trump en las primarias fue el producto de una estrategia perfeccionada por sus dos directores de campaña: Susie Wiles y Chris LaCivita. Wiles, una estratega veterana radicada en Florida, había trabajado para la campaña de DeSantis en 2018 para gobernador, pero se distanciaron después de que él asumiera el cargo. Tras las elecciones presidenciales de 2020, Wiles se hizo cargo del comité de acción política primario de Trump, Save America. En el exilio, pero ya planeando su regreso a Washington, Trump sospechaba que su mayor obstáculo en las primarias de 2024 probablemente sería DeSantis, según fuentes cercanas a él. ¿Quién mejor para ayudarlo que Wiles?
Wiles reclutó a LaCivita, un operativo republicano de mano dura. Juntos, trazaron la estrategia de la campaña. La base de MAGA era lo suficientemente fuerte como para asegurar la victoria de Trump en las primarias republicanas, concluyeron, lo que les daba tiempo para probar un plan para derrotar a Biden en noviembre. El equipo de Trump se enfocó en construir una operación capaz de identificar y movilizar a los seguidores de Trump que no eran votantes confiables.
Wiles y LaCivita, el director político James Blair, y el veterano encuestador de Trump, Tony Fabrizio, creían que el género sería clave. En 2020, Biden ganó manteniendo la misma ventaja de 13 puntos entre las mujeres que Hillary Clinton tuvo sobre Trump en 2016, mientras que redujo la brecha entre los hombres en cinco puntos. “Los hombres nos costaron la última elección”, dice una fuente principal de la campaña de Trump. “Nuestro objetivo fue no permitir que eso volviera a suceder”.
Las encuestas mostraban que los hombres, especialmente los jóvenes, estaban alejándose de Biden, sobre todo por la economía. En una contienda directa, la ventaja de Trump era mayor entre los votantes masculinos poco confiables menores de 40 años. Los asesores se concentraron en activar a este grupo, que en general veía a Biden como un anciano que no debería ser presidente. Estos jóvenes no obtenían sus noticias de los medios tradicionales y estaban menos preocupados por los derechos reproductivos o el retroceso democrático. Cuando interactuaban con la política, era mayormente a través de podcasts provocativos y redes sociales. Apreciaban la audacia de Trump y su costumbre de romper normas. Focalizar una gran cantidad de energía en movilizar a votantes que no se preocupan mucho por la política era un riesgo. Pero LaCivita repetía con frecuencia una frase de Winston Churchill que se convirtió en el mantra de la campaña: “Intentar estar seguro en todas partes es no ser fuerte en ningún lado”.
Mientras Trump buscaba el voto masculino, también debía evitar perder el voto femenino por márgenes mayores que en 2016 y 2020, una tarea nada fácil después de que sus nombramientos para la Corte Suprema ayudaran a revocar Roe vs. Wade y allanaran el camino para prohibiciones del aborto en todo el país. Cada vez que surgía el tema del aborto, Trump insistía en que ahora era un asunto que debían decidir los Estados y desviaba la conversación lo más posible hacia la economía, la inmigración y el crimen, temas que, según creía su campaña, generaban inquietud entre las mujeres suburbanas acomodadas que estaban abiertas a apoyarlo.
Cuando Trump habló con TIME en abril de 2024, los índices de aprobación de Biden estaban en caída libre y el equipo de Trump creía que iban en camino a una victoria decisiva. En dos entrevistas, Trump delineó una agenda para un segundo mandato que reconfiguraría a Estados Unidos y su rol en el mundo. Mientras tanto, una constelación de grupos aliados a Trump, como el Project 2025 de la Fundación Heritage y el Center for Renewing America, estaban sentando las bases para implementar la visión autoritaria de Trump. Muchas de sus ideas —desde imponer duras restricciones al aborto hasta desmantelar protecciones ambientales y poner toda la burocracia federal bajo control presidencial— eran ampliamente impopulares entre grandes sectores del electorado. Pero Trump parecía convencido de que una victoria en el otoño estaba predestinada.
La confianza de la campaña solo creció durante tres intensas semanas que comenzaron con la desastrosa actuación de Biden en el debate del 27 de junio. El 13 de julio, Trump sobrevivió a un intento de asesinato en Butler, Pensilvania, con la bala del atacante perforándole la oreja. Trump se puso de pie y levantó el puño mientras la sangre le corría por la cara, un espectáculo de desafío que emocionó a sus seguidores. El anuncio de Trump de elegir como compañero de fórmula al senador de Ohio J.D. Vance, de 39 años, en la convención republicana días después, parecía una declaración de confianza en que el movimiento MAGA perduraría mucho después de que su líder abandonara la escena.
La euforia no duró mucho. Tres días después de que concluyera la convención del Partido Republicano, Biden anunció que no buscaría la reelección y apoyó a Harris. En cuestión de días, la vicepresidenta consolidó el apoyo demócrata. Pronto superaba a Trump en recaudación por cientos de millones de dólares y organizaba mítines que atraían el tipo de asistencia y entusiasmo que su partido no había visto desde la era Obama. La victoria de Trump ya no parecía un hecho inevitable.
En una serie de reuniones en Palm Beach y en el club de golf de Trump en Nueva Jersey, Wiles, LaCivita y su equipo realizaron sesiones de estrategia para abordar las amenazas que planteaba su nueva oponente. Una candidata más joven dificultaba atraer a los votantes desencantados con Biden. Evitar perder apoyo entre las mujeres, enfrentándose a una, sería aún más complicado. Los esfuerzos demócratas por vincular a Trump con agendas extremas como la del Project 2025 comenzaban a dar frutos. Las primeras encuestas internas indicaban el desafío, según fuentes de Trump. Fabrizio tenía encuestas que mostraban que había un amplio deseo de cambio, y el mayor riesgo que enfrentaban era permitir que Harris se convirtiera en la candidata del cambio.
El equipo de Trump comenzó a emitir anuncios y a enviar a sus representantes a programas de televisión por cable para culpar a Harris por la presidencia de Biden, suponiendo que heredaría muchas de las mismas vulnerabilidades de su jefe. Se centraron en su papel trabajando en temas de inmigración para la Administración, en el cual se le asignó abordar las causas fundamentales de la migración desde Centroamérica, y la responsabilizaron por el aumento de cruces en la frontera. Al mismo tiempo, Trump se propuso distanciarse del Project 2025, mientras intentaba pintar a Harris como más de izquierda de lo que realmente es.
En privado, la campaña calculó que el mensaje de Trump sobre el aborto —dejarlo en manos de los Estados— era insuficiente. Las encuestas mostraban que los derechos al aborto eran el tercer o cuarto tema más importante para los votantes. Después de meses de que Trump eludiera el tema de las restricciones federales, sus principales asesores le dijeron que era hora de abordarlo de frente. El 1 de octubre, Trump publicó en Truth Social que no apoyaría una prohibición nacional.
También hubo desafíos internos. Trump se volvía cada vez más inquieto y agitado. Recurrió a aliados de sus campañas anteriores, incluido Corey Lewandowski, uno de sus directores de campaña de 2016. Uno de los defensores más constantes de la estrategia de “dejar a Trump ser Trump”, Lewandowski creía que Wiles y LaCivita estaban arruinándolo, según varios funcionarios de la campaña. En agosto, Lewandowski tuvo una reunión con Trump en la que le aconsejó al candidato republicano despedir a toda su dirección de campaña, según dos fuentes familiarizadas con la reunión. Trump no hizo compromisos, pero asintió y lo escuchó. Wiles y LaCivita pronto tuvieron una reunión con Trump para decirle que Lewandowski estaba generando una distracción y desviando a la campaña de su rumbo. “Lo que hemos estado haciendo ha funcionado”, le dijo Wiles, “y no era momento de desviarse”. Trump estuvo de acuerdo. En su siguiente vuelo, organizó una reunión con todos ellos, incluido Lewandowski, quien en las últimas semanas de la contienda fue apartado como asesor, en gran parte relegado a apariciones en programas de noticias por cable.
El impulso de Harris pareció continuar durante septiembre. Ganó el único debate entre ambos candidatos, llevando a Trump a cometer errores. “Había mucha preocupación interna de que ella fuera una oponente más fuerte de lo que habíamos previsto y que la situación hubiera cambiado”, dice un alto funcionario de la campaña de Trump. Pero la campaña se sintió aliviada una semana después, cuando las encuestas mostraron que el debate apenas cambió la contienda, y ambos candidatos estaban empatados en los sondeos. Trump volvió a su mantra: acelerar el esfuerzo para ganar a los votantes jóvenes y masculinos. A finales de julio, Wiles asignó a Alex Bruesewitz, un consultor republicano de 27 años, la tarea de presentar a Trump una lista de personalidades de podcasts en línea para entrevistas, según varias personas familiarizadas con el asunto. Bruesewitz y Danielle Alvarez, otra asesora principal de Trump, contactaron a Trump en el campo de golf a la mañana siguiente.
“Tengo una lista de podcasts que quisiera proponerle”, dijo Bruesewitz. Trump lo interrumpió allí. “¿Has hablado de esto con Barron?”, preguntó, refiriéndose a su hijo de 18 años.
“No, señor”, respondió Bruesewitz.
“Llama a Barron y averigua qué piensa, y me avisas”, dijo Trump, y colgó abruptamente. Bruesewitz contactó a Barron más tarde ese día y descubrió que a él le gustaba especialmente Adin Ross, un provocador conocido principalmente por colaborar con celebridades en transmisiones en vivo de videojuegos, como NBA2K y Grand Theft Auto. Estuvieron de acuerdo en que allí debía comenzar Trump. La estrategia de los podcasts estaba en marcha.
En agosto, Trump apareció en el podcast de Ross, el cual se volvió viral, acumulando millones de visualizaciones en la transmisión en vivo. Las semanas siguientes estuvieron marcadas por una sucesión de entrevistas aduladoras con presentadores de podcasts juveniles: Logan Paul, Theo Von, Joe Rogan. La campaña tomó la decisión deliberada de evitar la mayoría de las entrevistas con los medios tradicionales.
Trump adoptó un enfoque poco ortodoxo hacia los externos. Neutralizó una potencial amenaza de un tercer partido al ofrecerle a Robert F. Kennedy, Jr. el control sobre la política de salud a cambio de que se retirara y lo apoyara, según afirmó Kennedy. La campaña delegó sus operaciones de campo más laboriosas en Estados clave a grupos como Turning Point USA y America First Works. En las semanas finales de la contienda, el multimillonario Elon Musk invirtió más de 100 millones de dólares en su propio comité de acción política para ayudar a Trump en los Estados decisivos. Prometido con el liderazgo de una nueva “comisión de eficiencia gubernamental” que supervisaría las múltiples agencias federales que regulan sus empresas, Musk contrató personal e incentivó a los trabajadores con recompensas para captar votantes. Él mismo se estableció en Pensilvania, considerado por ambas partes como el Estado clave, y ofreció cheques de un millón de dólares en sorteos para votantes registrados que firmaran una petición. Musk también convirtió X, su plataforma de redes sociales, en un hervidero de teorías de conspiración y caracterizó los riesgos de la contienda ante sus más de 200 millones de seguidores como existenciales. En las últimas semanas de la campaña, difundió la teoría conspirativa de extrema derecha de que los demócratas estaban “importando” inmigrantes indocumentados a los Estados decisivos para inclinar irrevocablemente el mapa electoral a su favor. “Si Trump no gana”, dijo Musk, “esta es la última elección”.
Como siempre, los impulsos autodestructivos de Trump representaron un desafío. Con poco más de una semana antes del Día de las Elecciones, cumplió un sueño de toda la vida al realizar un mitin en el Madison Square Garden de Nueva York. El evento estuvo marcado por una retórica odiosa, xenófoba y racista por parte de los oradores previos a Trump. La campaña de Trump convocó a una variedad de provocadores profanos, incluido el comediante insultante Tony Hinchcliffe, quien llamó a Puerto Rico una “isla flotante de basura”. La campaña no revisó sus comentarios ni los cargó en el teleprompter antes de su intervención, según dos fuentes familiarizadas con el asunto.
El exjefe de gabinete de Trump, John Kelly, recientemente había declarado públicamente que Trump elogió a los generales de Hitler. El exjefe del Estado Mayor Conjunto, el general retirado Mark Milley, lo llamó “fascista hasta la médula”. Las encuestas internas de la campaña de Harris indicaban que lo ofensivo del mitin estaba inclinando a los votantes indecisos a último momento a su favor. Parecía que Trump podría estar implosionando en el último momento.
Poco después de las 9 p.m. en la noche de las elecciones, Trump ingresó a un salón de baile en su club de Mar-a-Lago, recibiendo una ovación estruendosa de una multitud llena de sus adinerados benefactores. Detrás de él estaban sus familiares, incluidos su hijo Eric, su nuera Lara y su hijo menor, Barron. Durante las siguientes tres horas y media, observó con júbilo junto a Musk y White mientras llegaban los resultados, incluso más favorables de lo que predecían sus partidarios más optimistas.
El equipo de transición de Trump está compuesto por leales como la exsecretaria del gabinete Linda McMahon y el empresario Howard Lutnick; sus hijos Don Jr. y Eric; y su compañero de fórmula Vance. Todos ellos fueron encargados de asegurarse de que solo verdaderos creyentes se unan a su administración a la espera. Se prevé que Trump aproveche la red de organizaciones que han estado preparándose para implementar sus ideas. Esto incluye a Russ Vought, su exdirector de la Oficina de Administración y Presupuesto, quien dirige el Center for Renewing America y ha estado redactando órdenes ejecutivas que Trump podría firmar en sus primeras horas como presidente.
El primer y más agresivo punto de la agenda se espera que sea inmigración y la frontera. En su entrevista con TIME, Trump dijo que planea usar el poder ejecutivo para iniciar deportaciones masivas de migrantes indocumentados, ordenando a la Guardia Nacional, al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas y a las fuerzas de seguridad federales realizar redadas. Según fuentes de la campaña, se espera que Tom Homan, un exfuncionario de Trump ahora afiliado al Project 2025, lidere el esfuerzo.
Al mismo tiempo, los principales asesores de Trump le dijeron a TIME que habrá una purga masiva de la burocracia federal. La parte más satisfactoria de eso para Trump, dicen, será despedir a Jack Smith, el fiscal especial que lo procesa por el manejo indebido intencionado de información clasificada y conspiración para anular las elecciones de 2020.
Es casi seguro que los movimientos más controvertidos de Trump enfrenten importantes luchas legales y políticas. Ha prometido durante su campaña nombrar un fiscal general que investigue y procese a sus rivales políticos y críticos. Trump se sentirá envalentonado por un fallo de la Corte Suprema del verano pasado que otorgó a los presidentes estadounidenses inmunidad potencial frente a ciertos procesos penales por actos oficiales. Entre la disposición psicológica de Trump, sus promesas de buscar venganza contra sus adversarios y la eliminación de muchos de los frenos que lo limitaron en su primer mandato, los académicos del autoritarismo ven una nación al borde de la crisis.
En última instancia, la elección es tanto un juicio sobre el pueblo estadounidense como sobre el hombre que han devuelto al cargo. El regreso de Trump no ocurrió al azar. Al construir un movimiento social y político que le otorgó poder coercitivo sobre el Partido Republicano, Trump demolió sistemáticamente muchas de las normas de larga data del país, dando paso a una cohorte de acólitos que facilitarán sus impulsos más autocráticos. Entrará en su segundo mandato comprometido a crear un entorno de gobierno con pocas restricciones a su poder. No ocultó nada de esto. Era lo que el pueblo estadounidense decidió que quería.
* Artículo original: “How Donald Trump Won the 2024 Election”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.
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