Hace dos semanas, un pilar de la cúpula demócrata en el Capitolio me dijo que si el presidente Biden obtenía malos resultados en el debate del jueves por la noche, los demócratas lo retirarían como candidato. Sencillamente, no pueden permitir que arrastre a toda la candidatura y entregue el país a un aspirante a dictador.
Ese temor, como vieron los telespectadores en la televisión nacional, se confirmó, y ahora los demócratas, presas del pánico, tienen una buena oportunidad de convencer al presidente de que se retire. Debería hacerlo con elegancia e instruir a sus delegados para que voten a quien sea elegido en Chicago, donde se inaugura la convención demócrata el 19 de agosto.
Esa medida tendría la ventaja a corto plazo de destrozar la convención republicana, que comienza en Milwaukee el 15 de julio. El Partido Republicano tiene previsto dedicar cuatro días a atacar a Biden. Si abandonara, los republicanos tendrían que explicar qué quieren hacer por el país, y el público se daría cuenta de que la única respuesta es: nada más que perjudicarlo de formas impopulares.
Biden podría ayudar a maximizar el poder de su retirada estableciendo algunas reglas básicas para los demócratas, que —dado su control de los delegados y su estatus de querido estadista mayor— muy probablemente serían obedecidas:
- Ninguno de los candidatos en las próximas siete semanas —más o menos la duración típica de las campañas europeas, por cierto— podrá atacar a rivales o gastar dinero en sus propias campañas que será necesario en otoño contra Donald Trump. Si alguno lo hace, Biden saldrá en su contra.
- Sólo aquellos con un determinado umbral de apoyo en las encuestas podrán participar en los debates demócratas que se programen antes de la convención.
- A cada candidato que cumpla los requisitos se le concederá un discurso de media hora en la noche inaugural de la convención, que el ganador ampliará en su discurso de aceptación.
- Los delegados deberán tener en cuenta —aunque no estarán obligados a ello— las encuestas nacionales y estatales que muestren la fuerza relativa de los candidatos.
- Los candidatos deben identificar a sus posibles compañeros de fórmula.
A diferencia de las primarias de 2020, la contienda de este verano no incluirá candidatos viables del ala izquierda del partido. Dos senadores, Bernie Sanders y Elizabeth Warren, son demasiado mayores y han dicho que no se presentan, como tampoco nadie del Escuadrón. Si cambian de opinión, Biden debería salir en su contra.
Algunos analistas dicen que los delegados nominarían a la vicepresidenta Kamala Harris. Tal vez, pero si fuera eclipsada en discursos y debates este verano por la gobernadora Gretchen Whitmer de Michigan, el gobernador Gavin Newsom de California, el gobernador Josh Shapiro de Pensilvania, el gobernador J.B. Pritzker de Illinois, la secretaria de Comercio Gina Raimondo, la senadora Amy Klobuchar, el senador Cory Booker o un candidato tapado, Harris probablemente no sería la nominada.
Como los jefes de antaño —y así es como se elegía a los nominados hasta la década de 1960—, los demócratas tienen la obligación política de elegir al candidato con más probabilidades de ganar. Esto se convierte en una obligación moral en unas elecciones en las que la democracia está en juego.
En lugar de un caos, una convención abierta crearía una enorme expectación que impulsaría al candidato en la campaña de otoño. Y sin Biden al que destrozar, Trump trataría de vapulear a un nuevo nominado. Pero después de perseguir a un blanco móvil de posibles rivales durante el verano, tendría poco tiempo para hacer que algo se mantuviera.
Una cosa es segura: quienquiera que prevalezca en Chicago será un candidato más fuerte que Biden, que no puede revertir el veredicto de que es demasiado viejo para servir.
* Artículo original: “How the Democrats Should Replace Biden”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.
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