La universidad norteamericana ya ha colapsado



En uno de los últimos números de Princeton Alumni Weekly que llega a mi buzón mensualmente aparecía una breve nota sobre el desplome de la participación activa de estudiantes graduados de Princeton en las donaciones anuales de esa institución[1]. Al menos desde la pandemia, si no antes, la contribución de los egresados vive un marcado declive que se ha vuelto una nueva tendencia en las métricas institucionales. Y una tendencia de la época, añadiremos nosotros, puesto que hasta aquí el artículo no llega. 

En una época marcada por la stagnation o declive; fenómeno que Marx vinculó a la caída de la tasa de ganancias en la crisis interna de la acumulación, ahora se expresa también al interior del aparato universitario norteamericano. Desde la crisis financiera del 2008, las universidades (aunque mucho más las públicas), se vieron a la esquina de un colapso, lo que llevó a una reestructuración fiscal sin precedentes, aferrándose y dependiendo aún más de los esquemas bursátiles federales a dos bandas. 

Las universidades privadas, por su parte, aprovecharon para ampliar sus assets y fondos financieros de inversión en una “global mission” que ahora ha entrado en directa confrontación ante el auge neonacionalista que pone en cuestión, función unitaria del poder ejecutivo mediante, la rentabilidad de un cuerpo estudiantil de active clients.

Ciertamente, lo que llama la atención de la tendencia en la Universidad de Princeton es el cisma entre la élite y la institución de prestigio que es condición de posibilidad para una jerarquización definida a lo largo y ancho del país. Esta ruptura es sintomática de la forma en que paulatinamente las elites norteamericanas han zarpado del aparato universitario al mismo tiempo en que se inaugura una nueva fase de la Inteligencia Artificial y el desarrollo cibernético escalable. 

Quizás, por esto mismo, desde el anuncio del boom de ChatGPT a nivel departamentalizado, las universidades y escuelas han sido vanguardias en la promoción de un uso consistente y reglamentado. Al mismo tiempo, hemos visto durante estos meses a profesores, decanos, administradores, consejeros, y variopintos civil servants callar y obedecer a las nuevas implementaciones adaptativas de la Inteligencia Artificial para la cual no hay ningún “proyecto” legible, salvo mandatos y tribulaciones ad hoc sobre las divisiones del trabajo intelectual universitario. 

En la jerarquización universitaria, el profesor ahora aparece como un cog operating the machine. Ciertamente lo que siempre ha sido, sólo que ahora lo encarna de una forma más servil y comprometida; a veces sádica por su inquebrantable lealtad a la atmósfera de delación generalizada.

Si el vicepresidente decía apenas hace algunos años que el “profesor y la universidad son el enemigo”, tal vez no se equivocaba del todo, puesto que la nueva lógica busca reinsertar todo a un nuevo cuerpo místico institucional[2]. Como sabemos, la expresión es de Ernst Kantorowicz quien se enfrentó en su momento a un juramento anticomunista que terminó rechazando[3]

La paradoja es que, en esta época, a diferencia de los últimos siglos de la ‘universidad moderna’, los nuevos mandatos de optimización regulados no responden a una institución sino a la tiranía de los desarrollos técnicos y sus neolenguas. Esto explica por qué la universidad norteamericana ya no es un espacio de libertad lingüística, sino de la regulación perpetua del “free speech”, que no es más que la administración de expresiones codificadas, y en tanto tal sin posibilidad de nombrar, de imaginar, y de pensar. 

Está claro que ningún alumno se reconoce en las cáscaras de su universidad —ni los administradores en ellos— porque lo único que queda es un vehículo de ascenso económico, y a veces ni eso. Por ejemplo, el nuevo descenso de los ingenieros en los últimos meses confirma el carácter revolucionario y compulsivo del discurso de la técnica[4].

Ganado el día de la IA, queda claro que la universidad norteamericana sobrevive gracias a un suero del gobierno federal que es cada vez más fino y goteante, y que pone en abierto una economía política desde la cual las universidades eliteprivadas más ricas no han tenido otra que abdicar ante las exigencias del estado federal. 

La realidad concreta del stagnation —que hace el estado un territorio en pugna de la acumulación de grupos y firmas del capitalismo financiero— demuestra que no existe una división entre lo privado y lo público; sino que ambas instancias institucionales han estado imbricadas desde siempre en el patrón de acumualción que ahora agudiza su dispensación.

En medio de este momento de colapso, este mismo año ha sido publicado en Chicago The Non-Modern Crisis of the Modern University (Northwestern University Press, 2025) del pensador chileno Willy Thayer; un libro que en 1996, en la fase consumada de la transición al capitalismo financiero socializado en Chile, vinculaba el colapso de la universidad moderna a la ruina de la política de cara a la ilimitación de la subsunción real. 

Hacia el final de ese libro discutiendo la crisis categorial de la representación de la cual el aparato universitario ofrece una escena primordial, Thayer advertía que no podemos saber que “puede acontecer en la universidad o en la política. No tenemos el saber que nos oriente en los hechos; estamos perdidos en ellos como periodistas en las noticias”[5].

Si la universidad norteamericana no invita ni acoge hoy al pensamiento, es justamente porque su facticidad técnica no hace sino responder al americanismo como esencia periodística e informática —que no es otra cosa que el reino de la equivalencia y de la palabra mercantil—. “Hoy la universidad es una inversión de la fe en las obras”, ha dicho Alex Karp, CEO de Palantir, en papel de Escriválaico de Silicon Valley. 

Por eso, el trascendental universitas de seguir existiendo, solo podría perdurar en el contacto de existencias fuera de la institución productiva; ahí donde se mantiene la relación por fuera de la evidente hipocresía que ya ni los egresados de abultados bolsillos se animan a atenuar con buenos modales. Pero desde hace mucho sabemos que en momentos de absoluta descomposición y declive humanista, acontece la oportunidad que daría paso a otra cosa.






Notas:
1. Lia Opperman. “Annual Giving Raises $68.4 Million but Participation Continues Decline”, Princeton Alumni Weekly, September 2025: https://paw.princeton.edu/article/annual-giving-raises-684-million-participation-continues-decline#:~:text=Annual%20Giving%20Raises%20%2468.4%20Million%20but%20Participation%20Continues%20Decline%20%7C%20Princeton%20Alumni%20Weekly
2. J.D. Vance. “The Universities are the enemy”, National Conservatism Conference, Noviembre de 2021: https://www.youtube.com/watch?v=0FR65Cifnhw
3. Ernst H. Kantorowicz. “The fundamental issue: documents and marginal notes on the University of California loyalty oath”, October 8, 1950: https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=uc1.$b114073&seq=5
4. Natasha Singer. “Goodbye $165,000 Tech Jobs. Students Coders Seek Work at Chipotle», The New York Times, August 14, 2025: https://www.nytimes.com/2025/08/10/technology/coding-ai-jobs-students.html
5. Willy Thayer. The Non-Modern Crisis of the Modern University (Northwestern University Press, 2025), 120.






© Imagen principalSeth ClarkCollapse XXVI, 2015

* Artículo publicado originalmente en Ficción de la razón: “La universidad norteamericana ya ha colapsado”.