En el ámbito político, algunas personalidades irrumpen en escena con un estilo y un magnetismo palpables, mientras que otras ascienden con más sutileza y precisión. Jonathan Blitzer, en su reciente columna de opinión en The New Yorker, ofrece un interesante análisis sobre la rápida trayectoria del representante Mike Johnson, desde la relativa oscuridad, hasta el cargo de presidente de la Cámara de Representantes.
En su artículo, Blitzer describe el inesperado ascenso de Johnson entre los republicanos de la Cámara, describiendo a un hombre cuyo perfil bajo jugó a su favor. Quizá lo más cautivador sea la idea de que el anonimato de Johnson se convirtió en una ventaja. Esto contrasta con la creencia generalizada de que la visibilidad y el reconocimiento del nombre son fundamentales en la política estadounidense. La discreción de Johnson, yuxtapuesta a su conservadurismo radical, le permitió destacar sin estar necesariamente en el candelero. Como subraya Blitzer, las posiciones políticas de Johnson pueden ser casi indistinguibles de las de Jim Jordan, y, sin embargo, de alguna manera, consigue una percepción diferente. Este arte de pasar desapercibido sin dejar de adoptar posturas firmes ofrece un giro diferente en una época de teatro político manifiesto.
Blitzer se adentra en la mecánica del ascenso de Johnson. La formación del republicano de Luisiana como abogado constitucionalista, junto con su alineación con las causas conservadoras, sentaron las bases que le situaron como un miembro de confianza dentro del GOP. Sin embargo, se podría decir que fueron las astutas maniobras de Johnson tras las elecciones de 2020 las que dispararon su capital político. Al ofrecer a los republicanos de la Cámara de Representantes una manera de objetar los resultados de las elecciones sobre la base de “arcanas bases legales” en lugar de acusaciones de fraude indemostrables, Johnson emergió como un genio estratégico, satisfaciendo los deseos de la base de Trump, mientras navegaba por un camino aparentemente basado en principios.
El retrato que hace Blitzer del acercamiento estratégico de Johnson a Trump, evidenciado por la detallada comunicación de Johnson a los republicanos de la Cámara de Representantes, ofrece una reveladora visión del arte de la persuasión política. Cuando más de cien legisladores respaldaron rápidamente su postura, se puso de relieve la capacidad de Johnson para movilizar e influir en sus homólogos. Es un testimonio de su influencia que incluso el anterior presidente de la Cámara, Kevin McCarthy, se unió a la lucha, aunque más tarde que la mayoría.
Más allá de estas maquinaciones políticas, Blitzer también subraya las posturas abiertamente conservadoras de Johnson, desde sus intentos de restringir los debates sobre orientación sexual e identidad de género en las instituciones financiadas con fondos federales hasta su reacción festiva ante la derogación del caso Roe contra Wade. Estas posturas, consideradas por separado, podrían hacer que Johnson pareciera una elección controvertida. Sin embargo, la perspectiva que ofrece Blitzer pone de relieve las complejidades y, a menudo, las dicotomías dentro del Partido Republicano.
La mención de Blitzer al polémico voto de Johnson para bloquear la financiación de Ucrania sugiere que el nuevo presidente de la Cámara de Representantes no rehuirá adoptar posturas que le enfrenten, incluso, a sectores de su propio partido. La futura dinámica entre Johnson y los moderados republicanos, especialmente los de los distritos ganados por Biden, promete ser una subtrama cautivadora.
Al concluir su columna, Blitzer llama la atención sobre un sentimiento convincente, resumido en las palabras de un antiguo asesor del GOP: “Los moderados decidieron que no era una colina en la que mereciera la pena morir”. Esta afirmación podría resumir el estado actual del Partido Republicano: un partido que, ante las desavenencias internas y los vacíos de liderazgo, ha optado por la unidad (o al menos por la apariencia de unidad) frente a las prolongadas luchas internas.
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