Todos los hombres del presidente


Donald Trump escucha durante una reunión con embajadores en la Sala del Gabinete de la Casa Blanca, el 25 de marzo de 2025, en Washington, DC. A la derecha, Sergio Gor, director de personal de la Casa Blanca.


Resulta justo resumir los primeros 100 días del segundo mandato de Donald Trump como una sucesión de disputas internas —a menudo mezquinas y autodestructivas— y psicodramas que han servido para oscurecer las directrices políticas que el propio presidente ha marcado. 

Exfuncionarios del Pentágono se han aliado con los medios y con miembros del Partido Demócrata para socavar al secretario de Defensa, Pete Hegseth. El jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental, Elon Musk, calificó en su propia plataforma al asesor económico Peter Navarro de “imbécil” y “más tonto que un saco de ladrillos”. Luego Musk se enzarzó en una pelea con el secretario del Tesoro, Scott Bessent, sobre los logros del DOGE y el historial empresarial del gestor de fondos.

No debe de ser fácil gestionar las contradicciones derivadas de una coalición que ha reunido bajo una misma bandera a exdemócratas como Musk, Robert F. Kennedy Jr. y Tulsi Gabbard, junto a republicanos tradicionales, libertarios y partidarios del MAGA. Como resumió un medio: “Una carpa más grande implica más espacio para pelear dentro de ella”.

Sin embargo, el problema va más allá de una pugna de egos ante las cámaras. Existe una desconexión evidente entre el personal del presidente y sus políticas. En parte, esto se debe a que, según fuentes cercanas a la administración, la Oficina de Personal Presidencial (PPO) ha cubierto solo una quinta parte de los puestos asignados a nombramientos políticos. Eso deja en manos de burócratas de carrera la gestión del gobierno. Como la mayoría son demócratas, el resultado —según dijo un funcionario del primer mandato de Trump— es evidente: “Si esto se prolonga demasiado, como mínimo socavarán el mensaje de Trump. En el peor de los casos, contravendrán sus políticas”.

Aunque esta explicación es cierta, omite que algunas de las fracturas más visibles dentro de la administración no se dan entre el presidente y los funcionarios de carrera, sino entre los propios nombrados políticos. 

No parece que los conspiradores anti-Trump estén colándose por las rendijas, como hizo Eric Ciaramella —el agente de la CIA y exasesor de Biden que ayudó a orquestar el primer juicio político contra Trump en 2019— al ingresar al Consejo de Seguridad Nacional durante el primer mandato. 

En cambio, ahora son miembros del propio gabinete de Trump quienes están colocando en el gobierno a funcionarios abiertamente contrarios al presidente, como Tulsi Gabbard, directora de Inteligencia Nacional, que ha contratado a aliados del multimillonario libertario Charles Koch, quien se opuso a Trump en 2016, 2020 y 2024. 

Tan recientemente como en enero, Trump advirtió expresamente a su equipo que no contratara a peones de Koch. Pero eso no impidió a Gabbard ni a otros colocarlos en puestos clave del gobierno, incluido el Pentágono y la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI).

Buena parte de la responsabilidad de llenar la administración con personas afines a las políticas del presidente recae en Sergio Gor, director de la PPO. Ahora encargado de cubrir más de 4000 puestos en el Poder Ejecutivo, Gor, de 38 años, creció en la isla de Malta y habla maltés con fluidez. Ingresó en el universo Trump a través de sus vínculos empresariales con el hijo mayor del presidente, Donald Trump Jr. 

En 2021, ambos fundaron Winning Team Publishing, editorial que ha publicado varios libros atribuidos al presidente, entre ellos, Our Journey TogetherSave America y Letters to Trump, que ha generado más de 6 millones de dólares en ventas. La firma también ha editado libros de otros allegados a Trump, como Navarro y Charlie Kirk.

Kirk declaró a la prensa que Gor “se lleva bien con todo el mundo en el entorno de Trump”. Apodado el “alcalde de Mar-a-Lago”, el club privado y residencia personal del presidente, Gor ha sido DJ en fiestas temáticas de MAGA, organizadas allí. Durante la campaña, era una presencia habitual en el porche del club, donde recaudaba donaciones entre los miembros.

“Gor está simplemente sobrepasado”, dijo a Tablet un ejecutivo del sector tecnológico cercano a MAGA y a la administración. “No creo que esté colocando a las personas equivocadas por malicia. Es que la administración es una institución de siete billones de dólares, y él no tiene experiencia alguna gestionando nada parecido”.

La biografía de Gor también da señales de haber sido armada apresuradamente. Aunque se presenta como un católico maltés devoto, algunos conocidos afirman que en realidad nació en la Unión Soviética —no precisamente un semillero del catolicismo romano— antes de emigrar a Malta siendo niño. Posteriormente, la familia se trasladó en 1999 a Los Ángeles, donde Gor cursó la secundaria. Según se informa, acortó su apellido de Gorokhovsky a Gor durante su etapa en la Universidad George Washington. En 2008 participó como activista en la iniciativa “Católicos por McCain”, lo que marcó su primera incursión en la política del Partido Republicano.

Después trabajó para el Comité Nacional Republicano y para legisladores marginales del partido como Randy Forbes, Michele Bachmann y Steve King. Pasó por Fox News y luego fue director de comunicación del senador Rand Paul, hasta integrarse finalmente en el círculo cercano de Trump.

Que su experiencia en el Capitolio y en el porche trasero de Mar-a-Lago lo califique o no para encargarse de la plantilla de la Casa Blanca es, sin duda, discutible. Lo que sí está claro es que Gor le es leal a Trump, como demuestra su papel en Winning Team Publishing y el hecho de que no se distanció del expresidente durante su exilio político tras el 6 de enero. Aún más relevante que su lealtad a Trump es su sociedad y estrecha relación personal con Donald Trump Jr., quien celebró en redes sociales la decisión de su padre de nombrar a Gor en noviembre pasado.

Al describir el papel de Gor, el yerno del presidente, Jared Kushner, dijo a The Washington Post en diciembre que, a diferencia de 2017, ahora “hay básicamente 20 personas compitiendo por cada puesto”, y que le corresponderá a Gor decidir quién merece el cargo y quién es realmente leal.

Sin embargo, en contraste con su desempeño durante la campaña y la transición —cuando sus aliados aseguraban a la prensa que era “implacable y eficiente”— en la PPO parece ser ni implacable ni eficiente. Otra fuente del entorno de Trump declaró a Tablet que Gor debe reconocer el problema. “La responsabilidad recae en Sergio”, dijo la fuente. “Si necesita ayuda, que la pida”.

En cambio, parece estar seleccionando el personal de la Casa Blanca como si controlara la entrada de una discoteca, pendiente de la cuerda de terciopelo, donde —según dijeron fuentes a Tablet— cree que su trabajo es mantener fuera a los “neocons”. Tal vez sea su forma de redimirse por haber trabajado para John McCain, el último neocon con poder real. Hoy, en los círculos de Washington, “neocon” se ha vuelto sinónimo de “judío” o “proisraelí”, términos que los leales a Koch usan casi indistintamente, ansiosos por desviar la atención de su oposición prolongada a Trump y a sus políticas sobre comercio, Oriente Medio y control fronterizo, mientras intentan moldear el movimiento MAGA a su propia imagen.

Nadie cree que Gor albergue mala voluntad hacia el presidente, y todos los entrevistados coinciden en que es un fiel leal. Pero también subrayan que la simpatía y el afán de agradar pueden interpretarse fácilmente como debilidad cuando hay lobos hambrientos acechando. Y los lobos de la red Koch no solo están en la puerta: ya han pasado la cuerda de terciopelo y se han sentado a la mesa.



En medio de una investigación interna por filtraciones en el Departamento de Defensa a principios de este mes, el secretario de Defensa Pete Hegseth suspendió y luego destituyó a tres altos funcionarios del Pentágono por realizar declaraciones no autorizadas a la prensa. Uno de los expulsados fue Dan Caldwell, asesor principal de Hegseth y colaborador de larga data. “No es mi trabajo protegerlos a ellos”, declaró Hegseth tras los despidos. “Mi trabajo es proteger la seguridad nacional y al presidente de los Estados Unidos”.

Las dudas sobre la lealtad de Caldwell a la agenda presidencial surgieron desde el inicio del segundo mandato de Trump. En enero, el presidente advirtió en Truth Social contra la contratación de personas vinculadas a la red Koch para ocupar cargos en la administración, pero días después, dos analistas de política exterior afiliados a esa red fueron nombrados en puestos de política del Departamento de Defensa. El propio Caldwell, exmiembro del think tank Defense Priorities —financiado por los Koch—, era considerado responsable de haber colocado a los otros dos en el Pentágono, mientras su amigo Hegseth atravesaba un complicado proceso de confirmación.

“Cada día nos enteramos de alguien abiertamente desleal, que ha criticado públicamente al presidente y aun así consigue un puesto”, dijo a Tablet la periodista e influencer del movimiento MAGA, Laura Loomer. Su cuenta en Twitter lleva un registro constante de lo que califica como un “problema de selección” que ha permitido el ingreso de activistas anti-Trump en diversos organismos de la administración: el Departamento de Justicia, el Consejo de Seguridad Nacional e incluso la TSA.

Loomer afirma que no tiene por qué ser así. “Hay muchísimas personas sumamente cualificadas que quieren trabajar en esta administración y están buscando ser contratadas”, señaló. “Personas de alto perfil, leales a Trump, que aspiran a ocupar cargos importantes. Pero las están rechazando”. No fue sino hasta el mes pasado que la administración destituyó al general Timothy Haugh, director de la Agencia de Seguridad Nacional nombrado por Biden, la misma institución que facilitó el espionaje contra Trump durante su campaña de 2016 y su primer año de mandato.

Fuentes consultadas por Tablet aseguran que no hay ninguna razón válida para que el proceso de nombramientos esté tan atrasado. “La Oficina de Personal Presidencial está atascada con las verificaciones de antecedentes”, dijo un exfuncionario de la primera administración Trump. “Pero algunos de estos candidatos fueron asignados a sus cargos desde noviembre y aún no han sido nombrados. ¿Por qué no se hicieron esas verificaciones antes? Y hay personas que ya trabajaron en la administración anterior y tienen habilitaciones de seguridad vigentes, así que no hay razón para que no estén dentro. Si hubo algún problema con ellos en el primer mandato, eso es fácil de comprobar”.

Incluso los burócratas de carrera están inquietos con la situación actual. “Los funcionarios dicen que quieren una dirección política”, afirma el exfuncionario. “Ni ellos quieren repetir el caos del primer mandato, pero necesitan que los cargos políticos den instrucciones para ejecutar las políticas del presidente. Si esto continúa así, solo alimentará la idea de que el presidente es incompetente”.



No hace mucho, Charles Koch y su difunto hermano David eran detestados por los demócratas, con figuras del partido como el presidente Joe Biden y periodistas progresistas, como Jane Mayer, señalándolos como la fuente de todos los males políticos.

Pero los Koch compraron una tregua con la izquierda cuando, en 2019, se asociaron con el megadonante progresista George Soros para fundar el Quincy Institute, un think tank conocido principalmente por su postura favorable a Irán, promovida abiertamente por Trita Parsi, lobista de ese país y actual vicepresidente ejecutivo de Quincy. 

La postura no era solo ideológica: un reportaje detallado publicado en 2011 demostró que Koch Industries utilizó filiales extranjeras para eludir las sanciones comerciales de EE. UU. que prohibían a empresas estadounidenses vender materiales a la República Islámica.

Según Bloomberg News, productos de Koch “contribuyeron a construir una planta de metanol para Zagros Petrochemical Co., una filial de la Compañía Nacional Petroquímica de Irán, de propiedad estatal”.

De hecho, el imperio empresarial de los Koch siempre se ha basado en el principio de que hacer negocios con regímenes totalitarios antiestadounidenses es rentable. Según el libro de Mayer, Dark Money: The Hidden History of the Billionaires Behind the Rise of the Radical Right (2016), la fortuna de los Koch se originó cuando su padre, Fred, recibió 500.000 dólares de Stalin por ayudar a construir 15 refinerías de petróleo en la Unión Soviética en los años treinta. Posteriormente, su empresa Winkler-Koch construyó una refinería para los nazis que ayudó a mantener a la Luftwaffe en el aire hasta que fue destruida por bombas aliadas en 1944.

Hoy en día, los analistas de política exterior financiados por los Koch están alineados con John Mearsheimer y otros representantes de la escuela “realista” de relaciones internacionales, partidarios de la idea de que Israel es el principal factor desestabilizador en Oriente Medio, y que, por tanto, una bomba nuclear en manos del régimen iraní contribuiría a estabilizar la región. Trump, en cambio, ha dejado claro que Irán, preferiblemente mediante negociaciones, no debe obtener jamás la bomba.

Y el tema iraní está lejos de ser la única razón por la que los Koch llevan casi una década invirtiendo millones para oponerse a Trump. También son pro-China: en los últimos años han invertido miles de millones en la República Popular. 

En 2018, mientras sus empresas en EE. UU. anunciaban cientos de despidos, la filial de Koch INVISTA reveló planes para construir una planta de mil millones de dólares en China, una inversión colosal facilitada por las rebajas fiscales de Trump, que ahorraron a los Koch hasta 1.400 millones de dólares. El resto de ese excedente lo destinaron a campañas publicitarias contra los aranceles impuestos por Trump a las importaciones chinas.

A pesar de sus avances en la infiltración de la administración Trump, los Koch parecen tan decididos como siempre a sabotear sus políticas frente al comercio predatorio de Pekín. Actualmente, dos grupos financiados por los Koch —Pacific Legal Foundation y New Civil Liberties Alliance— han demandado a Trump por sus aranceles a China. Otros grupos afines, como el American Institute for Economic Research (AIER), se han unido a la ofensiva contra los aranceles.

El AIER argumentó en abril que el régimen arancelario de Trump representa una política “regresiva y dañina” que “no protege a las industrias estadounidenses”. Otro artículo del mismo instituto insistía en el mismo punto: “los aranceles no protegen a la industria estadounidense, la debilitan. Elevan los precios, sofocan la competencia y erosionan las relaciones comerciales internacionales”. En otro texto titulado “Incluso los defensores de los aranceles dicen que la guerra comercial de Trump es un desastre para los estadounidenses”, el AIER afirmaba que los partidarios de Trump “no logran entender” que “los costos de los aranceles recaen, en última instancia, sobre los consumidores estadounidenses”.

Puede que el AIER tenga razón respecto a los aranceles. (Y aunque no la tenga, esto sigue siendo un país libre). Pero Trump ganó el voto popular prometiendo imponer aranceles a China y a otros países que desequilibraban el comercio para empobrecer a los trabajadores estadounidenses. Por eso resulta desconcertante que el exdirector del AIER, William Ruger, haya sido propuesto para un alto cargo en la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI), a pesar de que también haya dejado un historial público de ataques a Trump por esa misma política.

“Los aranceles son impuestos para los consumidores, trabajadores y empresas”, escribió Ruger en Twitter, en junio de 2018. “Con lo que sabemos sobre economía del comercio, ‘América Primero’ debería implicar una política robusta de libre comercio, no proteccionismo”. En otro mensaje ese mismo mes, añadió: “¿Cómo va a aislar EE. UU. a su mayor socio comercial sin perjudicar a los estadounidenses? ¿Qué les dirá a los agricultores que no pueden vender sus productos agrícolas a China? ¿Y a los demás exportadores? ¿O cuando dijo ‘aislar’ se refería a ‘fingir dureza con China’?”, escribió en un tuit que luego borró en diciembre de 2019.

En 2018, cuando era vicepresidente de investigación y política del Charles Koch Institute, Ruger escribió en The New York Times: “El enfoque de Estados Unidos hacia el mundo sencillamente no está funcionando para hacernos más seguros ni más prósperos. Y el presidente Trump no está ayudando. Necesitamos una política exterior más eficaz y realista”.

Ruger es ahora subdirector de Inteligencia Nacional para Integración de Misiones en la administración Trump, y está a cargo del informe diario presidencial. Reemplazó a otro analista de política exterior vinculado a los Koch, Daniel Davis, senior fellow en Defense Priorities, quien fue destituido de su cargo —al parecer por el propio presidente— tras las alertas de algunos aliados de Trump.

Fuentes del entorno MAGA consultadas por Tablet expresaron consternación ante el nombramiento de Ruger. “¿Cómo es posible que este tipo sea el encargado de identificar los temas clave y enmarcar las preguntas que recibe el presidente?”, comentó un exfuncionario de inteligencia que ha trabajado en múltiples administraciones. “Es una locura que hayan traído a Ruger. Parece que hay un desprecio total por la voluntad expresa del presidente de mantener alejados a los tipos de Koch, gente con una comprensión superficial de los asuntos, que ni son objetivos ni están en lo correcto”.

Tablet se puso en contacto con la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI) para obtener comentarios sobre los nombramientos consecutivos de figuras de la red Koch, pero no recibió respuesta.

Dado el ritmo glaciar con que se están cubriendo los puestos en la Casa Blanca, es comprensible que alguien relativamente inexperto como Gor haya recurrido a una red consolidada como la financiada por los hermanos Koch para cubrir vacantes rápidamente con personas que al menos hayan trabajado en think tanks de Washington y conozcan el lenguaje habitual del discurso político en sus respectivos ámbitos. El problema con la red de los Koch, sin embargo, es que no se trata de un semillero de expertos; se parece más a lo que ellos mismos acusan de ser a los “neocons”: una secta de creyentes acérrimos cuyo programa político, —centrado en el libre comercio libertario, las fronteras abiertas y la evitación de conflictos con China e Irán— parece tener poco que ver con el interés nacional estadounidense tal y como lo define Donald Trump. Una vez dentro del gobierno, los leales a los Koch tienden a seguir siéndolo… pero a los Koch.

Es posible, por tanto, que el problema de la administración Trump no sea de selección de personal, sino de insubordinación. En cualquier caso, es un problema que Gor ha permitido que se agrave.

Más allá del Pentágono, el problema de lealtad de la red Koch con respecto a la agenda de Trump es particularmente visible en la Oficina del Director de Inteligencia Nacional. Gabbard, la excongresista demócrata por Hawái que cambió de partido dos años después de su fallida campaña presidencial de 2020, formó parte de la junta directiva de un think tank financiado por los Koch en la Universidad Católica de América. Pero lo más significativo es su historial de oposición a la política exterior de Trump, especialmente en relación con Irán. Por ejemplo, en julio de 2019 criticó a Trump por haber abandonado el acuerdo nuclear con Irán. El pacto de Obama con los mulás, dijo Gabbard, “evitó la guerra. Y ese es el peligro de lo que está haciendo ahora mismo la administración Trump: nos está empujando cada vez más hacia una guerra con Irán al destruir ese acuerdo”.

De hecho, la sustancia de su campaña presidencial de 2020 en el Partido Demócrata giró casi por completo en torno a atacar a Trump por su postura hacia Irán —y a defender la principal iniciativa de política exterior de Obama— como dejó claro en una extensa serie de tuits en la primavera y el verano de 2019:

“Su estrategia hacia Irán ha sido mal concebida y miope. Cambie de rumbo ya. Vuelva al acuerdo nuclear con Irán antes de que sea demasiado tarde. Deje a un lado su orgullo y cálculos políticos por el bien del país. Haga lo correcto”. —20 de junio de 2019

“Netanyahu y Arabia Saudí quieren arrastrar a Estados Unidos a una guerra con Irán, y Trump está cediendo a sus deseos. El costo en dinero y vidas será catastrófico”. —9 de abril de 2019

“La política exterior miope de Trump nos está llevando al borde de la guerra con Irán y está permitiendo que Irán acelere su programa nuclear. Todo para complacer a los saudíes y a Netanyahu. Eso no es poner a América primero”. —13 de junio de 2019

“La guerra con Irán es ALTAMENTE probable a menos que Trump trague su orgullo y regrese al acuerdo nuclear que él mismo destruyó. Pero me temo que no pondrá los intereses del país ni de los que morirían en esa guerra por encima de su propio orgullo y conveniencia política”. —14 de junio de 2019

Después de que Trump ordenara eliminar al comandante de la Guardia Revolucionaria iraní Qassem Soleimani en enero de 2020, Gabbard declaró: “Esto fue claramente un acto de guerra por parte del presidente, sin ningún tipo de autorización o declaración de guerra del Congreso, en clara violación de la Constitución”.

Durante su proceso de confirmación, legisladores republicanos expresaron confianza en que Tulsi Gabbard respaldaba plenamente ahora las políticas del presidente. Pero fuentes en el Capitolio han dicho a Tablet que las nuevas designaciones de Gabbard vuelven a generar serias preocupaciones.

“Es escandaloso”, dijo una fuente del Congreso. “El presidente no pudo haber sido más claro en su mensaje sobre los fichajes de personas vinculadas a los Koch. Los Koch se han opuesto a él en todo momento. Esto debería ser un motivo automático de exclusión”.

Otra fuente dentro del equipo de Trump declaró a Tablet que Gabbard y otros “están desafiando abiertamente al presidente”.

Tablet envió un correo electrónico al portavoz de la Casa Blanca para solicitar comentarios sobre cómo es posible que opositores públicos a las políticas del presidente provenientes de la red Koch continúen siendo designados en puestos sensibles. No se recibió respuesta.

Trump es conocido por exigir lealtad, pero también tiene un largo historial de perdonar a quienes lo han enfrentado. Por ejemplo, perdonó a JD Vance por haberlo llamado idiota y por haber sugerido que podría ser el “Hitler de América”; luego lo eligió como su compañero de fórmula. Lo que preocupa a los asesores y simpatizantes de Trump es que, si no hay consecuencias por desafiar al presidente, otros podrían interpretar esa permisividad como una luz verde para impulsar sus propias agendas bajo la bandera de Trump, socavando su programa político y dejando que sea él quien cargue con la culpa.

El primer mandato de Trump terminó con dos juicios políticos en su contra, su expulsión de las redes sociales y el corte de comunicación con sus seguidores, seguido de una ofensiva judicial diseñada para encarcelarlo de por vida. Miles de sus partidarios fueron perseguidos en una redada del FBI que destrozó familias y comunidades. Varios acusados por los sucesos del 6 de enero se suicidaron ante la perspectiva de enfrentar años de cárcel, pobreza, vergüenza y el rechazo de sus seres queridos. Trump obtuvo más de 70 millones de votos porque logró ganarse la confianza de un electorado sumido en la desesperanza por la invasión en las fronteras, los fraudes electorales, los mandatos de vacunación, el aumento de la delincuencia y una clase política que trataba a sus simpatizantes como si fueran terroristas domésticos en potencia. En gran medida, ganó esa confianza por haber sido claro en lo que prometía hacer desde la Casa Blanca.

El presidente debe lealtad, ante todo, a las personas que lo eligieron, no a Gabbard ni a nadie más dentro de su llamada coalición de “gran carpa”. Si la Casa Blanca no corrige el rumbo pronto, advierten las fuentes, el segundo mandato de Trump podría terminar incluso peor que el primero.



* Artículo original: “All the President’s Men”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.





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