El primer día de la Revolución Rusa, el 8 de marzo (23 de febrero en el antiguo calendario ruso), fue el Día Internacional de la Mujer, un día importante en el calendario socialista. Al mediodía de ese día de 1917, decenas de miles de personas, en su mayoría mujeres, se congregaron en la Nevsky Prospekt, la principal avenida del centro de la capital rusa, Petrogrado, y empezaron a aparecer pancartas.
Los lemas de las pancartas eran patrióticos, pero también enérgicas demandas de cambio: “Alimentad a los hijos de los defensores de la patria”, rezaba una; otra decía: “Suplementen la ración de las familias de los soldados, defensores de la libertad y la paz del pueblo”.
La multitud de manifestantes era variada. La gobernadora de la ciudad, AP Balk, dijo que estaban formadas por “señoras de la sociedad, muchas más campesinas, estudiantes y, en comparación con manifestaciones anteriores, no muchas obreras”. La revolución la empezaron las mujeres, no los obreros.
Por la tarde, el ambiente empezó a cambiar cuando las obreras textiles de la zona de Vyborg se declararon en huelga para protestar contra la escasez de pan. Acompañadas por sus compañeros, engrosaron la multitud en la Nevsky, donde se oían gritos de “¡Pan!” y “¡Abajo el zar!”. Al final de la tarde, 100.000 trabajadores se habían declarado en huelga, y se produjeron enfrentamientos con la policía cuando los obreros intentaron cruzar el puente Liteiny, que conecta la parte de Vyborg con el centro de la ciudad. La mayoría fueron dispersados por la policía, pero varios miles cruzaron el río Neva lleno de hielo (algo arriesgado a -5ºC) y algunos, enfadados por los enfrentamientos, empezaron a saquear las tiendas de camino al Nevsky.
Los cosacos de Balk se esforzaron por desalojar a la multitud del Nevsky. Se acercaban a los manifestantes, pero se detenían en seco y se retiraban. Más tarde se supo que en su mayoría eran jóvenes reservistas sin experiencia en lidiar con multitudes. Por un descuido, no se les había proporcionado los látigos utilizados por los cosacos para dispersar a las muchedumbres civiles. Esta debilidad envalentonó a los trabajadores, que salieron en mayor número en los días siguientes.
El 24 de febrero salieron a la calle 150.000 obreros. Marcharon desde las zonas industriales, cruzaron los puentes y ocuparon la Nevksy, saqueando tiendas y volcando tranvías y vagones. En los puentes se produjeron enfrentamientos con la policía y los cosacos. A media tarde, en la Nevsky se agolpaban estudiantes, comerciantes, oficinistas y espectadores. Balk describió a la multitud como “gente corriente”.
Los historiadores han discutido durante mucho tiempo si estas manifestaciones fueron espontáneas u organizadas por los revolucionarios. Mi opinión es que fueron más espontáneas que organizadas, pero que tenían su propia organización interna en forma de miembros anónimos de la multitud que gritaban indicaciones. Luego estaba la topografía política de Petrogrado —definida por los puentes, la Nevsky, la plaza Znamenskaya, el palacio Tauride o la sede de la Duma—, que marcaba los movimientos de las multitudes.
El 24 de febrero, la plaza Znamenskaya se convirtió en el centro de atención, ya que por la tarde se congregó allí una gran concentración. La enorme estatua ecuestre de Alejandro III —un símbolo de la autocracia inamovible apodado popularmente “el Hipopótamo”— fue conquistada por los oradores revolucionarios, que pronunciaron desde ella sus discursos, pidiendo la caída de la monarquía. Pocos en la inmensa multitud podían oír lo que decían, pero no importaba: la gente sabía lo que quería oír y la mera visión de este acto de libertad de expresión —a la vista de la policía— bastó para confirmar en sus mentes que se estaba produciendo una “revolución”. Esa misma noche, cuando la multitud se había dispersado, la policía encontró la palabra “Hipopótamo” grabada en el zócalo de la estatua.
* Orlando Figes es catedrático de Historia en Birkbeck, Universidad de Londres. Entre sus libros destacan A People’s Tragedy: Russian Revolution 1891-1924; Revolutionary Russia, 1891-1991; y Just Send Me Word: A True Story of Love and Survival in the Gulag. Traducción ‘Hypermedia Magazine’.
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