Pepe Horta in memoriam

Ha fallecido (dicen que de un infarto) uno de los seres más raros, generosos y estrafalariamente exquisitos de la Cuba-Miami de nuestra época: Pepe Horta.

Lo conocí en 1990, en su oficina del ICAIC. Por problemas ideológicos, me habían expulsado deshonrosamente del Instituto Superior de Arte (Facultad de Cine). También de Radio Ciudad de La Habana, de mi casa y de la casa de mi novia.

Tampoco me dejaban publicar en ninguna de las revistas culturales donde yo colaboraba (El Caimán Barbudo, Somos Jóvenes, La Gaceta de Cuba, Revolución y Cultura, Alma Mater). Mi situación era tan difícil que durante una semana dormí en parques, funerarias, cuerpos de guardia de hospitales y en portales de casas al borde del derrumbe.

Me dijeron: “el único que puede salvarte en tu situación es Pepe Horta, vete a verlo”.

Llegué antes que él. La secretaria me hizo pasar a su oficina. Mi vestimenta era bastante precaria, hippie, andaba casi desaliñado, flacucho y con el pelo muy largo. Corría el Periodo Especial.

Pepe se comportaba como un viceministro de cultura. Dirigía el Festival de Cine Latinoamericano de La Habana y era el brazo derecho de Alfredo Guevara, uno de los hombres fuertes de la cultura. Además, habían trabajado juntos en París como funcionarios de la UNESCO.

Yo estaba nervioso, pero me puse a mirar las pinturas que invadían todas las paredes de aquel lugar. Pepe entró repentinamente y nos saludamos en un santiamén. Me puse a disertar sobre alguna de las obras y a él le encantó mi atrevimiento.

Yo lo tuteaba, él me escuchó atentamente. Le solté todo el cuento de mi problema. Por momentos, se preocupaba. Ante otras anécdotas se reía del absurdo con que el oficialismo me había sentenciado.

Mi primer cortometraje, Úlcera, que estuvo como finalista en el Festival de Cine de La Habana (1989), llegó a la oficina de Fidel Castro. El gran líder se mostró preocupado ante la visión que yo mostraba del internacionalismo proletario en Angola y sugirió “no perderme de vista”.

No tengo que describir todo el huracán que se me vino encima. Pepe no daba crédito a tanta intolerancia y le reprochó a Alfredo Guevara el extremismo en mi contra.

Mientras conversábamos, yo sentí que conocía a aquel tipo desde siempre. Luego él me confesaría que experimentó una sensación similar. Fue un encuentro muy empático y solidario, como de dos almas que se reconocen hermanadas de otra vida.

Me prometió ayuda y así sucedió. Me puso en manos de la persona que manejaba la inteligencia militar en el ICAIC, Yamel, un buen tipo. Gracias a sus gestiones coordinadas, recuperé mis espacios y volví a la arena profesional, pero esta vez bajo el padrinazgo de Pepe.

Cuando nos despedimos en ese primer encuentro, me dijo: “Yo creo en ti y me gusta mucho lo que haces”.

La historia de nuestra amistad lleva muchos matices, detalles, y un vasto recordatorio que en este espacio de las redes sociales se me hace difícil exponer. En resumen, nos hicimos amigos.

Me invitó a participar en un grupo de artistas que él apoyaba y couchaba. Nos reuníamos en su casa del Vedado a hablar de arte hasta la madrugada, compartiendo el buen vino, la buena música y un insuperable bouquét por lo mejor de la tradición cubana.

Éramos una tribu de locos jóvenes que veíamos en aquel Eleguá a un tipo de una exquisitez y elegancia inusitada. Tenía un buen gusto para todo que parecía proceder de la realeza. Era un cubano fino, culto, simpático, ocurrente, bonito, y con una caja fuerte llena de dinero dispuesto a compartirlo con nosotros, lo mismo en creación de obras y proyectos culturales, que en matarnos el hambre socialista.

Gracias a él, yo hice los videos clip de Carlos Varela (Monedas al aire), Marcelino Valdés (Añorado encuentro), Santiago Feliú (Bs As muerte del 92) y otros más.

Yo sabía que él era gay. Él sabía que yo no lo era. Así que determinamos tratarnos como primos. El respeto y la admiración recíproca caracterizó nuestra amistad.

Ambos salimos de Cuba. Yo rumbo a México y él hacia Miami. El destino nos juntó nuevamente en su Café Nostalgia de la Calle 8, en 1995, lugar que fue el Instituto de Cultura más importante que tuvo Miami en la década de los noventa y parte del inicio del siglo XXI.

Por allí desfilamos todos los artistas outsiders y oficiales que no teníamos cabida en otros lugares. El club era tan famoso que podías encontrarte con Andy García, U-2, Rockichá, Olga Guillot, Eddie Murphy, El Cigala, Cachao, y cualquier otra estrella de Hollywood.

En los cuatro Café Nostalgia (Calle 8, Down Town, Collins y la 41) tuve acceso gratuito y mesa distinguida. Gracias al atrevimiento de Pepe, pudimos estrenar al público los videoclips polémicos y entonces censurados de Willy Chirino (La jinetera, 1997) y La negra tiene tumbao, de Celia Cruz (2001).

Cuando ni Sony Music ni la TV Hispana se atrevían a programar dichos videos por prejuicios conservadores, ya Pepe Horta tenía extensas colas de público en su Café Nostalgia para que la gente pudiera ver, en primicia, materiales culturales que ya forman parte fundamental de una época y de la memoria cultural cubana del exilio.

Era un tipo muy atrevido y con una luz larga estrepitosa, de esa cualidad y magnitud que encandila. Muchos momentos memorables vivimos juntos en Miami. Su biografía es demasiado atrevida para resumirla en una cuartilla.

Vivió como le dio su gana. Era feliz, audaz, solidario. Sus grandes pasiones eran el cine, la pintura, la decoración y diseño de interiores. Sus casas, oficinas y sus negocios eran museos de arte cubano. Su religión era la amistad. En política e ideología era demasiado ecléctico y hasta postmoderno.

Cada vez que nos juntábamos, nos desternillábamos de la risa, lo mismo hablando de filosofía que de música. Manejaba un humor de alto quilate, entre Groucho, Trespatines y lo chaplinesco.

Fue desmesurado e intenso en su vivir, como quien se reconoce un corredor de cien metros, apático a las redundancias del maratón. Vivía a plenitud el instante. Poseía un sexto sentido para reconocer a las almas elegidas, a los mejores corazones. Tenía amigos en todos los bandos.

Hoy tiró el ancla, al borde de su cama en su exquisita casa del Vedado, donde germinaban los estrafalarios sueños. Se había retirado al Valle de Viñales. Allí convirtió un bohío pinareño en hotel Boutique. Su gran alquimia y pasión por el buen vivir le permitían transmutar las cosas humildes en magnificencias.

Cuba perdió a un gran cubano, uno de sus mejores hijos y promotores del legado nacional. Nosotros guardaremos para siempre su nostalgia, con la impecable lealtad que él nos cobijó.

Gracias, Pepe.

Luz te sobra para formar la fiesta en el más allá. Mínimo, pondremos tu nombre a una calle en La Habana y en Miami, tus dos grandes amores.





comprender-el-medioambiente-la-unica-biosfera-que-tenemos

Comprender el medioambiente: la única biosfera que tenemos

Por Vaclav Smil

Llevamos milenios transformando el medioambiente a escalas cada vez mayores y con una intensidad creciente, y hemos obtenido muchos beneficios de estos cambios. Pero, inevitablemente, la biosfera ha sufrido.