¿Por qué las personas anónimas en los Estados Unidos se llaman Jane o John Doe?

En las series policíacas, las películas y los círculos jurídicos de la vida real, “John Doe” y “Jane Doe” son términos que denotan a personas no identificadas. Aunque su uso frecuente los ha hecho familiares para muchos, el rico tapiz de la historia que hay detrás de estos nombres sigue siendo un relato fascinante, que nos lleva ocho siglos atrás, a los tiempos de la Carta Magna.


De la Carta Magna a los tribunales modernos

La Carta Magna, considerada una piedra angular en el mundo de la documentación jurídica, vio la luz en 1215 d.C. Una de sus cláusulas, que garantizaba la imparcialidad de los juicios, ordenaba la intervención de dos “hombres honrados y discretos” en determinados procedimientos judiciales, en particular los relativos a disputas sobre propiedades. Aunque la Carta Magna no utilizaba el término “John Doe”, sentó un precedente que a lo largo de los años condujo a la adopción de la nomenclatura anónima en las disputas legales.

En el siglo XVII, estas etiquetas anónimas estaban profundamente arraigadas en los procedimientos judiciales. Como prueba, el Oxford English Dictionary de 1659 reconocía a “John Doe” por su aplicación específica en casos judiciales. Su homólogo femenino, “Jane Doe”, hizo su aparición en 1703. Inicialmente, estos títulos cumplían una doble función: actuaban como marcadores de posición genéricos en escenarios hipotéticos y ocultaban las verdaderas identidades de las partes implicadas.

La etimología de “Doe” podría remontarse a su asociación con “Roe”. Ambos términos recuerdan a las especies de ciervos que se cazaban en la Edad Media. Un ejemplo contemporáneo que refleja esta historia es el histórico caso “Roe contra Wade”, en el que se utilizó el seudónimo “Jane Roe” para la demandante Norma McCorvey.


John Doe en otros idiomas

Curiosamente, el concepto de marcador de posición anónimo no se limita al mundo anglosajón. Varias culturas y naciones han creado sus propios “John Does”. Por ejemplo, en la India, una persona no identificada puede llamarse Ashok Kumar. En Japón, el nombre cambia a Yamada Taro. En Francia, Jean Dupont; en Holanda, Jan Jansen; y en Italia, Mario Rossi. Cada uno de estos nombres, aunque culturalmente distintos, sirve al propósito universal de representar lo desconocido en contextos jurídicos.

Con el tiempo, el ámbito de “John” y “Jane Doe” se amplió más allá de los juzgados. Sobre todo, en Estados Unidos, las fuerzas del orden empezaron a utilizar estos términos para referirse a personas fallecidas no identificadas. Este cambio afianzó su posición tanto en la terminología jurídica como en la cultura popular.


Identidad, historia y derecho

En una época en la que la identidad personal suele ocupar un lugar central, la continua relevancia de nombres como “John Doe” subraya la necesidad perdurable de anonimato y protección en los marcos jurídicos. 

Estos seudónimos ancestrales, aunque funcionales, también sirven de puente hacia una época en la que los nombres no eran meros marcadores de identidad, sino poderosas herramientas de procedimiento y protección jurídica. 

Las historias de “John Doe” y de sus homólogos de todo el mundo ofrecen una visión convincente de la interacción entre identidad, historia y derecho, ya sea en una fascinante novela policíaca, en un drama judicial de alto riesgo o en un antiguo estatuto.