En un videoclip que se ha hecho viral recientemente, Kamala Harris cita a su madre preguntándole si creía que acababa de caerse de un cocotero. La probable candidata demócrata a la presidencia rompe a reír ante el giro de la frase antes de explicar, de forma un tanto filosófica, el mensaje de la historia: “existes en el contexto de todo lo que vives y de lo que te precedió”. Para la señora Harris, parte de ese contexto es teoría económica esotérica. Su padre, Donald, es un economista de 85 años nacido en Jamaica, antiguo profesor de la Universidad de Stanford.
Como parte de una tradición de economistas heterodoxos, el señor Harris es tenaz y enjuiciador, con un agarre de terrier sobre los puntos ciegos y los supuestos erróneos de la corriente dominante (así como las debilidades de su hija, a la que amonestó públicamente por estereotipar a los jamaicanos cuando admitió que fumaba marihuana). Es un escritor claro. Hay pocos sustantivos compuestos o frases que se prolonguen durante párrafos. Sin embargo, sigue siendo marxista y sus escritos están salpicados de teorías oscurantistas. Los republicanos que se han burlado de la señora Harris por sus discursos de ensalada de palabras encontrarán un precedente en los escritos de su padre.
La obra de Harris comparte algunas de las preocupaciones económicas de la administración Biden, de la que Harris es vicepresidenta. Su libro “Acumulación de capital y distribución de la renta”, publicado en 1978 y dedicado a Kamala y su hermana, examina los escollos de confiar en capitalistas con ánimo de lucro para dirigir una economía. Se centra en la conexión entre desigualdad y crecimiento. Para entender no sólo por qué unos países son ricos y otros pobres, sino también por qué partes de todas las economías están atrasadas, un patrón que él denomina “desarrollo desigual”, Harris rechazó la obra de Robert Solow, el padre de la teoría del crecimiento dominante, y se alineó con postkeynesianos como Joan Robinson y Piero Sraffa.
Los dos campos se enfrentaron a menudo. En la década de 1950, la crítica de Robinson al modelo de crecimiento de Solow dio lugar a lo que se conoció como “la controversia del capital de Cambridge”, debido a que tuvo lugar entre economistas neokeynesianos de Cambridge (Massachusetts), como Solow, y poskeynesianos de Cambridge (Inglaterra). Estos últimos alegaban que sus homólogos estadounidenses conceptualizaban incorrectamente el capital. La agregación de las existencias de capital, la mezcla diversa de equipos de los que depende una economía, en términos de dinero implicaba una lógica circular: el rendimiento del capital era necesario para calcular su volumen, que a su vez era necesario para calcular su rendimiento. Los economistas estadounidenses lo admitieron, pero siguieron utilizando sus modelos. “Si Dios hubiera querido que hubiera más de dos factores de producción, nos habría facilitado el dibujo de diagramas tridimensionales”, bromeó Solow.
Harris no se quedó atrás. En su libro de 1978 desarrolló un modelo de crecimiento sin un stock de capital agregado. En lugar de la “función de producción” suave de Solow, en la que la tasa de ahorro y el crecimiento de la población determinan el capital por trabajador, el señor Harris propuso que las empresas deben elegir entre un “libro de planos”, que necesitan diferentes bienes de capital. Los capitalistas competirán para garantizar que la tasa de beneficios sea constante en los distintos sectores, eligiendo un modelo basado en el nivel de salarios y beneficios de la economía. A diferencia del modelo de Solow, cada parte de la economía no utiliza la cantidad máxima de capital por trabajador. No existe una senda de crecimiento en “Estado estacionario”, sino múltiples equilibrios que dependen del nivel de salarios y beneficios. Más tarde sugeriría que la tecnología en constante evolución conduce inevitablemente a un desempleo persistente.
En su diagnóstico del capitalismo como intrínsecamente inseguro y, si se le deja a su aire, insuficiente para mejorar el nivel de vida, hay un eco de temas en las plataformas de ambos partidos estadounidenses; a saber, la inversión pública y la política industrial de Bidenomics, que pretende exprimir el crecimiento para la “clase media”, y los aspectos más intervencionistas del nacionalismo económico de Donald Trump. Los estadounidenses de todo el espectro político parecen estar ahora de acuerdo en que el libre mercado sin trabas no es el camino hacia la prosperidad generalizada.
Sin embargo, intentar reconciliar por completo la obra de Harris con la corriente dominante sería ridiculizarla, ya que es más descaradamente marxista que cualquier otra cosa de la política estadounidense moderna. Le preocupan la explotación, la forma de valor y la disminución de la tasa de beneficio. En un artículo rechazó la idea de que la población negra de Estados Unidos fuera análoga a la que vivía bajo el dominio colonial, argumentando que el problema era el capitalismo y no el dominio de una potencia extranjera. No hay ninguna razón para que los trabajadores negros estén mejor con capitalistas negros que con blancos, escribió.
Hoy en día, pocos políticos se atreven a citar a Robinson o Sraffa como influencias intelectuales. Harris, por su parte, se retiró del mundo académico en 1998 para centrarse en el trabajo político, incluido el asesoramiento al gobierno jamaicano. A pesar de su radicalismo anterior, ha recomendado la disciplina fiscal y la reducción de la delincuencia, así como el crecimiento basado en las exportaciones y la estrategia industrial. Al final, sin embargo, quizá su mayor legado económico sea su hija.
* Artículo original: “Revisiting the work of Donald Harris, father of Kamala”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.
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