Hace dos días que voy y vengo entre espacios virtuales: el Facebook personal de David Mateo, director de la revista Art Crónica; Hypermedia Magazine, revista que sigo con mucho interés; y El Sr. Corchea, blog de Elvia Rosa Castro, crítica y escritora sobre arte cubano.
Nada hubiese ocurrido si, cuando salta a mi muro la publicación de David Mateo sobre una supuesta “decepción” con el artista Henry Eric Hernández, él hubiera respondido a mi simple pregunta: “¿Qué te pasó, David?”. Pues nada explicaba el por qué del lamento, mientras veía a personas que conozco —otras no tanto— brindar apoyo, y hablar de las virtudes personales y cuasiprofesionales del citado promotor.
Casi llego a pensar lo contrario a lo que había sucedido: que había caído en desgracia, digamos, que lo habían “tronado” y que, obviamente, detrás de aquel lamento personal se escondía el miedo y un Judas institucional.
Pero no, David Mateo respondió a todos y cada uno de sus conocidos y jamás me respondió en el muro (cosa que sí haría después, por privado). Entonces, oh, Diosa, canta la cólera…, llega a mi muro el artículo “La estafa crítica de Art Crónica”, de Henry Eric Hernández, acabadito de publicar en Hypermedia Magazine. Y ahí todo encajó.
No. David no había caído en desgracia; simplemente, no aceptaba el diálogo crítico de alguien que no lo acusaba a él directamente de nada, sino que cuestionaba, con un ejemplo específico, que en Art Crónica se le diera cabida a lo que supuestamente era negado por dicho proyecto en su acción fundacional: a censores y artículos con más dudas que respuestas. Un ejemplo que hablaba de su responsabilidad como editor y capitán de ese barco.
Henry Eric, indirectamente, exigía de David Mateo una respuesta a la altura del artículo que había publicado. Pero tal respuesta aún no ha ocurrido; todo se ha manejado en un muro de lamentaciones y en intereses de “peña”.
“No te preocupes, sigue…”, se lee en el muro de David Mateo. Y yo que conozco el terreno, rauda y veloz pensé dos cosas: 1) el apoyo en el cónclave del arte cubano implica un futuro apoyo en contraparte, y 2) que David Mateo no pretendía soltar Art Crónica, así tuviera que hacer lo que hiciera falta.
Lejos de plantearse un debate intelectual, David Mateo recurrió, como siempre empieza todo en Cuba, al “problema personal”.
Conclusión: Art Crónica se deslizaba en una pendiente que iba directo a la boca de la Institución Arte Cuba.
Pero como yo nunca doy nada por hecho —para mí toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario—, revisé Art Crónica detenidamente, para corroborar mi hipótesis. Además, ante la ausencia de respuesta por parte de David Mateo —me refiero a una respuesta pública—, y estando en pleno acuerdo con el artículo de Henry Eric Hernández, escribí un extenso comentario en Hypermedia Magazine, con mi nombre y mis datos (se empezaba a contestar sin nombre y en muchos casos vituperando, con alusiones personales, al autor del artículo).
Ambas cosas, mi búsqueda y mi comentario, que publiqué también en el muro de Facebook de David Mateo y en otros espacios, prendieron la mecha. David me contestó en privado, pero sin contestarme nada; otras personas pusieron comentarios en el muro, a los que David contestó en la misma línea y poniendo barreras al cuestionamiento. Entonces me afirmé en lo que ya era probatorio: Art Crónica iba directo a ser otro proyecto consentido por los estamentos culturales que en Cuba tienen afinidad a lo político-ideológico (tal parece que nadie, de los que operan desde el discreto encanto del consentimiento, puede vivir sin sentir la legitimación pública de los mismos, para ser completamente feliz en la aventura).
Ahí hubiera parado todo. Pero en la tarde, recibo —además de por e-mail, que siempre me llega—, un privado de Messenger de manos de Elvia Rosa Castro con el link del artículo “Figura de retórica y cronología del ‘estigma’”, que publicaba en El Sr. Corchea.
Comienza mi noveno inning con las bases llenas.
Le comenté a Elvia que me gustaba el artículo: es fresco. Pero también le expresé mi desacuerdo con la crítica y la docencia cubana; no en este caso puntual, sino a través de un recorrido profesional de 30 años fuera de Cuba —con la objetividad que da observar desde la distancia, con desapego casi japonés— y una revisión crítica de años (un poco más de los que llevo fuera) del arte cubano y sus creadores y gestores.
Lo primero que salta en la lectura: se sigue insistiendo en el hecho de descontextualizar la polémica del arte cubano.
Y lo que es obvio, al contrario de lo que afirma Elvia Rosa, es que el pretendido diálogo no lo determina una acción unida de artistas, críticos, intelectuales comprometidos y activistas apegados al concepto de situacionismo (o mejor, neosituacionismo), para pedir la excarcelación de un artista, ni tampoco la pandemia (que al final a ver si va a tener la culpa de todo lo que no hacemos desde hace años).
Ahí es donde empiezo a disentir de Elvia.
La polémica interna del arte cubano se extiende, si somos rigurosos, como magma primigenio desde las primeras vanguardias, y desde la reinterpretación de las mismas a partir de 1959, en especial después del famoso Congreso de Educación y Cultura de 1971.
En este punto cesa cualquier debate: se para, se evita y se pierde. Ahí, en esa reinterpretación y en ese dogma, es donde se desarrolla la enseñanza del arte, la docencia para los historiadores del arte, las publicaciones de manual y, cómo no, los espacios silenciados, cada vez más largos e interruptus; y por supuesto la defenestración continua de artistas, obras, y exposiciones, y el ostracismo: lacras que existen aún hoy, con acción cultural retardataria y opresora.
La intentona ochentera terminó en una década de ilusionismo etiquetada como “prodigiosa”, pero realmente acabó siendo una encerrona institucional que puso la miel y, una vez que se separaron quienes a ojos de los críticos estaban aptos para ser internacionalizados, se cerraron los proyectos. Aquellos que creían en la polémica abierta y se expresaron con la boca grande, fueron demonizados y se incorporaron a la línea discontinua en forma de espacio vacío.
Al final, quedaron libros y revistas de colección, y un éxodo masivo de artistas que supieron entender que el diálogo del arte cubano siempre sería unidireccional, demagógico y politizado; artistas que prefirieron seguir trabajando en su obra ya insertos en un mercado que estaba llamando a la periferia ante la sequedad del centro.
El diálogo que según Elvia Rosa se ha detenido o se ha amansado con… —y cita un solo hecho nacional, cuando han sido muchos, diría yo— la pandemia, y ahora con los acontecimientos raciales en Estados Unidos, ese diálogo nunca ha existido. Siempre ha sido un soliloquio, un monólogo institucional donde los burócratas se preguntan y se responden y jamás escuchan a los artistas, porque los artistas son “contestatarios”, “subversivos”, “no entienden el momento histórico”, y así hasta llegar a la palabra que ya no tiene vuelta atrás: “disidentes”.
Y la intelectualidad cubana residente en Cuba, o aquella que reside fuera pero mantiene lazos extraintelectuales con la isla, salvo raras excepciones, obvia que esta polémica debe generarse desde Cuba, y desde los que como críticos e historiadores estamos fuera del país pero dentro del arte cubano, en franco (que viene de un germanismo, que deriva en libre) apoyo a los artistas.
Intelectualidad que en muchos casos está entronizada en púlpitos académicos, desde una zona de confort que no está dispuesta a abandonar, y que como dice Fermín Gabor: forman el “Club de la Cebra”.
Refugiarse en acontecimientos internacionales para buscar la causa de la supuesta detención de un supuesto diálogo es, a mi modo de ver, mirar la paja en el ojo ajeno para esconder la viga en el propio.
Partiendo de esta premisa —considerando que este asunto con Art Crónica evidencia la desconfianza ante cualquier proyecto artístico que se genere desde y dentro de Cuba, y que el término “estafa”, empleado por Henry Eric Hernández, es el último término que les queda por usar a los defraudados artistas controversiales—, creo que Elvia Rosa comete otro error: reproducir en grandes citas los desacuerdos de David Mateo, quien sigue acudiendo a referencias personales incluso después de que Henry Eric ha dejado claro que el hecho de haber realizado proyectos con él no lo convierte en su amigo (cosa que comparto como método de trabajo). Menos aún después de haber censurado sus palabras en una entrevista en 2018.
¿Qué censuró David Mateo? Justo la parte donde Henry Eric Hernández hablaba de su censura y posterior expulsión del claustro docente del Instituto Superior de Artes (ISA).
David Mateo, por un requerimiento de Henry Eric sobre la entrevista ya publicada, repuso lo censurado, pero fue justo eso lo que fracturó la relación. El artista le informa a David Mateo que cualquier relación entre ellos, profesional o amistosa, había finalizado.
¿Qué parte de “no hay relación” fue la que David Mateo no entendió, para enarbolar ahora este argumento en su pírrica defensa?
¿Se puede hablar de un diálogo serio y reflexivo para el arte cubano desde un muro de Facebook (público, además: como un show televisivo o un reality) cuando quien te cuestiona lo hace desde una publicación de arte y literatura, sumamente leída, y lo suficientemente seria para publicar un artículo crítico y de opinión como el de Henry Eric?
¿Hay alguna referencia a los problemas del arte cubano en la respuesta de David Mateo; respuesta donde la seriedad que se le adjudica queda en entredicho con esa apelación a la amistad —que solo él da por real (y aunque lo fuera, tampoco incumbe)— y con esa postura donde deja que sean los demás quienes respondan (que no lo hacen: solo apoyan) a algo que solo puede él responder?
Esto me recuerda la falsa humildad que se nos inculcaba desde niños en las escuelas cubanas: hablar de uno mismo era ser autosuficiente. Por otro lado, me hace sospechar que dentro de esa Matrix artística nacional, se avecina una oscura y preparada acción contra Henry Eric.
Como diría Rubén Blades: “Persígnate, men”.
Como el artículo de Henry Eric es un texto crítico, lanza una certera flecha al centro de la diana: alude directamente a la omisión —por parte de los censores de mala prensa y poca ética, ahora colaboradores de Art Crónica, Isabel María Pérez y Rubén del Valle— en el artículo Apuntes para una cartografía de los espacios de exhibición de la capital: elefantes en la tela de una araña, de espacios expositivos y de difusión importantes, simplemente porque sus gestores y promotores han sido “estigmatizados”.
Antes de aclarar este término, he de decir que Elvia Rosa considera esta colaboración (en nómina) como el único handicap del proyecto de David Mateo, y da la palabra a Frency Fernández para evaluarlos. Quiero aclarar también que la estigmatización a la que se refiere Henry Eric Hernández, tiene que ver con el concepto acuñado en 1963 por el sociólogo canadiense Erving Goffman, para hacer referencia a una condición, atributo, rasgo o comportamiento, que hace que la persona portadora de la misma sea incluida en una categoría social hacia cuyos miembros se genera una respuesta negativa y se les ve como inaceptables o inferiores.
La estigmatización comparte dos elementos:
Las personas estigmatizadas, que son enviadas al ostracismo, devaluadas, rechazadas y vilipendiadas, que experimentan discriminación, insultos, ataques e incluso asesinato. Aquellos que se perciben a sí mismos como miembros de un grupo estigmatizado (lo sean o no), experimentan estrés psicológico.
Y los estigmatizadores, que son quienes usan esta noción para provocar, a nivel social, deshumanización, amenaza y aversión al otro, así como despersonalización a través de caricaturas estereotipadas. Estigmatizar a los demás, teóricamente, serviría a estas personas para mejorar la autoestima.
La estigmatización es la práctica más habitual de las instituciones culturales cubanas, con su catecismo político e ideológico. Si digo Antonia Eiriz se entiende; pero, ¿por qué no hablar del presente y decir Tania Bruguera, la fruta dorada de las “novísimas”?
A Tania Bruguera se le exprimió hasta la última gota, y ahora es reconocida con doctorados y premios en cualquier sitio del mundo menos en Cuba (su espacio dinamizador Instituto de Artivismo Hannah Arendt, es uno de los excluidos). El ostracismo, para Tania, Bruguera ha incluido la cárcel.
Seguiría diciendo más nombres, pero se me quedarían muchos artistas fuera. Y no es una lista lo que pretendo hacer aquí.
Después, Elvia Rosa pasa a una conciliación que ya no se cree nadie, y es que estas discusiones públicas alimentan a esas mismas instituciones contra las que los artistas e intelectuales quieren luchar (debe ser muy buena la intención, pero la lucha no arranca), y que las mismas se frotan las manos dividiendo fuerzas.
Creo que no es la polémica iniciada por Henry Eric la que hace relamerse a las instituciones normativas cubanas, sino estos dos aspectos: por un lado, la falta de criterio (lo dudo) o conveniente causalidad de David Mateo al poner en nómina a dos censores y darle un matiz de pluralidad a Art Crónica (pluralidad que, por lo visto, pronto dejará de ser coro para ser un solista); y por otro, esa forma de proponer un diálogo mistérico entre los artistas para, como una logia, no develar a la institución sus intenciones.
Siempre es lo mismo: baja el volumen o apaga la radio que te van a oír…
El arte cubano nunca se ameniza con una buena y estridente banda sonora.
Al final, Elvia Rosa entra al trapo de lo personal, haciendo una larga lista (donde involucra a otras personas) de todas las acciones que dirigían atención a los proyectos de Henry Eric. Un intento de decirle de nuevo: “Oye, no te olvides de lo que hicimos por ti”.
Considero este recuento ilógico, raro e incluso descalificativo a nivel profesional para con los involucrados en la obra del artista. Si antes del “proceso Mateo” la obra de Henry Eric valía, tiene que seguir valiendo hoy; con lo cual, nada se le regaló: se lo ganó con su buen hacer y sus proyectos innovadores y contemporáneos. No creo que en ningún momento el artista haya planteado explícitamente que es un estigmatizado. Aunque, yo él, ya me hubiera ido adelantando. Con estos truenos… Ya estaba en la mirilla.
Finalizando este recorrido por la polémica y por el texto de Elvia Rosa: ella, después de “definir” y “recordar” a Henry Eric, vuelve a conciliar. Y saca que Art Crónica no es una revista o un proyecto de contingencia y, por tanto, como es un proyecto historiográfico…
Pregunto: ¿es que la historia no es contingente, no es día a día? ¿Es que por ser historiográfico es acrítico? ¿Visibilizar el arte cubano no es un ejercicio crítico, selectivo?
Evidentemente, parece que no. La memoria histórica solo es para Henry Eric.
Cierto que Internet está plagado de espacios críticos (a los que pocos cubanos pueden acceder, porque “comen megas”, en argot popular; pero eso no importa: espacios hay), y lo de teclear en Google, bueno, no voy a dar una clase de algoritmos para hacer SEO.
Si, como se dice en el artículo de Elvia Rosa (poniéndolo en boca de Jorge Gómez de Mello), mantener un proyecto alternativo en Cuba es jugar a la ruleta rusa, yo invito a preguntarle a Sandra Ceballos cómo se ha mantenido Espacio Aglutinador, y cómo hacíamos los que allí íbamos en sus momentos iniciales.
Me parece muy loable que David Mateo, viva donde viva (que tampoco es de interés) haga un proyecto a su medida. Con esa frase queda todo dicho, y al final, con esa épica de “qué derecho moral nos asiste para cuestionarlo”, doy por hecho que el diálogo del arte cubano tendrá que esperar quizás varias décadas más.
Por eso la escritura de este artículo no pretende un viaje de ida y vuelta: al final, no conduciría más que a un revoltijo de artículos que terminarían convirtiéndose en libelos panfletarios, y yo nunca practico aquello que critico. No defiendo ni ofendo a nadie; mi intención es un artículo expresando mi línea de trabajo y mi filiación con los artistas, no con los gestores, al menos no con aquellos que no practican el ejercicio del cuestionamiento socrático como punto de encuentro para solucionar problemas.
Alto y claro: no busco polémica.
Ah, y la referencia final al Sr. Otaola me confunde. Aún más cuando es la imagen del artículo de Elvia Rosa. Perdonen mi poco sentido del humor, pero hay cosas para las que todavía, para mí, el humor es inoperante. Al final salgo convencida del auténtico gesto de Henry Eric Hernández. Y con respecto a Art Crónica, creo que cuando el río suena…
La estafa crítica de Art Crónica
Henry Eric Hernández
Creada sobre bases de independencia económica y autonomía de pensamiento, parecía que Art Crónica iba establecer un entorno plural para repensar la historia del arte cubano. Varios colegas pensamos que Art Crónica sustituiría el controlado ámbito discursivo de la revista Arte Cubano por uno más inclusivo, o al menos, no tan reprobatorio.