Hay obras de arte que adquieren una dimensión y trascendencia mucho mayores con el paso del tiempo, a propósito de algún suceso coyuntural que las regresa al presente y les otorga una nueva vida, una narrativa más poderosa.
Obras que se adelantan a un momento histórico determinado y presagian una sensibilidad que se avecina.
Tal es el caso de la performance del artista cubano Carlos Martiel titulada South Body (2019), presentada en la 5ta Bienal de las Américas de Denver, Estados Unidos (K Contemporary Gallery, con curaduría a cargo de Marisa Caichiolo). En ella el artista permaneció desnudo, recostado sobre el piso de la galería durante una hora, mientras en uno de sus hombros llevaba clavada, por dentro de su piel, una bandera norteamericana con una punta dorada.
Al observar semejante acción, no podemos dejar de pensar en los sucesos que sacuden las calles de Estados Unidos luego de la muerte de George Floyd, hombre negro de 46 años, a manos de un oficial de la policía el pasado 25 de mayo en Minneapolis.
Esta obra de Carlos Martiel resulta estremecedora, impactante y muy actual. El artista acude a una estrategia recurrente en muchas de sus performances: la autoflagelación, el acto de lastimar su propio cuerpo, para llamar la atención sobre problemáticas raciales candentes dentro de la sociedad norteamericana de hoy. Pero eso que nos quería transmitir Martiel en 2019, hoy tiene una connotación explosiva: dinamita visual.
El artista presenta la bandera norteamericana como agente de laceración, como instrumento simbólico de dominación y control racial (y hasta político si se quiere). Esa bandera es, aquí, un instrumento de neutralización (paralización).
La pose del artista, entretanto, es la del derrotado: el individuo que cede, que no encuentra otro camino que entregar el espacio de poder sobre su cuerpo y su destino.
Es una obra que transpira dolor. Mucho dolor. Pero aquí ese dolor no es una mera representación artística, sino que se convierte en una experiencia real, un acto visceral que cala hondo en el espectador por su sentido de realidad, por la manera en que la metáfora se diluye en la vida misma, en el aquí y el ahora de esa herida sobre la piel que pudieron presenciar los asistentes a la galería.
Esta obra es una protesta, mucho más fuerte quizás que muchas de las protestas de hoy. Una protesta silenciosa, incisiva. Enceguecedora.
Carlos Martiel no agrede a otros: se ataca a sí mismo, y con ello proyecta un grito de impotencia y desesperación. Él no es solo un negro viviendo en los Estados Unidos: es un negro inmigrante, latino, homosexual y proveniente de una isla socialista. Su sentido de desplazamiento cultural es por partida quíntuple. Y eso hace que la obra sea todavía más fuerte, más contundente. Quizás él mismo no tenga idea aún del alcance de su propuesta, de la dimensión de esta obra maestra.
La postura de Carlos Martiel en la performance es la del vencido, pero pudiera ser también la pose de quien descansa para volver a pelear. La actitud de quien recobra fuerzas para renacer de las cenizas.
¿Cuál de las dos es la interpretación más apropiada?
Eso no lo sabremos ahora. Será la historia quien nos dé la respuesta. La historia y la vida. La vida de los otros.
Galería
Carlos Martiel
South Body, 2019.
5th Biennial of the Americas, K Contemporary Gallery, Denver, EE.UU.
Curaduría: Marisa Caichiolo.
Foto: Jordan Spencer.
Cuquita: una muñeca cubana en Nueva York
“Hola, mi nombre es Cuquita, the Cuban Doll. Nací en La Habana y ahora vivo en Nueva York. Me identifico como mujer. Me encuentro rodeada de espinas. Además, menstrúo cada mes. Meditaré mi salida del capitalismo y el comunismo por 30 minutos. Únete si quieres. Por favor no me toques”.