Chago, una vida de película

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Chago es la viva estampa de un maduro díscolo con cara de garzón. De pie, chato, mofletudo, cuello rollizo, manos pequeñas y regordetas. La piel aceitosa, rosa y gris, matizada por morbidezza de entrañas. Luego, de pie, es un peón de ajedrez carnudo y retozón. Pero sentado, ah, ¡sentado todo cambia! La expresión del asombro, los ojos exorbitados, el cuerpo se alarga en el énfasis y se asienta, tomando la forma de una fruta tropical madura. La voz se hace metálica y aterciopelada. Se encoge de hombros como atosigado por el peso del espacio. Emite un balbuceo ansioso e intuitivo —acento guantanamero en pleno flujo vertiginoso y cinemático.

En una ocasión, durante una comida en casa de Julio Roloff, amigo común, soltó: “Sé que no soy lindo. No quiero causar pavor”. Sentencia inspirada que anoté en mi libreta. En otra cena, hablábamos de libros (siempre nos vemos de noche, alrededor de la mesa), defendí un autor agreste de nuestra literatura, e impávido dejó caer: “Lo he leído, no me sirve para nada”. Por momentos, despierta el Chago agorero como si un dogma le fuera revelado. Otra vez, en su casa, se discutía en voz alta. Las risotadas eran enervantes. El anfitrión alzó la voz por encima del grupo y enunció secamente: “Todo lo que sucede en la vida es literatura mala”. Entre los presentes se hizo el silencio de una cabeza cuando cae. 


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Chago es una esponja submarina dragando tropelías. Reflexiona lo indesmentible. Personaje atípico de la generación sesentosa habanera, ajeno a partidos, salió por la primera puerta sin rasguños que mostrar. Es sobreviviente del error. Quién sabe si por esa razón reside en una galería de arte claustrofóbica iluminada con luz fría, rastro sagüesero de polícromos barroquismos. Las paredes repletas de coloridas pinturas naif y esculturas papier-mâché, periódicos viejos, hileras de discos compactos, films y música de cancioneros preferidos, colecciones manoseadas de su subconsciente cinemático. Nada falta, nada sobra. La casa refleja lo íntimo y seráfico de su alma.



Santiago Rodríguez, Chago.


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Se dice que una preocupación constante en Chago es la muerte, lo cual pareciera un síntoma de hipocondría. Probé aguijonearlo con el asunto y un día amagué: “Ya no puedes morirte a los 27 años, como Jim Morrison”. Saboreó el café y se hizo el desentendido. He metido seso al asunto. Lo de Chago no es propiamente hipocondría sino una melancolía profunda, el insanus dolor de Hipócrates —la vida en pedazos. Silvestre e hipocondríaco, Santiago Rodríguez machuca el amor de su vida: “Qué enfermedad más mala es el cine. Es peor que el cáncer y el sida juntos”.


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La pasión por el cine de Santiago Rodríguez es su lucha desaforada por la vida.


5

Llegamos al chaguismo. ¿Adiestramiento o habilidad nata? Un poco ambos. Aquel jovencito guantanamero se hizo culto de pura ansia, absorbiendo cada experiencia de la capital revolucionaria y fanática, a 90 millas del Imperio. Detrás de la aquiescencia y los buenos modales, Chago conserva su animalidad primitiva que lo mantiene en vilo; el salvaje de memoria prodigiosa, come por los ojos. Dígase, además, que Santiago Rodríguez es un humorista axiomático irremediable. Consiste en una lenta maceración del sentido impensado de las cosas, minutas bizantinas de la vida de un ego sin ambages (viviendo como quien no olvida).



Santiago Rodríguez, Chago.


6 (Collage de chaguismos)

  • Dulces recuerdos de días pasados que ya nunca más volverán.
  • ¿No dijiste que me parecía a Spencer Tracy?
  • Piensa en una película que te haya gustado. Déjame a mí el resto.
  • ¿Musicales? “The Sound of Music”.
  • Te invito a ver “El tulipán negro” y luego un helado de chocolate en Coppelia.
  • A mí no me tienta nadie, ese diversionismo no va conmigo.
  • “I Confess” es una película de hombres, incluido Dios el Omnipotente.
  • No saber quién era Buster Keaton… ¡imperdonable!
  • Richard Burton no fue actor de pantalla, su feudo fueron las tablas.
  • ¡Veo “Jaws” y “Jaws” por donde quiera!
  • Chaplin y “The Gold Rush” —“perfecto de principio a fin”.
  • Hitchcock sentía pasión desmedida por los villanos gay y los hombres atados al cordón umbilical.
  • Joan Crawford en realidad era una travesti.
  • Quita eso. ¡Fernando Álvarez a estas horas!
  • ¿Y la homosexualidad? ¿Quién la esconde sutilmente?
  • ¿Quién es capaz de conmoverse hoy en día con un Now Voyager?
  • Te canso, ¿verdad? Deja que llegues a viejo.
  • Aquí no estamos en el film Key Largo dirigido por John Houston. No te confundas.
  • Redímete de tanta pesadumbre haciendo una vida tranquila en la Calle 8 conmigo.
  • Mi primer sentido de orientación fue imaginarme que la Calle 8 era 23, y Flagler, Línea. El Downtown era Centro Habana.

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Santiago Rodríguez enreda al más docto. ¿Lo hará a propósito? Sus admiradores, entre ellos críticos conocidos, que no tienen idea de qué hacer con su estilo sui generis. En la revista Cuba Encuentro, Carlos Espinosa Domínguez (ya desaparecido) bautiza el estilo de Chago de “auténtico ajiaco genérico”. Nada más equivocado. ¿Precisión y mesura del léxico en lo referente a la descripción? Niet, tovarich. “Descripción” para Chago son tres mosqueteros: ficción cinéfila, diálogo y dicharacho:

Este barrio por donde estamos pasando es el famoso Coral Gables. Los primeros cubanos ricos que llegaron se lo cogieron enseguida. Yo nunca pude vivir aquí. Me tuve que conformar con una casa en Kendall. Te va a gustar, aunque no es Coral Gables. ¿Qué te parece? ¿No quieres darte un chapuzón? No te preocupes por la ropa. Báñate en cueros mientras te hago un café. Nunca se usa. Me pone muy mal mojarme el bollo sola. ¡No te rías! (La vida en pedazos, pág. 124.)


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El chaguismo es avant garde, es el Karwane estrófico de Hugo Ball, la parole in libertá de Filippo Marinetti. Entrar en materia de chaguismos corresponde a l’écriture automatique del surrealista André Masson, el zaum del cubo-futurista Velimir Khlebnikov, o la poesía disonante de Henri Chopin. Lewis Carrol era genial —y, además, chaguista— cuando incluyó el poema Jabberwocky (o Jerigóndor) en Alicia a través del espejo.  



Santiago Rodríguez, Chago.


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Para Chago, la realidad (la caverna de Platón incluida) es de película: 

Llévame a donde tú quieras.
¿A dónde yo quiera?
Lejos de la civilización, lejos de esta mierda. En un avión, en un yate, en un hueco en la tierra.
Estás hablando cáscara de caña. (Mírala antes de morir, pág. 46.)

Cuba no existe como país, eso es arte bruto. La isla se asemeja a un paisaje de Rousseau, donde un negro pingú toca una extraña flauta y entre palmas y arcas los hombres y los animales se retuercen en danza lúdica, castigo de su inmadurez. Porque Dios no tenía nada que hacer allí y los dejó a su libre albedrío. (La vida en pedazos, pág. 28.)

Envejecer es cosa fea, una llega a repetirse. Apaga ese televisor. Los talk shows no van a acabar conmigo. Si tomo el bus por todo Nueva York le tiro un beso al Parque Central y me despido de la ciudad con gusto. ¿Se mantiene el alza en la bolsa? Decidido. Si hay leyenda, que digan, fue cenizas, pero también diamante. Esta es la palabra de Dios. (Una tarde con Lezama Lima, pág. 143.)


10

El chaguismo sería asignatura para estudiosos, de la sicografía del castrismo durante la Guerra Fría hasta el Miami actual.





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