Cuando se habla de la autodeterminación de los autores para mostrar su trabajo, me cuestiono las funciones y el papel de los llamados intermediarios. Para aterrizar este asunto en un escenario donde el creador ha validado históricamente la autonomía de su proyección, es interesante acercarse a algunas consideraciones sobre: “El rol del curador en una exposición personal”.
Selecciono a un artista para que se manifieste acerca del tema desde sus experiencias y extienda la convocatoria a otro colega, dejando abierta la posibilidad de ejecutar una cadena de invitaciones. En esta entrega les comparto la tercera intervención del “Challenge” por Leslie García, que ha sido invitado por Jorge Pablo Lima.
Primero, creo que sería de importancia aclarar que lo que se conoce bajo el concepto de curador/curaduría, visto ya desde el medio que nos compete, es un término que se incorpora a la museología a partir de los años 70 aproximadamente, teniendo en cuenta que además no era muy aceptado a causa de los significados que englobaba hasta la fecha, haciendo referencia por tanto a otras actividades sin vínculo alguno con este tema.
Sinceramente y viéndolo de una manera personal no sabría decirte si he experimentado o no una relación convencional con aquel/la que se hace llamar curador/a. Los márgenes o roles a interpretar me son difusos. Quizás esta mirada esté subordinada a una especie de afán o tendencia por controlarlo todo con respecto a lo que rodea cada obra, viéndose estas no solo como elementos aislados de poéticas individuales que empiezan y culminan con sus dimensiones físicas. El ejercicio de la creación comprende como parte igualmente de su contenido entretejer las posibles narraciones entre unas obras y otras, así como la manera de hacerlas visibles. Cuando se piensa un trabajo no solo se piensa para un espacio neutro y flotante de fondo blanco, sino que además y entre otras cosas lo piensas lo más cerca o lo más lejos del anterior sin aún haberlo emplazado en espacio alguno.
Nuestra educación artística, por suerte o desgracia, está impregnada de una serie de relaciones intrínsecas que hemos asumido como parte del mismo proceso de creación. Si te detienes a pensar un momento te darás cuenta de que la mayoría de las obras que nos cautivan y que hasta nos funcionan como referentes no las hemos visto propiamente; las hemos asumido como obras en tanto su construcción bajo un entramado de conexiones que ultimamos en cierta visualidad. Desdibujamos por tanto sus formas, trascendiendo así obra y artista. Esta manera de entender la obra, de conocerla, en la medida de hacernos una idea suya, es una especie de archivo multimedia que implica todo lo que de ella se trate y que hasta la fecha ha llegado hasta nuestras manos. Podríamos decir básicamente que el arte que conocemos y reproducimos debe su existencia en gran medida a todo lo que nos ha funcionado como mediador entre ese objeto único, prácticamente inaccesible y nosotros.
Esta podría ser una de las razones por la que de una manera casi inconsciente no solo concretamos la obra en los aspectos que la hacen existir físicamente, sino que extendemos sus márgenes de existencia hasta las más variadas maneras en que se podría acceder a ella.
Si nos centramos en la figura del curador propiamente como uno de esos mediadores que contribuyen a este proceso podríamos decir que es alguien que oficia como complemento a las capacidades y discapacidades del artista visto como productor. Podríamos catalogarlo como un hacedor de lecturas, una especie de agente cómplice entre obras y sus posibles destinos, un ente que logra robar protagonismo y convertirse en el mejor de los casos en alguien indispensable con la capacidad de venderse como conocedor, crítico, dealer o comerciante.
Si hablara desde mi experiencia con respecto a este tipo de relación, podría citar al caso una exposición como ¡La era de Hans Haacke ha terminado!, donde tuve la grata oportunidad de participar con una cuarta intervención titulada “The Magic Continue After Midnigh”; luego de la participación de Luis Gómez, seguido por Eduardo Ponjuán, dando continuidad Ernesto Leal y sucediéndome José Madrigal. Este proyecto de colaboración para con la obra de Luis, que en un principio iba a ser, si mal no recuerdo, de una mayor participación, pero que a mi juicio igual disfrutó de un final feliz y coherente, sería un buen ejemplo para visibilizar lo que trato de decir.
Luis me comenta la idea, conozco su pincha, fue mi profe, es mi socio, los otros artistas son personas que igual me cuadran un mundo… “Ok., vamos a meterle, ¿¡pa’ qué me preguntas!?”. Procesual art estudio, un espacio, un taller que igual no conocía, pero… ok. (gente chévere). Voy, le enseño a estos últimos algunas de mis cosas y ya.
No sabía qué haría cada uno, lo fui viendo en el transcurso de lo que sucedía. Con respecto a ello solo preguntaba hasta qué punto podía o no tocar las piezas de los que me precedían y hasta ahí las clases. Me atrevería a decir que más menos era la misma experiencia repetida en cada uno de nosotros. De alguna manera, y si se quiere, todos éramos intermediarios de algo o alguien, todos en mayor o menor medida organizábamos y dábamos visibilidad hasta el punto de nuestro alcance y en la medida de los roles que por momentos nos tocaba asumir.
Galería
Jorge Pablo Lima: El artista es el curador por excelencia
“Desde su génesis, por tanto, la figura del curador está asociada a la práctica y significación de un cierto orden, ya sea estético o administrativo”.