Cuquita: una muñeca cubana en Nueva York

Año 2018. Una joven vestida de muñeca aparece sentada frente a varias estaciones del metro de la calle 14 en la ciudad de Nueva York. Su pose es de meditación, y su boca y sus ojos son enormes (estos últimos, cerrados). Su rostro frisa la desproporción y el grotesco, mientras a su lado aparece un texto que dice: “Hola, mi nombre es Cuquita, the Cuban Doll. Nací en La Habana y ahora vivo en Nueva York. Me identifico como mujer. Me encuentro rodeada de espinas. Además, menstrúo cada mes. Meditaré mi salida del capitalismo y el comunismo por 30 minutos. Únete si quieres. Por favor no me toques”.

Se trata de una performance de la artista cubana Yali Romagoza, la cual nos lanza varias preguntas: ¿Qué significa ser una artista latina en los Estados Unidos? 

¿De qué manera la sociedad americana entiende y dialoga con la mujer latina? 

¿Qué impacto tiene la emigración en la obra de un artista? 

¿Cómo se vive la pérdida de la identidad en medio de una sociedad en la que no encajas y a la que no perteneces?

Muchos se preguntarán quién es “Cuquita”. Cuquita es una muñeca de papel que, en la isla socialista cubana, se convirtió en la versión de la Barbie americana. Fue el intento cubano de alejarse de la sociedad de consumo y los modelos de belleza del capitalismo. Usando esa muñeca como alter ego y de una manera sarcástica, Yali Romagoza articula un grito de protesta y desolación en el centro de la capital del mundo. 

La artista ha comprendido que, al emigrar, pierdes completamente tu identidad, se diluye tu ser más íntimo, no te reconoces ni de aquí ni de allá, comienzas a formar parte de un territorio de nadie donde la integración se torna casi imposible y el aislamiento pareciera el único camino para sobrevivir. 


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Yali ha entendido que no es una cuquita, pero jamás será una barbie. Ella trata, a través de su arte, de comprenderse a sí misma, de (auto)reconocerse en medio de dos sistemas políticos de los cuales no se siente parte: uno porque la laceró y cercenó su libertad, y el otro porque la excluye de sus narrativas al ser “la otra cultural”: latina, mujer, diferente. 

En otra performance, titulada “No me pongan en lo oscuro”, Cuquita, the Cuban Doll aparece detrás de una pared de cristal transparente mirando hacia la calle, de pie, en posición rígida y con un enorme pene simulado entre sus piernas. Aquí resulta claro que la obra de Yali entronca con las operatorias de ciertos movimientos feministas. La artista cuestiona los roles de género que la sociedad asigna a una mujer latina de su edad. Ella y su alter ego son lo contrario a lo que el hombre americano promedio visualiza e imagina como mujer latina, esa voluptuosa, sensual, de grandes caderas, extrovertida y no muy instruida. Cuquita, the Cuban Doll es la antípoda de Sofía Vergara.

El relato imperante del sujeto artístico occidental (hombre, blanco, heteronormativo) no encuentra espacio en las acciones performáticas de Yali. La artista parece decirnos, con Jan Mukarowsky, que toda norma no es más que el pretexto para su propia violación. 

Ver a Cuquita deambulando, incomprendida y solitaria, por las calles de Nueva York, es como mirarnos frente al espejo de nuestra soledad, de nuestro aislamiento e incomunicación con un entorno que nos aparta, nos niega. Es como revivir a Reinaldo Arenas y su inmenso dolor. En su autobiografía Antes que anochezca, el escritor cubano dijo: “La diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque los dos nos dan una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar; yo vine aquí a gritar”. 

Yali Romagoza y su alter ego Cuquita también han venido a gritar. Un grito silencioso, mudo. Un aullido desde la inacción. Quizás de esa manera la artista encuentra una vía para sanar las heridas y descubrirse a sí misma entre un pasado y un presente que la desdibujan. 

Si bien Yali ha usado ciertas estrategias del feminismo, igualmente lo ha cuestionado y se aparta de este. Así ocurre en la obra titulada “Monument to the Great Living Artist”, donde la creadora deja una nota sobre un pedestal con una frase de la artista cubana Ana Mendieta que dice: “American Feminism as it stands is a white middle-class movement” (El feminismo estadounidense tal como está es un movimiento blanco de clase media).   

El vestuario que usa Yali para caracterizar el personaje de sus cuquitas es muy revelador y está lleno de símbolos. Uno de ellos resulta en extremo desafiante, y es aquel que muestra el dedo del medio erguido, con todas las connotaciones fálicas, de obscenidad o insulto que este gesto puede encerrar. “A ti, que me miras con asombro, me vale verga lo que pienses”, parecen decirnos la artista y su alter ego.  

Hay mucho desgarramiento en la obra de Yali, mucho dolor. Como inmigrante viviendo en la misma ciudad de la artista, me identifico con ese dolor. Es el descentramiento del sujeto, la pérdida de cualquier sentimiento de pertenencia, la disolución de las nociones de patria (o cuando la patria es tu propio cuerpo, errante y sin propósito).

Resulta difícil separar a Yali de Cuquita, deslindar la realidad de la ficción, la representación artística de su referente. Ambas han aprendido, con Virgilio Piñera, “a nadar en seco, pues resulta más ventajoso que hacerlo en el agua. No hay el temor a hundirse pues uno ya está en el fondo, y por la misma razón se está ahogado de antemano”




Arte cubanoamericano en Miami: Let’s Do Nada! - Janet Batet

Arte cubanoamericano en Miami: Let’s Do Nada!

Janet Batet

Adalberto Delgado“Do you believe this?! We should do something”Fred Snitzer“Let’s do nada”. Y así, un poco a lo Tzara, con el mismo nihilismo pero en espanglish, en la humedad sofocante del pantano y entre sorbos de vino, en el verano de 1983, nació Nada.