Donación del blanco en la obra de Baruj Salinas


Abstract in Whites (2012) de Baruj Salinas.


Notable es que el blanco haya sido un color privilegiado en la pintura del artista cubano (La Habana, 1938 – Miami 2024) que acaba de fallecer y en la prosa de la filósofa española María Zambrano (Málaga, 1904 – Madrid, 1991). 

El blanco los unió en las exploraciones de carácter estético-espiritual que proponen sus respectivas obras. Para ellos, el blanco más que un color es una dimensión, pues es la Luz y es el Logos al que hacen hablar: él mediante imágenes y ella a través de las palabras.

Unos apuntes hechos por Zambrano durante su exilio en Roma parecen escritos teniendo presente los cuadros de Salinas. Y eso no es imposible, pues ambos fueron amigos y colaboraron en dos libros: Antes de la ocultación: los mares (1983) y Árbol (1985). 

Nos dice Zambrano:

Si los huesos se deshacen queda su cal que es blancura, si todas las vibraciones del color se acallan, aparece la blancura. Si la luz calla y se duerme, se hace la blancura. Si el agua se libera, si la piedra se pulveriza, si la tierra se hace sal, si el espacio se hace centro, la blancura. Si el tiempo, si la Sierpe al fin… Si la historia humana se anega en su fin. Si el amor lo lleva todo para sí. Si la paloma… Entonces será la blancura, la sombra de Dios. (Obras completas VI: p. 376) 

Para Salinas, el blanco parece ser la circularidad perfecta donde vienen a morir y a nacer todos los colores. Fue el Blanco el uróboros en la paleta del maestro cubano. Al tratar este color, se cumple en su estilo un perfecto sometimiento a las leyes que rigen nuestro universo y se manifiestan con preferencia en el Arte. El cromatismo de Salinas brinda al blanco toda su majestad y todas sus oportunidades, fundido con la Luz. 

El día 18 de agosto de este año convulso Baruj Salinas ofrendó su ser cumplido al Universo. Se nos fue la persona, pero nos dejó la presencia de su obra, de ese color que era la matriz de toda su pintura: el blanco, símbolo de paz en todas las culturas, recordatorio del origen divino del hombre, esperanza para el presente.

Los que tuvimos la oportunidad de conocerlo, sentimos la ausencia del “hombre verdadero” que él encarnó con su sensibilidad, su erudición, y su modestia; pero a la vez, sentimos el compromiso de honrar la Belleza de su legado, su mensaje multicultural y transhistórico.

Pero la nota es breve. No ofrezco al lector un análisis de todas las aristas filosóficas-religiosas de su pintura. Como se sabe, Baruj sostuvo a un alto nivel el abstraccionismo, si un estilo pudiera básicamente definirlo, así como transmutó en sus cuadros algunas de las ideas centrales del judaísmo: entre otras, esa hermosa creencia que mantiene al universo en constante interacción con sus criaturas, creadoras entonces. 

Nacido en el seno de un hogar judío sefardita, aunque fue luego un ciudadano del mundo, siento en Baruj un obligado regreso y tributo a sus orígenes. 

De esta obra, sedienta de infinito más que de fama, se pueden disfrutar los originales en colecciones de museos importantes en Estados Unidos y del mundo: México, España, Italia, Israel, entre otros. Pero también puede asomarse el lector a este mundo pictórico en reproducciones de calidad en la web y en el sitio oficial del artista.

Recientes exposiciones en Miami, han contribuido a que el pintor sea conocido por la comunidad donde vivió y tuvo su estudio en sus últimos años, además de llevar con pasión su trabajo como profesor de arte en Miami Dade College. 



Delta (1979) de Baruj Salinas.


En el centro de la fe cristina, el Vaticano, se guarda el que quizás fue su más ambicioso trabajo al final de su trayectoria: The Torah Project, donde el pincel de Baruj conversa con el clásico texto. 

Ya desde antes ha querido plasmar la sacralidad del alfabeto hebreo en un libro a dos manos con el poeta español José Angel Valente: Tres lecciones de tinieblas, Barcelona, 1980.

Me acerco ahora a una copia de su trabajo que me regaló y que atesoro en mi casa. En sus formas me sumerjo para evocarlo. Generoso siempre fue conmigo. Sus correos electrónicos eran de una cálida naturalidad, incluso cuando la enfermedad se hizo presente. Pero transmitían paz y me transportaban a su intimidad junto a la muy querida esposa, Marilyn, cuyos saludos siempre me incluía. 

Mi último correo para él, que ahora abro con dolor, era del año pasado y yo le recordaba una cita de José Martí en Lucía Jerez “El alma humana tiene una gran necesidad de blancura. Desde que lo blanco se oscurece la desdicha empieza”.

Recuerdo la generosa donación de uno de sus cuadros a la Universidad del Sur de la Florida, cuando inauguramos “El Aula María Zambrano” en el 2013, espacio dedicado a la filósofa malagueña, donde no podía faltar su testimonio humano e intelectual. 

Me asomo a la red virtual y repaso las notas y los ensayos de Adriana Herrera, Jesús Vega, Dennys Matos y Janet Batet, colegas cubanos que han dedicado textos a Baruj, como críticos de arte que escriben en Miami, validando desde allí la universalidad del pintor. 

Encuentro un sencillo comentario del poeta José Kozer y valoro las palabras que transmiten la amistad y la comunidad religiosa que los unió, y me provocan reflexionar sobre el particular modo de la cubanía que une a estos dos creadores en exilio. 

Sin embargo, no he buscado Patria en la obra de Salinas. La he recibido siempre como una “iluminación” sobre lo intangible.

Comentar más allá de esta recepción subjetiva sería dislate de una profesora de literatura que se acercó con admiración y amistad a su pintura, y ahora pretende su modesto homenaje al incitar a que entremos en su pintura desde el silencio, en inocencia. 

En el estallido de formas de Salinas, cuando se le observa con asombro y recogimiento, el blanco termina ordenando todo aquello que el cuadro pudiera querer decir.







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