Michel Pérez Pollo, ‘Lon’, 2024. Óleo sobre lino, 75 x 75 pulgadas (190 x 190 cm).
Hay en la pintura de Michel Pérez Pollo un juego de tensiones tan sereno como inquietante.
En su más reciente exposición Bolero, abierta hasta el 3 de mayo en la galería Timothy Taylor de Nueva York, el artista cubano reafirma su singular poética visual: una iconografía de formas blandas y equívocas, que se balancean entre la escultura y la pintura, entre la carne y la alegoría, entre lo concreto y lo metafísico.
Nacido en Manzanillo, Cuba, en 1981, Michel Pérez Pollo (conocido simplemente como “Pollo”) ha desarrollado una obra que desarma cualquier lectura inmediata. Parte de una metodología tan lúdica como rigurosa: construye pequeños modelos escultóricos con plastilina y materiales reciclados, que luego transfiere al lienzo mediante una pintura de alto refinamiento técnico. Pero lo que emerge en sus cuadros no es una reproducción literal del modelo, sino una transfiguración: figuras sin nombre, a medio camino entre órganos, juguetes, animales o signos, presentadas con una teatralidad casi litúrgica.
Michel Pérez Pollo, ’Un Otoño XVIII’, 2023. Óleo sobre lino, 78 ¾ x 78 ¾ pulgadas (200 x 200 cm).
En Bolero, estas entidades biomórficas se nos presentan como actores de una escena silenciosa.
En obras como Lon (2024) o Ëncan (2024), cuerpos anómalos se inclinan, se apoyan, se entrelazan o parecen flotar, siempre en relación con otro —como si el gesto del encuentro, o su imposibilidad, fuera el verdadero argumento. No hay narración evidente, pero sí una atmósfera de tensión, como si algo estuviera a punto de suceder.
El título de la exposición, Bolero, no parece casual: como el género musical, estas obras sugieren una coreografía de pasiones contenidas, de aproximaciones y giros emocionales, de repeticiones obsesivas.
Michel Pérez Pollo, ‘Ëncan’, 2024. Óleo sobre lino, 78 ¾ x 157 ½ pulgadas (200 x 400 cm).
El uso del color es otro de los ejes que definen su estilo. Tonos como el azul petróleo, el naranja mandarina, el ocre apagado o el verde olivo se despliegan sobre fondos planos, generando contrastes suaves pero precisos. No hay estridencia, pero sí intensidad. La luz que baña los cuerpos acentúa sus volúmenes de forma casi escultórica, creando sombras profundas que refuerzan la sensación de que estamos ante objetos tangibles.
Sin embargo, esa misma materialidad se contradice con su fragilidad aparente: muchos de estos cuerpos parecen hechos de masa, de espuma, de algo que podría deshacerse con el tacto.
Michel Pérez Pollo. Exposición «Bolero». Galería Timothy Taylor, Nueva York.
El universo formal de Pollo podría emparentarse, en su ambigüedad simbólica, con el de artistas como Giorgio Morandi o Giorgio de Chirico, aunque sin la melancolía historicista de estos. Lo suyo es una visión contemporánea del enigma: formas que no quieren ser descifradas del todo, pero que insisten en evocarnos algo íntimo, algo corporal, quizás incluso algo afectivo.
Hay una rareza emocional en estos cuadros, como si lo representado no perteneciera a la realidad externa, sino a una zona intermedia: sueños, recuerdos, arquetipos, órganos del inconsciente.
Michel Pérez Pollo. Exposición «Bolero». Galería Timothy Taylor, Nueva York.
A diferencia de cierta pintura contemporánea que se recuesta en lo narrativo o en lo explícitamente político, la propuesta del Pollo reivindica el poder del símbolo, de la forma como generadora de sentido sin palabras. Lo político, si lo hay, está en su fidelidad a un lenguaje propio, en su negativa a plegarse a las modas del mercado o a los discursos del momento. Y eso, en tiempos de velocidad y sobreinformación, es una forma de resistencia.
Bolero no es una exposición fácil, pero sí profundamente seductora. Invita a mirar sin exigir respuestas, a demorarse en la superficie y en la sombra, a dejar que esas formas sin nombre nos hablen en un idioma anterior a las palabras.
En ese espacio de ambigüedad —donde el cuerpo se vuelve signo, y el signo, cuerpo— es donde la pintura de Michel Pérez Pollo cobra su verdadera fuerza.

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