“¿Qué sucedió”, se interrogaba Raúl Martínez en Yo Publio, “para que Servando dejara tan bruscamente el tema épico por el erótico? […] He elaborado suposiciones a partir de experiencias propias. La pintura que Servando estaba haciendo pudo haber sido criticada por algún funcionario o dirigente que se preguntara —como sucedió conmigo más tarde—, ¿quién es el maricón este que cree que puede pintar la Revolución?”.
En un país donde en la Constitución de la República se lee: “nosotros, ciudadanos cubanos, herederos y continuadores… de las tradiciones de combatividad, firmeza, […] y sacrificio…”, no hay cabida para el homoheroísmo.
Medio siglo después, Adonis Flores Betancourt (Santi Spíritus, 1971) —el artista cubano que utilizó la llama eterna del Monumento a los mártires caídos para freír un par de huevos. (Llama eterna, 2009)— expone sus soldados metrosexuales. Salvajemente autobiográficos.
De su obra llaman la atención dos cosas: 1) el poderoso magnetismo que ejerce lo castrense cuando irrumpe en el arte cubano contemporáneo, donde lo militar es casi un tabú; 2) su reivindicación del soldado como centro de la cultura pop cubana. Y les hace hacer cosas muy extrañas a esos uniformados: bailar el hula-hula con coronas fúnebres (Honras fúnebres, 2007); vigilar con prismáticos de papel higiénico (Visionario, 2006); salir de ronda militar usando altavoces en los oídos (Oidor, 2006); sembrarse todo el día en una maceta como una planta (Ornamental, 2004); camuflarse la lengua (Lenguaje, 2005); caminar vestido de camuflaje con flores (El arte de la primavera), etc. Imaginen la cara de las autoridades cubanas al descubrir que el tipo de la ropa militar floreada se llama, para rematar, Adonis Flores.