¡Qué maravilla encontrarse con un artista cubano que no dependa de Cuba! O al menos, no demasiado. Esto es lo primero que pienso mientras repaso algunas obras de Leticia Sánchez Toledo.
¡Y alabada sea su luz!
Leticia y Tony, su esposo, nos muestran amablemente las obras que expone la artista en la exhibición colectiva Pétits: Women Artists Redefining the Scale (Pan American Art Projects, abril 6 – junio 7, 2025) y otras más en bodega, más allá de una puerta por donde nos aventuramos con ellos.
Me impresiona de inmediato la paz que imparten estos lienzos. Supongo que algo le debe al equilibrio espacial y al equilibrio cromático de sus composiciones, al ambiente acogedor de sus espacios interiores, a la armoniosa quietud y al armonioso quehacer que hay en los gestos y expresiones de quienes los habitan. Hasta la desolación de los rostros y el desplome de los cuerpos tienen un grato y cadencioso acontecer en sus cuadros. Todos parecen sentirla. La quietud, digo, la tranquilidad de estas obras.
Pero también siento una paz que me inquieta, seguro más subjetiva. Veo a través de estos óleos la posibilidad, muy remota, de evitar el genocidio. Se lo comento a la artista, y ella abre mucho los ojos. Le explico que ella parece haberse saltado un siglo, o ignorarlo a propósito. Con mucho éxito, además. Un siglo de discordias y desfiguraciones que nos ensarta en su dinámica y a la postre nos disgrega. Y me pregunto si podríamos emular estos cuadros, ensayar una pausa, un minuto de silencio para no perdernos de vista. Sería otra solución.
Luego pienso en cuánto mucho más atractiva puede ser una persona atractiva cuando se ocupa en cualquier cosa, olvidada de sí misma. Qué bellas estas costureras que no posan ni cosen para hacerse la foto, a pesar de haber salido de una escena de cine. No están ahí para ser vistas, pero alguien las ha visto, menos a través del lente que de su propia experiencia, de su memoria personal. Son estas y otras costureras, gente dedicada a lo suyo, irradiando la belleza de su atención, de su quehacer. Hay mucho respeto y ternura en la mirada que capta y representa estas escenas. Y mucho oficio también en la mano que las pinta.
Estas imágenes tienen una conexión con el cine que puede ser engañosa. A primera vista, parecen tomas espontáneas de escenas cotidianas, realistas y fotográficas, pero no son lo uno ni lo otro. Son puestas en escena, estudiadas, curadas y elaboradas en detalle desde un lenguaje muy distinto, especialmente aquellas que tienen en el cine su punto de partida. Hay que escuchar bien a Leticia cuando explica que nació en Cabaiguán, al lado del cine del pueblo. Y que ahí pasó muchas horas, viendo y volviendo a ver las películas, absorta en sus imágenes y escenografía, mucho más que en sus historias, ya demasiado familiares. Creo que el lenguaje del cine fue su lengua materna, su modo de entrar en contacto consigo misma y con los otros. Pinta como si hubiera nacido dentro del cine, no al lado.
En su etapa más reciente, Leticia Sánchez Toledo pinta escenas de interiores. Su mundo empieza en los umbrales. Le interesa quiénes somos cuando se cierra la puerta. Va por dentro, se diría, pero guardando distancias. Y esas distancias se articulan en destellos y reverberaciones cromáticas. O en un claroscuro a la inversa que escamotea los rostros de sus protagonistas, tal vez para protegerlos. Gravita hacia la luz, quién lo duda. Pero una luz tamizada por nuestros ambientes y objetos, humanizada por nosotros. ¡Qué encanto entrar y perderse en las pausas de su tiempo! Aquí todo el mundo es visible, imaginable, querible, aunque solo veamos de ellos unas espaldas, un perfil, el fragmento de un cuerpo en la habitación contigua. El intercambio de unos jóvenes tras la ventanilla del metro. La mujer sola que textea en la noche o mata el tiempo real en los espacios virtuales, detrás de los cristales de una lavandería. No es la luz, es su mirada lo que se siente en estos lienzos.
¡Vernos de una puta vez los unos a los otros! Esa es una solución. Vernos con mucho cuidado, y no perdernos de vista. Y me da mucha paz que alguien la pinte, la encuadre y la ponga en el mercado. Porque la otra, ya saben, no está bien vista por la ONU.
Leticia Sánchez Toledo (galería)

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