Miguel prefiere trabajar con luz natural. En Corazón azul fue un poco más lejos. Quería cielos con nubes. Nubes que expresaran amenaza, disturbio, perturbación. Nubes grises que reflejaran el estado de ánimo de los personajes que se niegan a abandonar la tierra en la que un día les enseñaron a amar un proyecto colectivo. Nubes sulfatadas, cargadas de radiación…, contaminación. Suerte que pudo añadir más nubes, truenos y relámpagos en posproducción.
Mientras buscábamos las locaciones, lo principal era la iluminación. Esto no solo se debió a la falta de recursos, sino a la manera que tiene Miguel de ver el cine. Por eso la apariencia de los personajes y su forma de llevar la vida evitan lo más posible el artificio. Le interesan los ángulos que permitan crear claroscuros, contrastes y profundidad de campo. Con la excepción de las escenas nocturnas o espacios mentales creados dentro de la trama, donde la luz se vuelve deliberadamente expresionista.
Como no hay sol en Corazón azul, tuvimos que pasar varios días en una misma escena porque solo teníamos unos 20 minutos de hora mágica. Justo antes del amanecer y después que desaparece el sol en el horizonte se encuentra esa luz que no revela si es día o noche y que Miguel describe como el color de los sueños.
Cuando comenzamos a rodar en Habana del Este, en un árbol que estaba frente a una escuela primaria, la directora nos emplazó desde la distancia. Le expliqué que estábamos haciendo un spot sobre la importancia de los árboles y se quedó tranquila. No obstante, le aseguramos que no filmaríamos en dirección a la escuela. Es que en verdad no nos interesaba la escuela.
Para esa escena, Miguel se había decidido por Carlos Massola. Probó a varias actrices. Mónica Molinet fue la elegida. Al cabo de cuatro años, ni Mónica, ni Eric Morales, ni Miriel Cejas vivían en Cuba.
Carlos Massola, en fotograma de ‘Corazón azul’.
Coincidió con que Eric y Miriel viajarían a La Habana durante el mismo período. Fue una decisión difícil tener que comunicarle a Mónica la urgencia que teníamos para hacer la escena de los hermanos, donde ella también intervenía. El abandono del proyecto por parte de Miriel en el último minuto no fue algo que teníamos previsto. Ya la preproducción había arrancado, así que tuvimos que correr para castear a las actrices que se presentaron a defender el personaje.
Mariana Alom ya estaba en una de las escenas que rodamos mientras estudiaba actuación en la Escuela Nacional de Arte. Como a Miguel le interesó mucho su físico y energía, decidió que su personaje fuera la hija de Fernando, el sicólogo que interpreta Fernando Pérez.
Mariana Alom, en fotograma de ‘Corazón azul’.
La escena del árbol con Carlos Massola y Mariana Alom tiene menos de dos minutos en pantalla y tardó seis días filmarse debido a la luz. A pesar de que habían anunciado un frente frío, no nos sirvió de mucho porque duró solo un día.
Pero el escuálido invierno le otorgó al lugar una apariencia inusual. En el suelo, las hojas secas de color rojo hicieron una alfombra sobre la que caería Massola. Los ángulos elegidos por Miguel otorgaron protagonismo a los árboles. Son los árboles de un lugar que podría no ser Cuba. Fue como diseñar una arquitectura que trasciende los edificios y alcanza su vegetación. Es un paisaje que, por la oblicuidad de la luz, dejó de ser ingenuo y se tornó desafiante.
Casi al final de la escena, las hojas comenzaron a caer y a cubrir todo de nuevo. Como el ciclo de la vida y la muerte. Una vez que caen, se descomponen, porque ya llegan muertas.
Miguel Coyula. Foto de Producción.
Usamos mondongos de cerdo maquillados con sangre vegetal. Tuvimos varias interrupciones de los niños del área, que se acercaron curiosos y no paraban de preguntar. Los perros querían comerse los mondongos que habíamos conseguido en un agro. También nos habían dado sangre. Era tanta, que congelamos una parte.
En el caso de los niños no nos dimos cuenta de que era fin de semana.
—¿Y esos guantes tan cheítos? —preguntó una de las niñas a Mariana—.
—¿Qué están haciendo ustedes?
—¿Por qué no me filman?
—¡Ah!, sobre la importancia de los árboles.
Mientras yo maquillaba a Mariana, la niña no dejaba de hacer preguntas. Nosotras respondíamos, sin poder dar muchos detalles. Rodábamos sin permiso.
Recuerdo que durante uno de los viajes hubo penetraciones del mar. El área costera, incluido el malecón, tenía olas de unos cuantos metros de altura, de modo que, cuando pasamos por allí, debido a la poca altura del carro: un Toyota Yaris de 2007, quedamos prácticamente sumergidos en medio de la calle. Cuando logramos salir de esa zona y nos adentramos en el túnel, el auto comenzó a hacer un ruido estruendoso. Estábamos asustados.
Massola comparó a Mariana con Jacqueline Arenal. Le dijo que, al igual que ella, tenía dientes de “tiburoncita”. Recuerdo que lo conocí en una serie dramatizada del Canal Educativo, aunque ya estaba dentro del elenco de la película. Massola suele ser muy expresivo. La idea de que el personaje de Mariana lo confrontara le pareció atractiva. Durante el rodaje no paraba de hablar. Hay un momento en la escena en que Mariana le pregunta: “¿Usted tiene permiso para hacer eso?”. Y él debía contestar: “Ná, aquí no hay que pedir permiso para eso”. Cuando Miguel le dio las notas de lo que su personaje estaba pensando, Massola completó la idea diciendo: “Sí, es como, aquí no hay que pedir permiso pa’singar”. También añadía bromas con expresiones sexuales groseras cuando la cámara había dejado de filmar. Es un provocador.
De izquierda a derecha Miguel Coyula, Mariana Alom y Carlos Massola. Trabajo de mesa.
Mariana se quejó de su ojo gacho mientras visionábamos un plano detalle. Miguel le dijo que debía estar orgullosa de ese ojo porque la hacía única.
Cerca del árbol elegido había otro con un anillo. Como si alguien intentara matarlo, lentamente, de manera tortuosa, enfermiza. Miguel tomó un plano detalle para clonar su textura en posproducción y no dañar el árbol de la escena.
La historia del Yaris
Mario Coyula Cowley, el padre de Miguel, fue arquitecto. Antes de fallecer, publicó Catalina, su única novela, inspirada en el escandaloso divorcio de Catalina Baró, miembro de una de las familias más acaudaladas de El Vedado de su época.
El auto que maneja Tomás en Corazón azul era su Toyota.
Mario tuvo un Porsche, un auto clásico, años más tarde valorado en 50 000 dólares. No tuvo más opción, ante su desgaste, que entregarlo a cambio de un Lada, importado desde el antiguo bloque socialista. Para comprar un Toyota de uso, vendió su Lada.
Me parece curiosa la forma en que opera la genética. Hay una extraña relación entre el cine de Miguel y la forma en que su papá concebía la arquitectura, en especial el diseño de los monumentos que compartió con sus colegas Sonia Domínguez, Armando Hernández y Emilio Escobar. El Parque de los Mártires tiene una cualidad abstracta, como de otro mundo, de un tiempo indefinido.
Mario, junto a Escobar y al escultor Villa Soberón, creó también el Mausoleo de los Mártires del 13 de marzo (1982), en la Necrópolis Cristóbal Colón. Su diseño tiene una relación importante con la luz. A las 3:00 p.m., hora del asalto a Palacio Presidencial y momento en que José Antonio Echevarría hizo su alocución al pueblo cubano, el sol ilumina la lámpara del suelo y rebota como un espejo en las banderas de acero inoxidable que representan a los caídos.
Nos alejábamos finalmente de Habana del Este. Para Mario, este fue un proyecto urbanístico que, al menos, resultó funcional, le parecía que dentro de esos estándares no había quedado mal. Era inevitable pensar en él. Convivimos por un año. Hablaba mucho de su abuelo mambí.
Detrás, dejábamos los edificios simétricos; al frente nos quedaba la parte antigua de la ciudad y El Vedado. Pasamos tantos días yendo a aquel lugar que sentí nostalgia al alejarme.
Años atrás, en 2011, coincidí con Mario en el Centro de Cultura Catalana de La Habana Vieja. Yo estaba dirigiendo mi primera obra de teatro, El Regreso. Me acerqué a él.
—¿Usted es el padre de Miguel Coyula, el cineasta?
—Sí.
—Dígale que la actriz de Larga distancia lo está siguiendo.
—Pues mira, las películas de mi hijo tardan años y los actores se ponen viejos.
Un pomo de mermelada francesa
No pertenezco a algo que dice llamarse Comité de Defensa de la Revolución. No defiendo a la Revolución, defiendo mi derecho y en todo caso el de mis vecinos. “Además, soy izquierdoanarquista”.