‘Crónicas del absurdo’: convertir el agua en vino



“Si Kafka hubiera sido cubano, sería un escritor costumbrista”. Esta cita del escritor cubano Virgilio Piñera aparece al comienzo de la película y fija el tono de esta pesadilla kafkiana.

Lamentablemente, no es ficción lo que llega a la gran pantalla, sino la vida de la pareja de los artistas cubanos: Miguel Coyula y Lynn Cruz, cineastas independientes excluidos del instituto estatal de cine (ICAIC, Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos).

Como espectador, uno comprende rápidamente que para hacer cine en la isla caribeña se necesita un director que sepa hacer una sopa con una piedra (¡si es que encuentra una piedra, claro está!).

La censura política es un hecho, pero no logra detener la maquinaria. Aquí son las limitaciones las que dan rienda suelta a la ingeniosidad en formato 16:9. No es de extrañar que esta joya de creatividad haya sido galardonada con el premio a la Mejor Película en la competencia Envision del Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam (IDFA).

Miguel Coyula (1977) es un escritor y creador cinematográfico duramente censurado, pero a pesar de ello, tiene una lista sólida de producciones. En películas como Memorias del desarrollo (2010), Nadie (2017) y Corazón Azul (2021), Coyula examina minuciosamente las costuras que entrelazan la realidad cubana.

El filme es en realidad el proceso casi imposible de llevar a cabo el drama de ciencia ficción Corazón Azul, una película que tardó diez años en estar lista y que asimismo es la que sienta las bases de la historia en Crónicas del absurdo.

Esta película de Coyula nos trae a la mente el documental del director libanés Cyril Aris, Dancing on The Edge of a Volcano (2023), en el que el espectador sigue el rodaje del drama Costa Brava, Lebanon (2021). Al igual que Coyula, Aris deja que las condiciones imposibles del rodaje formen el marco de su relato documental. Cyril Aris utiliza hábilmente los problemas de producción del drama como metáfora de las dificultades del Líbano.

Y claro que también hay una erupción volcánica inminente en el trasfondo de la película de Coyula. Tal como el Líbano, Cuba se tambalea al borde de la ruina. La isla atraviesa su peor crisis económica desde la caída de la Unión Soviética. Pero a diferencia del documental de Aris, en Crónicas del absurdo se mezclan la pandemia, la falta de electricidad y de gasolina en un mismo fango, acentuadas por la censura política.

Crónicas del absurdo se divide en diez capítulos y se basa en grabaciones que Coyula, Cruz y sus amigos han grabado en secreto. Las grabaciones se convierten en un arma contra el gigante que aparentemente lo ve todo. La policía y los agentes secretos los persiguen y les dejan saber que son personas no gratas en su propio país.

A la pareja le prohíben, entre otras cosas, asistir al estreno de su obra de teatro. Ningún cine muestra sus películas y el contrato de Lynn Cruz con la única agencia del país se termina de un día para otro.

Además, todas las personas que de alguna manera puedan estar asociadas con Coyula y Cruz se consideran cómplices y son interrogados al azar. Pero, ¿cúal es su crimen? Quien se espere una explicación tendrá que esperar mucho tiempo, tal como lo hizo Josef K.

En el libro Fidel Between The Lines: Paranoia and Ambivalence in Late Socialist Cuban Cinema (2019) un crítico de cine cubano se preocupa porque la falta de libertad en los medios de comunicación ha conllevado a que los cineastas cubanos tengan que asumir el papel de periodistas, lo cual a su vez ha puesto en peligro la calidad de las películas.

Sin duda, puede considerarse un acto periodístico haber esbozado una historia tan satisfactoria sobre la censura gubernamental, aunque no hay que preocuparse por la calidad artística.

La forma es simple en su construcción y nos muestra a un director todo terreno al estilo guerrilla punk del documental arg_gubbe-mov (2023) de Daniel Aguirre. Los policías y los agentes anónimos son ilustrados, al igual que el viejo enojado en la película de Aguirre. Las pinturas monstruosas de Antonia Eiriz se alternan con fotos de los innombrables: los hermanos Castro y el actual presidente Díaz-Canel.

Con animaciones simples, las imágenes fijas saltan o se colorean de rojo cuando alguien pierde los estribos. Las ilustraciones compiten con el diálogo, que a veces aparece en letras mayúsculas y llenan la mayor parte de la pantalla. Las letras crecen o se achican a medida que cambian los estados de ánimo. Es gracioso y absurdo. Tampoco hay que preocuparse por el sentido del humor de Coyula.

Por momentos, el relato se complica y no es tan fácil de seguir. La falta de imágenes, hace que los espectadores tengan que depender de alcanzar a leer los subtítulos que se deslizan a alta velocidad. Para los que no conozcan el contexto cubano, es importante no enredarse con ciertos conceptos y abreviaturas, ya que es raro que el espectador se quede con una sola imagen uniforme.

Al mismo tiempo, me pregunto si la forma no podría ser una respuesta a la confusión del propio director. Puede ser que Coyula también se sienta excluido por la propia realidad en que le toca vivir, en un régimen que desde hace mucho tiempo se despidió de todo lo que se llama leyes de estricto cumplimiento.

Tal vez sea precisamente al bombardear a los espectadores con grabaciones de audio distorsionadas, conceptos legales y leyes aplicadas arbitrariamente que podemos tener una idea de la locura que se cultiva bajo el sol tropical. Como quiera que sea, es un deleite ver a alguien desdoblar el dedo del medio, convertir el agua en vino y hacer una película cuando no hay imágenes.



* Esta reseña fue originalmente publicada en sueco en la revista FLM (enero 2025).






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