‘El pecado original’: el caso ‘PM’

El 24 de noviembre Ulysses Álvarez Laviada publicó en su muro de Facebook un ataque a Pablo Milanés que se suma a los tantos que no han dejado de llover sobre el cantautor desde el mismo momento en que se anunció su hospitalización. Ese post simplista y tergiversador me interesa porque deja entrever que los ataques al compositor de Yolanda vienen de un lugar que no es siquiera el de la ideología. 

Laviada compara a Máximo Gorki con Pablo Milanés. La oposición de Gorki a Lenin lo llevó al exilio. Según él, Gorki “tenía más conexiones con Estalin que la que tuvo Pablo con Fidel”, a pesar de lo cual Stalin tuvo que “tentar” a Gorki “para regresar a Rusia y ponerlo a cargo de la maquinaria represora de los escritores soviéticos”. Laviada, quien descalifica la oposición de Pablo al castrismo, etiquetándola como una “pátina de palabras” que no se acerca a la de Gorki a Lenin, no ve —porque no quiere verlo— que no puede acusarlo de haber tomado parte en ningún tipo de represión. 

Entonces, ¿a qué viene ese absurdo comentario que no pone en perspectiva nada que no sea la ignorancia y el odio de su autor? Sugiere así que, para él, el Gorki “que sirvió de marioneta de Estalin” es equiparable al Pablo que “en España ya pertenecía a la misma burguesía progre izquierdista insulsa que no quiere tomar una posición clara y directa con relación a la dictadura cubana pero continúa vociferando sus posiciones anticapitalista y anti americanas”.[1]

Los ataques al compositor de ‘Yolanda’ vienen de un lugar que no es siquiera el de la ideología.

En primer lugar, si, como afirma Laviada, Gorki estuvo “a cargo de la maquinaria represora de los escritores soviéticos”, no puede considerarlo después como una simple “marioneta” del estalinismo. ¡No son la misma cosa! Ni, claro, esa participación activa en la represión tampoco es comparable —menos aún equiparable— a la ambigüedad que le atribuye a Pablo. Es absolutamente falso que este fuera antiamericano, pero esa es la etiqueta fácil y tergiversadora — al igual que la de “comunista”— con que se marca al que critique a Estados Unidos. Procede así, exactamente, igual que el castrismo, para el que los críticos del gobierno son siempre mercenarios a sueldo y proimperialistas. 

Coincidiendo con el post de Laviada, Orlando Luis Pardo Lazo publicó una excelente reflexión[2] el 24 de noviembre en DDC que se distancia de la hostilidad de las trincheras. Los comentarios que suscitó su artículo respaldaron en su mayor parte su acercamiento a Pablo Milanés desde la simpatía, sin dejar por ello de censurar lo que estimó pertinente. Sin embargo, un lector dejó un comentario que empalma con la intransigencia de Laviada: “Lo intento pero es que si está la bandera no sé, yo no puedo entrar… demasiadas ‘banderas’ en su guitarra, y demasiadas se echan en falta. Qué pena que jamás se detuvo a llorar por los ausentes de lo que ES —y siempre fue mientras cantó— La Habana ensangrentada. Qué digo ensangrentada, encharcada en sangre. Ni un acorde, ni un sintagma”.

Laviada le exigía a Milanés que se definiera de manera clara y sin ambigüedades; por supuesto, en los términos dictados por él. Mientras este otro lector exige la bandera, la toma de partido. La obsesiva exigencia de la bandera, y aún de su exceso, es también la de la trinchera.

Pero resulta curioso y revelador que Laviada, además, cite y se apoye en la intransigencia de José Martí. Y es que la noción de entrar —que implica la de salir, o la de permanecer afuera— nos recuerde la advertencia de Fidel Castro a los intelectuales y artistas en la Biblioteca Nacional en 1961. Por ello, aunque sabemos de sobra cuál es el pasaje que ha sido más extensamente citado y comentado, considero importante repasar cómo se llega ahí.

La obsesiva exigencia de la bandera, y aún de su exceso, es también la de la trinchera.

El hecho de que Castro se posicionara a sí mismo como la Revolución, lo separa tanto del pueblo como de los intelectuales, cuando afirma que la Revolución “tiene que tener una política para esa parte del pueblo” que son los intelectuales. El uso de la tercera persona marca al todo (el pueblo) y a la parte (los intelectuales) como no personas. De aquí que, en el juego de la Revolución, del castrismo, intelectuales y pueblo son constituidos desde el principio —insisto— como alienados y, por tanto, potenciales enemigos. La diferencia entre uno y otros era, es, una cuestión de grado.[3]

Por eso, después de aludir a “esa parte del pueblo”, Castro menciona a “todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios”.[4] El “todo” sugiere que los intelectuales no genuinamente revolucionarios eran la mayoría. No obstante, ahí se abre una —otra— separación entre los intelectuales que eran genuinamente revolucionarios y aquellos que no. La cuestión es quién decidía, distinguía, o tenía el poder para hacerlo, a los genuinos revolucionarios. La respuesta, no obstante, es obvia: “la Revolución”. No puede olvidarse que en las palabras de Castro el sujeto es la Revolución, mientras que el objeto son los intelectuales y el pueblo

En este punto, ya Castro ha instituido el juego a partir de inclusiones y exclusiones interdependientes: “dentro” están el pueblo y los intelectuales genuinamente revolucionarios; “fuera”, está el mismo pueblo —en tanto figura externa a la del máximo líder— y los intelectuales que no eran genuinos revolucionarios. Si no fuera, al menos en el margen, en esa zona gris donde la exclusión-inclusión se vuelven indistinguibles una de la otra.

En el juego de la Revolución, intelectuales y pueblo son constituidos desde el principio como alienados y potenciales enemigos.

Esta área, donde todo queda en suspenso, a la espera de la decisión inapelable del poder soberano, aparece con mayor nitidez —la ironía es intencional— cuando habla del “campo” en que, dentro de la revolución encontrarían “libertad” para trabajar y expresarse los escritores y artistas “aun cuando no sean […] revolucionarios”. Insiste: “Dentro de la Revolución”. Nótese que ese “dentro” es también un fuera, pues no ser completamente revolucionario equivale a no ser revolucionario, a ser contrarrevolucionario. 

La supuesta ambigüedad del castrismo desaparece ante la institucionalización, pistola sobre la mesa, del totalitarismo del nuevo juego: “Esto significa que dentro de la Revolución, todocontra la Revolución, nadaContra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir”.[5] Se pasa así —casi de manera imperceptible—, de lo “no genuinamente” a lo “no revolucionario”; y de ahí a lo contrarrevolucionario

Según el Che Guevara, “la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios”.[6] La marca teológica de ese postulado ayuda a comprender su deriva eugenésica. La única manera de redimirlos del pecado original era desaparecerlos, que dejaran de (re)producirse, de modo que fueran suplantados por las “nuevas generaciones”; esto es, por una raza superior de artistas e intelectuales. 

Por eso, en el discurso de Castro se insinúa la sombra ominosa —que en 1961 no era meramente una sombra— del paredón, de la sentencia de muerte: quienquiera que estuviera —esté— fuera (contra) la Revolución, y que por lo mismo pusiera —ponga— en entredicho su derecho a existir, dejaba —deja— de tener derechos. En particular, el derecho a serexistir

No ser completamente revolucionario equivale a no ser revolucionario, a ser contrarrevolucionario.

La censura es una desaparición forzada, una manera de matar, de eliminar al otro. El paredón es el extremo. Comprendemos entonces por qué PM fue y tenía que ser censurado. No estaba fuera de la Revolución, pero tampoco estaba dentro. El documental era contrarrevolucionario porque no era revolucionario

Cabe advertir que la “culpa” de los intelectuales, escritores y artistas cubanos ante el castrismo —anticipándose al diagnóstico del Che Guevara en 1965— fue confesada por Virgilio Piñera en una carta abierta a Castro, en marzo de 1959.[7] En ella, le informa —usando la primera persona del plural “nosotros, los escritores”— que iban “celebrar en días próximos una mesa redonda por CMQ televisión” para debatir la “posición del escritor”. “Sabemos que el Gobierno Revolucionario tiene fundados motivos para tenernos entre ojossabemos que nos cruzamos de brazos en el momento de la lucha, y sabemos que hemos cometido una falta”.

¿Leyó Fidel Castro esta carta? No lo sabemos. Pero lo que sí podemos ver es que Piñera le entrega la argumentación de “Palabras…”. Nótese que la culpa no tiene su origen en haber cooperado con la dictadura, sino en no haber ayudado a la insurrección. Cruzarse de brazos, esto es, haber estado fuera de la revolución, se equiparaba a haber estado contra ella. Esa “falta” justifica a los ojos de Piñera la sospecha, el recelo con los que supuestamente el gobierno —la Revolución en el discurso de Castro en 1961— tendría entre ojosamenazados de manera implícita, a los escritores. 

La censura es una desaparición forzada, una manera de matar, de eliminar al otro. 

En este sentido, la mesa redonda puede interpretarse como el performance de un mea culpa para tranquilizar al gobierno. Piñera justifica la “falta” y la atribuye a la poca relevancia que tenían los escritores antes de 1959: “nosotros, los escritores cubanos somos ‘la última carta de la baraja’, es decir, nada significamos en lo económico, lo social y hasta en el campo mismo de las letras”. Por tanto, le pide a la Revolución —pero no se olvide que le escribe a Castro— que los saque “de la menesterosidad en que nos debatimos”. Y concluye con una promesa: “Créanos, amigo Fidel: podemos ser muy útiles”.[8]

Poco después de que Diario Libre publicara la carta de Piñera, Fidel Castro instituyó el binario dentro-fuera en términos que no podían quedar más claros para todos los cubanos. Es importante subrayarlo, para que se entienda bien, que el lugar privilegiado que ocupa “Palabras a los intelectuales” en la memoria cultural —lo mismo como crítica al autoritarismo y la censura, que como defensa de la “política cultural” de la llamada Revolución cubana— se debe a que fueron los propios intelectuales, escritores y artistas los afectados, comenzando con la censura de PM

Ya en marzo de 1959 había dejado absolutamente claro que nada ni nadie tenía ningún derecho fuera/contra la Revolución. Y no es un hecho insignificante que lo afirmara en el contexto de la discusión sobre el racismo. 

El 26 de marzo de 1959, Revolución publicó la entrevista a Fidel Castro que había trasmitido el Canal 12, con un panel integrado por Agustín Tamargo y Oscar Pino Santos, moderado por José Luis Massó. Tamargo mencionó el discurso que Castro había pronunciado el 22 y le preguntó si el gobierno contemplaba medidas jurídicas encaminadas a poner fin a la discriminación racial en los centros laborales. Este respondió que, “desgraciadamente”, ese era “el más difícil de todos los problemas”, pues era “de orden mental” y requería “luchar contra nosotros mismos”. En consonancia, afirmó que él era de los que creían “que los prejuicios no se combaten con leyes, sino con razones, con argumentos, con persuasión”. 

‘Con la única que van a tener que bailar, aunque no quieran, es con la Revolución’. 

Según Castro, había dos tipos de discriminación: “una en el trabajo y otra de carácter cultural, si se quiere de recreo”. La que a su juicio “resultaba verdaderamente cruel” era la que negaba al negro “la oportunidad[9] de ganarse la vida trabajando”. Como si este juicio no fuera racista de por sí, compara la injusticia de la sociedad esclavista que cargaba de grilletes al negro, lo forzaba a trabajar y lo vendía como a una res, con la injusticia de no darle —otra vez— la oportunidad, de trabajar. Tanto para él, como para el esclavista, lo importante es que no se le negara al negro “la oportunidad de trabajar”. Por eso no le importa la calidad de vida del negro, que desestima por tratarse de una mera cuestión de recreo

Sabemos, además, que mentía, porque no era cierto que hacia 1959 no se le permitía trabajar al negro. Se trataba de que tenían limitado o ningún acceso a los trabajos y las profesiones como resultado de políticas segregacionistas instituidas o sobrentendidas.[10]

Fidel Castro —es importante señalar esto— no abordó la cuestión del racismo porque fuese algo que de verdad le preocupaba, sino por la presión que resultó del desarrollo de los propios eventos.[11] Por esto menciona las “ronchas” que había levantado el asunto, no sin antes afirmar que la protesta no había salido de los dueños de edificios ni de los terratenientes, sino de gente que solo tenían “prejuicios en la cabeza”.[12] Esos prejuicios —insistió— no podían erradicarse “por ley.” 

Actuar y decidir conscientemente significa renunciar a la individualidad propia, sacrificarla al rebaño que debe seguir y obedecer al Máximo Líder.

Entonces deja claro que las recientes leyes revolucionarias que abrían las playas y los clubes al pueblo no habían sido hechas para los negros: “Yo no le dije a nadie aquí que nosotros íbamos a abrir los clubes exclusivos para que fueran allí a bailar o pasear los negros. Yo no dije eso. La gente baila con el que quiera, señor, y pasea con el que quiera. Y se reúne con el que quiera. […] ¿Quién va a obligar a nadie aquí a bailar con alguien que no quiera? Aquí con la única que van a tener que bailar, aunque no quieran, es con la Revolución”.[13]

Esto es PM antes de PM. Lo mismo aquí que en la carta de Piñera, las “Palabras…” y en El hombre y el socialismo en Cuba, la Revolución se instituye como la instancia legitimante — porque es la única legítima— que incluye excluyendo. Dentro de la Revolución, cada cual puede bailar, en apariencia, con quien quiera. Pero la realidad es que la única pareja de baile es ella misma y no bailar con la Revolución no es una opción. 

Pero, ¿quién es la Revolución?: Fidel Castro, burgués, machista, blanco, racista, hijo de terrateniente. Después de todo, la Revolución entra en sus palabras no como una mera pareja de baile, sino también —implícitamente— como una pareja racial. El blanco no tendría que bailar o pasear con un negro si no quería, pero tendría que hacerlo con ella, con Fidel Castro que, por lo mismo, era más blanco que el más blanco.

El racismo castrista resulta ser entonces la esencia totalitaria del régimen. Ni la disidencia política, ni los reclamos raciales son tolerados porque amenazan la “unidad” del uno; cualquier desafío en este sentido implica ponerse en contrade la Revolución, rechazarla como pareja de baile, desairarla. Sin embargo, todavía hay que dar un paso más y afirmar sin miedo que ella, —esto es, Fidel Castro— nunca incluyó al negro más que como exclusión, por considerarlo su enemigo. Aquí está la verdadera razón de los “errores” —horrores— cometidos. No resulta sorprendente, pues, que la censura política y el racismo, juntos, hayan sido las verdaderas causas de la censura del documental PM.

El racismo es siempre político, por lo que cualquier discriminación política es también racista.

Sobre su censura se ha escrito mucho; pero, por lo general, los críticos y estudiosos han permanecido ciegos ante el hecho de que PM es un documental sobre negros, y sobre ambientes identificados con negros, aun cuando aparezcan blancos. Suele hablarse de la cinta como “poesía visual” y “documento” —cosa esto que sugiere un expediente policial, etnográfico, incluso clínico, y una mirada exotizante.

Según Orlando Jiménez Leal, cuando él y Sabá Cabrera le mostraron a Guillermo Cabrera Infante el material que habían filmado —no el resultado final de PM—, le propusieron que el espacio televisivo de Lunes produjera “un corto que fuera un simple poema a la noche habanera, pero no a la más evidente sino a la oculta, la más secreta y canalla”.[14]

Además de mencionar que “los concurrentes al bar de los muelles” eran, “en su mayor parte, negros”, Bob Taber reparó en algo crucial. Allí no vio “a ningún Conrado Benítez entre ellos, con un rifle en una mano y un libro en la otra”.[15]Ninguno de ellos, pues, estaba bailando con la Revolución ni al ritmo de su música. Esos negros estaban fuera de revolución, o lo que era lo mismo, contra.En una entrevista sobre “Palabras a los intelectuales”, publicada en Cubadebateel 29 de junio de 2021 —¡menos de un mes antes del 11J!—, Helmo Hernández, presidente de la Fundación Ludwig, antes de abordar PM, contrapone el documental Asamblea General (Tomás Gutiérrez Alea), que según él “muestra el nacimiento” del “pueblo, que es una sumatoria de individuos que cuando se unen para construir la figura de pueblo cobra otra cualidad porque está actuando y decidiendo conscientemente”. 

La Revolución pasa a ser la única raza; blanca, por lo demás.

Para Helmo, actuar y decidir conscientemente significa renunciar a la individualidad propia, sacrificarla al rebaño que debe seguir y obedecer al Máximo Líder. En la sumatoria desaparece el yo individual, de modo que la capacidad y disposición a pensar por uno mismo son puestas en entredicho, coartadas por la masa hechizada por el líder.

A ese pueblo “revolucionario”, el que está dentro del juego del castrismo y que en la Plaza baila con la Revolución, Hernández opone —como no revolucionaria y, por tanto, indeseable— la individuación de PM. Según él, en ocasiones le han dicho que la gente que sale en PM pudo haber estado ese día en la Plaza. No lo niega, pero insiste en que los que aparecen no eran pueblo, sino individuos; el pueblo fue el que peleó en Girón. Y es así, a través de esta brecha abierta por el racismo totalitario, que llegamos a la verdadera causa de la ojeriza a PM

PM es un documental de Orlando Jiménez y Sabá Cabrera Infante, con la colaboración de Néstor Almendros, “donde un grupo de personas llegan de noche a los bares de Casablanca. ¿Qué muestra PM? Una zona de la población habanera que efectivamente estaba ausente de nuestra producción de la época, de sectores empobrecidos de la ciudad que no habían tomado parte en la lucha revolucionaria directamente. No teníamos por qué entender que no eran parte de la Revolución. No había que transformarlos ni reeducarlos, eran parte”.[16]

En su estudio sobre el debate racial en 1959, Álvarez Lelibre expresa que Batista había utilizado “la ‘raza’ como estrategia para restar apoyo a las fuerzas revolucionarias, mientras que algunos sectores de la oposición hicieron exactamente lo mismo para reforzar la campaña contra el gobierno”. Y añade que de “esta forma se trasmitía dentro de la opinión pública que ‘los negros eran todos batistianos’ o que estos no podían esperar nada de los revolucionarios”.[17]

No resulta casual que el Apóstol reconociera el talante dictatorial de Céspedes y se embelesara con él.

Ambos juicios son profundamente racistas, antinegros, pues quien pierde es el negro. El primero lo condena, colocándolo incluso —no olvidar el fundamentalismo ideológico del castrismo— anticipadamente, como traidor; mientras que el segundo justificaría el abandono a su suerte por el nuevo régimen, lo que implicaba también condenarlo. Detrás de estos postulados racistas estaba implícito otro más insidioso: a los blancos no se les cuestionaba ni su protagonismo en la insurrección ni su apoyo; solo a los negros.

Pero no debemos subestimar como prejuicios de unos cuantos lo que dice Álvarez Leliebre. 

Hernández usa la primera persona del plural, habla a nombre del “nosotros” de la Revolución, de Fidel Castro. Los negros fueron percibidos como enemigos desde el principio. Esos que salen en PM no estaban bailando con la Revolución, sino más bien contra ella, por el mero hecho de —aún si no estaban conscientes de ello— aspirar a ser y afirmarse como individuos. Si recordamos, en la carta de Piñera a Castro el miedo y el sentimiento de culpa que según él compartía con otros escritores por no haber participado y/o apoyado la insurrección, nos damos cuenta de que, sin saberlo, este se representaba, y los representaba, como negros en deuda con el Poder.

Nada de esto habría sido posible si no hubiésemos aceptado vigilarnos, traicionarnos unos a otros, negarnos.

El pecado original no es solo, pues, de los escritores e intelectuales, sino también de los negros. El racismo es siempre político, por lo que cualquier discriminación política es también racista. Esto explica por qué, desde 1959, hablar de racismo en Cuba ha sido sistemáticamente ligado a lo contrarrevolucionario y a lo anticubano: plattismo, anexionismo, mercenarismo.[18]

Ahora bien, ese pecado original, aunque instituido por el castrismo y llevado a su extremo, es patrimonio de la cubanidad. Es el resultado de un nacionalismo pensado, casi desde sus orígenes, en términos de “esto, o nada” y, por tanto, como una nacionalidad excluyente (dentro vs. fuera). Ese maniqueísmo solo puede desembocar, como lo ha hecho hasta ahora, en la muerte

Antes de 1959, la oposición al gobierno no significaba oponerse a Cuba; menos a los cubanos, al pueblo. Con Fidel Castro —líder que no fue elegido en elecciones libres— el Estado y la nación se volvieron una misma cosa. Cualquier disenso ha implicado desde entonces situarse fuera y en contra del pueblo y de la patria; ningún dictador ni jefe de gobierno en la historia de Cuba presumió jamás de gobernar sin oposición. 

Castro partió el país en dos: revolucionarios con derechos y contrarrevolucionarios sin derechos. Las calles y las universidades son todavía de los revolucionarios. “Patria o Muerte” quiere decir “Revolución o muerte”. Se trata de un postulado teológico y sacrificial: Castro-patria-Estado constituyen un poder único y eterno. La Revolución también pasa a ser la única raza; blanca, por lo demás. 

Mucho antes de que Castro soñara con ser y suplantar a Martí, este último ya había experimentado lo mismo con Céspedes, en quien reconoció a un dictador, incluso a un monarca.

De hecho, José Antonio Saco solo podía concebir una patria de blancos y soñó, fantaseó con la posibilidad de que el negro se extinguiera. Mientras, Carlos Manuel de Céspedes se autonombró “el Padre” de todos los cubanos, sacrificó a su hijo y redujo Bayamo a cenizas.[19] Por su parte, José Martí, si no incluyó completamente a los anexionistas en su República, tampoco los excluyó con la furia que reservó para los autonomistas: ellos fueron los contrarrevolucionarios de la Cuba martiana. No resulta casual, por tanto, que el Apóstol reconociera el talante dictatorial de Céspedes y se embelesara con él. El todos de Martí siempre tuvo sus otros. 

Mucho antes de que Castro soñara con ser y suplantar a Martí, este último ya había experimentado lo mismo con Céspedes, en quien reconoció a un dictador, incluso a un monarca.[20] Cuando Martí afirma que es “preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable”, está pensando en sí mismo. No es un detalle de menor importancia que exalte al Céspedes aristócrata; o sea, al señor de esclavos cuyo “bastón de carey con puño de oro” simboliza la autoridad, el señorío blanco. 

Incluso en 1888, en la escritura que recrea el pensamiento de Céspedes cuando decide adelantar la insurrección, el que piensa es Martí: “¿Que un alzamiento es como un encaje, que se borda a la luz hasta que no queda una hebra suelta? ¡Si no los arrastramos, jamás se determinarán!”[21]

Para Martí, la autoridad de Céspedes emana precisamente de sus derechos de padre.

Así, el 9 de junio de 1892, ya ocupado en organizar su “guerra necesaria”, le dice a José Dolores Poyo en una carta: “Las revoluciones no se pueden refinar y peinar, para que salgan al salón a su hora como coquetas bien vestidas. A las revoluciones se arrastra”.[22]

Para Martí, la autoridad de Céspedes emana precisamente de sus derechos de padre: “Cree que su pueblo va en él, y como ha sido el primero en obrar, se ve como con derechos propios y personales, como con derechos de padre, sobre su obra”.[23] Pero, como el propio Céspedes, es una figura temible cuando invoca sus derechos de padre. La determinación con que le dice a su propio hijo que prefiere verlo muerto antes que vil y con que le exige que no viva impuro son solo ejemplos del arraigo de la muerte y la inmolación —del ¡Patria o Muerte!— en el imaginario nacional.

Por ello, Castro se embelesó con Martí y con Céspedes, y llegó a suplantarlos: “Fidel es Cuba”, “Cuba es Fidel”, “Fidel es Fidel”. De esta manera, nos impuso la división, forzó la separación familiar, la de los amigos, nos obligó a dispersarnos. Mas nada de esto habría sido posible si no hubiésemos aceptado vigilarnos, traicionarnos unos a otros, negarnos. Aprendimos a hacerlo muy bien. Nos entrenaron y nos entrenamos. Y ya después lo hicimos solos. Sin que nos lo exigieran. Nos separamos en tantas orillas y enemigos como pudimos imaginar. Nos la pasamos colgando etiquetas (gusano, comunista, rata, contrarrevolucionario). O de un lado; o del otro. No caben las medias tintas. 

Frente al poder arbitrario, ya sea Céspedes, Martí o Castro, el horizonte del fuera-contra no puede ser sino la muerte del otro.

Ahora le ha llegado su turno a Pablo Milanés, con muchas manos ocupadas en hurgar en el baúl de los recuerdos. ¡Y cómo han salido cosas de ahí! ¡Hasta una foto del cantautor con Fidel Castro y otra con Otaola! Sin olvidar aquella canción, nefasta, sin dudas: “será mejor hundirnos en el mar antes que traicionar la gloria que se ha vivido”.

Pero, examinado el asunto a fondo y con calma, resulta que los cronistas de la infamia, además de haberse quedado cortos en sus “hallazgos”, muestran en sus ataques a Pablo no solo un total desconocimiento de nuestra historia; sino también —lo que es más importante— el prejuicio racista, selectivo, que está en el fondo, apenas enmascarado, de la violencia. 

“Hundirnos en el mar antes que…”; “prefiero verte muerto a verte vil”; “vivir impuro, no vivas hijo”; “pero si siente de la Patria el grito, todo lo quema, todo lo deja…”, no son sino versiones del mismo tema: “¡Independencia o Muerte!”, “¡Patria o Muerte!”. En ellos impera la misma lógica: dentro o fuera-contra

Frente al poder arbitrario, ya sea Céspedes, Martí o Castro, el horizonte del fuera-contra no puede ser sino la muerte del otro. Muerte física y/o muerte civil. Es lo mismo. El otro no tiene derecho ni a las calles ni a las universidades. Tiene que irse. Irse de Cuba, de Estados Unidos, de cualquier parte. 

“Estoy aquí”, afirma Piñera, y Milanés repetiría más tarde: “Yo me quedo”. Aunque no lo supieran —y debieron saberlo los dos—, ninguno de los dos estaba donde creía estar.

El fundamentalismo de esa canción de Pablo Milanés —y de otras suyas— es el nuestro, el de nuestra cubanidad. Es nuestro “pecado original”; no solo el de Pablo. Ese proyecto de nación —racista, por supuesto— no se realizó a cabalidad hasta 1959 porque ningún gobernante anterior, ninguno de nuestros dictadores, había logrado concentrar el poder en su persona de la manera en que lo consiguió Castro. Con él se institucionalizó la nación racista. 

Piñera, según Néstor Díaz de Villegas, “es el creador de un cohete del arsenal ideológico castrista: ese ‘porque-estoy-aquí’, que se esgrime por primera vez en la Biblioteca, llegó a establecerse como principio de selección y apartheid”. Su análisis agudo cambia el énfasis de la lectura más socorrida (el coraje de Piñera al confesar su miedo) a la legitimación de la otredad revolucionaria (Miami).[24]

“Estoy aquí”, afirma Piñera, y Milanés repetiría más tarde: “Yo me quedo”. Aunque no lo supieran —y debieron saberlo los dos—, ninguno de los dos estaba donde creía estar.

El resto es literatura y música.




Notas
[1]https://www.facebook.com/ulysses.alvarez.laviada/posts/pfbid08p4P7xXnMF7DKdWtkqBLRRGXeC2Re3x7pTNryb6v6wXiKjY6iSZ3D5wBQSh7xizWl.
[2] Orlando Luis Pardo Lazo; “También en dictadura se puede amar y ser feliz”, en https://diariodecuba.com/cultura/1669319992_43680.html.
[3] Nada ilustra mejor esto que el hecho de que la retórica de los ataques racistas al MSI haya sido exactamente la misma que se usó contra los manifestantes del 11J.
[4] El énfasis en cursivas en las citas es del autor a menos que se indique lo contrario.
[5] http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1961/esp/f300661e.html.
[6] Ernesto Che Guevara. El socialismo y el hombre en Cuba (1965), https://www.marxists.org/espanol/guevara/65-socyh.htm.
[7] http://www.fidelcastro.cu/es/correspondencia/al-senor-fidel-castro.
[8] La carta de Piñera dio lugar a un debate con los siguientes textos: “Al señor Virgilio Piñera” de Rolando Arteaga y “Al señor Rolando Arteaga” de Manuel Díaz Martínez, en Diario Libre, 21 de marzo de 1959, p. 2.
[9] Nótese que no se habla de derecho.
[10] Castro entra aquí en la cuestión del desempleo en sentido nacional, pues incluye también a los blancos, aunque no a las mujeres. Igualmente, distingue entre el profesional y el obrero, y se refiere a las limitaciones de empleo en estos casos, pero —y esto es importante— manteniendo la separación de estatus entre uno y otro. Se trataba, entonces, de las posibilidades de empleo para los profesionales y para los obreros.
[11] Por ejemplo, Calixto Morales, miembro del 26 de julio, nombrado gobernador de Las Villas, “dio curso a una amplia campaña de integración racial que constituyó una afrenta al statu quo racializado de Santa Clara”. Entre otras medidas, prohibió la segregación en el Parque Leoncio Vidal, en la playa de Caibarién, e incluso desmanteló sociedades privadas “que restringían el acceso a personas negras y mulatas”. Además de la conmoción que esto causó en Las Villas, dio lugar a una división dentro del propio movimiento 26 de julio. Incluso Manuel Urrutia amenazó con renunciar a la presidencia si Morales no renunciaba a su cargo (Milagro de la C. Álvarez Leliebre: Entre la integración y el negrismo. La problemática racial en la prensa cubana (1959), Casa Editora Abril, La Habana, 2021, pp. 28-29). La cuestión se resolvió con la mediación de Camilo Cienfuegos y, gracias a ella, se restableció el statu quo al ser Morales sustituido por el capitán Rodolfo Rodríguez de la Vega. La salida del cargo de Morales y las imputaciones que se le hicieron de dividir “la familia villareña con sus medidas revolucionarias” “fueron consideradas ‘un gravísimo daño a la revolución’ y levantaron no pocas voces en su apoyo” (ibídem, p. 30). Incluso los periodistas Diego Tamargo y José Pardo Llanusa se ocuparon del asunto en la televisión y entrevistaron a Morales. La Federación de Sociedades Cubanas de Oriente, que radicaba en Santiago de Cuba, le envió un telegrama a Castro al respecto. “Todo esto sin olvidar que el propio Calixto no era blanco” (ídem). Es imposible no ver la conexión directa entre estos eventos, que tuvieron lugar en enero y febrero de 1959, y el discurso y la entrevista a Castro el 22 y el 26 de marzo de ese mismo año.
[12] “En este caso el problema de la discriminación no es cosa de high life, hay que también decir de low life. Pero lo sucedido en Las Villas demuestra que esa afirmación es falsa. Castro defiende aquí —usando una etiqueta racista— a su propia clase. Baja vida y bajo mundo son etiquetas racistas en la medida en que nunca se han usado como lo opuesto a la clase alta, sino para discriminar a los sectores más humildes, desfavorecidos y hasta abandonados. El ardid retórico ilumina más, si se quiere, el talante racista. No dice que el problema no es solo, sino que no es. De esta manera, el racismo queda restringido precisamente a los que lo sufrían.
[13] Por tanto, Fidel Castro mintió desvergonzadamente, en 1999, cuando expresó: “Parecía que dándole oportunidades a todos y abriendo aquellos clubes aristocráticos a toda la población y el acceso a las playas y las escuelas, a las universidades a todos, todas las posibilidades, estábamos logrando hacer desaparecer la discriminación”. Ese “a todos” no incluyó la especificidad de la discriminación contra el negro; quien se benefició por añadidura, porque esos derechos lo excluían como negro. De modo que Castro al promulgar esas medidas Esa falacia volvió a repetirla el 8 de septiembre de 2009 en la iglesia Riverside de Harlem después de atacar el racismo estadounidense. Luego de reconocer que no podía afirmar que Cuba era “un modelo perfecto de igualdad y de justicia”, usando la primera persona del plural, añadió: “Creímos al principio que cuando estableciéramos la más completa igualdad ante la ley, y una completa intolerancia ante cualquier demostración de discriminación sexual en el caso de la mujer, o racial en el caso de las minorías étnicas, estos fenómenos desaparecerían de nuestra sociedad. Fue algún tiempo antes que descubriéramos que la discriminación racial y la marginalidad que la acompaña no son algo de lo que uno se deshace con una ley, o incluso con diez leyes, y no hemos conseguido eliminarlas, ni siquiera en 40 años” (https://www.afrocubaweb.com/fidelcastroriversidespeech.htm, la traducción es del autor). No dejo de subrayar la complicidad con el racismo castrista de aquellos que, mientras se oponen al racismo, no han dejado de elogiar a Fidel Castro como un campeón en la lucha contra la discriminación. Véanse “¡A ganar la batalla de la discriminación!” (https://www.afrocubaweb.com/fidelcastroriversidespeech.htm), Pedro de la Hoz: “Mariana de todos los cubanos” (Granma, 29 de noviembre de 2009) y Tomás Fernández Robaina: “Fidel Castro” (Antología cubana del pensamiento antirracista, Ácana, Camagüey, 2015, pp. 99-103). 
[14] Nótese la oposición que claramente distingue entre la noche habanera elegante y blanca —“la más evidente”— y la otra. El pasaje de los adjetivos (oculta, secreta y canalla) no solo etiqueta, sino que también juzga. La ambigüedad (“poema a la noche”) informa, de hecho, muchas de las lecturas de PM compiladas en El caso PM… (Orlando Jiménez Leal: “Conversaciones en la Biblioteca”, en Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas, coords.: El caso PM. Cine, poder y censura, Editorial Colibrí, Madrid, 2012, p. 37). El único de los autores incluidos en esta compilación que sí dejó bien claro la importancia de lo racial en PM fue el estadounidense Bob Taber, quien comparó el ambiente del documental con el de los negros de una calle de Nueva Orleáns, lugar que calificó de “nada edificante”, y cuyos secretos “son franca y desafiantemente sórdidos”. Las personas de ese lugar no se destacaban por ser “industriosos, morales y castos”. La simpatía, e incluso el entusiasmo, de Taber por la música de esos negros, salida de la música revolucionaria del blues, se articulan como una exterioridad que proyecta a los negros como sus otros. En ese desencuentro se instala la mirada racista. Eso ocurre a su vez con su lectura de PM, pero también con la propia cámara que filma de incógnito (Bob Taber: “En defensa de PM”, en O. Jiménez Leal y Manuel Zayas: ob. cit., pp. 13-15). 
[15] Bob Taber: ob. cit., p. 14.
[16] Dinella García Acosta y Abel Padrón Padilla: “Creo que no te entiendo”, en http://www.cubadebate.cu/especiales/2021/06/29/creo-que-no-te-entiendo-o-como-hablar-de-palabras-a-los-intelectuales-60-anos-despues/.
[17] Milagro de la C. Álvarez Leliebre: ob. cit., p. 25.
[18] Como ejemplo de esta interpretación, eminentemente racista, véase Esteban Morales Domínguez: “El tema racial y la subversión anticubana”, en http://www.cubadebate.cu/opinion/2007/09/07/el-tema-racial-y-la-subversion-anticubana/ En ese artículo, ataca y descalifica a Enrique Patterson, a la revista Islas, y en general a los académicos y activistas negros que en Estados Unidos critican el racismo del régimen. A lo cual ripostó Patterson (“Racismo, totalitarismo y democracia”, en https://www.cubaencuentro.com/txt/opinion/articulos/racismo-totalitarismo-y-democracia-53273. El 24 de julio de 2013, Morales publica una versión supuestamente “actualizada” en https://dialogardialogar.wordpress.com/2013/07/24/el-tema-racial-y-la-subversion-anticubana-una-actualizacion/.
[19] A ese deseo de destrucción y autodestrucción le pusimos música para celebrarlo: “pero si oye de la Patria el grito, / todo lo quema, todo lo deja, / ese es su lema, su religión” (Sindo Garay: “La Bayamesa”, en https://www.letras.com/buena-vista-social-club/152568/). Incendio con el que obsesionó Castro —junto con la campana del ingenio de Céspedes— y que pobló sus fantasías y la de sus sucesores (Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel).
[20] En “Céspedes y Agramonte”, el primero es la virtud y la pureza, mientras que el segundo es la arrogancia del poder centralizado: “De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence” (en Julio Le Riverend: La Revolución de 1868, Instituto del Libro, La Habana, 1969, p. 247).
[21] Ibídem, p. 248.
[22] José Martí: Documentos inéditos. De José Martí a José D. Poyo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1994. p. 29.
[23] José Martí: “Céspedes y Agramonte”, ed. cit., pp. 249-250. Aunque no puedo detenerme ahora en el análisis detallado que requiere este texto, subrayo dos cuestiones. Primero, la fascinación martiana con el personalismo, el poder centralizado y absoluto de Céspedes: “Asistió en lo interior de su mente al misterio divino del nacimiento de un pueblo en la voluntad de un hombre, y no se ve como mortal, capaz de yerros y obediencia, sino como monarca de la libertad, que ha entrado vivo en el cielo de los redentores. No le parece que tengan derecho a aconsejarle los que no tuvieron decisión para precederle”. Segundo, y absolutamente importante, Martí pospone, de modo ambiguo, para el reinicio de la guerra, el averiguar si acaso la vía antidemocrática de Céspedes no hubiera sido la indicada para alcanzar la libertad: “¡Mañana, mañana sabremos si por sus vías bruscas y originales hubiéramos llegado a la libertad antes que por las de sus émulos [Agramonte en primer lugar]; si los medios que sugirió el patriotismo por el miedo de un César, no han sido los que pusieron a la patria, creada por el héroe, a la merced de los generales de Alejandro…”.
[24] Néstor Díaz de Villegas: “Post Modern”, en O. Jiménez Leal y Manuel Zayas: ob. cit., pp. 67-68.




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No estás obligado a decir de qué color es tu sexo

María Cristina Fernández

Disidencia que se ha tornado carnaval, agenda política, una nueva forma de homogeneidad a la que es más fácil controlar.






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