Fernando Pérez, vivir para filmar

Todos los seres humanos tienen un medio de expresión, un lenguaje único y muy personal que los caracteriza como lo distintivo de su voz, su sonrisa o el brillo de su mirada. Algunos encuentran en su lenguaje la realización plena y total de un arte que es su razón de ser, seres tan inmensamente humanos como el cineasta Fernando Pérez. 

Hace ya unas cuantas Romerías de Mayo, pasaba de prisa por el Centro de Arte y qué maravillosa sorpresa fue encontrarme al director de las películas cubanas que más quiero (Suite HabanaLa vida es silbarMadagascarClandestinos) justo a mis pies, sentado en uno de los muros detrás de las rejas, blanca la camisa, entrecana la cabellera y la mirada perdida en aquella otra muchacha que no era yo y lo acompañaba. 

Acababa de leerme algunas de las críticas publicadas en Internet sobre su muy polémica cinta José Martí, el ojo del canario y por eso me sorprendió más el encuentro.

Un poco más tarde me vi de pronto en el Café Las Tres Lucías, inmersa en una conversación que el cineasta le dedicara a la entonces pequeña Lucía, de padres amantes del cine y las artes. Fernando Pérez ahora llevaba una camisa roja que destacaba su figura en la penumbra del salón atestado de estudiantes del ISA y seguidores de su trabajo cinematográfico.

Para los que allí estábamos relató anécdotas imborrables de la filmación de grandes películas del cine cubano como Clandestinos. Por un momento se le escuchó decir que Martí no cabe en una película. Y pienso que este Fernando no cabe en un libro, ni así lo escribiera Mercedes Santos Moray.[1]

Hace apenas unos días volvió Fernando a recorrer las calles de mi ciudad de Holguín. Y es el motivo que encuentro para volver a las páginas de La vida es un silbo: Fernando Pérez, la lectura aplazada desde hace tanto y que por fin concluyo. 

En este sui géneris ensayo, la periodista y crítica literaria Santos Moray imbrica sus valoraciones sobre la obra del cineasta al que de manera unánime la crítica cinematográfica cubana considera la figura de los noventa, con las reflexiones de este cineasta que ha humanizado en metáforas la identidad del cubano.

La nobleza de este creador honesto en su pensar y en su arte abre estas páginas cual pórtico sensible, cuando expresa: “Hay tres cosas que, en mi vida, no me pueden faltar: mis hijos, el cine y Cuba”.[2]

A quien se define como un ser nostálgico, no le pueden faltar tampoco sus amigos ni el amor, siempre que estén signados por el respeto y la defensa de la libertad. Y es que su filmografía está marcada por lo que lleva cual filosofía de vida: “Si existe la justicia, es una justicia poética”,[3] pues al igual que Pier Paolo Pasolini, Fernando divide “el cine de ficción en cine de prosa y cine de poesía”.[4]

Fernando Pérez Valdés nació el 19 de noviembre de 1944, en la villa de Guanabacoa, cuna de otros grandes de la cultura cubana como Rita Montaner y Bola de Nieve. 

En 1962 llegó al mundo del cine. No era bachiller, ni universitario. Había estudiado Comercio, pero le interesaban las letras y los idiomas. Comenzó en el ICAIC como asistente de producción C, hasta que debuta como asistente de dirección, en 1971, de la mano de grandes como Tomás Gutiérrez Alea (Titón), Manuel Octavio Gómez y más adelante junto a Santiago Álvarez y su Noticiero ICAIC. 

Por ese tiempo comienza la carrera de Filología, de la que se gradúa en la especialidad de Letras Hispánicas. “Yo no soy un documentalista, pero eran las circunstancias y era lo que se debía hacer”.[5]

De esa etapa son tres de los documentales que más atesora: Siembro viento en mi ciudad (1978), dedicado al cantautor brasileño Chico Buarque, y que le merece Mención Especial del Jurado en el Festival de Huelva, en España; Camilo (1982), obra por encargo de la UJC con la que se identificó mucho, pues desde los 14 años sentía una gran empatía con la figura de Camilo Cienfuegos, más cuando encontró sus cartas en la biografía escrita por William Gálvez, donde estaba la historia de su adolescencia y juventud contada con ese desenfado, ese humor de quien fuera un eterno jodedor criollo (este audiovisual alcanzó Medalla de Plata en el Festival Internacional Cinematográfico de Moscú); y Omara (1983), su mejor documental, donde muestra la trayectoria de la popular cantante, a quien siempre soñó retratar, una obra que alcanzara el Premio Colón de Oro igualmente en el Festival de Huelva.

“Me interesa un cine emotivo y reflexivo (…). En todas mis películas yo parto siempre de la emoción.Me interesa la comunicación emotiva con el espectador (…). Que haya una emoción que le produzca la reflexión, incluso, uno de mis grandes objetivos es tratar de que el espectador se olvide que está viendo una película (…). Ese es el tipo de cine que me interesa construir.”[6]

Fernando es un director al que le gusta escribir no solo guiones cinematográficos, sino también ficción literaria. Es el autor de la novela-testimonio Corresponsales de guerra, ganadora en 1982 del Premio Casa de las Américas, y cuyo contexto histórico social es Nicaragua. 

En el proceso de escritura, para Fernando es fundamental trabajar junto a un guionista, pues le da mucha importancia al intercambio de ideas que le aporten situaciones, al trabajo con los diálogos. Así, define sus guiones como flexiblemente abiertos para los cambios que vayan surgiendo, pero cerrados como guion técnico para saber en todo momento qué hacer. Aunque existen excepciones como Suite Habana, que se filmó sin guion para darle total libertad a la improvisación, guiado por la intuición que atrapa lo hermoso de la realidad:

Suite Habana sobrepasó todas las expectativas que yo tenía”, cuenta Fernando Pérez. “Es una película con un lenguaje no habitual que lleva al espectador a adaptarse a otras exigencias, lo que me ha hecho reflexionar” que “la relación del público con la película va más allá” y “es una relación muy emotiva”. Por eso dije (…) que el Coral le pertenece al público que ha apoyado la película. (…) La gente me para por la calle, me dice cosas muy alentadoras, más que con mis anteriores películas. Esto es lo más lindo que me ha podido suceder en mi vida. Porque el público la siente como suya. Es algo que agradece y que le pertenece. Eso es lo que más me conmueve.[7]

Para el cineasta cubano no existe un solo público, sino que lo percibe como algo muy complejo y diverso. Desde la concepción misma de sus películas, se pone en el lugar del espectador que también es él, sin que por ello tenga privilegios de ningún tipo, apreciando la película que él como espectador quisiera ver.

La Habana es para él el rostro de la esencia de su Isla y con ella ilustra la Cuba que construye el corazón de cada cubano, aunque no le gustaría que se juzgara su obra a través del prisma de la conceptualización de la cubanía. Siempre ha tratado de desprenderse de esta visión, al partir de esas imágenes de lo emotivo que busca lograr en el espectador, sin miedo a caminos antes transitados y probados como el melodrama. 

Sobre este particular, le escuchamos decir: “Creo que hay una continuidad emotiva, en la mirada, en los sentimientos, en el sustrato que tienen todas mis películas. Pero me abrí a ese tipo de cine donde la imagen, la atmósfera visual formaran parte también de la narración, era algo básico para dar la mirada interior de los personajes: crear atmósferas que establecieran asociaciones visuales y reflexivas con el público”.[8]

En la filmografía de Fernando Pérez palpitan las angustias existenciales de nuestro tiempo, partiendo de las complejidades sufridas desde los años noventa hasta las más contemporáneas y recientes del siglo XXI: “No quiero hacer las películas de la ʻoportunidadʼ, sino las que voy sintiendo.”[9]

En elemento simbólico y metafórico, también trasciende el significado de las bandas sonoras de sus filmes. Con ellas complementa toda la simbiosis de imágenes que trasciende en él: significado y significante de una realidad palpitante, henchida de los recursos en que laten las más palpables emociones. 

De ahí la importancia que le concede a la música, los ambientes sonoros y sobre todo a los silencios profundamente reflexivos, los que ha trabajado de la mano de Edesio Alejandro, en quien dice haber encontrado su otro yo. Junto a él ha logrado captar las esencias de esas vidas que a su vez les ha devuelto en la pantalla grande. 

Es Suite Habana el trabajo más difícil que le planteara a Edesio en el cine. Por eso disfrutó tanto el Coral que ganó el músico. Sobre esto, Fernando expresa: 

“El silencio es también muy importante, como la mirada reflexiva. Se cree que todos los cubanos y las cubanas somos muy extrovertidos y alegres, pero también tenemos nuestros momentos de introversión, de nostalgia y de tristeza… Mis personajes aparecen precisamente en esos espacios temporales que justifican el discurso visual del filme, desde los contextos rutinarios de los actos cotidianos, en una obra que se proyecta sobre 24 horas, de un amanecer a otro amanecer, en aquellas horas y minutos en los que se hace imprescindible el diálogo con uno mismo, la mirada interior”.[10]

“Siento que el arte puede mejorar o puede ayudar a mejorar algo… Quizá no logre cambiarlo de inmediato, pero sí puede acompañar, influir o mejorar a los individuos, a los seres humanos. Y si uno logra hacer un cine, una obra artística que, complejizando la realidad, los conflictos, deje una idea abierta no al optimismo ni a la esperanza, ni a las soluciones de la complejidad del ser humano y de la realidad misma, pero sí a manifestar la idea de que en el ser humano hay posibilidades insospechadas, de sentimientos y emociones positivas y, si esa es una función del arte, al menos, ese es el cine que yo quiero hacer”.[11]

“Todas las películas que he realizado tienen un pedazo de mí, ellas son el sentido de mi vida”. Y es que el espíritu de Fernando Pérez está en cada una de ellas. Cada imagen alude a una vivencia, a una carga emotiva y un despliegue de emociones muy personal y subjetivo. 

Su cine lleva el apellido de esta Isla. A ella pertenece, como a todos nosotros. De ella habla y de cada uno de los cubanos que la recorren a diario como si fuera silbar.





Notas:
[1] Mercedes Santos Moray. La vida es un silbo: Fernando PérezEdiciones ICAIC, La Habana, ARCI-UCCA, Italia, 2004.
[2] Fernando Pérez, en La vida es un silbo…, p. 5.
[3] Fernando Pérez, ibíd., p. 6. 
[4] Ibídem., p. 10.
[5] Ibídem., p. 27.
[6] Ibídem., p. 12-13.
[7] Ibídem., p. 66.
[8] Ibídem., p. 92.
[9] Ibídem., p. 86.
[10] Ibídem., p. 58.
[11] Ibídem., p. 108.






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Por Daniel Block

Daniel B. Shapiro ha sido embajador de EE. UU. en Israel y director sénior para Oriente Medio y el Norte de África en el Consejo de Seguridad Nacional.