En el año 2006, tuve la dicha de poder conversar con Cachao (14 de septiembre, 2018-22 de marzo, 2008) y con Bebo Valdés (9 de octubre, 1918-22 de marzo, 2013). Justo hoy, en el aniversario de sus muertes, comparto con gran placer estas conversaciones, parte de una serie de entrevistas realizadas desde Miami a músicos cubanos pertenecientes a una generación que comenzaba a apagarse físicamente. Una generación que tenía en común una enorme formación musical y una humildad aún mayor, y que transmitía tanta sabiduría musical como humana.
¿Qué recuerdos guarda de sus padres?
Tengo los mejores recuerdos que puede tener un hijo de sus padres. En la época en que yo nací, en 1918, las cosas eran diferentes. La educación de la familia era completamente distinta a lo que es ahora. Mis padres me enseñaron que ante todo está la familia, la madre, el padre, los hermanos, los hijos. La familia es por lo que debe luchar y trabajar el hombre, mientras viva y tenga fuerza.
Voy a cumplir 88 años, hay que ser realistas, el cuerpo se desgasta y eso no lo repone nadie; ya no estoy en perfecto estado de salud. Pero mientras no esté en cama, sigo trabajando.
¿Y sus primeros recuerdos musicales?
Yo empecé oyendo al Septeto Habanero y a Miguel Matamoros, a principios de los años veinte. Mi madre tiraba pa’ España y mi padre tiraba pa’ Cuba. Así que me crie, crecí entre esos dos gustos. Hasta que empezó Machín, con mucho éxito, por los años veinte, y empezaron también los danzones de Antonio María Romeu. Recuerdo que fui con mis padres a verlo.
Desde niño me gustaba mucho la música. Yo tocaba y cantaba de segundo con un grupito de la escuela. Se dice que un día me senté en el piano y toqué toda la noche. Al día siguiente ponía piedras en el suelo y tocaba las piedras como si fueran las teclas de un piano mientras cantaba un danzón; pero yo no recuerdo absolutamente nada, eso me lo contaron. Parece que nací músico, como mi hijo Chucho. Un día llegué a la casa y lo encontré tocando solo, a los 4 años, pero tocando bien, con la mano izquierda, que es muy poco lo que se toca de afición.
De joven, ¿boxeaba?
Sí. Pero eso fue porque yo era muy fuerte y era muy amigo de un boxeador que vivía a dos puertas mías, y él me llevaba. Muchas veces me puse los guantes, unos señores guantes de diez u once onzas, que no son iguales a los otros de cuatro o seis onzas, que sí te rompen la cara, pero igual te marean y también te pueden noquear y tumbar. Peleaba por un par de pesos. Ahí cogí mis golpes y aprendí. Esa es la vida, muchos caminos.
¿Cuándo se muda de Quivicán para La Habana?
Desde el año treinta y pico me mudé para La Habana. Yo tenía dos hermanas que ya estaban viviendo en La Habana; una de ellas era muy amiga de Sindo Garay. Primero viví en un hotelito. Tú pagabas cinco o diez centavos y te daban una cama. Era un cuarto con unas 30 o 40 camas. Tenías que quitarte los zapatos y ponerlos arriba de la cama y dormir con la ropa puesta para que no te la robaran. Así dormía. Así era La Habana que yo conocí, pero no nos quejábamos. Luego ya traje a mi madre y a mi hijo Chucho, que estaba chiquito, y a su madre.
¿Dónde fueron sus primeras presentaciones musicales?
Empecé a tocar en El Faraón en el año 1943. Pero en realidad empecé a tocar por la calle, en los años treinta. En esa época nos parábamos en la esquina del sindicato. Allí los músicos nos poníamos en cola, para ver qué “fulano” faltaba hoy, y si hacía falta alguien para tocar en algún lugar. Si tenías que ir a la playa de Marianao, te daban un peso por tocar desde las diez de la noche hasta las cuatro o cinco de la madrugada. En la radio nos daban diez centavos; íbamos a tocar a dos o tres emisoras de radio por día, las que se pudieran. Orquestas establecidas había muy pocas: la de Antonio María Romeu, la de los Palau, la de los Castros.
En el año 1937 yo estudiaba en el Conservatorio de Música “El Morro 3”, cuando estaba ubicado detrás del Palacio Presidencial, en una residencia que era de José Miguel Gómez, el que fue presidente. Era un local muy bueno para un conservatorio. Antes de eso, estaba en la calle Reina. Ahí nos metíamos todos los pianistas que tocábamos jazz y música cubana, y se formó un grupito de jazz. Así empecé como pianista en una orquestica.
En el año 1943, estando en el sindicato, llegó Obdulio Morales y me preguntó con quién tocaba. Hasta ahora no tengo a nadie, le dije, y me invitó a tocar con él. Era en un lugar que estaba en la calle Águila o Galeano, ahora no recuerdo su nombre. Era un lugar muy famoso, donde las muchachas bailaban por dinero; el ticket costaba unos diez centavos. Había que tocar toda la noche. Un músico que tocaba allí me dijo: “Tú no debes tocar aquí, ve a donde está Curbelo que le hace falta un pianista”, y me dieron una carta para él.
El primer día que fui a buscarlo no me dejaron pasar, me dijeron que yo no estaba muy bien preparado. Después, cuando lo pude ver me dijo: “Ven, pasa y toca conmigo”. Luego me preguntó: “¿Con quién tú tocas?”. “Pues con el que me venga a buscar”, le dije. Me contó que le hacía falta un pianista y que me podía pagar dos pesos y 15 centavos para el pasaje o para una “frita”. Para mí eso fue tremendo. ¡Sesenta pesos al mes! Ahí tocaba todos los días, en aquel tiempo no existía eso de descanso. El día que no ibas a tocar, no ganabas.
Así era la Cuba que yo conocí, en la que me crie y en la que toqué. Estoy acostumbrado a luchar, por eso hoy en día todo me parece muy fácil. En el año 1945 Curbelo tuvo dificultades, pero se comportó como se comportan los verdaderos amigos. Casi lo botan. Todo fue por culpa de un individuo que no quería trabajar conmigo. Curbelo le dijo: “Búscame un hombre que tenga 24 años, que no fume y no tome, y que toque el piano así; si tú tienes otro, tráemelo”.
En general esa fue una etapa muy linda, no había esa intriga entre músicos que después existió. Cuando no teníamos algo, nos ayudábamos en lo que podíamos.
Sale de Cuba muy pronto. ¿En 1960?
Sí, salí a México. Yo había estado en Haití y en México dos o tres veces. Fui a México porque ya lo conocía bien. Tenía muchos amigos allá. Era muy amigo de Tongolele, y le había hecho arreglos para sus películas.
De ahí me fui a Los Ángeles y debuté en el Million Dolar, que era propiedad de un amigo que había sido aviador y que había estado en Cuba en el año 1940. Cuando me lo encontré en México me dijo: te mando un contrato. Me lo mandó y me fui para Los Ángeles. Ahí estaban Celia Cruz, Olga Guillot, la Sonora Matancera y muchos de los músicos que nos fuimos de Cuba por problemas que ya no eran sindicales: no estábamos de acuerdo con el gobierno.
Luego me fui un tiempo a España, y de ahí a Suecia. En Suecia conocí a Rose Marie Pehrson, una mujer bella, mucho menor que yo. Cuando nos casamos yo tenía 44 años y ella 18. Hasta ahora seguimos juntos, y así será hasta que muera. En Cuba tuve cinco hijos, después la vida me puso aquí en Suecia, donde nacieron mis otros dos hijos, y ya tenemos nietos.
¿El exilio ha sido difícil?
Hay un viejo refrán español que dice: “cualquiera por su mejoría su casa dejaría”. Yo no podía y no quería volver a Cuba, y no me iban a admitir después, ni aunque quisiera. Así que, cuando me fui, sabía que no volvería más. Ya sabes que tienes que adaptarte a lo que sea, con más razón si tienes un pasaporte que, donde quiera que te pares, dice que eres un exiliado político.
¿Si pudiera regresar mañana, qué haría?
Nada bueno para mí: lo primero que haría sería ir a visitar a mamá y a papá en sus tumbas, y llorar mucho.
Cuando me despedí de él aquella noche, mi padre me dijo: “Ya nunca más nos volveremos a ver”. Y así fue. Mi padre murió en el año 1962 y mi madre en el año 1978. A mi hijo Chucho lo volví a ver 18 años después. Tocó la casualidad de que yo estaba de paso por Nueva York cuando él vino con Irakere. El padre de Paquito y yo éramos amigos desde Cuba, pero amigos cerrados. Él era una gran persona; Paquito es como un hijo mío. Ellos me dijeron que Chucho llegaba, y nos reunimos una tonga de músicos para ir a aquel concierto.
¿Se ha reencontrado con el resto de la familia?
¿Usted sabe que Roberto Carlos, el pianista de los Dan Den, también es mi nieto? Él es hijo de mi hija Miriam. Ella tiene otra hija que está casada con un francés, viven en la Guayana Francesa.
En el año 1996 fui a Francia a ver a mi hija Miriam, que no la había visto en 36 años. Ese día, en el hospital, nos retrataron a las cuatro generaciones: mi bisnieta que acababa de nacer, mi nieta, mi hija y yo.
En Cuba, México y Alemania también tengo otros nietos y bisnietos, pero no los conozco.
¿Tiene esperanzas de ver el cambio en Cuba?
Chica, mira, yo soy un hombre mayor, ya no tengo esperanzas de nada, voy a cumplir 88 años dentro de unos meses. Por ley natural, creo que me toca irme primero.
¿Qué cree que va a suceder?
En Cuba es muy problemático todo lo que pueda pasar, así que hay que tener mucho cuidado. No tengo muchas ideas porque no conozco a fondo la política cubana y los cambios de todos estos años que llevo afuera. Cuando me retiré de Cuba me retiré de la política. Tengo ideas democráticas ciento por ciento, y esas sí que nadie me las va a quitar. Si alguien tiene que gobernar, que lo haga para el pueblo cubano. No soporto a los dictadores, ni de izquierda ni de derecha; para mí son lo mismo.
¿Por cuál músico cubano siente una admiración especial?
Mi verdadero ídolo siempre ha sido Cachao, que es el verdadero inventor del mambo; él junto con su hermano Orestes, que ya murió.
Yo estaba tocando con Cachao “Lágrimas negras” para una película de Fernando Trueba. Ahí fue cuando pasó Diego el Cigala, y alguien le preguntó a Trueba si yo le podía enseñar. “Bueno, cuando tenga tiempo”, le dije. Luego Trueba me dijo: “Pruébalo”. Hicimos una cosa ahí, y mira lo que pasó.
¿Y el Bebo rides again (1994)?
Ese se lo debo a Paquito. Paquito estaba por Punta del Este, en Uruguay, a donde van todos los millonarios. Me llamó cuando regresó de unos conciertos que estaba dando por Buenos Aires. Ya había muerto Mario Bauzá. Entonces me encerré y estuve 36 horas haciendo los arreglos.
El disco tuvo mucho éxito. Tuve el honor de conocer a Juan Pablo Torres, el trombonista, ese gran músico cubano. Mira que Cuba ha tenido grandes músicos, pero creo que es lo mejor que ha dado Cuba. Fue un gran compositor y arreglista, y una gran persona. Él trabajó conmigo en el Bebo de Cuba. Después recibí la mala noticia de que había fallecido en Miami.
¿Conoció a Cabrera Infante?
¡Claro! Paquito me invitó a tocar porque querían un pianista que conociera la música vieja que a él le gustaba. La mujer de él ya me conocía. Entonces Paquito me llamó y le dije: “Yo esto me lo sé de memoria”. Dicen que antes de morir le pusieron un disco mío, Bebo, donde yo toco música vieja cubana de 1900. Yo no sé si será verdad o si será mentira, pero dicen que murió escuchando esa música, que era la que le gustaba. Usted sabe, cuando uno es viejo se pone sentimental y piensa mucho en su madre, en su padre, en la vida.
¿Qué parte de Cuba lleva consigo?
Quivicán, el pueblo donde nací, y La Habana que yo conocí.
¿En qué cree Bebo?
Soy católico y también soy medio brujo. Tengo collares también, no digo de quién soy hijo, así que no pregunte.
En la vida lo que hay es que luchar y no decaer; no tienes más que una. Hay que vivir como uno quiera y lo mejor que pueda, pero eso sí: sin hacerle mal a nadie.
Cándido Camero (1921 – 2020), el último solo de congas
En el año 2006 tuve la dicha de poder conversar con Cándido Camero (1918 – 2020) a raíz del documental que sobre él realizara el cineasta Iván Acosta: Cándido manos de fuego. Digo dicha, y digo suerte, porque conversar con Cándido fue descubrir la verdadera grandeza de este genio de la música cubana, más allá de sus palabras.