Generoso Jiménez: “Lo más grande que ha dado Cuba es Benny Moré”

Visité a Generoso Jiménez en el año 2006. Vivía con su hija Regla Jiménez en la zona conocida como Little Gables, en Miami. Aunque ya su desgaste físico era visible, cuando hablaba sobre la música y Cuba, la Cuba de su juventud, todo su ser desbordaba la energía de los veinte años, lleno de añoranzas. Disfrutó contar hasta el más mínimo detalle. 

Generoso tenía la humildad de Bebo ValdésCachao y Cándido Camero. Me llamaba “blanquita”, con la misma frescura y familiaridad con la que suelo llamar “negrita” a mi hija menor. 

“¡Ay, chica, déjame que te cuente!”, me decía. Y antes de seguir, se reía de sus propias memorias. 

Es un gusto compartir esta conversación con uno de los grandes de la música cubana.

Cuénteme de sus orígenes.

Oye, tú sí que te fuiste lejos, blanquita.

Nací en Cruces, Las Villas, un 17 de julio del año 1917, el mismo día que murió un tío mío, hermano de mi padre, que se llamaba Generoso Jiménez García. Muriendo él, naciendo yo. La madre de mi padre era García y mi madre también. Por eso soy Generoso Jiménez García.

¿Cuándo empieza a interesarse por la música?

Cuando tenía 7 años nos mudamos para La Habana. Mi padre trabajaba en la compañía de Arquímedes Pous, una compañía de teatro antigua del género bufo, de aquellas del negrito, el caballero, el gallego, el cocinero, la mulata y toda esa serie de desprestigios, típicos de aquella época. ¡Aquello era un fenómeno! Mi padre tocaba el trombón de pistones, mi tío la trompeta y mi abuelo el clarinete. Una vez a la semana daban un concierto en mi casa, donde iban los músicos sinfónicos y de la popular, y yo filtrando. 

A los diez años fue que empecé a estudiar música, cuando mis padres se separaron y me fui otra vez para Cruces con mi madre. El director de la escuela, que al mismo tiempo era el maestro de cuarto grado, me dijo: “¡No serás hijo de Pucho!”. Y le dije: “¡Sí, ese mismo es mi padre!”. Eso valió mucho. Me preguntó qué pensaba estudiar y le dije: “Todavía no sé, pero me gusta la música”. Por la tarde, cuando se terminaron las clases, llamó a uno de los discípulos, Juan Castro Vásquez. Pero este Castro no tenía nada que ver con los de la orquesta, ni con esos Castros tan “buenos” que tenemos allá en Cuba. Castro me llevó al lugar donde ensayaba la banda. Allí me inscribieron y empecé a estudiar el solfeo. 

Al principio me dieron un instrumento raro, de esos que no se usaban mucho y que nadie quería: se llama la trompa, y es como un corno de metal. Todo el mundo quería tocar el clarinete, la trompeta, el saxofón. Luego pasé a tocar el trombón de pistones. Figúrate, yo pesaba 70 libras. El trombón pesaba más que yo.

¿Cuándo comienza a tocar en una orquesta?

En el año 1935 perdimos al maestro que teníamos porque se fue para España. Nos juramentamos un grupito y empezamos a luchar solos, por nuestra cuenta. Seguimos estudiando con un libro, y el que más sabía enseñaba a los otros. En 1936 empecé a tocar con una orquesta. Mi primer concierto fue el 20 de mayo del año 1938 en la glorieta del parque de Cruces.

¿En qué otros lugares tocaban?

Íbamos a los bailes del campo, que eran un fenómeno. Empezábamos a tocar a las ocho de la noche, y como a las cuatro de la mañana, cuando se estaba terminando, sentías un ruido y eran los soldados sacando candelita con el machete en el piso. Decían: “Ustedes no se pueden ir, ahora vamos a bailar nosotros. Y teníamos que seguir ahí, tocando hasta las seis de la mañana, y no pasaba nada, ellos eran los dueños del campo”.

¿Qué otro instrumento musical estudió?

Mi aprendizaje fue largo. Empecé tocando la botija, que era como un porrón con un huequito; se tocaba como una flauta. Cuando llevabas tres minutos tocando eso, ya tú sabes, tenían que recogerte medio muerto. Después tocaba la marímbula, que era una caja que tenía tres flejes arriba y tres abajo. Ya después, en el año 1939, pasé a tocar el trombón, pero en la orquesta iba tocando otros instrumentos: la clave, las maracas.

Cuando tenía unos dieciocho años, un grupo de músicos se fue para Cienfuegos, que era como el instituto: había mejores músicos y orquestas. La directora de la orquesta me dijo: Mira, Generoso, yo me voy para Cienfuegos, pero quiero dejar un plan. Tu facilidad de improvisar te ayuda mucho. Un primer o segundo año que estudies de piano y ya te puedes sentar a tocar.

Entonces conseguí los libros y empecé a estudiar el piano; ella era la profesora. En su casa vivían otras dos mujeres graduadas de piano. Cuando no estaba ninguna de ellas tres, caminaba media cuadra y estaban las hermanas Masa, y si no, la profesora Figueredo. Tenía seis maestras en un pueblo racista, y las seis eran blancas. Yo nunca luché contra el racismo, lo único que me interesaba era aprender. Entonces empecé a tocar el piano en la orquesta, y me defendía bastante bien.

¿Cuándo tiene su propia orquesta?

En el año 1939 formamos una orquesta en Cruces y le pusimos “La rítmica del 39”. El flautista era Efraín Loyola, padre de José Loyola, el musicólogo. El bajista se llamaba Orestes Aragón (¿le dice algo ese nombre?). Y otros músicos de Cruces y Ranchuelo. Las cosas no iban muy bien; nos daban diez centavos y el dueño de la plaza decía: “Les doy 15 centavos para el pasaje”. El pasaje de ida y vuelta costaba 60 centavos, así que figúrese usted. Los directores de orquesta no ganábamos nada.

Después continúa su carrera musical en Cienfuegos…

Así sucedió. Por esos años me salió un trabajo en Cienfuegos, para tocar el piano en una academia de baile. ¡Ya tú sabes lo que era eso ahí! Entonces el violinista Gilberto La Rosa, que era codirector de la orquesta, me dijo: “Mira, Generoso, me ofrecieron en Santa Clara una plaza de violín en la orquesta sinfónica, pero con la condición de que tengo que estudiar el chelo, y me consiguieron un cuarto y una tabaquería para trabajar hasta las 12 del día”. Yo le dije: “Bueno, a mí me consiguieron una plaza para ir a tocar el piano en una academia de Cienfuegos”. Así que reunimos la orquesta, y les dijimos: “Miren, muchachos, aquí sucede esto, a ver… ¿quién se quiere quedar con la orquesta?”. 

Efraín Loyola dijo que no le interesaba. Aragón saltó y dijo: “Yo me quedo, pero con una condición (fíjate tú, poniendo condiciones y todo), si me das el repertorio”. Yo era el arreglista de la orquesta. Y me dijo: “Como tú vas para Cienfuegos, haz alguna conexión ahí para que todas las semanas puedas ir a los ensayos para que te sigas adiestrando, porque nosotros no conocemos nada”.

¿Qué recuerdos tiene de esa época en Cienfuegos?

Cuando estaba en Cienfuegos, por el año 1940, me salió un trabajo con un circo inglés, Blacaman, y me fui a pasear por toda la isla. Era un espectáculo con setenta cocodrilos y treinta leones, pero el dueño del circo era más león que los leones. Recorrimos todo el país. Por Guantánamo conocí a Lilí Martínez (Luis Martínez Griñán), al negro Vivar; eran unos muchachones. Cuando el circo paró en Varadero, dije: “¡Qué va, me voy pa’mi pueblo!”.

Para entonces ya tenía como treinta discípulos: un grupo de muchachos pudientes, que estudiaban todos en el Instituto de Cienfuegos; otros en los Maristas, y otros estudiaban para ser contadores. Pusimos la academia en los bancos del parque. Yo hablé con el teniente de la policía y me dijo: “Escojan dos bancos ahí, pero no en el centro, porque ahí se pasean los blancos solamente”. Los negros se paseaban por la parte de afuera. El teniente de la policía nos dijo: “Ustedes me van a ayudar, vamos a acabar aquí con esos problemas del blanco y el negro”. Éramos un grupo de veinte y tantos, entre negros, blancos, pudientes, y algunos que por la mañana tenían que ir al central a carretillar azúcar. ¡Aquello era un fenómeno!

Luego, se reunió un grupo de blanquitos y me dijeron: “Generoso, vamos a formar un conjunto”. Metí dos trompetas, el contrabajista, y cogimos el programa estelar en la planta de radio. Aquello era más de una orquesta. Nos pagaba cincuenta centavos. Entonces, figúrese usted, no se podían repartir cincuenta centavos entre tanta gente.

¿Y cómo se las arreglaban?

Déjeme que le cuente. Aquello no duró mucho. En la radio, nosotros mismos nos anunciábamos. Un día íbamos a tocar un motivo afro que se llamaba “No quiero guerra”, y un miembro de la orquesta, que era miembro del Partido Comunista, me dice: “Generoso, este número yo lo voy a presentar”, y se echó a reír. Yo le dije: “¿Qué será lo que tú te traes entre manos?”. Y en eso oigo que empieza a decir: “Ahora van a escuchar ustedes un motivo afro del capitán de la guerra libertadora de los comunistas de España, Julio Cuevas. ¡Abajo los americanos! ¡Viva el Partido Comunista!”. 

¡Ay, mi madre! ¡Qué corre corre se formó! Vino hasta el dueño de la planta. Al otro día nos reunieron, y me botaron a mí. Había cuatro comunistas en la orquesta, pero no se metían con ellos porque les tenían miedo. ¿Sabe que hacían ellos cuando botaban a uno? Se vestían de sándwiches, con un cartón por adelante y otro cartón por atrás. El cartón decía: “No entre a comprar porque aquí botaron a un trabajador”. Ya tú sabes, tenían que reponerlo enseguida.

Cuando pasamos la cuenta, teníamos nueve pesos para repartir. Dice uno de ellos: “Vamos a regalarle un piano a Generoso”. “¿Un piano?”, dije yo. “No, qué va, esa carrera es muy larga, ya yo lo manoseo un poco. En Cienfuegos, en la Casa de Empeño, yo vi un trombón de vara que cuesta doce pesos”. Había que conseguir tres pesos más. Entonces escribí a un discípulo mío de la orquesta y él me mandó un giro por cinco pesos y así completamos los doce pesos. Con lo que sobró, alquilamos un camión y montamos la tumbadora, los bongós, y nos fuimos para Cienfuegos. Cada uno se fue para su clase, y yo fui a la Casa de Empeño a sacar el trombón. Cuando regresamos, nos montamos en el camioncito, cogimos por la Calzada Dolores hasta la salida de la carretera que iba para El Millar. Íbamos soplando el tubo, tocando, y la gente atrás.

Cuando llegamos a Cruces, el teniente de la policía me dice: “Generoso, ¿qué pasa aquí?”. Y yo le dije: “No, chico, mira, es que los músicos me acaban de regalar un trombón”. Y el teniente de la policía gritó: “¡Qué siga la rumba!”.

¿Fue el primer trombón que tuvo?

El primer trombón de vara, porque antes había tenido trombón de pistones. 

Me convertí en estudiante. Eso fue por el año 1941 o 1942. En 1943 vino a buscarme el director de una orquesta de Cienfuegos: “Generoso, te necesito, vamos, coge los papeles y sigues estudiando allá”. 

Tocábamos en el Club Cazadores, el que pertenecía a la playa, alternando con la Orquesta Hermanos Le Batard. El cantante de esa orquesta era para mí lo más grande que ha dado Cuba en cantantes blancos: Roberto Faz. Ese blanco era grandioso, era el mejor, no debía haberse muerto nunca, pero la vida es así.

¿Cuándo entra en la Orquesta de Tropicana?

Armando Romeu, el hijo del director de la Banda de la Marina, estaba formando una banda para Tropicana, una Orquesta para tocar jazz, nada más. Entonces Le Batard, que vivía en La Habana y ya estaba nombrado para ser integrante de esa Orquesta, le dijo: “En Cruces hay un muchacho ahí que toca el trombón muy bien”. Y me pasó un telegrama para que fuera a presentarme.

Caí en La Habana el 9 de julio del año1943, en la mejor orquesta de jazz que hubo en Cuba en todos los tiempos. Ahí había un rubiecito, que el padre le daba el dinero para que pagara la carrera de Derecho, y él lo que pagaba eran las clases de trompeta y las clases de armonía: se llamó en vida Arturo Chico O’Farrill. A ese le debo mucho, pero mucho, y a Armando Romeu también. Allí acabé de perfilarme. Yo era campeón (esto es sin ninguna jactancia) improvisando la música cubana, entonces con Arturo O’Farrril, Bebo Valdés y Emilio Varona, aprendí a hacer los arreglos. 

El ciclón del 18 de octubre del año 1944 acabó con Tropicana. Ahí pasé a la playa. El trabajo me lo dieron por la dualidad, porque necesitaban un pianista que tocara trombón. En Tropicana pagaban cuatro pesos y allí pagaban nada más que dos pesos, y era desde las nueve de la noche hasta las cuatro de la mañana.

¿También tocó en la Banda de la Policía?

Un día un músico de la orquesta me dijo: “Oye, mañana la Banda de la Policía va a poner trombones de vara, así que a las ocho de la mañana tienes que estar ahí, que te recomendé”. Figúrate tú, me acostaba a las cinco de la mañana, no dormía nada, pero fui allí, me examinaron, y el 1 de junio del año 1945 pasé a formar parte de las Fuerzas Armadas como subteniente de la policía y trombón solista de la Banda de Música de la Policía Nacional. Al estar allí, podía trabajar en cualquier lado, pero primero era la banda. Ese trabajo me duró dieciséis años y medio, hasta el año 1961. Ya la candela estaba ahí, asomándose.

¿Qué otros trabajos hizo durante esos años?

Mira, trabajaba en CMQ Radio; allí le hacía arreglos a Cascaritas, a Bola de Nieve, a las D’Aida. Después tuve un problemita ahí, me fui y caí en la Cadena Azul de Radio con la Orquesta de Bebo Valdés. ¡Tremenda orquesta! Trabajaba también con la Orquesta de Arturo Chico O’Farrill, y con la Orquesta de Obdulio Morales, uno de los musicólogos más grandes que ha dado Cuba, aunque nunca se habla de él.

¿Cómo conoció al Benny?

Benny estaba en México y regresó a Cuba. Cuando llegó a La Habana, como no conocía a nadie, se fue de nuevo para Santiago de Cuba. Después le pasaron un cable para que viniera a la emisora. 

Benny Moré debutó en La Habana en la Cadena Azul de Radio; allí fue donde lo conocí, a él y a Mariano Mercerón. “Mucho corazón” fue su primer número que pegó en Cuba. 

Yo seguí en la Banda de la Policía hasta el año 1953. Cuando Benny formó su orquesta yo no fui integrante; yo entré en el año 1955. Fui con él a Panamá y a Venezuela en varias ocasiones, en los años 1956 y 1957.

¿Cuál es la historia detrás del legendario “Castellano qué bueno baila usted, Benny Moré qué banda tiene usted”?

En el año 1956 fue que surgió ese número, para que usted lo sepa. Venezuela fue la madre patria de esa canción. Fue un número hecho a base de improvisaciones. 

Resulta que la Orquesta llevaba siete músicos nuevos. Cuando llegamos, Benny me dice: “Hay que hacer un programa de radio, ¿qué hacemos?”. Nos reunimos y escogimos seis números. Cuando los hicimos, faltaban todavía como diez minutos para que se terminara el programa, y Benny me dice: “Vamos a hacer una cosa, una descarga, a improvisar se ha dicho, todo el que sepa improvisar que lo haga”. Benny se viró para el pianista, que era Felipe Yánez (él murió aquí en Estados Unidos, hace años), y le dijo: “Arranca”. 

Ahí Benny empezó con el tumbaíto ese: “Castellano qué bueno baila usted”. Castellano era el utilero de la Orquesta, y bailaba muy bien los bailes de aquella época. “Generoso qué bueno toca usted, Benny Moré qué banda tiene usted”, hasta que uno gritó: “¡Se acabó el programa!”. El público bailando, los camarógrafos bailando, ya tú sabes. Cuando llegamos al local donde teníamos que trabajar de nuevo, ya le decían: “Oye, Benny, oímos el programa, toca el machacaíto ese, ‘Castellano qué bueno baila usted’”.

¿Cómo reciben el año 1959?

El 31 de diciembre de 1958, nos agarró el triunfo de la Revolución haciendo un concierto en Miami, en el hotel Lido. Era dedicado a todos los exiliados políticos de América Latina. Yo era oficial de la policía y estaba metido en eso, imagínese usted. ¡Y la candela ya estaba asomándose en Cuba! 

Yo estaba dirigiendo la orquesta. A las doce de la noche, a tocar el Himno Nacional de Cuba. Benny me dice: “Compadre, tóquelo usted ahí”. Cuando terminamos de tocarlo, viene un hombre y me dice: “Oye, directorcito, ahora el Himno del 26 de Julio”. Le dije: “Yo no sé lo que es eso, chico”. Entonces subieron al escenario como cinco personas y empezaron a desenrollar una bandera que llegaba más allá de la mata de palma aquella. Benny me miraba como diciéndome: “¡Ten cuidado, Generoso!”. 

Se terminó el baile, y yo me fui para la playa. Cuando regresé, como a las 5 o 6 de la madrugada, Benny me estaba esperando y me dice: “Compadre, ¿sabe la última noticia? Batista huyó, está en Jacksonville. ¿Usted regresa pa’ Cuba?”. Yo le dije: “¡¿Eh?! Y por qué yo no voy a ir, si yo no me he metido con nadie allá…”. Benny me dijo: “Pues yo no voy, yo me quedo aquí”.

Entonces, como a los tres días, partimos para Cuba en el ferry. Yo traía al lado a uno vestido de verde olivo, porque cuando vieron mi pasaporte que decía teniente de la policía, dijeron: “¿Y este qué hace aquí?”. “Ese es músico, chico”, les dijeron. Óyeme, ¡candela! 

Cuando llegamos a La Habana, una señora que venía con una niña paró un carro. Iba por la Vía Blanca, así que a mí me servía también, porque yo vivía en San Indalecio y Agua dulce. El tiro estaba civil y La Habana estaba oscura. Al otro día, cuando me levanté, me dijeron que estábamos acuartelados. Me presenté, caí preso, y ya tú sabes todo el lío. Después me dieron la libertad, pero no me daban la baja de la Banda de la Policía, y en eso estuve hasta el año 1961, en que fui licenciado.

¿Cómo fue la época en que trabajó en Radio Progreso?

En Radio Progreso trabajaba con la Orquesta que dirigía Manolo Castro. Ahí trabajaba un comuñanga grande (no me acuerdo ahora cómo se llamaba) que me dijo: “Óyeme, chiquito, mañana hay que ir a cortar caña”, y yo le dije: “¿A cortar qué? No, chico, la caña que la corte el viento con su movimiento”. Así que me tuve que ir de ahí. 

Caí en Las Vegas, de director de un conjunto y tocando piano. Y como a los seis meses me dicen: “Oye, te toca la guardia hoy, desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche”. Les dije que no, que yo no hacía eso. Y ya tú sabes, me embarqué, empecé a caer mal.

Cuénteme sobre la grabación del disco El trombón majadero.

Ese disco lo hice en 1965. Resulta que atrás le pusieron Orquesta de la EGREM. Yo no aparecía por ningún lado, ni la orquesta que era mía. Fui a ver al director de la EGREM, que era hermano de Roberto Fernández Retamar, y metí un bateo tremendo. Entonces lo arreglaron y pusieron Generoso, director de la orquesta.

¿Con qué músicos trabajó en ese disco?

No eran músicos muy conocidos: Horacio Gómez, el pianista era Elton Añejo, el ñato, Juan Castro en el saxofón… Era una orquesta de Radio Rebelde, que después los botaron a todos por gusanos. Cuando me llamaron a mí, dijeron: “Nos botan a nosotros y traen al rey del espectáculo”. Pero la juventud del Partido, que era la que mandaba, dijo: “Tiene que ser Generoso, porque Generoso dirige música cubana, música sinfónica y música clásica”. 

¿Hasta cuándo trabajó en Radio Rebelde?

Estuve dos años y medio allí, hasta que me botaron. Fueron a verme para que yo viajara a los países socialistas en representación de Cuba, y yo acepté, pero cuando me dijeron: “Tienes que ir vestido de miliciano”, les dije: “¿Cómo que vestido de miliciano? No, yo no voy a ningún lugar vestido de miliciano”. Entonces me botaron de la radio, y ya tú sabes, a comer candela, con cinco hijos, a pasar trabajo, a vender velas y todo lo que apareciera. Lo que pasé… Para qué te cuento.

¿Cómo logra salir de esa situación?

Un día Amaury Pérez, el esposo de Consuelito Vidal, me dijo: “Óyeme, Generoso, te vengo a buscar porque necesito que vayas a Santiago de Cuba a dirigir una orquesta”. Yo le dije: “Pues mira, yo no tengo ninguna orquesta”. “Bueno, pues vamos a ver si tienes o no tienes orquesta”, me dijo él. 

El presidente de la Televisión era el comandante Serguera [Jorge “Papito” Serguera], que era candela. Ese que lo tenían desaparecido, y ahora [2006] ha salido otra vez. Él le preguntó a Amaury qué era lo que quería y le dijo: “Ya está hecho, que se lleve los músicos”. Entonces regresé con una carta de Cultura de allá de Santiago. Tuvieron que reponerme de nuevo, pero como músico, no como director, y ahí estuve hasta que pude jubilarme.

¿Qué hace después que se jubila?

Tenía que esperar al año 1977 para poderme jubilar del ICRT. Un compañero mío de la banda, que estudió Derecho, me dijo: “¿Te quieres jubilar? Bueno, mira, yo te voy a cobrar tanto por presentar los papeles tuyos por el municipio de Centro Habana”. Porque si los presentaba por el ICRT no me la daban. Al año siguiente me llegó la orden del retiro. 

Desde entonces, ya tú sabes, muerde por aquí, toca por allá. Me pasé seis meses en el sector turístico de las playas del este, en Santa María, en Boca Ciega, tocando en los hoteles. Como el director de allí era medio qué sé yo qué sé cuándo, pues ya tú sabes, no pasaba nada. Allí estaba viviendo la vida, pero me enfermé y tuve que dejar ese trabajo. Seguí haciendo arreglos, orquestaciones, y recibía 250 pesos todos los meses de la jubilación.

¿Cuándo vuelve a salir de Cuba?

Primero se me presentó salir del país, pero no me dejaron. Entonces, en el año 2003, me mandaron a buscar de Italia y me dejaron ir. Yo dije: “¡¿Eh?! ¿Y esa buena voluntad de quién será?”. Después me enteré que allá en Italia tuvieron que depositar cincuenta mil dólares por si yo me quedaba. Cuando llegué a Italia, me esperaba un hombre que hasta dormía en el hotel conmigo. ¡Aquello fue un fenómeno! Cuando regresé a Cuba, Tony Cortés, gran artista y amigo mío, me dice: “Óyeme, Generoso, vamos a dos islitas ahí conmigo, a Guadalupe y Martinica”. Yo le dije: “¿Tú crees que me dejen salir?”, y él me dijo: “Ven mañana al ensayo”. 

Llegué al ensayo y me encontré al presidente del Instituto Cubano de la Música, que iba también al viaje, acompañando a su señora. Después, en el avión, me dice: “¡Eh, Generoso! ¿Qué pasa? Tu asiento es este, aquí al lado mío”. A mí todavía me dan ganas de reírme, chica. Pío Leyva iba sentado al otro lado, y me miraba y se reía. 

De regreso a La Habana, Pío Leyva me dijo: “Generoso, tu asiento es este, aquí conmigo”. Compramos dos botellas de whisky y fuimos tomando whisky hasta que llegamos.

¿Generoso qué bueno toca usted fue grabado en Cuba?

Ese disco lo hice con Juan Pablo Torres en el año 2002, en Cuba. Él ya vivía aquí, pero iba escondido a Cuba. Lo hicimos en los estudios Abdala. Había que dejar el espacio en blanco para el solo de Paquito D’ Rivera; había que dejar también el espacio para Arturo Sandoval, y el espacio para el improvisador. Se le puso el coro y todo. Paquito lo completó después en Nueva Jersey, y Arturo en Miami, y el solo de piano lo hizo Rubalcaba, el padre. La mezcla se hizo en Alemania. Yo era el Errol Flynn de la orquesta. 

¿Por qué Miami?

Cuando salí de Cuba yo sabía que me iba a quedar. Pero fíjate, yo estoy aquí y todavía no sé cómo es que estoy aquí, no sé. Resulta que surgió un individuo que quería hacer unos discos de Benny Moré, y me mandó a buscar a Cuba, entonces se hizo la diligencia y vine para hacerle los arreglos de esos discos, pero eso fue una estafa.

¿Con quiénes ha trabajado aquí en Estados Unidos?

Hice un concierto con Paquito D’ Rivera en Nueva Jersey, con Willy Chirino, con Oscar de León, y uno con Cachao aquí en Miami, que vino como invitado Andy García. Fui a Nueva York a hacer una descarga. También trabajé en un disco con Emilio Estefan. Así me he ido defendiendo.

¿Sus padres murieron en Cuba?

Mi madre murió en Cuba antes de cumplir 92 años. Y mi padre murió en un accidente en Vía Blanca, en La Habana. Tenía 72 años; lo arrolló un jeep del Ministerio de Educación. Iban vestidos los tres de milicianos y con la luz apagada. Fue el mismo año que murió Benny Moré.

¿Tiene hijos en Cuba?

Tengo seis hijos. Cuatro aquí en Estados Unidos, y me quedan dos allá en Cuba.

¿Qué echa de menos de La Habana que usted conoció?

La vida nocturna. En esta ciudad no hay eso, chica, no hay ni un solo cabaret de verdad, como Los aires libres, frente al Capitolio. Aunque ahora en La Habana la mitad de los lugares buenos son área dólares, y bien caros, igual que las tiendas esas que les dicen “la shopping”. 

Cuando yo estaba en la orquesta de Tropicana, con Armando Romeu, Chico O’Farrill, Daniel Pérez el baterista, Chucho Hernández el bajista y Alba Marina, nos quedábamos tomando cubalibres en la glorieta del parque de Tropicana. Todos los días ensayábamos, levantábamos pesas, y luego por la noche nos reuníamos, comíamos y salíamos. En La Habana se podía vivir. Te estoy hablando de los años treinta y cuarenta.

Una libra de arroz te costaba 10 centavos; una libra de bistec, 10 centavos; una lata de chorizos El Miño te costaba 2.50, y traía 25 chorizos en manteca. Tú ibas a una tienda de ropa y te enseñaban el muestrario, escogías y dabas 5 pesos de entrada por cada traje: costaban 15 pesos, ibas pagando dos pesos semanales. ¡Yo tenía 12 trajes! Eso pantalones que se usan ahora, jeans, a esos le decíamos de mecánicos. 

Cuando entré a la Banda de la Policía, pedía un vale por 60 pesos y compraba los zapatos Amadeus, de dos tonos, blanco y negro, y blanco y carmelita, picoteaditos, de charol… ¡Qué elegancia! Ahora se están usando otra vez. ¡Y los perfumes, caballero! Los pañuelos seguían con olor después de lavarlos. Por la mañana, cuando me levantaba para ir a la Banda de la Policía, me echaba uno que se llamaba Charlie, o Atkinson (eran de Londres); por la tarde me echaba Etiqueta verde, un pomo te costaba 9 pesos, pero era casi un litro; y por la noche usaba un perfume de mujer, pero yo les decía a mis amigos: “Sí, pero lo trae un hombre puesto, ¡cuidado con eso!”. A media cuadra se sentía el olor… 

¿Qué le gusta tomar?

A mí lo que más me gusta es el aguardiente de caña, pero el cubano, el puro, no esos otros con sabor a anís. Después, el ron Bacardí Carta Blanca, y lo tomo como sea, solo, porque esos añejos con esas mezclas no me gustan. 

Yo me di el primer trago de aguardiente de caña con mi padre en La Habana, cuando tenía siete años. Cuando me fui para el campo y entré en la Banda de la Policía, en el año 1945, ya usted sabe, eso era todos los días, pero nunca cogí una borrachera de caerme ni nada de eso. 

¡Y la Guayabita del Pinar! ¡Ay, mi madre! ¡La seca, la seca!

Para usted, ¿quién es el músico cubano de todos los tiempos?

Lo más grande que ha dado Cuba es Benny Moré, chica. 


© Imagen de portada: Generoso Jiménez y Rolo Martínez.




Cachao

Cachao López: “Yo nací en la casa de José Martí”

Ingeborg Portales Marino

Cachao me recibió en su apartamento de Miami una tarde de verano del año 2006. No tuve necesidad de insistirle, ni de responder preguntas previas por teléfono. Vestía una camiseta blanquísima, de esas que solían llevar los hombres bajo las camisas.