Si hay —o, mejor dicho, había— un grupo musical que me ha acompañado en casi mis veinte y tantos años de existencia, ese es Buena Fe.
Con ese par de guajiros aprendí a muy corta edad cómo se canta una canción de fin de fiesta.
Con ellos entendí que el amor de un marinero, como mi padre, hacia los suyos es de los que se extienden de proa a popa.
Con su Pi 3.14 me cocinaron, me molieron y casi hasta me dieron masticada la trigonometría para que no tuviera problema alguno al digerirla llegado el momento de estudiarla.
Escuchándolos me pinté una Lenin que parecía el cielo, a pesar de todos sus defectos.
Con ellos aprendí a rezarle a mi Alma Máter del mismo modo en que le pedía a Cachita, en esos años en Columbia University en los que terminaba mi carrera lejos de mi casa y sí, de mis santos.
Con su catalejo me dediqué a ver la Luna, Marte y el espacio, pero decidí enfocarlo para ser capaz de explorar qué hay debajo del dedo meñique de mi pie.
Con sus letras escapé de Cuba, sí, pero mentiría si dijera que aprendí a volar sin ella y sin los míos.
Y, sobre todo, con su versión de La otra orilla, de Frank Delgado, entendí que el quedarse en esta, la otra orilla, no significa desprenderse de la esencia misma de Cuba. Al contrario, es vivir sin estar en afrenta y oprobio sumidos.
Con Buena Fe, en fin, crecí yo y creció toda una generación.
También fueron ellos, quienes, sin miedo a los demonios y los fantasmas, me enseñaron que pensar diferente y expresarlo no es un delito, sino algo muy humano y que, a veces, necesitamos hacer. Pero lo que no dejaron claro es que sus letras son una cosa y sus acciones, o su forma de pensar, otra.
Tan claro como que Miguel Díaz-Canel dio la orden de agredir a un pueblo desarmado que protestaba pacíficamente, fue lo que declaró Israel Rojas el pasado 11 de julio.
Esas semanas, por ver, vimos de todo. Pero casi tan doloroso como ver las nefastas consecuencias que trae pedir libertad en Cuba, fue la frase de Rojas: “No hay más remedio que salir a la calle y dar la batalla”.
Dar batalla, ¿contra quién? ¿Contra los mismos corazones “rotos de ganas de cambiarlo todo” que dijeron ser capaces de remendar?
Al parecer sí. Y eso es lo peor de todo.
Tenía fe en que demostrarían la valentía mínima de ser coherentes con los valores que profesan sus letras; en que apoyarían, al menos en espíritu, a ese Guantánamo que los vio nacer y que, aun sangrando, se tiró a la calle; en que dirían alto y claro quién tiene la culpa de los males de Cuba.
Recuerdo entonces que el último verso de La otra orilla dice: “dices que viene llegando, cuidado con tu optimismo”, y entonces pienso que, tal vez, jamás debí tener buena fe.
Y mientras decido qué hacer con ese playlist, digo: “Siri, play Patria y Vida”.
Pepe Gavilondo: “La música es el verdadero lenguaje universal”
“Estoy a favor de la evolución y del cambio. Soy poliestilista. No tengo un estilo que cultivo más que otro o algo así”.