¿Cómo sería la vida si estuviéramos tuguéderes?

La gente que todavía está junta debería quedarse junta y la gente que todavía no está junta debería unirse lo antes posible, hacer hasta lo imposible por juntarse. Quiero decir, aquellos que desean estar juntos para siempre y todo eso, felices juntos como en la película de Won Kar Wai, una película en las nubes que uno nunca debe ver, porque esas marcas intelectuales no resuelven nada en la vida, son cositas tan inútiles y tan superficiales, tan ingenuas. 

La única posibilidad de estar juntos es estándolo. Si para eso hay que olvidarse de la madre que lo parió a uno, pues hay que olvidarse. Si para eso hay que irse del país donde uno nació, pues hay que irse. Si para eso hay que abandonar las cosas más preciadas, pues hay que abandonarlas.

Mi mamá, que ahora casi no me conoce, por el simple hecho de decir lo que mi lengua por sí sola habla, se pasaba la vida repitiendo: cada oveja con su pareja. Esas frases populares son poemas, piedras preciosas de la civilización antigua.


Trabajando de book driver he visto piedras preciosas. Un día, por ejemplo, me encontré un mamotreto único en un estante de libros para niños, un mamotreto singularísimo allá por North Miami, un barrio donde lo mismo está el Museo Arte Contemporáneo que las casitas maltrechas de personas que no tienen donde caerse muertas. 

Entiéndase que esa frase aquí no es un símil ni una metáfora. Aquí hay que tener donde caerse muerto, porque si no tienes un lugar donde caerte es peor morirse que quedarse vivo. Cuestiones políticas y sanitarias aparte, es peor morirse que quedarse vivo.

Así las cosas, iba yo organizando los libritos infantiles cuando mi mano tropieza con lo grueso y lo diabólico: Cien horas con Fidel en carne y hueso. ¡Guatafac! Quedeme en blanco, tiesa, fría, cadáver exquisita, exquisitoide, plástica, Blancanieves, monga, muerta. Quedéme más pobrecita que todos los emigrantes muertos de hambre sin permiso de trabajo y sin trabajo, solos, separados de sus novias y sus novios. Híceme tierra.

Aquella cosa en un estante de libros para niños había pasado de ser comedia-tragedia para convertirse en depravación. Un libro violador, estrangulador, depredador. Un estupor de tranca, caballero. A esa hora, lo único que pude hacer fue cerrar los ojos y pensar en ti, en lo bonita que eres y en lo lejos que estamos. Estamos lejos, sí, tan lejos como puede estar un libro para lectores idiotas de un ejemplar para niños inteligentes y sabios. Porque no hay nada más sabio que un niño de cinco años, de seis, de siete, de ocho. Tampoco hay nada más sabio que una separación.

De hecho, lo único que puedo hacer todos los días del mundo es seguir pensando en ti, en lo bonita que eres y en lo lejos que estamos, una de la otra y un resto del otro resto. Todo me queda muy lejos cuando pienso en ti así. De esa manera inmensa que no se puede escribir y que le da envidia a la gente. 

Lo separadas que estamos desde que todo empezó: el virus, la pandemia, las huelgas, el hambre, el cambio de moneda, la falta de trabajo, la represión, la amenaza, la paranoia, la alergia, la locura, la tristeza, la estupidez.


Me pregunto si, estando tuguéderes, habría encontrado semejante tomo en el Centro de Salud Borinquen. Exactamente la tercera edición (Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006), que incluye varias de las preguntas hechas por Ignacio Ramonet para la edición francesa.

Pienso incluso que si estuviéramos como muchos: tuguéderes y felices, ni siquiera existiría alguien llamado Ignacio Ramonet, alguien llamado Presidente de Cuba, alguien llamado Fidel Castro Ruz. Si estuviéramos tuguéderes, ni siquiera existirían libros. Solo existiríamos nosotras, mi hijo, algunas personas más. Como debe ser.

Me pregunto si, estando tuguéderes, habría leído este párrafo con las mismas ganas de vomitar que me provoca hoy, aguantando la paginita como si fuera un pedazo de caca seca: 

“… hubo mucha gente que se dedicó a sabotear los esfuerzos del país. Cuando ya llegan a determinados extremos y no queda otra alternativa, se les arresta; pero el Ministerio del Interior no actúa por temor ni se guía por una política de represión; tiene facultades, y no hacen uso de severidad ni mucho menos”.

Muchas páginas después, manoseo random, el famoso dictador responde: 

“Aparte de informar al pueblo de los acontecimientos en el país y en el mundo, nosotros queremos usar esos medios para elevar los conocimientos y el nivel cultural general del pueblo, luchar contra la mentira y rendir culto a la verdad. Usando los medios audiovisuales y empleándolos exhaustivamente, entramos en la etapa de la masificación de la información y los conocimientos, no para sembrar veneno o difundir propaganda, no para que otros piensen por uno…”.

Al cabo, me doy cuenta de que seguir leyendo es casi lo mismo que no leer. Nadie quiere vomitar en el asiento del conductor de su propio automóvil, siendo uno mismo el conductor y siendo el automóvil más o menos nuevo. Nadie quiere sacar la cabeza por la ventanilla y vomitar en el semáforo antes de subir a la I-95. Nadie quiere para sí ni mal olor ni mal libro. 

Pero este libro, caballero, hay que guardarlo. Este libro es un recurso.



Imagen de portada, por Fulana Letal.


La artista cubana Fulana, una que pinta lo que le da la gana, nos dibujó tuguéderes, felices parasiempre bajo un cielo pop de estrellas pizarras. Lo hizo por encargo y le doy las gracias. Me gustaría darle las gracias por escrito, aquí mismo, en esta hoja de papel cebolla. Ahora miro el dibujo y pienso: ya estamos juntas ahí, como si nada hubiera pasado. Ya estamos juntas ahí, como si nunca hubiésemos estado separadas. 

Los dibujos de Fulana son coloridos, mordaces. Uno cree que esas fosforeras y esos cigarros están presentes para que algo se encienda, para que algo coja candela urgente, un toque de queda cíclope, un cañonazo visual. Pero nuestro dibujo es más bien infantil, un dibujo noviecita como la felicidad y los cuentos de hadas. 

Trabajando de book driver también me he encontrado cuentos de hadas. Los cuentos folclóricos soviéticos, from The Soviet Union, compilados en 1986 por Babloyan y Shumskaya para Raduga Publishers Moscow en traducción al inglés; son cuentos de hadas sublimes donde la gente vomita. 

Cien horas con Fidel podría ser un cuento de hadas.


Su hermoso corcel llegó a todo correr y se detuvo ante él
echando llamas por los ollares y humo por las orejas.
Iván le entró por la oreja derecha y le salió por la izquierda.
Todo el mundo quedó pasmado.
Sin dilatar ni pensarlo dos veces, Iván y la princesa celebraron las bodas
y vivieron contentos el resto de sus vidas.

Anónimo.
Cuentos folclóricos rusos


A veces, cuando un niño se pierde o desaparece, llega a los teléfonos un tipo de alerta llamada AMBER. La Alerta AMBER es un sistema de notificación implementado en varios países desde 1996. AMBER es un acrónimo de America’s Missing: Broadcasting Emergency Response, pero originalmente hace referencia a Amber Hagerman, una niña que fue secuestrada y encontrada sin vida días después. Los expertos han indicado que las primeras horas son vitales, por eso la alerta se emite lo antes posible a través de diversos medios: televisión, radio, mensajes de textos, correos electrónicos y pantallas, a fin de poder llegar al mayor número posible de personas.

El día que me encontré Cien horas con Fidel en un estante de libros para niños de un Centro de Salud Infantil de un suburbio del norte de Miami, pensé que debía existir un tipo de alerta para estos casos. Un mensaje que alerte sobre la existencia de un material descarado en una zona donde ya bastante hay

No hay nada más sádico e ideológico que un cuento de hadas narrado durante cien horas macabras. Si acaso el narrador: parlanchín atemporal.


Nuestra vida tuguéderes sería linda, estoy segura. Sería la misma vida de todo el que se ha sentido con un deseo inviolable de esperar, el tiempo que sea, para llegado el momento dejar de esperar y recibir. Abrir los brazos, recibir. Abrir la raya del medio del cabello, recibir. Abrir las piernas, recibir. Abrir la boca, recibir. Abrir las adenoides, los cálculos biliares, las glándulas mamarias, los intestinos delgados. Abrirse en dos pedazos.

Escribo la promesa de que cuando te reciba y estemos al fin tuguéderes, vaciaré los libreros y desapareceré los libros. Los clásicos, los contemporáneos, las obras de teatro, los libracos gordos. Las novelas autobiográficas de Bernhard, las pajas de Bataille, los estornudos de Beckett. Los poemas de los más de cien poetas, que prefiero y no prefiero, la poesía que odio si no estamos juntas. La verborrea horrible de tres libreros juntos. 

Tres libreros juntos, caballero.


Casi al final de las cien horas, Fidel le suelta a Ignacio: 

“Uno ve que en Europa están reuniéndose los finlandeses, los húngaros, gente que hablan unos idiomas dificilísimos de aprender, los alemanes, los italianos y todos los demás, un continente que se pasó cinco siglos guerreando entre sí. Pues bien, se los puede felicitar, a pesar de mis criterios críticos, por el nivel de unidad que han alcanzado. Y advierto que será en beneficio del mundo si tienen éxito. Ahora, hay que ver cómo lo obtienen, porque los problemas, en esta época de globalización neoliberal, son muy complicados y usted lo sabe muy bien”.

Pero como todavía no ha sido suficiente después de 708 páginas, Fidel se despide de Ignacio así:

“Yo estoy tan interesado como usted en todos esos temas. Siempre tendrá las puertas de nuestro país abiertas a cualquier interés, cualquier interrogante, a cualquier pregunta. No le diremos nunca una mentira”.

A lo que Ignacio responde: “Gracias, Comandante”.

¡Guatafac!


La realidad huele a vómito. Vómito de carbohidrato, más o menos. Aquello ácido fermentado: una gente separada de otra gente, lo disparejo. Familias enteras separadas, divididas, cortadas por la mitad como una barra de queso crema. Núcleos sustraídos, envenenados, ahogados, asesinados. Grupos de WhatsApp en todos los teléfonos. Grupos de cuando estábamos en la primaria. Grupos de cuando estábamos en la secundaria. Grupos de cuando éramos novios. Grupúsculos y grupitos. Grupos de Facebook. Agrupaciones ilusionadas. Antigüedades. Diptongos. Diéresis.

Gente soñando la noche entera. Yo soñé que estaba en una escuela, becada. Estaba ahí con más gente caminando por los pasillos. Fue un sueño largo, pasaban cosas, pero casi todo se me olvidó. Recuerdo que en algún momento recogí una tiza del piso y escribí “te amo” en una pizarra.




Tana Oshima

Un cuento para los hijos por el Día de las Madres

Legna Rodríguez Iglesias

¿Cómo decirle a Domingo que él también era Domingo?¿Cómo decirle a Domingo que Domingos eran ellos? Domingo casi entendió lo mismo que no entendió. Pero ya estaban tan lejos que casi nada importaba. ¿Cómo decirle a mamá la verdad de los Domingos?