Llegamos a Berlín Udo Kawasser y yo, después de ocho horas en tren desde la capital de Austria. En Austria había visto el retrato de una madre y su hijo, de Egon Schiele. Los ojos desorbitados del niño miraban fijo adelante, pero no me miraban a mí.
Durante el viaje en tren vi el Danubio, pero no le hice caso.
Hace poco me di cuenta de algo muy importante para cualquiera que siga, a pesar de todo, escribiendo. Uno debería saber cuál es su posibilidad, cuál es su sustancia, la zona desde donde escribe. Yo, por ejemplo, escribo desde el error.
Además, me di cuenta, así como uno se queda dormido sin haber apagado la luz del baño, de que esos errores, al ser irrevocables, condicionan no solo la escritura, sino la forma de mirar el dibujo de Egon Schiele.
De todas maneras, había más cosas para ver, pero yo elegí quedarme frente a ellos, frente a la mujer delgada y al niño rubio, profundamente sumida (ella) en sostener lo que imagina suyo (él). De tal manera sumida, que Egon Schiele la dibujó con ambos ojos cerrados.
La noche estaba fría, como la pata de un muerto, pero Udo Kawasser dijo que no estaba tan fría nada, que otros años ha sido peor, y que se debe al cambio climático. El último día le cancelaron el viaje de regreso porque encontraron a alguien muerto en la línea del tren.
Tomamos el metro hasta Postdamer Platz y toqué un pedazo de Muro que yace ahí en la calle, transformado en decoración. Volví a recordar un pedazo de párrafo sobre la caída, escrito por Cees Noteboom:
¿Cómo ve un pez el río por el que nada? No puede salir del agua para poner la cosa en perspectiva.
Al llegar al hotel, los códigos para hacer el checking y entrar al hotel una vez que la puerta automática se abriera no funcionaban. Udo Kawasser llamó a lo que sería Costumer Service en alemán para solucionarlo y el hombre que respondió, mientras lo solucionaba, se quejaba de lo tarde que era y de lo cansado que estaba como para recibir una llamada de ese tipo a esa hora de la noche.
Aunque la conversación tenía un matiz incómodo, lo que yo oía era música. Me gusta cómo suena el alemán. Udo Kawasser lo habla con acento austríaco, supongo. A mí me encanta cómo suena, aunque tenga otro acento.
Una muchacha subió al elevador y me miró como si me conociera. Me conocía de vista, de internet, y preguntó si yo era yo. Entonces me di cuenta de que ella debía ser María Paz, la escritora colombiana de quien me había hablado Martha Luisa Hernández, y que, según Martha Luisa, me iba a gustar conocer.
Los poetas invitados al Festival de Poesía Latinale, la razón por la que habíamos llegado de noche a Berlín, eran Raquel Salas Rivera de Puerto Rico, Yuliana Ortiz de Ecuador, María Paz Guerrero de Colombia, Jaime Huenún de Chile, Paulo Enriques Britto de Brasil y Legna Rodríguez Iglesias de Cuba. Cada uno con su respectivo traductor.
A las diez del primer día, después del desayuno, cruzamos al frente para tomar un ómnibus, el M85, siempre en la esquina del hotel, yendo y viniendo de los dos lados. Vi pasar frente a mis ojos un carrito diminuto que todos apodan Trabis. Demasiado perfecto a mis ojos, pero no tan perfecto en sí mismo.
Parece que se rompían mucho, que no funcionaban bien, los Trabis, y quedaron en desuso. Eran los carritos de los pobres. Los carritos de la clase baja, rectificó enseguida Udo Kawasser.
Si yo fuera un automóvil, sería un pequeño Trabi, definitivamente. Porque eso es lo que me pasa siempre, me rompo mucho, aunque funcione bien. Johanna Schwering me explicó que el nombre original es Trabant y que, en alemán, la i es la terminación para los diminutivos.
Teníamos programado un paseo con Timo Berger y Laura Haber, los organizadores de la edición 16 del Festival. La idea de un paseo es conocerse, juntarse, llevarse bien. Éramos pocos y estábamos alegres. Como tomé una chaqueta fina, iba congelándome y disfrutando el frío más que ninguno del grupo.
Subimos a la terraza del castillo Humboldt para ver la ciudad desde ahí. Todos decían que era una locura haber gastado tanto dinero en construir un castillo por el mero hecho de hacerlo, a estas alturas de la vida. Yo pensaba en la madre y su hijo, de Egon Schiele. No dediqué ni un segundo de pensamiento a la construcción del castillo. Miré despreocupada la ciudad y saqué el teléfono.
Después de ir al castillo, vimos una estatua. Nos hicimos una foto con la estatua, nos reímos de la estatua. De pronto, el teléfono de Raquel, con el que hicimos la foto, había desaparecido. Los tipos de la estatua se llamaban Marx y Engels.
Almorzamos en un restaurante hindú y seguíamos alegres. Estábamos contentos, cada uno por su cuenta, de estar en el Festival. Pero todavía no éramos amigos. Udo Kawasser y yo nos hicimos amigos en Viena.
El accidente con el teléfono nos había acercado un poquito. A mí se me aguaron los ojos cuando Raquel me dijo:
―Apareció el teléfono, lo tiene una persona. Estábamos en el Muro el día de su caída.
La primera noche de lectura leímos Raquel Salas y yo, traducidos por Udo Kawasser y por Christiane Quandt, que leyó su traducción grabada, desde una pantalla en la pared. Por momentos era escalofriante.
Esa noche nos fuimos a un restaurante vietnamita, muy cerca del Cervantes, aunque Timo Berger prefería comer salchichas en un lugar típico alemán en la acera. Tomé sopa vietnamita y mojito cubano. En la esquina del Cervantes venden vibradores.
La segunda noche leyeron Jaime Huenún y María Paz, traducidos por Petra Strien y Birgit Kirberg. Cuando María Paz me dijo el nombre de su traductora al oído, no entendí bien y le dije:
―Ah, ¿se llama Viki?
Hasta ese momento nada me había interesado más que Egon Schiele. Hasta ese momento no había dejado de mirar hacia otro lado que no fuera mi interior.
María Paz Guerrero leía un poema que me hacía mirar hacia otro lado, con acidez y risa. Un poema risueño y repetitivo que aún puedo escuchar en mi oído. Nos habíamos ido juntas para el Cervantes y nos habíamos perdido al salir del metro, a pesar de Google Maps.
Cuando pregunté cómo se pronunciaba Heidegger, realmente, en alemán, con la idea de leer un pedazo de mi libro Transtucé en la grabación para la Haus Für Poesie, me respondieron con otra pregunta:
―¿Cuál, el protonazi?
Hubo una noche que bailamos. La noche de la lectura en el Instituto Iberoamericano Simón Bolívar. Ahí leyeron Yuliana Ortiz y Paulo Enriques, traducidos por Daniel Graziadei y Niki Graça. Retraté a Daniel al lado de la foto del Che Guevara, afuera del Instituto. Qué fuerte todo.
Creo que al final una parte del grupo quedó unida, inesperadamente, gracias a la risa o más bien a la risotada. Gracias a habernos quedado hasta más tarde juntos, riéndonos de nuestras caras transformersen el video promocional del festival, entre otras cosas.
Udo y Paulo salieron ilesos. Tito dijo que Udo tenía ese tipo de cara genérica típica de la región. Que como quiera se iba a transformar bien. Tito es el novio de Raquel.
Todo empezó cuando Raquel Salas Rivera dijo que Cuba y Puerto Rico eran de un pájaro las dos alas, pero que el pájaro tenía un ala más chiquita que otra, así que no podía volar o más bien volaba cayéndose.
La última noche, después de la Biblioteca Neruda, fuimos a comer con Laura Haber, Johanna Schwering, Ana Rocío, Agustina y otros que se quedaron más rato. Entramos a una tienda donde vendían antigüedades de Alemania comunista. Había unas gallinas de colores con forma de posa huevo, para desayunar.
Entonces se me ocurrió que Cuba y Puerto Rico son, en verdad, de una gallina las alas. Las gallinas no vuelan, solo corren, saltan y se impulsan. Nos reímos de la gallina que no podía correr, que no podía impulsarse, que tenía las alas de palo. Una gallina jodida, caribeña pero carente, como el dios del poema de María Paz.
Desde la primera noche Ana Rocío Jouli vino con sus amigos y nos acompañó. Ella y sus amigos fueron el mejor público, porque nos oían desde sus butacas y salían de sus propios interiores.
El festival se acabó la noche del 12 pero yo me quedé hasta el 14, para presentar un librito bilingüeque tradujo Johanna Schwering y que salió publicado por la editorial Hochroth Heidelberg.
La presentación del libro fue en una librería en español, mágica. Yo estaba atónita. No sabía que podía haber en el mundo un lugar que uno hubiera querido imaginar. Es diferente a imaginarlo.
Ese día Raquel Salas nos había escrito por chat a María Paz y a mí, diciéndonos que deberíamos escribir un libro juntos. Yo dije que escribiéramos una obra de teatro desde tres islas abandonadas.
Raquel dijo que sí, que la obra podía llamarse “Las tres alas de la gallina”. Yo dije que tenía una propuesta: “La gallina tripartita”. María Paz dijo: “El gallinero”.
Heathrow Airport
15 de noviembre de 2022
14:11
Saqué un pasaje en espíritu y fui a ver a mi mujer
Iré en Espíritu a ver a mi mujer y como un espíritu sólido me meteré dentro de ella. Cabeza de tortuga, lengua omnipresente.